El último argumento de los reyes (90 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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Unas zancadas más adelante, había alguien en lo alto de uno de los montículos más grandes tratando de mover una viga enorme. De pronto se dio la vuelta para intentar agarrarla mejor. No era otro que Jezal dan Luthar. Su ropa estaba desgarrada y tenía la cara manchada de barro. Tenía tan poco aspecto de rey como pudiera tenerlo Logen.

Un hombre corpulento, con un brazo en cabestrillo, le miraba desde abajo.

—¡Majestad, aquí no estáis a salvo! —exclamó con una voz extrañamente femenina—. ¡Sería mejor que nos...!

—¡No! ¡Aquí es donde me necesitan! —Jezal volvió a inclinarse sobre la viga con las venas de la frente hinchadas. No había forma de que pudiera moverla él solo, pero lo seguía intentando. Logen se le quedó mirando.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

—Toda la noche y todo el día —repuso el hombre corpulento—. Y no da señales de que lo vaya a dejar. Hemos encontrado con vida a estos pocos de aquí, casi todos con la misma enfermedad —señaló con el brazo sano al lastimoso grupo que había junto a las estatuas—. Se les cae el pelo. Y las uñas. Y los dientes. Se consumen. Algunos han muerto ya. Otros están en camino —sacudió lentamente la cabeza—. ¿Qué crimen hemos cometido para merecer este castigo?

—El castigo no siempre recae sobre los culpables.

—¡Nuevededos! —Jezal le miraba iluminado por la mortecina luz del sol que tenía a su espalda—. ¡Necesito una espalda fuerte! ¡Suba y agárreme el extremo de esta viga!

No estaba muy claro de qué podía servir mover una viga en medio de todo aquello. Pero, como solía decirle a Logen su padre, los grandes viajes empiezan con pasos pequeños. Mientras subía, la madera crujía y las piedras resbalaban bajo sus botas. Cuando llegó arriba, se paró y echó un vistazo alrededor.

—¡Por los muertos! —vistos desde allí, los montículos de escombros parecían extenderse hasta el infinito. Había gente trepando por ellos, agarrándose a lo que podían, y otros que, como él, permanecían de pie en lo alto, anonadados por el alcance de la tragedia: un círculo de desechos inútiles de no menos de un par de kilómetros de diámetro.

—¡Ayúdeme, Logen!

—Sí, claro —se agachó y metió las manos por debajo de uno de los extremos de la viga. Dos reyes arrastrando una viga. Los reyes del barro.

—¡Tire! —Logen jadeó y sus heridas le ardieron. Pero poco a poco sintió que la madera cedía—. ¡Así! —gruñó Jezal apretando los dientes. Entre los dos lograron levantarla y la echaron a un lado. Jezal apartó una rama seca y una sábana desgarrada. Debajo había una mujer mirando hacia un lado. Con su brazo roto abrazaba a un niño, cuyo pelo rizado estaba empapado de sangre.

—Bien —Jezal se limpió la boca con el dorso sucio de la mano—. Bien. Los pondremos junto al resto de los muertos —y trepó un poco por encima de los escombros—. ¡Eh ¡Súbame esa palanca! ¡Y también un pico! ¡Hay que levantar estas piedras! Luego las iremos apilando ahí. Las vamos a necesitar. ¡Para reconstruir!

Logen le puso una mano en el hombro.

—Jezal, espere. Espere. Usted me conoce.

—Pues claro. Me gusta pensar que sí, desde luego.

—Bien. Entonces dígame una cosa. ¿Soy... —se esforzó por encontrar las palabras adecuadas—... una mala persona?

—¿Usted? —Jezal le miró confuso—. Usted es la mejor persona que he conocido en mi vida.

Se agrupaban en la penumbra bajo un árbol quebrado del parque. Oscuras siluetas de hombres de pie, inmóviles, en calma, y arriba, en lo alto, nubes rojas y doradas alrededor del sol que ya empezaba a ponerse. Mientras se acercaba a ellos, Logen oía sus voces. Voces bajas y pesarosas que pronunciaban palabras en memoria de los muertos. Vio las sepulturas que se extendían a los pies del grupo. Unos veinte montones de tierra removida, dispuestos en círculo para que nadie fuera más que nadie. La Gran Niveladora, como decían los montañeses. Hombres devueltos al barro y hombres pronunciando palabras. Podría haber sido una escena del antiguo Norte, de otra época, de los tiempos de Skarling, el Desencapuchado.

—...Hosco Harding. En mi vida conocí un arquero mejor. Jamás. No se pueden contar las veces que me salvó la vida, sin esperar nunca que le diera las gracias. Sólo, tal vez, que yo hiciera lo mismo por él si llegaba la ocasión. Pero esta vez no pude. Ninguno de nosotros pudo...

La voz del Sabueso se interrumpió. Unas cuantas cabezas se volvieron para mirar a Logen al oír el crujido de sus pasos en la gravilla.

—Vaya, pero si es el Rey de los Hombres del Norte —dijo alguien.

—El Sanguinario en persona.

—Tendríamos que inclinarnos, ¿no?

Ahora todos le miraban. Vio sus ojos brillando en medio del anochecer. No eran más que unas siluetas desgreñadas; resultaba imposible distinguir a un hombre de otro. Un grupo de sombras. Un grupo de fantasmas. Ninguno de ellos amistoso.

—¿Tienes algo que decir, Sanguinario? —llegó desde atrás una voz.

—Creo que no —contestó—. Lo estáis haciendo muy bien.

—No había ninguna razón para que viniéramos aquí —y acto seguido se alzó un murmullo de asentimiento.

—No era nuestra guerra.

—No tenían por qué haber muerto —los murmullos crecieron.

—Deberíamos estar enterrándote a ti.

—Sí, tal vez sí —Logen hubiera querido llorar al oír aquello. Pero se descubrió a sí mismo sonriendo. Sonriendo con la sonrisa del Sanguinario. La sonrisa de las calaveras, que sólo tienen muerte dentro—. Tal vez sí. Pero no se puede elegir quién ha de morir. .. a menos que se tengan las agallas de tomar el asunto con las propias manos. ¿Las tienes tú? ¿Las tenéis alguno de vosotros? —silencio—. Pues entonces... adiós a Hosco Harding y adiós a los demás muertos. Los echaremos a todos de menos —escupió sobre la hierba—. Y a la mierda todos vosotros —luego se volvió y se fue por donde había venido.

Hacia la oscuridad.

Respuestas

Quedan tantas cosas por hacer...

El Pabellón de los Interrogatorios seguía en pie y alguien tenía que coger las riendas.
¿Quién lo hará si no? ¿El Superior Goyle? Ay de mí, una saeta de ballesta en el corazón se lo impide
. Alguien tenía que ocuparse de internar e interrogar a centenares de prisioneros gurkos, un número que seguía creciendo a medida que el ejército hacía retroceder a los invasores hacia Keln.
¿Y quién lo hará si no? ¿La Practicante Vitari? Ha dejado para siempre la Unión, seguida de su prole
. Alguien tenía que investigar la traición de Lord Brock. Sacarla a la luz, desenmascarar a sus cómplices. Alguien tenía que practicar detenciones y obtener confesiones.
¿Y quién queda? ¿El Archilector Sult? Oh, por favor, no
.

Glokta llegó a la puerta de sus aposentos sin aliento y enseñando los dientes a causa del incesante dolor de las piernas.
En todo caso, ha sido una decisión acertada trasladarse al lado este del Agriont. Hay que sentirse agradecido por las pequeñas alegrías que nos da la vida, como, por ejemplo, disponer de un lugar donde esta carcasa tullida pueda descansar un poco. Seguro que en estos momentos mis antiguos aposentos languidecen bajo un montón de escombros, igual que el resto de...

La puerta no estaba bien cerrada. La empujó muy suavemente y se abrió con un crujido. La tenue luz de una lámpara se derramó sobre el pasillo, dibujando una franja luminosa en los tableros polvorientos, en la base del bastón de Glokta y en la punta embarrada de una de sus botas.
No dejé la puerta sin cerrar y menos aún la lámpara encendida
. Su lengua se deslizó con nerviosismo por sus encías desnudas.
Tengo visita. Una visita que se ha presentado sin haber sido invitada. ¿Entro y le doy la bienvenida a mis aposentos?
Casi sonreía mientras traspasaba renqueando el umbral; primero el bastón, luego el pie derecho y finalmente el izquierdo, arrastrándose dolorosamente por detrás.

El huésped de Glokta se encontraba sentado junto a la ventana, a la luz de una única lámpara, cuyo resplandor se vertía sobre los planos resaltados de su cara, dejando sus concavidades hundidas en una gélida oscuridad. El tablero de los cuadros estaba desplegado ante él, justo como Glokta lo había dejado, y las piezas proyectaban alargadas sombras sobre la cuadrícula de madera.

—Hombre, Superior Glokta, le estaba esperando.

Y yo a usted
. Glokta cojeó en dirección a la mesa, raspando con el bastón la madera desnuda del suelo.
Tan de malagana como un hombre que se acercara cojeando al patíbulo. En fin, no se puede eludir eternamente al verdugo. Es posible que al menos obtenga algunas respuestas antes de que todo acabe. Siempre he soñado que moriría convertido en una persona muy bien informada
. Entre gruñidos y muy, muy lentamente, se agachó hasta sentarse en la silla que quedaba libre.

—¿A quién tengo el placer de dirigirme, a maese Valint o a maese Balk?

Bayaz sonrió.

—A ambos, por supuesto.

Glokta enroscó la lengua en uno de los pocos dientes que le quedaba y soltó un chupetón.

—¿Y a qué debo tan apabullante honor?

—¿Acaso no le dije cuando visitamos la Casa del Creador que en algún momento usted y yo deberíamos tener una conversación? Una conversación sobre lo que yo quiero y sobre lo que usted quiere. Pues bien, ese momento ha llegado.

—Oh, jubiloso día.

Los ojos brillantes del Primero de los Magos le observaban con la misma expresión que podría tener un hombre que contemplara una especie de escarabajo particularmente interesante.

—Debo reconocer que usted me fascina, Superior. Cualquiera pensaría que su vida es absolutamente insoportable. Y, sin embargo, lucha con todas sus fuerzas para seguir vivo. Con todo tipo de armas y estratagemas. Simplemente, se niega a morir.

—Estoy listo para morir —Glokta le devolvió su misma mirada—. Pero me niego a perder.

—Cueste lo que cueste, ¿eh? Usted y yo somos dos personas del mismo tipo, y es un tipo nada común. Comprendemos lo que se ha de hacer y lo hacemos sin pestañear, dejando a un lado los sentimientos. Recuerda al Lord Canciller Feekt, ¿verdad?

Si hago memoria...

—El Canciller Dorado. Durante cuarenta años, según dicen, manejo el Consejo Cerrado a su antojo. Y la Unión, de paso.
Eso decía Sult. Y también decía que su muerte dejó un gran vacío, un vacío que tanto él como Marovia ansiaban llenar. Ahí empezó para mí esta desagradable danza. Con una visita del Archilector, con las confesiones de mi antiguo amigo Salem Rews, con el arresto de Sepp dan Teufel, el Maestre de la Ceca...

Bayaz arrastró la punta de uno de sus gruesos dedos entre las piezas del tablero, como si estuviera meditando su próximo movimiento.

—Teníamos un acuerdo Feekt y yo. Yo le hacía poderoso. Y él me servía con total fidelidad.

Feekt... el pilar sobre el que se sustentaba la Unión... ¿le servía a usted? Me esperaba algún que otro delirio de grandeza, pero esto bate todos los récords.

—¿Quiere hacerme creer que fue usted quien tuvo el control de la Unión durante todo este tiempo?

Bayaz resopló.

—Lo tengo desde el mismo momento en que forcé a todo este maldito territorio a unirse en tiempos del mal llamado Harod el Grande. A veces me he visto obligado a intervenir personalmente, como en la reciente crisis. Pero por lo general me he mantenido a distancia. Detrás del telón, por así decirlo.

—Me imagino que debe oler bastante a cerrado ahí detrás.

—Una incomodidad necesaria, en cualquier caso —la luz de la lámpara hacía que la blanca sonrisa del Mago reluciera—. A la gente le gusta contemplar un bonito espectáculo de títeres, Superior. Pero un simple atisbo del titiritero podría causarles una gran perturbación. Incluso es posible que de pronto cayeran en la cuenta de que ellos mismos tienen unas cuerdas atadas a las muñecas. Sult atisbo lo que había detrás del telón y ya ve la cantidad de problemas que causó a todo el mundo —Bayaz dio un capirotazo a una de las piezas, que cayó con un traqueteo y se puso a balancearse sobre el tablero.

—Supongamos que en efecto es usted el gran arquitecto y que nos ha dado... —Glokta señaló la ventana con la mano— ...todo esto. ¿A cuenta de qué tanta generosidad?

—No es algo del todo desinteresado, he de reconocerlo. Khalul contaba con los gurkos para que lucharan por él. Yo necesitaba tener mis propios soldados. Hasta el más grande de los generales necesita contar con unos hombrecillos que defiendan el frente —empujó hacia delante una de las piezas con gesto ausente—. Hasta el más grande de los guerreros necesita disponer de una armadura.

Glokta adelantó el labio inferior.

—Pero entonces falleció Feekt y usted se quedó desnudo.

—Tan desnudo como un bebé, a mi edad —Bayaz exhaló un profundo suspiro—. Y con muy mal tiempo, encima, pues Khalul se preparaba para entrar en guerra. Tendría que haber encontrado un sucesor apropiado con mayor celeridad, pero mis lecturas absorbían todo mi tiempo y tenía la cabeza en otras cosas. Cuanto más viejo se hace uno, más rápidos pasan los años. Es fácil olvidarse de que la gente se muere.

Y con qué facilidad.

—El fallecimiento del Canciller Dorado dejó un vacío de poder —dijo entre dientes Glokta, repasando los hechos—. Sult y Marovia vieron la oportunidad de llenarlo y poner en práctica su propia idea de cómo debía ser gobernado el país.

—Unas ideas increíblemente disparatadas, por cierto. Sult quería retornar a un pasado imaginario en el que todo el mundo se mantenía en el lugar que le correspondía y obedecía sin rechistar. Y en cuanto a Marovia... ¡Ja! Marovia pretendía desprenderse alegremente del poder y regalárselo al pueblo. ¿Votos? ¿Elecciones? ¿La voz del hombre del pueblo?

—Aireó ante mí algunas ideas de este tipo.

—Pues espero que usted aireara también su profundo desprecio por ellas. ¿Poder para el pueblo? —se interrogó con sorna Bayaz—. No lo quiere. No lo comprende. ¿Qué demonios haría con él si lo tuviera? El pueblo es como un niño. Mejor dicho,
es
un niño. Necesita tener a alguien que le diga qué es lo que hay que hacer.

—Alguien como usted, me imagino.

—¿Quién mejor que yo? Marovia creía que me estaba utilizando para sus mezquinos planes cuando en realidad era yo el que le estaba utilizando a él. Mientras él se peleaba con Sult para obtener unas migajas, yo ya tenía el juego ganado con un movimiento que tenía preparado desde hacía tiempo.

Glokta asintió moviendo despacio la cabeza.

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