El último judío (42 page)

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Authors: Noah Gordon

Tags: #Historico, Intriga

BOOK: El último judío
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Yonah no contestó.

Le parecía recordar que el poeta florentino ya llevaba mucho tiempo muerto, de lo contrario, se hubiera preguntado si Dante se habría inspirado en aquel fraile.

Bonestruca seguía con los ojos clavados en el espejo.

—¿Queréis que saque el tablero de las damas y coloque las piezas? —preguntó Yonah, acercándose a la mesa.

Fue entonces cuando reparó por vez primera en que el reverso del espejo era de plata muy deslustrada. Vio la marca del platero en proximidad de la parte superior del mango: HT. Entonces comprendió que era uno de los espejos que su padre había confeccionado para el conde de Tembleque.

—Fray Bonestruca —dijo sin poder evitar que la tensión se trasluciera a su voz.

Pero Bonestruca no pareció darse cuenta. Sus ojos estaban clavados en la imagen del espejo, pero tan desenfocados como los de un ciego o los de un hombre que estuviera durmiendo con los párpados abiertos.

Yonah no pudo reprimir el impulso de examinar un objeto realizado por su padre, pero, cuando trató de tomarlo, descubrió que las manos del fraile lo asían con una fuerza férrea. Por un instante, trató de arrebatárselo hasta que se le ocurrió pensar que, a lo mejor, Bonestruca se estaba haciendo el loco, pero se daba cuenta de todo. Entonces se apartó aterrorizado y se encaminó hacia la puerta.

—¿Qué os ocurre, señor? —preguntó María Juana al verlo entrar en la estancia exterior. En su turbación, Yonah pasó por delante de ella sin decir nada y abandonó el lugar.

A la tarde siguiente, cuando regresó a casa tras visitar a unos pacientes, encontró a María Juana esperándole cerca del establo, amamantando a su hijo bajo la sombra que arrojaba el asno atado.

Yonah le ofreció la hospitalidad de su hogar, pero ella declinó el ofrecimiento, señalando que tenía que regresar junto a sus demás hijos.

—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó.

Yonah sacudió la cabeza. Se compadecía profundamente de aquella mujer.

Adivinaba lo que había sido: una insensata y hermosa joven. ¿Habría Bonestruca mitigado sus temores y la habría seducido? ¿Acaso la primera vez la había violado?

Puede que hubiera sido una mujer licenciosa y temeraria, y que acaso le había hecho mucha gracia acostarse con aquel clérigo tan extraño, ignorante de la clase de existencia que la esperaba.

—Cada vez está más desequilibrado.

—¿Cuándo empezaron los trastornos?

—Hace varios años. Pero cada vez está peor. ¿ Cuál es la causa?

—Lo ignoro. Puede que esté relacionada con la sífilis que contrajo hace tiempo.

—Hace muchos años que no la padece.

—Lo sé, pero ésta es la naturaleza de la enfermedad. Puede que ahora se le haya vuelto a manifestar.

—¿Y no se puede hacer nada?

—Si he de seros sincero, señora, se muy poco acerca de la causa del desequilibrio de la mente y no os puedo indicar otro compañero más hábil que yo en su tratamiento. La locura es un misterio para nosotros… ¿Cuánto rato permaneció anoche inmóvil delante del espejo?

—Mucho rato, puede que hasta casi la medianoche. Entonces le di a beber vino caliente, se lo tomó, se desplomó sobre la cama y se quedó dormido.

El propio Yonah apenas había dormido, pues había permanecido en vela hasta muy tarde, leyendo textos acerca de la locura. El año anterior había aumentado la biblioteca médica que Nuño le había legado, gastándose los ingresos de dos meses en un tratado titulado De parte operativa. En él, Arnau de Vilanova había escrito que las manías se producían cuando se secaba una sobreabundancia de bilis que calentaba el cerebro y daba lugar a inquietud, gritos y agresividad.

—Cuando el fraile se… altere, tenéis que administrarle una infusión de tamarindo y borrajas en agua fría.

Para situaciones como la de la víspera, en que Bonestruca se había sumido en un estado de estupor, Vilanova decía que los franceses lo llamaban
folie paralitica
, Avicena aconsejaba dar calor al paciente, por lo que decidió recetarle pimienta molida mezclada con vino caliente.

María Juana estaba desesperada.

—Se porta de una manera muy extraña. Es capaz de cometer… acciones imprudentes. Temo por nuestro futuro.

Era injusto que una mujer y unos niños tuvieran que estar tan unidos a Lorenzo de Bonestruca. Yonah escribió las recetas y le dijo a María Juana que fuera a la botica de fray Medina. Después, mientras desensillaba su montura, la vio alejarse en su asno.

Hubiera deseado esperar antes de regresar a la finca de la orilla del río, pero al final decidió ir al día siguiente, pues temía que la mujer o los niños pudieran sufrir algún daño.

Encontró a Bonestruca sentado en actitud impasible en la parte de atrás de la casa. María Juana le dijo que el clérigo había estado llorando. Bonestruca contestó a su saludo con una inclinación de la cabeza.

—¿Cómo os encontráis hoy, fray Bonestruca?

—… Muy mal. Cuando cago, siento un ardor como de fuego.

—Es el tónico que yo os receté. El ardor desaparecerá.

—¿Quién sois?

—Soy Callicó, el médico. ¿No os acordáis de mí?

—No.

—¿Recordáis a vuestro padre?

Bonestruca se lo quedó mirando.

—¿Y a vuestra madre?… Bueno, no importa, ya los recordaréis en otro momento. ¿Estáis triste, señor?

—Por supuesto que estoy triste. Lo he estado toda mi vida.

—¿Por qué razón?

—Porque a Él lo mataron.

—Es una buena razón para estar triste. ¿Os aflige también la muerte de otros?

El fraile le miró sin contestar.

—¿Recordáis Toledo?

—Toledo, sí…

—¿Recordáis la plaza Mayor? ¿La catedral? ¿Los peñascos sobre el río?

Bonestruca guardó silencio.

—¿Recordáis la vez que cabalgasteis de noche?

Más silencio.

—¿Recordáis la vez que salisteis a cabalgar de noche? —repitió Yonah—.

—¿Con quién cabalgasteis?

Bonestruca le miró fijamente.

La estancia estaba en silencio. El tiempo seguía pasando.

—Con Tapia —contestó Bonestruca.

Yonah lo oyó con toda claridad.

—¿Con Tapia? —dijo, pero Bonestruca había vuelto a sumirse en el silencio.

—¿Recordáis al muchacho que llevaba el ciborio al priorato? ¿El muchacho que fue apresado y asesinado en el olivar?

Bonestruca apartó la mirada. Mascullaba algo, pero en voz tan baja que Yonah tuvo que inclinarse hacia adelante para poder oír las palabras.

—Los judíos están en todas partes. Malditos sean —murmuró.

Al día siguiente, María Juana se presentó en casa de Yonah. Iba sola, hablaba casi en términos inconexos y el asno que montaba daba muestras de haber sido golpeado.

—Lo han llevado a la prisión más chica, el sitio donde encierran a los locos y los pobres.

Dijo que había dejado a los niños al cuidado de la hija de una vecina y Yonah le aconsejó que regresara junto a ellos.

—Iré a la prisión y veré si puedo hacer algo —le prometió.

Se encaminó de inmediato al establo para ensillar su caballo.

La prisión de los pobres y los locos tenía fama de dar muy poco y muy mal de comer, por lo que Yonah compró por el camino unas hogazas de pan y dos quesos de cabra pequeños y redondos. Cuando llegó a la prisión, todos sus sentidos se sintieron atacados. Antes incluso de cruzar el rastrillo de la entrada, un hedor insoportable, mezcla de excrementos y suciedad, hizo que se le revolvieran las tripas mientras una cacofonía de gritos, maldiciones, risas y lamentos, plegarias y balbuceos unían sus murmullos como unos arroyos que desembocaran en las rugientes aguas de un gran río. Era el ruido del manicomio.

La Inquisición no tenía el menor interés por aquel lugar y a Yonah le bastó con dar una moneda al guarda para poder entrar sin dificultad y tratar de ver a uno de los reclusos.

—Quiero ver a fray Bonestruca.

—Bueno, a ver si lo podéis localizar entre toda esta gente —contestó el guarda. Era un hombre de mediana edad, de ojos inexpresivos y pálido rostro picado de viruelas—. Si me dais la comida, me encargaré de que la reciba. Si se la dais a él, la perderá. Los demás se le echarán encima y se la quitarán.

El guarda dirigió a Yonah una mirada indignada cuando éste sacudió la cabeza.

No había celdas, sólo un muro formado con el mismo tipo de reja gruesa que se había utilizado para construir el rastrillo. Al otro lado había un gran espacio abierto, un mundo habitado por los perdidos.

Yonah permaneció de pie junto a la reja, contemplando la inmensa jaula llena de cuerpos. No acertaba a distinguir a los pobres, pues todos los que había dentro parecían dementes.

Finalmente descubrió al fraile, desplomado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared del otro lado.

—¡Fray Bonestruca!

Lo llamó varias veces, pero los gritos de los reclusos ahogaban su voz. El fraile no levantó la cabeza, pero las voces de Yonah llamaron la atención de un hombre harapiento que contempló con avidez las hogazas de pan. Yonah partió una de las hogazas y pasó el trozo al otro lado a través de la reja, donde el hombre se lo arrebató de la mano y lo devoró en un abrir y cerrar de ojos.

—Tráeme al fraile —le dijo Yonah, señalando a Bonestruca— y te daré la otra mitad.

El hombre obedeció, obligó a Bonestruca a levantarse y lo arrastró al lugar donde Yonah esperaba. Yonah le entregó la mitad de la hogaza que le había prometido, pero el andrajoso sujeto no se apartó demasiado, pues sus ojos estaban clavados en las restantes provisiones que llevaba Yonah.

Un considerable grupo de reclusos se había congregado a su alrededor.

Fray Bonestruca miró a Yonah con unos ojos no del todo inexpresivos. Había en ellos una cierta inteligencia, como si el fraile fuera consciente del horror que lo rodeaba, pero, aun así, no pareció reconocerle.

—Soy Callicó —dijo Yonah—. ¿No os acordáis de Ramón Callicó, el médico?

—Os traigo unas cosas —añadió. Introdujo los dos quesos a través de la reja y Bonestruca los aceptó sin decir palabra—. Fray Bonestruca, me dijisteis que en Toledo salisteis a cabalgar de noche con un compañero que se llamaba Tapia. ¿Podéis decirme algo más acerca del señor Tapia?

Bonestruca apartó la mirada y entonces Yonah comprendió que era inútil preguntarle.

—No puedo conseguir vuestra libertad a menos que recuperéis la cordura —le dijo.

Viendo aquel lugar, oyendo los gritos y aspirando los hedores, le dolió decírselo, a pesar de que una parte de sí mismo siempre odiaría a Bonestruca por sus terribles delitos contra la familia Toledano y tantas otras personas.

Le dio media hogaza de pan a través de la reja y después le pasó la otra mitad. Para poder tomarlas, Bonestruca se pasó los dos quesos que sostenía en la mano derecha a la izquierda, pero uno se le cayó. El pordiosero lo atrapó mientras un muchacho desnudo le arrebataba a Bonestruca las hogazas. Muchas manos se revolvieron contra el muchacho; hubo empujones y golpes entre los cuerpos y a Yonah le vino a la memoria el voraz frenesí de los peces que competían por el alimento en el mar.

Una anciana calva se arrojó contra la reja y alargó la mano a través de ella para agarrar el brazo de Yonah con una esquelética garra, pidiéndole una comida que él no tenía. Mientras retrocedía para librarse de ella y huir del hedor y la maldición de aquel terrible lugar, Yonah vio que el poderoso puño de Bonestruca se descargaba sobre los que lo rodeaban hasta que, finalmente, el jorobado se quedó solo con la boca abierta mientras de su garganta surgía un grito de feroz desesperación, en parte lamento y en parte rugido, que persiguió a Yonah mientras éste huía a toda prisa de allí.

Yonah se dirigió a la finca del otro lado del río para comunicarle a María Juana que, a su entender, la locura de Bonestruca no haría sino agravarse. Ella lo escuchó sin llorar, pues ya esperaba la noticia, a pesar de lo mucho que la temía.

—Han venido tres hombres de la Iglesia. Vendrán por mí y los niños esta tarde. Me han prometido que nos llevarán a un convento y no al hospicio.

—Lo lamento, señora.

—¿No conoceréis por casualidad alguna casa de por aquí donde necesiten a un ama de llaves? El trabajo no me asusta y los niños comen muy poco.

Yonah sólo conocía su propia casa. Se preguntó qué tal sería vivir con ellos, ver cómo se desarrollaba la convivencia y entregar su vida a aquella pobre mujer y a sus pobres y desventurados hijos. Pero sabía que no era lo bastante bueno, fuerte o compasivo como para hacer aquel gesto.

Apartó la idea de su mente y pensó en la colección de objetos judíos que poseía Bonestruca. Las
filacterias
.
[26]
La
Torá
.

—No sé si vos estaríais dispuesta a venderme algunos de los efectos personales del fraile.

—Cuando vinieron esta mañana, se lo llevaron todo —contestó María Juana, acompañándole a la otra estancia—. ¿ Lo veis?

Sólo habían dejado el tosco tablero de damas y las piedrecitas que hacían las veces de piezas. Se habían llevado incluso el libro del poema de Dante, pero con excesiva prisa, pues varias páginas sueltas habían quedado atrapadas bajo el tablero. Las tomó y leyó la primera. Enseguida se dio cuenta de que era una descripción del infierno:

Después oímos a unos que gemían / en el otro abismo mientras olfateaban el aire / y se golpeaban a sí mismos con las palmas de las manos abiertas. / Las orillas estaban envueltas en un vapor / que se elevaba desde el abismo de abajo / y ofendía tanto la vista como el olfato. / Era un abismo tan negro, que no se podía / ver su fondo sin ascender a lo más alto / del arco que remataba la roca. / Allí subimos, y cuando miré hacia abajo / vi a una multitud de gente hundida en excrementos / que parecían haberse desbordado de las letrinas humanas./ Y, mientras mis ojos buscaban, / vi a uno con la cabeza tan llena de mierda / que no supe si era laico o clérigo.

Yonah comprendió de repente que ningún castigo que Dios o los hombres pudieran inventar sería peor que la existencia con la que se enfrentaba Lorenzo de Bonestruca. Presa del terror, aceptó el juego de damas que María Juana le estaba ofreciendo. Vació su bolsa de oro y plata y la dejó sobre la mesa. Después suplicó la protección del Señor para la mujer y sus hijos, y finalmente y se alejó a lomos de su caballo.

CAPÍTULO 37

El viaje a Huesca

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