Ruth van Rydock está preocupada por su hermana. Para asegurarse de que está bien, le pide a su vieja amiga Jane Marple que vaya a Stonygates, la laberíntica mansión donde Carrie-Louis vive junto a su tercer marido, Lewis Serrocold. De repente Miss Marple se encuentra en medio de una excéntrica casa, donde convive una extraña familia y un reformatorio para jóvenes criminales, donde la violencia apenas parece percibirse.
Agatha Christie
El truco de los espejos
ePUB v1.3
Ormi19.11.11
Título original:
They do it with mirrors
Traducción: C. Peraire del Molino
Agatha Christie, 1952
Edición 1985 - Editorial Molino - 224 páginas
ISBN: 84-272-0145-1
En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:
BAUMGARTEN
: Médico, terapeuta.
BELLEVER
(Jolly)
: Secretaria, ama de llaves y a la vez amiga de Carne Louise.
CARRIE LOUISE
: Hermana menor de Ruth Van Rydock.
CURRY
: Inspector de policía.
DODGETT
: Ayudante de Curry.
ESTEFANÍA
: Anciana doncella de la señora Van Rydock.
GALBRAITH
: Viejo obispo de Cromer, antiguo amigo de los Gul-brandsen.
GINA
: Nieta de Carrie Louise casada con Hudd; hija de Pippa, que fue una niña adoptada por Carrie Louise y su primer esposo.
GREG
(Ernie)
: Un joven internado en el reformatorio que sostienen Serrocold y su esposa.
GULBRANDSEN
(Christian)
: Hijastro de Carrie Louise por ser hijo de su primer esposo, Eric.
HUDD
(Walter)
: Esposo de Gina.
LAKE
: Sargento de policía.
LAWSON
: Ayudante de Serrocold.
MARPLE
(Juana)
: Íntima amiga de las hermanas Ruth Van Rydock y señora Serrocold.
MAVERICK
: Doctor adjunto al reformatorio citado.
RESTARICK
(Alexis y Esteban)
: Hijos del primer matrimonio de Juan Restarick, que a su vez fue el segundo esposo de Carrie Louise.
SERROCOLD
(Lewis)
: Tercer esposo de Carrie Louise, idealista humanitario, director de un reformatorio para jóvenes delincuentes.
STRETE
(Mildred)
: Hija de Carrie Louise y Eric Gulbrandsen, millonario y uno de los esposos que tuvo Carrie Louise.
VAN RYDOCK
(Ruth)
: Dama otoñal, riquísima, viuda de tres esposos y hermana de Carrie Louise.
La señora Van Rydock, tras alejarse unos pasos del espejo, exhaló un suspiro.
—Bueno, tendrá que ser éste —murmuró—. ¿Te parece bien, Juana?
La señorita Marple admiraba complaciente la creación de Lanvanelli.
—Es un vestido muy bonito —dijo.
—Sí, está bien —repuso la señora Van Rydock, volviendo a suspirar—. Quítemelo, Estefanía.
La anciana doncella de cabellos grises y boca menuda deslizó cuidadosamente el vestido sobre los brazos y cabeza de la señorita Van Rydock. Ésta quedó en combinación ante el espejo. Iba exquisitamente encorsetada, y sus piernas, todavía bien conservadas, lucían finas medias de nylon. Su rostro, bajo la capa de cosméticos y debido al constante masaje, parecía casi infantil a una prudente distancia. Sus cabellos grises con reflejos azules estaban cuidadosamente peinados. Al contemplar a la señora Van Rydock resultaba imposible imaginar cuál sería su estado original. Era el resultado de todo lo que el dinero puede lograr… reforzado por el régimen, masajes y constantes ejercicios.
Ruth Van Rydock miró divertida a su amiga.
—¿Crees que la gente podría adivinar que tú y yo somos casi de la misma edad, Juana?
La señorita Marple fue sincera al responder:
—Ni por un momento. Estoy segura. ¡Me temo que yo represento exactamente mi edad!
La señorita Marple tenía un rostro suave y rosado surcado de arrugas, cabellos blancos y unos ojos inocentes color azul porcelana. Daba la impresión de ser una dulce abuelita. En cambio, nadie hubiera calificado de dulce a la señora Van Rydock.
—Me figuro que sí, Juana —dijo Ruth Van Rydock. Sonrió—. Y yo también, sólo que de otra manera. «Es maravilloso cómo conserva su figura esa vieja bruja», dicen de mí. ¡Pero saben que soy una vieja bruja! Y, Dios mío, ¡me siento como tal! Te lo aseguro.
Dejóse caer pesadamente sobre una butaca tapizada de raso.
—Está bien, Estefanía. Puedes marcharte.
La doncella recogió el vestido y salió de la habitación.
—La vieja y buena Estefanía —dijo Ruth Van Rydock—. Lleva conmigo más de treinta años. Es la única mujer que sabe cómo soy en realidad. Juana, quiero hablarte.
La señorita Marple inclinóse hacia delante. Su figura resultaba algo inadecuada en el marco de aquellas habitaciones de un hotel de lujo. Vestía de negro, con cierto desaliño, llevaba un gran bolso, casi un maletín de mano, y daba la impresión de ser toda una señora.
—Estoy preocupada por Carrie Louise, Juana.
—¿Carrie Louise? —La señorita Marple repitió el nombre pensativa, pues le traía a la memoria lejanos recuerdos.
Un pensionado de Florencia. Vióse a sí misma, la rubia muchachita inglesa, y las dos Martin, americanas, que tanto la asombraban por su curiosa manera de expresarse sus modales resueltos y su vitalidad. Ruth, alta, intrépida, dominando el mundo; Carrie Louise, menuda, poquita cosa, reposada.
—¿Cuándo la viste por última vez, Juana?
—¡Oh! Hace muchos años. Veintiocho, por lo menos. Claro que seguimos felicitándonos las Pascuas.
¡Extraña cosa, la amistad! Ella, la joven Juana Marple, y las dos americanas. Sus vidas tomaron rumbos distintos casi en seguida, y no obstante persistió su antiguo afecto; alguna que otra carta, intercambio de recuerdos de Navidad. Era extraño que Ruth, cuya casa —o mejor dicho, casas—, estaban en América, hubiera sido la que viera más a menudo de las dos hermanas. No, tal vez no fuese extraño. Como la mayoría de americanas con su posición, Ruth fue siempre muy cosmopolita, y cada uno o dos años visitaba Europa, yendo a Londres, a París, a la Riviera, y de regreso, siempre encontraba unos momentos para dedicarse a sus antiguas amistades. Hubo muchos encuentros como el presente. En el Savoy, Claridges, Berkeley, o el Dorchester. Una comida íntima, llena de afectuosas remembranzas y un adiós cariñoso y apresurado. Ruth nunca tuvo tiempo para ir a St. Mary Mead y la señorita Marple ni siquiera lo había esperado. Todas las visitas tienen su tiempo. El de Ruth era presto, mientras que la señorita Marple tenía que conformarse con el adagio.
Por eso fue a Ruth a la que viera con más frecuencia, en tanto que a Carrie Louise, por vivir en Inglaterra, llevaba veinte años sin verla. Extraño, pero en cierto modo natural, porque cuando se vive en el mismo país no es necesario disponer de antemano un encuentro con los viejos amigos. Se supone que más pronto o más tarde uno ha de tropezarse con ellos. Sólo que esto no ocurre cuando se vive en esferas distintas y los caminos de Juana Marple y Carrie Louise no se cruzaron.
—¿Por qué te preocupa Carrie Louise, Ruth? —quiso saber la señorita Marple.
—¡Pues eso es precisamente lo que más me preocupa! Que no lo sé.
—¿No estará enferma?
—Está muy delicada… como siempre… No digo que esté peor que de costumbre… considerando que va siguiendo tan bien como nosotras.
—¿Es desgraciada?
—¡Oh, no!
«No, no; eso no sería posible —pensó la señorita Marple—. Era difícil imaginar a Carrie Louise desgraciada… y, sin embargo, hubo algunas temporadas en su vida que debió serlo. Sólo que… la imagen no era muy clara. Aturdimiento… sí; incredulidad… también, pero un dolor profundo… eso no.»
La señora Van Rydock seguía hablando.
—Carrie Louise siempre ha vivido fuera de este mundo. No sabe cómo es. Tal vez sea esto lo que me tiene preocupada.
—Las circunstancias… —comenzó a decir la señorita Marple, mas se detuvo meneando la cabeza—. No.
—No, es ella misma —repuso Ruth Van Rydock—. Carrie Louise siempre fue la única de las dos que tuvo ideales. Claro que es natural tener ideales cuando se es joven… Todas los tuvimos, es cosa propia de la juventud. Tú querías dedicarte a cuidar leprosos. Juana, y yo iba a meterme a monja. Esas cosas se olvidan luego. El matrimonio, me figuro, nos las quita de la cabeza. Sin embargo, no me ha ido tan mal.
La señorita Marple pensó que se expresaba con sinceridad. Ruth estuvo casada tres veces, todas con hombres muy ricos, y los divorcios posteriores habían engrosado su cuenta corriente, sin amargar su carácter.
—Claro —decía— que siempre he sido muy entera. Nunca me he dejado abatir por las circunstancias. Nunca esperé demasiado de la vida, y mucho menos de los hombres… y me ha ido muy bien… Así es que no les guardo rencor. Tommy y yo seguimos siendo excelentes amigos, y Julio, a menudo, me pide mi parecer sobre las operaciones de Bolsa —su rostro se ensombreció—. Creo que es eso lo que me preocupa de Carrie Louise… Siempre ha tenido tendencia, ya sabes, a casarse con maniáticos.
—¿Maniáticos?
—Sí, hombres idealistas. Carrie Louise se sintió atraída por los ideales. Ahí la tienes, bonita como una rosa, sólo con diecisiete años, escuchando, con unos ojos como platos, las explicaciones del viejo Gulbrandsen sobre sus planes para el mejoramiento de la raza humana. Tenía sus cincuenta, y se casó con él; con un viudo que ya tenía hijos mayores… y todo a causa de sus ideas filantrópicas. Solía escucharle embobada. Como Desdémona y Ótelo. Aunque, por fortuna no hubo ningún Yago que enredara las cosas… y, de todas formas, Gulbrandsen no era negro, sino un sueco o noruego.
La señorita Marple asentía pensativa. Gulbrandsen tuvo renombre internacional. Un hombre que, con su capacidad para los negocios y perfecta honradez, había amasado una fortuna tan colosal que realmente fue la única solución emplearla en hacer bien a la humanidad. Aquel nombre todavía tenía resonancia. El Trust Gulbransend, la Sociedad de Investigaciones Gulbrandsen, los Asilos Gulbrandsen y lo más conocido: el Gran Colegio para Hijos de Obreros.
—No se casó con él por su dinero, ya lo sabes —decía Ruth—. Yo sí que lo hubiera hecho, pero no Carrie Louise. No sé lo que hubiese ocurrido de no morir él cuando Carrie tenía treinta y dos años. Es una edad muy buena para una viuda. Se tiene experiencia, y aún se sigue resultando aceptable.
La solterona la escuchaba, asintiendo amablemente, mientras traía a su memoria las viudas que conociera en el apacible y sosegado pueblecito de St. Mary Mead.
—Me alegré mucho cuando se casó con Juan Restarik. Creo que él se casó con Carrie Louise por su dinero… y, si no fue exactamente así, la verdad es que no se hubiera casado con ella de no tenerlo. Juan era egoísta, amante del placer y holgazán, pero incluso esto es mucho mejor que ser un maniático idealista. Todo lo que quería era vivir bien. Llevar a Carrie Louise a los mejores modistos, tener yates y automóviles y que se divirtiera a su lado. Esa clase de hombres son muy seguros. Dales comodidades y lujos, y estarán sumisos como gatitos y serán encantadores. Yo nunca tomé muy en serio sus maquetas para escenarios y sus dibujos para decorados teatrales, pero Carrie Louise estaba emocionada,., y creía que aquello era Arte con A mayúscula, y la verdad es que le obligó a no abandonar tales actividades, y entonces fue cuando se apoderó de él aquella horrible yugoslava con la que se fugó. Si Carrie hubiera esperado y sido un poco comprensiva, hubiera vuelto a su lado.