Read El vencedor está solo Online
Authors: Paulo Coelho
Un día, la Maldad Absoluta llamó al timbre de su casa en Londres. Hamid estaba en casa y lo echó. No sucedió nada en los meses siguientes.
Poco a poco, se fue engañando a sí misma. Sí, había hecho la elección correcta: a partir del momento en que escogemos un camino, los otros desaparecen. Era infantil pensar que podía estar casada con uno y ser amiga del otro; eso sólo sucede cuando las personas están equilibradas, lo que no era el caso de su ex marido. Mejor pensar que alguna mano invisible la había salvado de la Maldad Absoluta. Es lo suficiente mujer como para hacer que el hombre que está a su lado sea dependiente de ella, e intenta ayudarlo en todo lo que puede: amante, consejera, esposa, hermana.
Dedica toda su energía a ayudar a su nuevo compañero. Durante todo ese tiempo sólo ha tenido una única y verdadera amiga, que, tal como surgió, desapareció. También era rusa pero, al contrario que ella, su marido la había abandonado, y estaba en Inglaterra sin saber muy bien qué hacer. Hablaba con ella casi todos los días.
«Lo dejé todo —decía—, Y no me arrepiento de mi decisión. Habría hecho lo mismo aunque Hamid, en contra de mi voluntad, no hubiera comprado la bonita finca en España y la hubiera puesto a mi nombre. Habría tomado la misma decisión aunque Igor, mi ex marido, me hubiera ofrecido la mitad de su fortuna. Tomaría la misma decisión porque sé que ya no debo tener miedo. Si uno de los hombres más deseados del mundo quiere estar a mi lado, soy mejor de lo que yo misma creo.»
Todo mentira. No intentaba convencer a su única confidente, sino a sí misma. Era una farsa. Por detrás de la mujer fuerte que en ese momento estaba sentada a esa mesa con dos hombres importantes y poderosos, había una niña que tenía miedo a perder, a quedarse sola, pobre, que no había experimentado jamás la sensación de ser madre. ¿Estaba acostumbrada al lujo y al glamour? No. Procuraba estar preparada para perderlo todo al día siguiente, cuando descubrieran que era mucho peor de lo que pensaba, incapaz de responder a las expectativas de los demás.
¿Sabía manipular a los hombres? Sí. Todos pensaban que era fuerte, segura de sí misma, dueña de su propio destino; que de un momento a otro podía abandonar a cualquier hombre, por más importante y deseado que fuese. Y lo que era peor: los hombres también lo creían. Como Igor. Como Hamid.
Porque sabía interpretar. Porque nunca decía exactamente lo que pensaba. Porque era la mejor actriz del mundo, sabía esconder mejor que nadie su lado patético.
—¿Qué quieres? —pregunta él en ruso.
—Más vino.
Su voz sonaba como si no le importara demasiado la respuesta: él ya había dicho lo que deseaba.
—Antes de que te fueras, te dije algo. Creo que lo has olvidado.
Había dicho muchas cosas, como «por favor, te prometo que cambiaré y trabajaré menos», o «eres la mujer de mi vida», «si te vas, me destruirás»; frases que todo el mundo escucha y que sabe que no tienen ningún sentido.
—Te dije: si te vas, destruiré el mundo.
No podía recordarlo, pero era posible. Igor siempre había sido un pésimo perdedor.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó en ruso.
—Al menos, sed educados y hablad en inglés —interrumpió Hamid.
Igor lo encaró.
—Hablaré en inglés, pero no por educación, sino porque quiero que entiendas.
Y dirigiéndose de nuevo a Ewa:
—Dije que iba a destruir el mundo para que volvieras. Empecé a hacerlo, pero un ángel me salvó; no lo mereces. Eres una mujer egoísta, implacable, a la que sólo le interesa conseguir más fama, más dinero. Rechazaste todo lo bueno que tenía para ofrecerte porque piensas que una casa en el interior de Rusia no encaja en el mundo en el que deseas vivir, al cual no perteneces y nunca pertenecerás.
»Me he sacrificado a mí mismo y a los demás por tu culpa, y eso no puede quedar así. Tengo que llegar hasta el final para poder volver al mundo de los vivos con la sensación de la misión y el deber cumplidos. En este momento en el que hablamos, estoy en el mundo de los muertos.
Los ojos de ese hombre inspiraban la Maldad Absoluta, piensa Hamid, mientras asiste a esa conversación absurda, intercalada de largos períodos de silencio. Perfecto: dejará que las cosas lleguen hasta el fin, tal como está sugiriendo, siempre que ese fin no implique perder a la mujer amada. Mejor dicho: el ex marido apareció acompañado de esa mujer vulgar, y la insulta delante de él. Dejará que vaya un poco más lejos, y sabrá interrumpir la conversación en el momento deseado, cuando ya no pueda pedir disculpas y decir que está arrepentido.
Ewa debe de estar notando lo mismo: un odio ciego contra todo y contra todos, simplemente porque determinada persona no fue capaz de satisfacer su voluntad. Le pregunta qué habría hecho si se viera en el lugar del hombre que ahora parecía luchar por la mujer amada.
Sería capaz de matar por ella.
El camarero aparece y ve que no han tocado los platos.
—¿Ocurre algo con la comida?
Nadie responde. El camarero lo entiende todo: la mujer estaba con un amante en Cannes, el marido la descubrió y ahora se estaban enfrentando. Ha visto esa escena muchas veces y generalmente termina en pelea o escándalo.
—Otra botella de vino —dice uno de los hombres.
—No mereces absolutamente nada —dice el otro, con los ojos fijos en la mujer—. Me has utilizado como utilizas a ese idiota que tienes a tu lado. Fuiste el mayor error de mi vida.
El camarero decide consultárselo al anfitrión de la fiesta antes de servirles otra botella, pero el otro hombre ya se ha levantado y le dice a la mujer:
—Basta. Salgamos de aquí.
—Sí, salgamos de aquí, pero a la calle —dice el otro—. Quiero ver hasta dónde eres capaz de llegar para defender a una persona que no sabe el significado de las palabras «honor» y «dignidad».
Los machos se enfrentan por culpa de una hembra. La mujer les pide que no lo hagan, que vuelvan a la mesa, pero su marido parece estar realmente dispuesto a devolver el insulto. El camarero piensa en avisar a los de seguridad de que va a haber una pelea fuera, pero el maître le dice que el servicio va lento, ¿qué está haciendo ahí parado? Tiene que servir las otras mesas.
Tiene toda la razón: lo que allí sucede no es problema suyo. Si dice que estaba escuchando la conversación, será reprendido.
Le pagan por servir mesas, no para salvar el mundo.
Los tres cruzan el jardín en el que habían servido el cóctel y que están transformando rápidamente; cuando los invitados bajen, se encontrarán una pista de baile con luces especiales, tarima de material sintético y muchas barras con bebida gratis en las esquinas.
Igor camina delante sin decir nada. Ewa lo sigue en silencio y Hamid completa la fila. La escalera que da a la playa está cerrada por una pequeña puerta de metal, que abren fácilmente. Igor les pide que pasen delante, Ewa se niega. Él parece no molestarse y sigue adelante, bajando los tramos de escaleras que llevan hasta el mar, allá abajo. Sabe que Hamid no se va a acobardar. Hasta el momento en que lo vio en la fiesta, no pasaba de ser un modisto sin escrúpulos, capaz de seducir a una mujer casada y de manipular la vanidad de los demás. Ahora, sin embargo, lo admira secretamente. Es un hombre de verdad, capaz de luchar hasta el final por alguien a quien juzga importante, aunque Igor sabe que Ewa no merece ni las migajas del trabajo de la actriz que conoció esa noche. No sabe interpretar: puede sentir su miedo, sabe que está sudando, pensando a quién llamar, cómo pedir socorro.
Llegan a la arena. Igor va hasta el final de la playa y se sienta cerca de algunas rocas. Les pide a los dos que hagan lo mismo. Sabe que, aparte del pánico que siente, Ewa también piensa: «Se me va a arrugar el vestido. Voy a ensuciar los zapatos.» Pero se sienta a su lado. El hombre le pide que se aparte un poco, quiere sentarse allí. Ewa no se mueve.
Él no insiste. Ahora están allí los tres, como si fueran viejos conocidos, en busca de un momento de paz para contemplar la luna llena que sale, antes de verse obligados a volver a subir y soportar el ruido infernal de la discoteca allá arriba.
Hamid se promete a sí mismo: diez minutos, tiempo suficiente para que el otro diga todo lo que piensa, que desahogue su rabia y vuelva al lugar del que ha venido. Si se pone violento, estará perdido: él es físicamente más fuerte y los beduinos lo educaron para reaccionar con velocidad y precisión ante cualquier ataque. No quería un escándalo en la cena, pero el ruso no debe engañarse: está preparado para todo.
Cuando vuelvan a subir, irá a disculparse ante el anfitrión y a explicarle que el incidente ya se ha resuelto: sabe que puede hablar abiertamente con él, decirle que el ex marido de su mujer apareció sin avisar y que se vio obligado a sacarlo de la fiesta antes de que provocase algún problema. Por cierto, si el hombre no se va en cuanto vuelvan arriba, llamará a uno de sus guardias de seguridad para que lo eche. Tanto da que sea rico, que posea una de las mayores compañías de telefonía móvil de Rusia; está siendo inconveniente.
—Me traicionaste. No sólo durante los dos años que llevas con este hombre, sino todo el tiempo que pasamos juntos.
Ewa no responde.
—¿Qué serías capaz de hacer para seguir con ella?
Hamid reflexiona sobre si debe contestar o no. Ewa no es una mercancía con la que se puede negociar.
—Pregúntamelo de otra manera.
—Perfecto. ¿Darías la vida por la mujer que tienes a tu lado?
Maldad pura en los ojos de ese hombre. Aunque haya cogido un cuchillo del restaurante —no le prestó atención a ese detalle, pero debe pensar en todas las posibilidades—, podrá desarmarlo fácilmente. No, no sería capaz de dar la vida por nadie, salvo por Dios o por el jefe de su tribu. Pero tenía que decir algo.
—Sería capaz de luchar por ella. Creo que, en un momento dado, sería capaz de matar por ella.
Ewa ya no soporta la presión; le gustaría decir todo lo que sabe respecto al hombre que está a su derecha. Está segura de que ha cometido el crimen, acabó con el sueño de productor que su nuevo compañero alentó durante tantos años.
—Subamos.
Realmente quiere decir: «Por favor, vayámonos inmediatamente de aquí. Estás hablando con un psicópata.»Igor parece no escucharla.
—Serías capaz de matar por ella. Por tanto, serías capaz de morir por ella.
—Si luchara y perdiera, creo que sí. Pero no vamos a montar una escena aquí en la playa.
—Quiero subir —repite Ewa.
Pero Hamid siente que le tocan el amor propio. No puede irse de allí como un cobarde. Empieza el ancestral baile de los hombres y los animales para impresionar a la hembra.
—Desde que te fuiste, nunca más pude volver a ser yo mismo —dice Igor, como si estuviera solo en la playa—. Mis negocios mejoraron. Conseguí mantener la sangre fría durante el día, mientras pasaba las noches sumido en la depresión. Perdí algo de mí que nunca podré volver a recuperar. Creí que podía, cuando vine a Cannes. Pero ahora que estoy aquí, me doy cuenta de que la parte de mí que murió no puede ni debe ser resucitada. Nunca volvería contigo, ni aunque te arrastrases a mis pies, implorando perdón o amenazando con suicidarte.
Ewa respira. Al menos, no va a haber pelea.
—No entendiste mis mensajes. Te dije que sería capaz de destruir el mundo, pero no lo viste. Y si lo viste, no lo creíste. ¿Qué es destruir el mundo?
Mete la mano en el bolsillo del pantalón y saca una arma pequeña. Pero no apunta hacia nadie; sigue con la mirada fija en el mar, en la Luna. La sangre corre más de prisa en las venas de Hamid: o el otro sólo quiere asustarlos y humillarlos, o está ante un combate mortal. ¿Pero allí, en esa fiesta? ¿Sabiendo que lo van a detener en cuanto suba de nuevo la escalera? No puede estar tan loco, o no habría conseguido todo lo que ha conseguido en la vida.
Basta de distracciones. Es un guerrero entrenado para defenderse y para atacar. Debe quedarse totalmente inmóvil, porque aunque el otro no lo esté mirando directamente, sabe que sus sentidos están atentos a cualquier gesto.
Lo único que puede mover sin que el otro lo note son los ojos; no hay nadie en la playa. Arriba, suenan los primeros acordes de la banda que afina los instrumentos, se prepara para la gran alegría de la noche. Hamid no está pensando; sus instintos están entrenados para reaccionar sin la interferencia del cerebro.
Entre él y el hombre está Ewa, hipnotizada por la visión del arma. Si intenta cualquier cosa, él se volverá para disparar y podría darle a ella.
Sí, puede que su primera hipótesis sea correcta. Sólo quiere asustarlos un poco. Obligarlo a ser cobarde, a perder su honor.
Si realmente quisiera disparar, no agarraría el arma de esa manera. Mejor hablar, tranquilizarlo, mientras busca una salida.
—¿Qué es destruir el mundo? —pregunta.
—Es destruir una simple vida. El universo acaba ahí. Todo lo que la persona vio, experimentó, todas las cosas buenas y malas que se cruzaron en su camino, todos los sueños, las esperanzas, las derrotas y las victorias, todo deja de existir. Cuando éramos niños, en el colegio aprendíamos un texto que más tarde descubrí que pertenecía a un religioso protestante. Decía algo así como: «Cuando este mar que está ante nosotros arrastra un grano de arena al fondo, toda Europa se hace más pequeña. Evidentemente, no lo notamos porque sólo es un grano de arena. Pero en ese momento, el continente se hace más pequeño.»
Igor hace una pausa. Le irrita el ruido procedente de arriba, las olas lo estaban relajando y tranquilizándolo, preparado para saborear ese momento con el debido respeto. El ángel de las cejas espesas lo está observando todo y está contento con lo que ve.
—Aprendíamos eso para entender también que somos responsables de la sociedad perfecta, el comunismo —continúa—. Uno era hermano del otro. En verdad, uno era vigía, delator del otro.
Vuelve a calmarse, reflexiona.
—No te oigo bien.
Así tiene un motivo para moverse.
—Por supuesto que me oyes. Sabes que tengo un arma en la mano y quieres acercarte para ver si me la arrebatas. Intentas hablar para distraerme mientras piensas qué debes hacer. Por favor, no te muevas, todavía no ha llegado el momento.
—Igor, dejemos todo esto —dice Ewa en ruso—. Te amo. Vayámonos juntos.
—Habla en inglés. Tu compañero tiene que entenderlo todo.
Sí, lo entendería. Y más tarde le estaría agradecido.