El vencedor está solo (42 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: El vencedor está solo
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El cine para los cineastas, la música para los músicos, la literatura para los escritores. Desde que se embarcó en aquella aventura, hace dos meses, sólo ha conseguido aumentar sus problemas: lidiar con egos enormes, rechazar presupuestos irreales, corregir un guión que parecía peor cada vez que le entregaban una nueva versión, soportar a productores estirados que lo trataban con cierta condescendencia, como si fuese un absoluto ignorante en el tema.

Su intención era la mejor posible: mostrar la cultura del lugar del que procede, la belleza del desierto, la sabiduría milenaria y los códigos de honor de los beduinos. Tenía esa deuda con su tribu, aunque el jeque insistía en que no debía desviarse del camino originalmente trazado: «La gente se pierde en el desierto porque se deja llevar por las visiones. Estás haciendo bien tu trabajo, concentra en él todas tus energías.»Pero Hamid quería ir más lejos: demostrar que era capaz de sorprender todavía más, subir más alto, demostrar su valor. Había pecado de orgullo y eso no iba a volver a pasar.

Los periodistas lo acribillan a preguntas; al parecer, la noticia ha viajado a más velocidad que nunca. Dice que todavía no conoce los detalles, pero que se pronunciará al día siguiente. Repite docenas de veces la misma respuesta, hasta que uno de sus guardias de seguridad se acerca y pide que dejen a la pareja en paz.

Llama a un asistente. Le dice que encuentre a Jasmine entre la multitud que hay en el jardín y que la lleve hasta él. Sí, tienen que sacarse algunas fotos juntos, una nueva nota de prensa para confirmar el acuerdo, una buena campaña de prensa para mantener el tema vivo hasta octubre, mes en que se celebra la Semana de la Moda de París. Más adelante tratará de convencer a la estilista belga; le ha gustado mucho su trabajo, está seguro de que podrá darle beneficios y prestigio a su grupo, lo cual es absolutamente verdad. Pero, de momento, sabe lo que ella piensa: que ha intentado comprarla para que rescindiese el contrato de su principal modelo. Acercarse ahora no sólo aumentaría el precio, sino que sería una falta de elegancia. Todo a su debido tiempo, mejor esperar el momento adecuado.

—Creo que debemos irnos de aquí.

Al parecer, Ewa está incómoda con las preguntas de los periodistas.

—Olvídalo. No tengo el corazón de piedra, ya lo sabes, pero tampoco puedo empezar a sufrir por algo que en realidad no hace más que confirmar lo que me has dicho antes: apártate del mundo del cine. Estamos en una fiesta, y vamos a quedarnos hasta que termine.

Su voz fue más dura de lo que pensaba, pero a Ewa no pareció importarle, como si su amor y su odio le fuesen absolutamente indiferentes. Continuó, esta vez con un tono más apropiado:

—Fíjate en la perfección de las fiestas como ésta. Nuestro anfitrión debe de haber gastado una fortuna para poder estar en Cannes, los gastos de billetes y la estancia de celebridades escogidas para participar en exclusiva en esta carísima cena de gala. Puedes estar segura de que obtendrá diez o doce veces más beneficio con la publicidad gratuita que eso le proporcionará: páginas enteras de revistas, periódicos, espacios en canales de televisión, horas en las televisiones por cable que no tienen nada que emitir más que los grandes acontecimientos sociales. Las mujeres asociarán sus joyas al glamour y al brillo, los hombres usarán sus relojes como una demostración de poder y dinero. Los jóvenes, al abrir las páginas de moda pensarán: «Algún día quiero estar ahí, usando exactamente lo mismo.»

—Vámonos. Tengo un presentimiento.

Eso era la gota que colmaba el vaso. Había pasado el día entero aguantando el malhumor de su mujer, sin quejarse ni una sola vez. A cada momento, ella abría su móvil para ver si le había llegado otro mensaje, y ahora empezaba a sospechar seriamente que estaba pasando algo muy serio. ¿Otro hombre? ¿Su ex marido, al que había visto en el bar del hotel, y que quería concertar a toda costa una cita con ella? Si así fuera, ¿por qué no decía directamente lo que sentía, en vez de encerrarse en sí misma?

—No me vengas con presentimientos. Estoy intentando explicarte cariñosamente por qué celebran una fiesta como ésta. Si quieres ser la mujer de negocios que siempre has soñado, si quieres trabajar en la venta de alta costura, procura prestar atención a lo que te digo. Por cierto, te dije que vi a tu ex marido en el bar anoche, y me dijiste que era imposible. ¿Es por eso por lo que llevas el teléfono encendido?

—Él no tiene nada que hacer aquí.

Tenía ganas de decir: «Sé que ha intentado, y lo ha conseguido, destruir tu proyecto cinematográfico. Y sé que es capaz de ir mucho más allá. Estamos en peligro, vámonos.»

—No has respondido a mi pregunta.

—La respuesta es: sí. Es por eso por lo que llevo el móvil encendido. Porque lo conozco, sé que está cerca y tengo miedo.

Hamid se ríe.

—Yo también estoy cerca.

Ewa coge una copa de champán y se la bebe de un trago. Él no hace ningún comentario: eso no era más que otra provocación.

Mira a su alrededor, procurando olvidar las noticias recibidas a través del teléfono, y esperando la posibilidad de sacarse fotos con Jasmine antes de que los llamasen a todos para pasar al salón en el que se iba a servir la cena, y adonde los fotógrafos tenían prohibida la entrada. El envenenamiento del actor famoso no podría haber ocurrido en peor momento: nadie había preguntado por el gran contrato firmado con la modelo desconocida. Media hora antes era lo único que querían saber; ahora eso ya no le interesaba a la prensa.

Tras tantos años trabajando con el lujo y el glamour, aún tiene mucho que aprender: mientras que el contrato millonario había sido rápidamente olvidado, su anfitrión había sido capaz de mantener el interés en la fiesta perfecta. Ninguno de los periodistas ni de los fotógrafos abandonó el lugar para ir a la comisaría o al hospital, para averiguar lo que había sucedido. Claro, todos estaban especializados en moda, pero aun así sus editores no se habían atrevido a sacarlos de allí por una sencilla razón: los crímenes no aparecen en las mismas páginas que los eventos sociales.

Los especialistas en joyería y artículos de lujo no se embarcan en aventuras cinematográficas. Los grandes promotores de eventos saben que, independientemente de la sangre que esté corriendo por el mundo en ese preciso instante, la gente siempre va a buscar las fotos que reproducen un mundo perfecto, inalcanzable, exuberante.

Los asesinatos pueden ocurrir en la casa vecina o en la calle de al lado. Las fiestas como ésa, sólo en la cima del mundo. ¿Qué es más interesante para los mortales?

La fiesta perfecta.

La promoción de la misma empezó meses antes con notas en la prensa, afirmando que una vez más la joyería iba a celebrar su evento anual en Cannes, pero que las invitaciones ya estaban todas distribuidas. No era exactamente así; en ese momento, la mitad de los invitados recibían una especie de memorándum, en el que se les pedía amablemente que reservasen la fecha.

Como habían leído las noticias, respondían de inmediato. Reservaban la fecha, compraban los billetes de avión y pagaban el hotel durante doce días, aunque sólo fueran a quedarse cuarenta y ocho horas. Debían demostrarles a todos que aún seguían en la Superclase, lo cual les facilitaría negocios, les abriría puertas y alimentaría sus egos.

Dos meses después, llegaba la lujosa invitación. Las mujeres se ponían nerviosas porque no eran capaces de decidir cuál era el mejor vestido para la ocasión, y los hombres les decían a sus secretarias que llamaran a algunos de sus conocidos para preguntarles si había posibilidad de tomarse una copa de champán en el bar y hablar sobre determinado tema antes de que empezara la cena. Era la manera masculina de decir: «Me han invitado a la fiesta. ¿A ti también?» Aunque el otro alegase que estaba ocupado y que difícilmente podría viajar a Cannes en esa fecha, el mensaje estaba enviado: dicha «agenda completa» era una disculpa para el hecho de no haber recibido ninguna comunicación al respecto.

Minutos después, el «hombre ocupado» comenzaba a movilizar a amigos, asesores y socios hasta conseguir la invitación. De esa manera, el anfitrión podía seleccionar a la otra mitad a la que invitar, basándose en tres cosas: poder, dinero y contactos.

La fiesta perfecta.

Contratan a un equipo profesional. Cuando llega el día, la orden es servir el máximo de bebidas alcohólicas, preferentemente, el mítico e insuperable champán francés. Los invitados de otros países no se dan cuenta de que en ese caso están sirviendo una bebida producida en el propio país y, por tanto, bastante más barata de lo que imaginan. Las mujeres —como Ewa hace en ese momento— piensan que la copa con el líquido dorado es el mejor complemento para el vestido, los zapatos y el bolso. Los hombres también tienen una copa en la mano, pero beben mucho menos; están allí para ver al competidor con el que tienen que hacer las paces, el proveedor con el que necesitan mejorar sus relaciones, el cliente potencial que podría distribuir sus productos. En una noche como ésa se intercambian cientos de tarjetas de visita, la gran mayoría entre profesionales. Unas pocas, claro, se las dan a mujeres bonitas, pero todos saben que es una pérdida de tiempo: nadie está allí para encontrar al hombre o a la mujer de su vida, sino para hacer negocios, brillar y, eventualmente, divertirse un poco. La diversión es opcional, y lo menos importante.

La gente que está ahí esa noche procede de los tres vértices de un triángulo imaginario. Por un lado, están los que lo han conseguido todo, se pasan los días en campos de golf, en interminables comidas, en los clubes exclusivos, y cuando entran en una tienda tienen bastante dinero como para comprar sin preguntar antes el precio. Han llegado a la cima y se dan cuenta de algo en lo que no habían pensado antes: no pueden vivir solos. No soportan la compañía del marido o de la mujer, tienen que estar en movimiento, pensando que todavía marcan una gran diferencia para la humanidad, aunque hayan descubierto que, en el momento en el que dejan sus carreras, pasan a enfrentarse a una vida cotidiana tan aburrida como la de cualquier persona de clase media: desayuno, lectura de periódicos, comida, después una siesta, cena, televisión. Aceptan la mayoría de las invitaciones para cenar. Acuden a los eventos sociales y deportivos los fines de semana. Pasan las vacaciones en los sitios de moda (aunque ya se han retirado, todavía piensan que existe algo llamado «vacaciones»).

Del segundo vértice del triángulo vienen aquellos que todavía no han conseguido nada, que intentan remar en aguas turbulentas, quebrar la resistencia de los vencedores, fingir alegría aunque tengan a su padre o a su madre en el hospital, vender lo que todavía no es suyo.

Finalmente, en el vértice superior, está la Superclase.

Es la combinación ideal para una fiesta: los que han llegado hasta allí y siguieron el camino normal de la vida; su tiempo de influencia se ha acabado, aunque tienen dinero para muchas generaciones y ahora descubren que el poder es más importante que la riqueza, pero ya es tarde. Los que todavía no han llegado y luchan con toda la energía y el entusiasmo para animar la fiesta, pensando que realmente han conseguido dar una buena impresión, y descubriendo que nadie los llama en las semanas siguientes, a pesar de las muchas tarjetas entregadas. Finalmente, aquellos que buscan el equilibrio en la cima, sabiendo que hace mucho viento allí arriba, y que cualquier cosa puede hacerles perder el equilibrio y hacerlos caer en el abismo.

La gente sigue acercándose para hablar con él; nadie menciona el tema del asesinato, ya sea por ignorancia, puesto que viven en un mundo en el que esas cosas no pasan, ya sea por delicadeza, lo cual duda mucho. Mira a su alrededor y ve precisamente lo que más detesta en materia de moda: mujeres de mediana edad vestidas como si tuvieran veinte años. ¿Acaso no se dan cuenta de que ya es hora de cambiar de estilo? Habla con uno, le sonríe a otro, agradece los elogios, les presenta a Ewa a los que todavía no la conocen. Sólo tiene una idea fija: encontrarse con Jasmine y posar para los fotógrafos durante los siguientes cinco minutos.

Un empresario y su esposa le relatan detalladamente la última vez que se vieron, algo de lo que Hamid no consigue acordarse, pero asiente con la cabeza. Hablan de viajes, reuniones, proyectos que están desarrollando. Nadie saca temas interesantes, como «¿eres realmente feliz?» o «después de todo lo que hemos vivido, ¿cuál es realmente el sentido de la victoria?». Si forman parte de la Superclase, deben comportarse como si estuvieran contentos y se sintieran realizados, aunque se pregunten: «¿Qué hacer de mi futuro, ahora que tengo todo lo que siempre he soñado?»

Una criatura sórdida que parece salida de un cómic, con pantalones ajustados por debajo de una túnica india, se acerca:

—Señor Hamid, lamento mucho...

—¿Quién es usted?

—En este momento trabajo para usted.

Qué absurdo.

—Estoy ocupado. Y ya sé todo lo que necesitaba saber respecto al lamentable incidente de esta noche, de modo que no se preocupe.

Pero la criatura no se aparta. Hamid empieza a sentirse incómodo con su presencia, sobre todo porque otros amigos que estaban cerca han oído la terrible frase: «Trabajo para usted.»

¿Qué van a pensar?

—Señor Hamid, voy a traer a la actriz de la película para que la conozca. He tenido que dejarla al recibir un mensaje telefónico, pero...

—Más tarde. En este momento estoy esperando a Jasmine Tiger.

El ser extraño se apartó. ¡Actriz de la película! Pobre chica, contratada y despedida el mismo día.

Ewa tiene una copa de champán en una de sus manos, el móvil en la otra, y un cigarrillo apagado entre los dedos. El empresario saca un mechero de oro del bolsillo para darle fuego.

—No te preocupes, yo misma podría haberlo hecho —responde—. Precisamente tengo la otra mano ocupada porque estoy intentando fumar menos.

Le gustaría decir: «Tengo el móvil en la mano para proteger a este idiota que está a mi lado. Que no me cree. Que nunca se ha interesado por mi vida ni por las cosas que he pasado. Si vuelvo a recibir un mensaje, monto un escándalo y se verá obligado a salir de aquí conmigo, aunque no quiera. Aunque después me insulte, al menos seré consciente de que le he salvado la vida. Conozco al criminal. Sé que la Maldad Absoluta está cerca.»

Una recepcionista pide a los invitados que se dirijan al salón de arriba. Hamid Hussein está preparado para aceptar su destino sin muchas quejas; la foto quedará para mañana, subirá la escalera con ella. En ese momento aparece uno de sus asistentes.

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