El último argumento de los reyes (93 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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West casi suelta una carcajada.

—¿Eso salió bien?

—En cierto modo, desde luego, es un hombre absolutamente detestable. Aterrador y a la vez digno de lástima. Pero... como no tenía a nadie más con quien hablar he acabado por cogerle afecto.

—Hummm. También antes era detestable, aunque de una manera distinta. Nunca he sabido por qué en su momento yo también le cogí afecto. Y sin embargo fue así. Supongo que no hay...

West sintió de pronto una especie de calambre en la tripa que le produjo una náusea. Se tambaleó, estuvo a punto de caerse y finalmente se echó sobre la cama con una pierna estirada por delante. Lo veía todo borroso y la cabeza le daba vueltas. Se cubrió la cara con las palmas de las manos y apretó los dientes para que no se le escaparan las flemas. Luego sintió que Ardee le posaba una mano en el hombro.

—¿Estás bien?

—Esto... sí, es sólo que... no sé, de vez en cuando me vienen como unas náuseas —la sensación empezaba a pasársele. Se frotó sus sienes doloridas y luego la nuca. Por fin, alzó la cabeza y sonrió—. Seguro que no es nada.

—Collem...

Se le había quedado enganchado pelo entre los dedos. Gran cantidad de pelo. Del suyo, a juzgar por el color. Lo miró parpadeando, perplejo, y luego tosió una especie de carcajada incrédula. Una tos húmeda y salada que brotaba de debajo de sus costillas.

—Ya sé que hace años que pierdo pelo —dijo con voz ronca—, pero esto ya es demasiado.

Ardee no se rió. Contemplaba con espanto las manos de su hermano con los ojos muy abiertos.

Deberes patrióticos

Glokta hizo una mueca de dolor mientras se agachaba con mucho cuidado para tomar asiento. Ninguna fanfarria señaló el momento en que su dolorido trasero entró en contacto con la dura madera. Tampoco se produjo una cerrada ovación. Lo único que se oyó fue el agudo chasquido de su rodilla ardiente.
Y no obstante, es un momento de la mayor trascendencia, y no sólo para mí
.

Los diseñadores del mobiliario de la Cámara Blanca se habían aventurado a salir del territorio de la austeridad para adentrarse en el de la más absoluta incomodidad.
Cualquiera hubiera imaginado que se habría estirado un poco el presupuesto para tapizar los asientos de los hombres más poderosos del reino. Quizá fuera una forma de recordar a sus ocupantes que uno no se debe sentir nunca del todo cómodo en la cúspide del poder
. Miró de soslayo a Bayaz y vio que le estaba observando.
Bueno, a lo más que puedo aspirar es a estar incómodo
.
¿Acaso no lo he dicho un montón de veces?
Con el rostro contraído de dolor, trató de culebrear hacia delante, y las patas de la silla emitieron un sonoro chirrido.

Hace mucho tiempo, cuando era un joven apuesto y prometedor, soñaba que algún día me sentaría aquí convertido en un noble Lord Mariscal, un respetado Juez Supremo, o incluso un honorable Lord Canciller. ¿Quién hubiera sospechado, incluso en sus momentos más sombríos, que el guapísimo Sand dan Glokta se sentaría un día en el Consejo Cerrado convertido en el temido, aborrecido y todopoderoso Archilector de la Inquisición?
Apenas pudo reprimir una sonrisa desdentada mientras se recostaba en el rígido respaldo de madera.

Sin embargo, no todo el mundo parecía estar encantado con su súbito ascenso. El Rey Jezal, sin ir más lejos, le miraba con una expresión de profundo desagrado.

—Es sorprendente la rapidez con la que se le ha confirmado a usted en el puesto— dijo.

Bayaz intervino.

—El procedimiento puede abreviarse mucho si existe una voluntad clara de hacerlo, Majestad.

—Al fin y al cabo —terció Hoff recorriendo con una mirada melancólica la mesa, en una de las raras ocasiones en que su boca se separaba de su copa—, nos hallamos tristemente reducidos en número.

Muy cierto
. Varias de las sillas se encontraban significativamente vacías. El Mariscal Varuz estaba desaparecido y se suponía que muerto.
Muerto sin duda, considerando que estaba a cargo de la defensa de la Torre de las Cadenas, una estructura que en la actualidad se encuentra desparramada por las calles de la ciudad. Adiós a mi viejo maestro de esgrima, adiós
. El Gran Juez Marovia también había dejado un asiento vacío.
Seguro que todavía andan raspando las paredes de su despacho para tratar de recuperar algunos trozos de su carne congelada. Adiós también a mi tercer pretendiente, me temo
. Lord Valdis, comandante en jefe de los Caballeros Mensajeros tampoco estaba entre los asistentes.
Según tengo entendido, estaba supervisando la puerta del sur cuando los gurkos detonaron sus polvos explosivos. No se ha hallado el cuerpo, ni creo que se halle nunca
. El Lord Almirante Reutzer también estaba ausente.
Herido en el mar por un tajo de alfanje en el vientre. No se espera que sobreviva, ay
.

Ciertamente, la cúspide del poder está menos abarrotada que de costumbre.

—¿El Mariscal West no puede asistir? —preguntó el Lord Canciller Halleck.

—Lamentándolo mucho, no —el General Kroy pronunció cada palabra con una especie de mordisco—. Me ha pedido que ocupe su puesto y hable en nombre del ejército.

—¿Y cómo está el Mariscal?

—Herido.

—Y aquejado de ese extraño mal que ha azotado recientemente al Agriont —añadió el Rey, mirando con gesto hosco al extremo de la mesa donde se encontraba el Primero de los Magos.

—Es lamentable —en el rostro de Bayaz no se apreciaba ningún signo de pesar, ni de ninguna otra cosa.

—Es algo terrible —se lamentó Hoff—. Los médicos están completamente desorientados.

—Muy pocos sobreviven —los ojos de Jezal tenían ahora una mirada asesina.

—Esperemos ardientemente que el Mariscal West sea uno de esos pocos afortunados —soltó de golpe Torlichorm.
Esperémoslo, sí. Aunque la esperanza no va a cambiar las cosas
.

—Bueno, ¿entramos en materia? —se oyó el gorgoteo del vino que caía en la copa de Hoff; la segunda desde que entró en la cámara—. ¿Cómo va la campaña, General Kroy?

—El ejército gurko está en desbandada. Los perseguimos hasta Keln, donde algunos contingentes consiguieron huir a bordo de los restos de su flota. Los barcos del Duque Orso, no obstante, pusieron fin a esa aventura. La invasión gurka ha fracasado. La victoria es nuestra.
Y sin embargo frunce el ceño como si estuviera confesando una derrota
.

—Estupendo.

—La nación está en deuda con sus valientes soldados.

—Nuestras felicitaciones, General.

Kroy clavó la vista en la superficie de la mesa.

—Guarden sus felicitaciones para el Mariscal West, que fue quien dio las órdenes, y para el General Poulder y los demás valientes que dieron la vida cumpliéndolas. Yo no fui más que un mero observador.

—Pero usted también desempeñó su papel, y admirablemente, por cierto —Hoff alzó su copa—. Dada la desdichada ausencia del Mariscal Varuz, tengo la impresión de que a no tardar mucho Su Majestad tendrá a bien concederle un ascenso —lanzó una mirada al Rey, y Luthar, sin mucho entusiasmo, expresó su asentimiento con un gruñido.

—Me sentiré muy honrado de servir en cualquier puesto que Su Majestad considere indicado. Pero en este momento me parece más urgente atender el problema de los prisioneros. Hay miles de ellos y no disponemos de alimentos para...

—Tampoco disponemos de alimentos suficientes para cubrir las necesidades de nuestros soldados, de nuestros ciudadanos, de nuestros heridos —dijo Hoff mientras se daba unos golpecitos en los labios para limpiarlos de humedad.

—¿No podríamos pedir un rescate al Emperador por los prisioneros de calidad? —sugirió Torlichorm.

—Apenas hay personas de calidad en todo su maldito ejército.

Los ojos de Bayaz recorrieron con una mirada torva la mesa.

—Si el Emperador no tiene en demasiada estima a sus hombres, menos aún nosotros. Que se mueran de hambre.

Algunos de los presentes se removieron incómodos en sus asientos.

—Hablamos de miles de vidas y... —comenzó a decir Kroy.

La mirada del Primero de los Magos cayó sobre él como una losa y aplastó todas sus objeciones.

—Sé muy bien de lo que hablamos, General. Hablamos de enemigos. De invasores.

—Tiene que haber alguna otra solución, ¿no? —soltó el Rey—. ¿No podríamos meterlos en barcos y devolverlos a la costa kantic? Sería un epílogo vergonzoso a nuestra gran victoria si ahora...

—Por cada prisionero que alimentemos condenaremos a uno de nuestros ciudadanos a pasar hambre. Esa es la terrible aritmética del poder. Majestad, la decisión es difícil sin duda, pero así son todas las decisiones que se toman en esta sala. ¿Cuál es su opinión, Archilector?

Los ojos del rey y de los ancianos que se sentaban alrededor de la mesa se volvieron hacia Glokta.
Ah, claro, comprendemos lo que se ha de hacer y lo hacemos sin pestañear y todo eso, ¿no? Que sea el monstruo el que pronuncie la sentencia de muerte para que así los demás podamos seguir pensando que somos gente decente
.

—Nunca he profesado demasiada admiración por los gurkos —Glokta encogió sus doloridos hombros—. Que se mueran de hambre.

El Rey Jezal se retrepó un poco en su asiento y la severidad de su mirada se incrementó aún más.
A ver si va a resultar que nuestro monarca está un poco menos domesticado de lo que le gustaría creer al Primero de los Magos
. El Lord Canciller Halleck carraspeó.

—Ahora que la victoria es nuestra, lo primero de lo que debemos ocuparnos es del desescombro y la reconstrucción de todo aquello que ha sido destruido por... —miró fugazmente a Bayaz con un gesto nervioso— ...la agresión gurka.

—Bravo, bravo.

—Reconstrucción.

—El simple hecho de desescombrar el Agriont tendrá unos costos... —y Halleck contrajo el rostro como si la palabra le causara dolor— ...que pueden ascender a varias decenas de miles de marcos. Su reconstrucción podría suponer varios millones. Si a eso añadimos los considerables daños sufridos por la ciudad de Adua... el alcance de los costos... —Halleck volvió a fruncir el ceño y se frotó con una mano su barbilla mal afeitada— ...resulta difícil de imaginar.

—Se hará todo lo que se pueda —Hoff sacudió la cabeza con pesar—. Marco a marco.

—Propongo que, por una vez, acudamos a los nobles —terció Glokta. La sugerencia fue acogida con unos cuantos gruñidos de asentimiento.

—Su Eminencia ha estado muy atinado.

—Un recorte significativo de los poderes del Consejo Abierto —dijo Halleck.

—Hay que cargar de impuestos a los nobles que no contribuyeron materialmente al esfuerzo bélico.

—¡Excelente idea! Hay que cortarles las alas a esos malditos parásitos.

—Se necesitan reformas radicales. Recuperación de tierras para la corona. Gravámenes sobre las herencias.

—¡Gravámenes sobre las herencias! ¡Una idea inspirada!

—También hay que meter en cintura a los Lores Gobernadores.

—Hace mucho tiempo que Skald y Meed gozan de demasiada independencia.

—Meed no tiene la culpa. Su provincia es una ruina...

—No se trata de buscar culpables —terció Bayaz.
Desde luego que no. Si quisiéramos buscar culpables todos sabríamos adónde mirar
—, sino de tener un mayor control de nuestros recursos. La victoria nos ofrece la oportunidad de implantar reformas.

—¡Centralización!

—Ocupémonos también de Westport. Llevan demasiado tiempo jugando a enemistarnos con los gurkos.

—Ahora nos necesitan.

—¿No sería conveniente tal vez extender la Inquisición a su ciudad? —sugirió Glokta.

—¡Una cabeza de puente en Estiria!

—¡Hemos de reconstruir el país! —el Primero de los Magos golpeó la mesa con su grueso puño—. Hacerlo mejor y más esplendoroso de lo que era antes. Es posible que las estatuas de la Vía Regia se hayan desmoronado, pero han dejado hueco para otras nuevas.

—Una nueva era de prosperidad —dijo Halleck con los ojos brillantes.

—Una nueva era de poder —dijo Hoff alzando su copa.

—¿Una edad dorada? —los ojos de Bayaz recorrieron la mesa y miraron a Glokta.

—¡Una era de unidad y de oportunidades para todos! —dijo el Rey.

No pareció que su propuesta fuera acogida con excesivo entusiasmo. Con un leve gesto de fastidio, todos los presentes volvieron los ojos hacia la cabecera de la mesa.
Como si alguien en lugar de hablar se hubiera tirado un pedo
.

—Hummm... sí, claro, Majestad —dijo Hoff—. Oportunidades.
Para cualquiera que tenga la fortuna de pertenecer al Consejo Cerrado
.

—Tal vez no sería mala idea aumentar la carga impositiva sobre los gremios de mercaderes —sugirió Halleck—. Como ya había pensado hacer nuestro anterior Archilector. Y también a los bancos. Una medida como esa pondría a nuestra disposición ingentes cantidades de dinero...

—No —atajó Bayaz—. Ni a los gremios ni a los bancos. El funcionamiento sin trabas de esas dos nobles instituciones es una fuente de riqueza y de seguridad para todos. El futuro de la nación está en el comercio.

Halleck inclinó humildemente la cabeza.
Con algo más que un asomo de miedo, según me parece detectar
.

—Por supuesto, Lord Bayaz. Tiene toda la razón. Admito de buena gana mi error.

El Mago prosiguió con tono suave.

—No obstante, es posible que los bancos se mostraran dispuestos a hacer un préstamo a la corona.

—Excelente idea —saltó de inmediato Glokta—. Me permito recomendar a la banca Valint y Balk, una institución digna de toda confianza y con una larga historia a sus espaldas. Su contribución me fue de gran ayuda en mi intento de defender Dagoska. Estoy convencido de que podremos volver a contar con su apoyo —en el rostro de Bayaz se dibujó una sonrisa casi imperceptible—. De momento ya se han confiscado las tierras, los bienes y los títulos del traidor Lord Brock. Su venta nos permitirá recaudar una suma considerable de dinero.

—¿Y qué hay de su persona, Archilector?

—Todo parece indicar que abandonó el país con los últimos contingentes gurkos. Damos por sentado que sigue siendo... su huésped.

—Su títere, querrá decir —Bayaz sorbió entre dientes—. Mal asunto. Pudiera convertirse en un polo de referencia de los descontentos.

—Dos de sus hijos están encerrados a cal y canto en el Pabellón de los Interrogatorios. Su hija y uno de los niños. Tal vez fuera posible un canje...

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