El viaje al amor (19 page)

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Authors: Eduardo Punset

BOOK: El viaje al amor
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La «exaptación» es un concepto que apareció por primera vez en 1982 en un artículo de Stephen Jay Gould y Elizabeth Vrba. Con él intentaban explicar el origen de adaptaciones muy complejas a partir de estructuras sencillas. Es una denominación útil para las características que surgen en un determinado contexto, antes de ser explotadas en otro; son rasgos que potencialmente podrían ser útiles para desempeñar un nuevo cometido si hiciera falta. Un ejemplo clásico es el proceso de adaptación de las plumas de las aves. Durante años sirvieron como simples aislantes térmicos; después se usaron para volar.

La diferencia radica en que las adaptaciones son características que sirven para algo concreto y no pueden desempeñar su cometido hasta que no están operativas. Igual que el falso pulgar del panda rojo -que dio título a un ensayo del propio Gould- que usa para manipular el bambú del que se alimenta, aunque en su origen estaba relacionado con el desplazamiento y la caza.

Cuando el sociobiólogo E. O. Wilson, de la Universidad de Harvard, sugiere que en el periodo que va desde hace dos millones y medio de años hasta hace cien mil años el volumen del cerebro aumentó lo que cabe en una cucharadita cada cien mil años, no está diciendo que el gran salto adelante de los homínidos esté exclusivamente vinculado al tamaño del cerebro. Otros animales lo tienen mayor y el hombre de Neandertal no lo tenía más pequeño. El nuevo orden apareció con la capacidad para la conducta centrada en símbolos. No podemos atribuir la consecución de las capacidades cognitivas modernas a una simple culminación de un desarrollo positivo progresivo del cerebro. «Un cerebro "exaptado"», asegura Ian Tattersall, «equipado desde ni se sabe cuándo con un potencial desperdiciado para el pensamiento simbólico fue, de alguna manera, adaptado y aplicado a funciones no probadas hasta entonces.»

Algo muy parecido pudo pasar con el amor de pareja. Contábamos con un cerebro «exaptado» en la búsqueda de la fusión con otros organismos -«¿hay alguien más ahí afuera?», debió de exclamar la primera molécula replicante- y, al igual que los pájaros equipados con plumas para aislarse de los cambios bruscos de temperatura, adaptan esa característica para poder volar mucho más tarde, los humanos adaptan el impulso de fusión a la diferenciación de un organismo específico que concuerda con sus requerimientos individuales.

Los restos fósiles no se prestan a dejar huellas de amor, pero es muy probable que, como apuntaban Helen Fisher y otros científicos, la obsesión por diluirse en el cuerpo del elegido -y no de otros- se hubiera afincado hace unos tres millones de años. En todo caso, no tenemos más remedio que contentarnos con una colección egipcia de canciones dedicadas a la amada escritas en papiro que datan de mil trescientos años antes de Cristo.

La cultura del amor en el tiempo y el espacio

Las actitudes hacia el amor han cambiado a lo largo de la historia, incluida la más reciente. A la admiración de los griegos clásicos por el amor homosexual le sucedió el repudio cristiano de esa forma de amar que en el siglo xxi ha encontrado, no obstante, un paraguas legal que lo protege en la legislación de los países más avanzados.

Entre los siglos xvi y xviii el amor lesbiano -la canalización de las emociones más profundas de una mujer hacia otra con o sin contacto sexual- no suscitaba reacciones adversas. En su libro Vies des dames galantes, el escritor francés Pierre de Bourdeille, Seigneur de Brantôme (¿1540?-1614), lo describe con todo lujo de detalles. La actitud frente al amor entre mujeres -relaciones emocionales parecidas al amor romántico- cambia radicalmente en el siglo xx. Según Lillian Faderman, profesora de lengua inglesa de la California State University y autora de libros sobre el lesbianismo a lo largo de la historia, las raíces del cambio de actitud hay que buscarlas en la incorporación de la mujer a las relaciones de poder, circunstancia que obligaba, por parte de los varones, a tomar en serio sus comportamientos.

Tal vez el caso de España merezca una mención breve pero especial. Los españoles han descrito mucho mejor el amor divino que el amor humano. Hasta fechas muy recientes, las actitudes hacia el amor sexual han estado dominadas por el pensamiento de escritores árabes del siglo x como Ibn Hazm, que inspiraron gran parte de la literatura provenzal sobre el amor siglos después. A título de ejemplo de la concepción un tanto restringida del amor romántico en la tradición española, vale la pena recordar la opinión de Ibn Hazm sobre el flechazo amoroso al que nos referimos antes. El filósofo árabe lo tiene muy claro: «No puedo sino sentirme atónito cuando alguien me asegura que se ha enamorado a primera vista. Me cuesta creerlo, y creo que su amor es fruto de la concupiscencia».

En una incursión olvidada e interesantísima por el alma amorosa de los españoles, efectuada siglos después por la escritora británica Nina Epton -concretamente en 1961-, se puede constatar el siguiente retrato que no creo que sorprenda a muchos de mis lectores contemporáneos: «El español medio es demasiado orgulloso, demasiado egocéntrico y demasiado intolerante como para poder fundir su personalidad con la de otro ser humano. Un sentido exagerado del honor es un rasgo narcisista característico de los españoles, que son individualistas y amantes del monólogo. No comprenden o admiten el diálogo, y esto complica extraordinariamente la convivencia».

La escritora británica se dirigía a un profesor universitario, español, generoso y bienintencionado, que se prestó a contrastar y valorar los hallazgos de la exploradora de culturas. «¡Mi única esperanza es que nuestro acercamiento a Europa se detenga antes de llegar al estadio en el que se encuentran ustedes, frente a los vastos porcentajes de divorcios, hogares rotos y delincuentes juveniles!», exclamó el profesor.

He querido hacer referencia a los cambios constantes en las actitudes sociales frente al amor para dejar bien claro que el amor en sí mismo no ha variado a lo largo de la evolución. Sigue siendo lo que era hace millones de años. Los que creen en el amor están de acuerdo en que, como dice la escritora Sheila Sullivan, «el sexo está involucrado, la ilusión predomina, la obsesión es inevitable, el grado de control consciente es muy modesto y el tiempo de gloria muy breve».

Es preciso recalcar el carácter ilusorio del amor o, si se quiere, el papel desempeñado también por la imaginación y no sólo por el nivel de fluctuaciones asimétricas y las feromonas. En la historia del arte se encuentran no una, sino varias imágenes bellísimas, incluidas estatuas griegas, que sirvieron de pretexto a más de un admirador para activar los mismos mecanismos que las feromonas regulan en los demás mamíferos. El pintor florentino del Renacimiento Fra Bartolomeo (1475-1517) creó un lienzo de san Sebastián tan sensual y evocador que la reacción del público femenino, perturbado por la imagen, llevó al clero a retirarla. Se diría que el ojo de la mente, en definitiva, puede conectar con los circuitos cerebrales del placer y la recompensa sin necesidad de feromonas.

Relaciones íntimas con las máquinas

¿Hacía falta la eclosión del mundo digital en el siglo xx para que nuestra especie se familiarizara con escenarios simulados? ¿Alguien puede pretender que la inmersión en mundos virtuales como los de Internet implica un tour de force inalcanzable para organismos acostumbrados a imaginar despiertos? Hoy ya es prácticamente insostenible mantener que lo que nos separa del resto de los animales es la capacidad de fabricar herramientas, o la de comunicarnos entre nosotros mediante el lenguaje o incluso la de soñar -¡que contemplen si no a mi perra, sumida en su sueño profundo, gimiendo por no alcanzar el objetivo pero sin dejar de mover las patas delanteras como si estuviera trotando en campo abierto!-. Lo único que nos distingue del chimpancé es nuestra capacidad metafórica para ornamentar a la persona sentada al lado de sus padres en la mesa contigua en el café con los atributos que dan sentido a nuestras vidas.

Cuando Walt Disney diseñó en Orlando, Florida, el parque temático Animal Kingdom, repleto de animales reales, los primeros visitantes del parque se quejaron de lo aburridos que eran los animales biológicos comparados con los virtuales. A diferencia de los diseñados por Walt Disney, los cocodrilos biológicos, simplemente, ¡se tumbaban al sol sin moverse lo suficiente!

En esta cultura de la simulación, al crecer los niños conocen la simulación y tienden a utilizarla en lugar de la biología como criterio de referencia. Posiblemente, su concepto de lo vivo y lo inerte ha cambiado. En opinión de científicos como la psicóloga especializada en psicoanálisis Sherry Turkle, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), se trata de cambios muy profundos. No es seguro que sea así o, por lo menos, sólo parcialmente. De pequeños ya hablan con sus muñecos y de mayores se enamoran perdidamente de seres fabricados, también parcialmente, por su imaginación. Es una cuestión de grado.

Además del supuesto cambio en la concepción de lo vivo y lo inerte, se podría alegar que también cambian los contenidos de los vínculos afectivos. Los niños se crían con el correo electrónico y con teléfonos móviles que llevan su propio correo. Están encadenados tanto a sus amigos como a sus padres, de manera que las pautas de separación ya no son exactamente como antes. Nadie conoce el sentimiento de ser Huckleberry Finn en el Mississippi, es decir de ser el único responsable de uno mismo. Se podría aducir que el tipo de soledad ya no es el mismo.

En realidad, nunca fue fácil disfrutar de ambas cosas: de lo virtual y lo real. La gente se siente sola pero teme la intimidad. Esta paradoja está en pleno epicentro del sufrimiento humano. Tanto el amor, desde tiempos inmemoriales, como el ordenador o el robot hoy en día ofrecen una solución aparente a esta paradoja, porque con el ser amado, el ordenador o el robot puedes estar solo, pero no sentirte solo.

Todo lo que antecede ¿es realmente distinto del mundo fabulado y del arte que constituyó la primera gran simulación de los humanos? La simulación digital en curso tendrá efectos distintos de los que tuvieron las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira o los personajes inventados de Romeo y Julieta? De nuevo, tal vez la diferencia sólo sea de grado.

Es cierto que para el acceso al mundo virtual ya no dependemos exclusivamente del amor romántico o de Fra Bartolomeo. La profundización del conocimiento aplicado, la tecnología, abre caminos paralelos, como robots programados para inspirar en la gente la idea de que es posible entablar una relación con las máquinas. Pero, con toda probabilidad, el amor, el miedo y la ansiedad, el desprecio, la alegría y la tristeza, seguirán invadiendo nuestras vidas como antaño con el solo valor añadido, comparado con los chimpancés, de que a nosotros nos basta imaginar aquellas emociones sin causa real que las suscite.

Capítulo 8
Construir un futuro común
Hechicero de océanos, de ruidos y memoria. Me confundes y no puedo olvidarte.

(Mensaje hallado en el móvil de X)

Gracias a razones evolutivas sin fin, como el tamaño de la pelvis o la invisibilidad del ciclo fértil de la mujer; al funcionamiento incesante de circuitos cerebrales, principalmente los del placer y la recompensa; al trasiego de hormonas, muy en particular la oxitocina y la dopamina, o de sustancias químicas señalizadoras de cuanto acontece; gracias a todo esto, ya tenemos a los enamorados viviendo juntos.

La tela de araña fruto de la convivencia y el tiempo -más frágil, todo sea dicho, que la de las arañas- se construirá gracias a instrumentos portentosos y contradictorios que modularán el resultado final.

La psicóloga experimental Dorothy Tennos distingue las siguientes etapas. La estrategia de fusión mutua, primero. Después, la construcción del nido, es decir, el soporte material, social y todo lo necesario para la perpetuación de la especie, incluidas las relaciones laborales. En esa construcción del nido, en la supuesta sociedad de la abundancia, adquieren una importancia creciente los efectos imprevisibles de los nuevos compromisos sobre los ya adquiridos.

Ese instrumento modulador de la vida de la pareja suele ir muy vinculado al último y más complejo de todos: la negociación de los márgenes respectivos de libertad e intimidad individual. Por último, todo lo anterior está condicionado a la resistencia de los materiales biológicos, incluidos los circuitos cerebrales por donde fluye el torrente inconsciente de los flujos hormonales.

Hablando la gente se confunde

Antes de adentrarnos en los recodos de la tela de araña, es ineludible traer a colación que el primer cometido de la pareja es entenderse. La verdad es que las bacterias parecen tenerlo más fácil. Cuando se trata de sistemas de comunicación, no siempre los más complejos funcionan mejor. Las bacterias recurren a un mecanismo llamado «percepción de quorum» -quorum sensing, en inglés- que, a pesar de ser organismos unicelulares, les permite gozar de las ventajas de los organismos complejos. Gracias a la percepción de quorum pueden incidir sobre la expresión genética de un conjunto de bacterias y, por lo tanto, sobre su comportamiento y futuro individual o colectivo. Se ha comprobado que lo hacen para tareas tan diversas como la simbiosis, la virulencia, la competencia o la formación de películas biológicas que pueden dar lugar a infecciones u obturar conducciones de agua.

El secreto radica en la emisión de unas sustancias químicas -a las que se hizo referencia en el segundo capítulo, al mencionar la primera molécula replicante- llamadas autoinductores. Como explican Christopher M. Waters y Bonnie L. Bassler del departamento de Biología Molecular de la Universidad de Princeton en Nueva Jersey, todas las bacterias son capaces de producir, soltar, identificar y responder a esas señales. A partir de un nivel mínimo de respuesta, el suficiente para poder combatir al sistema inmunitario del huésped, por ejemplo, entra en función la comunicación. Si los autoinductores reflejan, al contrario, una densidad de población bacteriana desorbitada, actúan de modo agresivo y destructivo. Lo mismo ocurre con las ratas y menos -hay que confesarlo- en los homínidos.

Entre los patógenos humanos que utilizan la percepción de quorum figuran los causantes de infecciones graves en las víctimas de quemaduras. La muerte de millones de personas en la Edad Media por culpa de la peste bubónica también fue por consenso. Lo que da idea del alcance que puede tener un buen sistema de comunicación.

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