El viaje al amor (15 page)

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Authors: Eduardo Punset

BOOK: El viaje al amor
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Pese a su condición femenina, Hedos no se caracterizaba por el ejercicio sabio de la emoción de la empatía Sencillamente, una vez suelta en el mundo emocional le resultaba imposible ponerse en el lugar del otro, emocional ni cognitivamente, o de sí misma en otra condición. Por último, las vicisitudes de la vida le habían conferido un ánimo que nunca dejaba de ser amable, sin alcanzar tampoco la ternura. En definitiva, mi gran amor no habría aprobado el test para evaluar la capacidad de amar al que puede someterse el lector en el último capítulo del libro. Había razones sobradas para dar por terminado ese amor, pero ninguna tenía nada que ver, por lo menos aparentemente, con las que lo habían activado en primer lugar.

Las causas del flechazo amoroso

El proceso de selección de pareja sexual en el hombre y el resto de los animales se conoce con bastante precisión desde los tiempos de Darwin. Existen dos componentes básicos en este proceso: la competencia entre los machos por figurar y las preferencias demostradas por las hembras, que son las que eligen. Cuando una determinada figuración, a raíz de las preferencias de la hembra -como los colores brillantes en los peces y los pájaros o las colas espléndidas y los cuernos alambicados en los pavos reales y los antílopes- coincide, repetidamente, con los rasgos perfilados por la competencia entre machos, como el mayor tamaño, las dos acaban formando parte de la genética de la selección sexual. Es obvio que se trata de esta última y no de la selección natural, dado que ni la cola monumental del pavo real ni la estructura alambicada de los cuernos del antílope constituyen una garantía de supervivencia, sino todo lo contrario.

La belleza no es un concepto abstracto ni simplemente estético, sino una condición que está íntimamente ligada a lo que necesitamos para ser felices. Hay edificios que pueden ser arrogantes, otros pueden ser elegantes o amables. Un edificio que nos resulta atractivo no es muy diferente a una persona buena; es el análogo a una persona que nos gusta, aquella que transmite una personalidad y un conjunto de valores parecido al nuestro.

¿Cuáles son los rasgos consagrados como definidores de la belleza, perseguida por los humanos a lo largo de toda la evolución? Se nos ha explicado por boca de paleontólogos y fisiólogos que las proporciones que determinan la belleza están directamente vinculadas a criterios como el espacio necesario para que pueda alumbrarse sin dificultad a la progenie y se garantice así la perpetuación de la especie. ¿Acaso la barbilla acentuada y las cejas muy marcadas -reflejo de abundante testosterona- no son uno de los rasgos decisivos en la elección por parte de la hembra? O en el caso de lo que resulta atractivo para el varón, ¿el menor volumen facial, los contornos suaves, bien irrigados por estrógenos? ¿No es decisivo el cociente cintura-cadera, que en la Venus de Milo se fijó en el 0,7%, recogiendo una tradición que ha perdurado a lo largo de los siglos? La proporción áurea entre la cintura y la cadera presente en la Venus de Milo indicaba el espacio suficiente para que el feto se desenvolviera adecuadamente y llegara a buen puerto. ¿Y qué decir del esplendor de los senos como señal cierta de fertilidad? ¿Acaso no han sido esas señales las que han determinado la elección de la pareja?

Según Hermann Weyl (1885-1955), matemático alemán que fue profesor de matemáticas en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton, y gran amigo y colega de Einstein, «la simetría es la idea a través de la cual la humanidad, en todos los tiempos, ha intentado comprender y crear el orden, la belleza y la perfección». Las últimas investigaciones apuntan también a la simetría como factor decisorio en la selección sexual.

Nadie se tomaba a la ligera las investigaciones de Weyl, y menos que nadie Paul Adrien Maurice Dirac (1902-1984), uno de los gigantes de la física del siglo xx, del que otro célebre físico decía: «Dios no existe y Dirac es su profeta». Dirac también era famoso por su parquedad y desesperaba a alumnos y periodistas con sus respuestas monosilábicas. Pues bien, en una entrevista que ha quedado en los anales del anecdotario científico, un periodista le preguntó:

–Quisiera saber si alguna vez se ha topado con algún colega al que ni siquiera usted es capaz de entender del todo.

–Sí -contestó Dirac.

–En el periódico se alegrarán con su respuesta. ¿Le importaría revelarme de qué científico se trata?

–Weyl -fue la respuesta. Por supuesto monosilábica.

El equilibrio en el desarrollo de un organismo refleja la capacidad metabólica para mantener su morfología en el entorno que le tocó vivir. No es posible precisar ni medir la estabilidad del metabolismo de un organismo, pero sí pueden medirse las desviaciones con relación al prototipo ideal. Entre los instrumentos de medición de la inestabilidad del metabolismo de un organismo figuran, en primerísimo lugar, el grado de fluctuación de las asimetrías y la frecuencia de desviaciones fenotípicas, como la inversión de órganos.

En plantas, animales y homínidos, se ha observado que los grados de resistencia a la invasión de insectos causantes de enfermedades parasitarias como la malaria se manifiestan en factores secundarios de la selección sexual como la ausencia de fluctuaciones asimétricas. En otras palabras, los huéspedes dados a sufrir mayor número y en mayor intensidad enfermedades causadas por insectos sociales arrojan una mayor asimetría en sus rasgos físicos.

Empezamos ahora a poder manejar un listado de componentes determinantes del chispazo del amor. Algunos se trazan antes del mismísimo nacimiento. Desde la concepción, el cuerpo humano se desarrolla por medio de la división celular. Si cada una de estas divisiones transcurriese de forma perfecta, el resultado sería un bebé con el lado izquierdo y derecho del cuerpo exactamente simétricos. Pero no ocurre así. La mejilla de un lado puede ser ligeramente más reducida que la del otro; un lóbulo puede ser más grande que el otro, y así un sinfín de pequeñas diferencias. Estas leves desviaciones de la simetría perfecta se llaman fluctuaciones asimétricas. Las mutaciones genéticas y el medio ambiente imponen cierta asimetría -con ella elaboramos índices de fluctuaciones asimétricas-, cuyas implicaciones afectan a toda la vida del individuo.

Anders Pape Möller resume muy bien las conclusiones de las investigaciones de numerosos expertos. La asimetría fluctuante es una unidad de medida particularmente útil para gestionar la capacidad de control del desarrollo; y ello, por varios motivos. En primer lugar, conocemos la solución óptima a priori: es la simetría. En segundo lugar, la asimetría fluctuante se desarrolla como respuesta a un espectro muy amplio de factores genéticos y ambientales que tienden a entorpecer los procesos habituales, incluidos los factores genéticos como la endogamia, la hibridación, las mutaciones y hasta cierto punto la homocigosis. Otros factores negativos son de orden ambiental, como la calidad y la cantidad de los nutrientes, los contaminantes, las radiaciones, las densidades de población, los parásitos, los depredadores, el ruido y la luminosidad.

Una buena simetría demostrará al resto del mundo que un determinado individuo tiene un capital genético suficiente para desarrollarse y sobrevivir. Que su metabolismo interno funciona adecuadamente. Este individuo se convertirá, por tanto, en una pareja potencial sana y fértil. O si la naturaleza se ha encarnizado implacablemente en él, en todo lo contrario.

En la Universidad de Alburquerque un equipo de investigadores pudo demostrar la estrecha correlación que existe entre la simetría masculina y el orgasmo femenino. La investigación se había puesto en marcha a raíz de la sospecha -demostrada unos años más tarde- de que las mujeres podían garantizar buenos genes para su descendencia mediante el orgasmo, responsable de una mayor succión de espermas cuando se produce haciendo el amor.

Durante la última década han abundado las investigaciones sobre las preferencias por los rasgos simétricos, así como su potencial reflejo de la salud de un organismo. Los resultados sobre el primer punto son determinantes. Los cuerpos simétricos resultan, definitivamente, más atractivos para la mayoría de animales, incluidos los humanos. Todo en nuestro entorno, desde las flores a los animales y las personas, parece simétrico.

«Tiene mucho sentido utilizar las variaciones simétricas de los individuos de cara a la elección de pareja», explica el biólogo evolutivo Randy Thornhill, de la Universidad de Nuevo México. «Si eliges un compañero perfectamente simétrico, la descendencia resultante tendrá más posibilidades de ser simétrica y por tanto de luchar contra posibles perturbaciones.» Thornhill ha estudiado la simetría durante los últimos quince años, escaneando numerosas caras y cuerpos para determinar, a través de un programa informático, patrones de simetría. Ha concluido que tanto los hombres como las mujeres juzgan más atractivos y más sanos a los demás en función de su nivel de fluctuaciones asimétricas.

Este proceso no siempre es plenamente consciente: las diferencias en los patrones de simetría pueden llegar a ser prácticamente imperceptibles para el ojo humano, aunque sean medibles con un ordenador. Thornhill apuntó otros datos que corroboran la importancia de la simetría en la elección de pareja, como, por ejemplo, que los hombres más simétricos tienen más parejas sexuales que los hombres con más fluctuaciones asimétricas.

Si se me ocurriera explicar a mis amigas que los hombres, primordialmente, están interesados en la simetría de sus facciones, imagino que pondrían cara de incredulidad.

–¡Hombre, claro, pechos a la misma altura más o menos; igual que los ojos! – diría Raquel.

–Sí, pero es más que esto. Se trata de algo mucho más milimétrico y preciso de lo que imaginas. Quiero decir que tu preferencia a bulto por posiciones simétricas es el resultado de un afán desmesurado por descubrir lo mismo en tamaños microbianos a lo largo de la evolución -le contestaría yo.

Y no digamos si formulara la misma pregunta a los hombres: -¡No había caído en ello! – respondería la mayoría. Tanto los que se ganan la vida manipulando la belleza al nivel más prosaico como los grandes matemáticos que se han asomado desde la teoría pura a la concepción de la belleza, o como los biólogos ahora, coinciden en el papel fundamental desempeñado por la simetría en la selección sexual. Toda la industria moderna de productos cosméticos y de cirugía estética apunta a conseguir rasgos más simétricos para sus pacientes para seducir al sexo opuesto.

La cara es, efectivamente, el espejo del alma

¿Qué tiene que ver la simetría con la capacidad de seducir? ¿Qué criterios baraja la gente, por ejemplo, para elegir un rostro en lugar de otro?

Cuando las hembras y los varones deciden que una cara es bella, ¿consideran la simetría como un factor importante? Y si es así, ¿por qué motivos: como indicadora de buenos genes, o de buena salud?

En primer lugar, se confirma, definitivamente, que la elección de una cara bella no tiene nada que ver, o muy poco, con la manipulación cultural, sino con factores biológicos. Se desdibujan las tesis de científicos como Diane S. Berry y Nancy Etcoff que atribuyen a convenciones arbitrarias de las distintas culturas las preferencias por un determinado tipo de belleza. De entrada, resulta imposible distinguir -sobre todo en tiempos pasados con un nivel muy rudimentario de estadísticas sobre estas cuestiones- entre las preferencias expresadas por los artistas y los patrones subyacentes de belleza en las masas. ¿Quién puede demostrar que las nalgas macizas y la poderosa espalda del cuadro La Venus del espejo de 1613 no eran más que el fruto de las alucinaciones de Rubens, en lugar del reflejo de los patrones generalizados de belleza en la ciudad de Amberes?

La Venus del espejo (1613-1614), óleo sobre tabla de Peter Paul Rubens.

Individuos de culturas dispares y de distinto sexo coinciden al definir los rasgos que marcan la belleza de una cara. Científicos como Gillian Rhodes, de la Western Australia University, Joseph G. Cunningham, de la Brandeis University, Massachusetts, y sobre todo Paul Elkman, de la Universidad de California en San Francisco sentaron, definitivamente, la universalidad de las emociones básicas, así como la coincidencia en las preferencias por un determinado patrón de belleza, al margen de la cultura específica de cada pueblo. Por otra parte, los recién nacidos muestran preferencias claras antes de que les haya podido influir el entorno cultural. Estudios recientes efectuados en el curso de esta década por Adam J. Rubenstein, entre otros, han detectado la preferencia de los bebés por determinadas caras, años antes de que los condicionantes culturales del entorno hayan podido imprimir su sello.

A pesar de la dificultad que entrañan las pruebas desde el punto de vista estadístico -dada la calidad de las muestras, la complejidad de las mediciones y su valor relativo con relación a orden de preferencias-, se cuenta con una investigación de gran valor científico que resume cuidadosamente todos los ensayos parciales efectuados. Se trata de los trabajos de Gillian Rhodes, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Australia Occidental.

Los tres criterios estrella elegidos por Gillian Rhodes son los siguientes: la gente elige caras que representen promedios poblacionales, que denoten menores niveles de fluctuaciones asimétricas y que respeten el dimorfismo sexual de la especie. Aunque nos cueste aceptarlo, William James estaba de nuevo en lo cierto cuando afirmaba que «nuestras facultades innatas se han adaptado, anticipadamente, a las propiedades del mundo en que vivimos».

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