El truco de los espejos (6 page)

Read El truco de los espejos Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: El truco de los espejos
2.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

La anciana dijo tímidamente:

—Siempre he creído que mi querida Carrie Louise vivía un poco en las nubes.

—¡Oh, lo sé! No puedo soportarlo. Sus manías, extravagancias y proyectos idealistas. No tiene usted idea, tía Juana, de lo que eso significa. Naturalmente, yo puedo hablar con conocimiento de causa. He crecido en medio de todo esto.

A la señorita Marple le chocó un tanto oírse llamar «tía Juana», Claro que en todos los regalos que enviara para las niñas de Carrie Louise siempre puso: «De tía Juana, con cariño», y cuando pensaran en ella, es lógico que lo hicieran llamándola «tía Juana», aunque no era probable que fuese muy a menudo.

—Debe de haber tenido… una infancia difícil.

Mildred volvió los ojos agradecidos hacia ella.

—Oh, me alegra que alguien sea capaz de darse cuenta, la gente no comprende los sentimientos de las criaturas. Pippa, ya sabe, era la más bonita, y también la mayor. Siempre era ella la que acaparaba toda la atención. Papá y mamá la animaban continuamente… y no es que necesitara que la animasen. Yo era tímida… Pippa no sabía lo que era eso… Una niña puede sufrir mucho, tía Juana.

—Ya lo sé —repuso la anciana.

—«Mildred es tan tonta», solía decir Pippa. Pero yo era más pequeña que ella. Y es muy desagradable para una niña que su hermana esté siempre contra ella y también la gente. «Qué niña tan mona», le decían a mamá. Nunca se fijaban en mí. Y era con ella con quien papá solía jugar y reír. Alguien debía haberse dado cuenta de lo duro que me resultaba el que todas las atenciones fuesen para ella. No era lo bastante mayor para darme cuenta de que es el carácter lo que importa principalmente.

Le temblaban los labios; se rehizo y continuó:

—Y no era justo…, nada justo… Yo era su verdadera hija. Pippa había sido adoptada. Yo era la heredera de la casa…, ella no era nadie.

—Probablemente fueron demasiado indulgentes con ella por esta causa —dijo la señorita Marple.

—La preferían a ella. Una niña a quien sus propios padres no quisieron… y probablemente ilegítima.

Prosiguió:

—Se ve en Gina. Tiene mala sangre. Lewis puede tener las teorías que quiera sobre el medio ambiente. La mala sangre no puede ocultarse. Fíjese en Gina.

—Gina es una muchacha encantadora —repuso la señorita Marple.

—Pero, en cambio, su comportamiento… Todo el mundo, menos mi madre, se da cuenta de cómo trata a Esteban Restarick. Es de mal gusto. Admito que ha hecho una boda desgraciada, pero el matrimonio es el matrimonio, y una debe estar preparada para sobrellevarlo. Al fin y al cabo, ella fue quien escogió a ese terrible muchacho.

—¿Es tan terrible?

—¡Querida tía Juana! A mí me da la impresión de un gángster. Es tan arisco y rudo. Apenas abre la boca. Siempre se muestra disgustado y grosero.

—Me parece que no es feliz —aventuró la señorita Marple.

—No sé por qué no había de serlo…, quiero decir, aparte del comportamiento de Gina. Aquí se ha hecho por él cuanto se ha podido. Lewis le ha indicado varias maneras para que tratase de resultar útil… Pero él prefiere remolonear por ahí, sin hacer nada.

Cambió de tono:

—Oh, este lugar es imposible…, completamente imposible. Lewis sólo piensa en esos terribles criminales, y mamá sólo en él. Todo lo que Lewis hace, está bien hecho. Mire en qué estado se halla el jardín…, los parterres…, esos hierbajos. Y la casa… donde nada se hace a derechas. Oh, ya sé que hoy día es difícil llevar una casa, pero puede conseguirse. Y es que además de cortos de dinero, nadie se preocupa. Si fuera mi casa…

Se detuvo.

—Me temo que todos tenemos que enfrentarnos con el hecho de que las condiciones son distintas. Estos grandes caserones son un grave problema. Debió ser triste para usted encontrarlo tan cambiado a su vuelta. ¿De veras prefiere vivir aquí… que en casa propia?

Mildred Strete enrojeció.

—Al fin y al cabo, es mi hogar. La casa que fue de mi padre. Eso nadie puede cambiarlo. Tengo derecho a estar aquí, si quiero, y quiero. ¡Si mi madre no fuera tan imposible! Ni siquiera se viste de un modo adecuado. Eso le preocupa mucho a Jolly,

—Iba a preguntarle por ella.

—Es un descanso tenerla aquí. Adora a mi madre. Hace mucho tiempo que está con ella…, vino en tiempos de Juan Restarick. Y creo que estuvo magnífica cuando ocurrió aquel desgraciado asunto. Supongo que habrá oído decir que se fugó con aquella yugoslava…, una mujer de lo más bajo. Creo que tenía muchos amantes. Mi madre se portó con mucha dignidad y se divorció con el menor alboroto posible. Incluso llegó a consentir que los hijos de Restarick pasaran aquí sus vacaciones, cosa innecesaria, pues pudo arreglarse de otra manera. Claro que era imposible dejarles con su padre y esa mujer. El caso es que los tuvo aquí… y la señorita Bellever se ocupó de todo y fue la torre de la fortaleza. Algunas veces pienso que ella hace que mi madre sea incluso más apagada de lo que es, al hacer todas las cosas; pero la verdad, no sé qué se haría sin ella.

Hizo una pausa y exclamó con cierta sorpresa:

—Aquí está Lewis. ¡Qué extraño! Rara vez sale al jardín.

El señor Serrocold se acercaba con aquel aire ausente con que hacía todas las cosas. Pareció no percatarse de la presencia de Mildred, puesto que era la señorita Marple quien estaba en su mente.

—Lo siento mucho —le dijo—. Quería haberla acompañado yo mismo a visitar todas nuestras instalaciones. Carolina me lo había pedido. Por desgracia tengo que ir a Liverpool. Es por ese muchacho empleado en ferrocarriles que quita los paquetes de la oficina. Pero Maverick la acompañará. Estará aquí dentro de unos minutos. Yo no regresaré hasta pasado mañana. Será espléndido si logramos que no vuelva a las andadas.

Mildred Strete se levantó para marcharse. Lewis Serrocold ni siquiera se dio cuenta de su marcha. Sus ojos inquietos miraban a la señorita Marple a través de los gruesos cristales de sus lentes.

—¿Sabe? —le dijo—. Los jueces casi siempre se equivocan. Algunas veces son demasiado severos, y otras demasiado indulgentes. Si les condenan a unos meses de encierro no les sirve de escarmiento…, incluso les parece divertido. Se jactan de ello ante sus amigos, pero una sentencia severa a menudo les hace volver a la realidad. Comprenden que el juego no merece la pena. O a veces es mejor encarcelarlos. Una enseñanza correctiva… reconstructiva como la que nosotros damos aquí…

La señorita Marple le interrumpió:

—Señor Serrocold. ¿Está usted completamente satisfecho del joven Lawson? ¿E… es del todo normal?

Una expresión de disgusto apareció en el rostro de Lewis Serrocold.

—Espero que no vuelva a recaer. ¿Qué le ha estado diciendo?

—Que era hijo de Winston Churchill…

—Claro, claro. Lo de siempre. El pobre chico es hijo ilegítimo como es probable que ya haya adivinado, y de origen muy humilde. Me recomendó su caso una Sociedad de Londres. Había asaltado a un hombre en plena calle, porque dijo que le espiaba. Los síntomas clásicos… El doctor Maverick se lo explicará. Me enteré de su historia. Su madre era de la clase baja, pero de una respetable familia de Plymouth. Su padre, un marinero… Ella ni siquiera sabe su nombre… El niño creció en circunstancias difíciles… y comenzó a imaginarse cosas de su padre y más tarde de sí mismo. Se vestía de uniforme con condecoraciones que no tenía derecho a usar…, todo muy típico. Pero el diagnóstico de Maverick es favorable si conseguimos infundirle confianza en sí mismo. Le he dado un cargo de responsabilidad, tratando de hacerle comprender que no es el origen lo que importa si no el hombre. Traté de infundirle confianza en su propia habilidad. Ha mejorado notablemente. Estaba muy contento con él…, y ahora dice usted que…

Meneó la cabeza.

—¿No puede resultar peligroso, señor Serrocold?

—¿Peligroso? No creo que haya mostrado tendencias suicidas,

—No pensaba en el suicidio. Me habló de enemigos… que le perseguían. ¿No es esa… perdóneme… una señal peligrosa?

—No creo que haya llegado a ese grado. Pero hablaré con Maverick. Hasta ahora tenía muchas esperanzas… muchísimas.

Miró su reloj.

—Tengo que marcharme. Ah, aquí viene nuestra querida Jolly. Ella se ocupará de usted.

La señorita Bellever anunció su llegada:

—El coche está en la puerta, señor Serrocold. El doctor Maverick me telefoneó desde el Instituto. Dijo que acompañara a la señorita Marple hasta allí. Él nos esperará en la entrada.

—Gracias. Debo irme. ¿Y mi cartera?

—En el coche, señor.

Lewis Serrocold marchóse apresuradamente. Mirándole alejarse, la señorita Bellever dijo:

—Cualquier día caerá muerto. El no descansar va contra la naturaleza. Sólo duerme cuatro horas cada noche.

—Está muy enamorado de su trabajo —dijo la señorita Marple.

—No piensa en otra cosa —repuso Julieta Bellever con aspereza—. Nunca se preocupa de su mujer o en dedicarle alguna atención. Ella es una criatura muy dulce, usted ya lo sabe, señorita Marple, y debiera merecer amor y atención. Pero aquí nada cuenta o importa más que ese escuadrón de niños y jovencitos que quieren vivir fácilmente y sin escrúpulos, y a quienes no les agrada la idea de trabajar de firme. ¿Y quién se ocupa de los niños de las casas honradas? ¿Por qué no se hace algo por ellos? La honradez no resulta interesante para los maniáticos como el señor Serracold, el doctor Maverick y todo ese hatajo de sentimentalistas a medio cocer que tenemos aquí. Mis hermanos y yo fuimos educados de modo más duro, sin que nos valieran lamentaciones. Blando, ¡es eso lo que es el mundo hoy día!

Acabaron de atravesar el jardín y pasaron junto a una empalizada hasta llegar al arco abierto en la misma que Eric Gulbrandsen erigiera como entrada de su Colegio, un edificio horrible y macizo de ladrillos rojos.

El doctor Maverick salió a recibirlas con un aspecto bastante anormal, según opinión de la señorita Marple.

—Gracias, señorita Bellever —dijo—. Ahora, señorita…, er…, oh, sí, señorita Marple…, estoy seguro que le va a interesar lo que se viene haciendo aquí. Nuestro espléndido acercamiento a este gran problema. El señor Serrocold es un hombre de gran visión interior. Y a nuestras espaldas tenemos a sir John Stillvell…, mi antiguo jefe. Estuvo en el Ministerio de Asuntos Interiores hasta que se retiró y su influencia hizo inclinar la balanza para que pudiéramos comenzar. Éste es un problema médico…, eso es lo que hay que hacer comprender a las autoridades. La psiquiatría se impuso durante la guerra. Lo único bueno que salió de ella… Ahora, antes que nada, quiero que vea nuestro acercamiento inicial al problema. Mire ahí arriba.

La señorita Marple leyó las letras talladas en el gran arco de la entrada:

TODOS LOS QUE ENTRAN AQUÍ, RECOBRAN LA ESPERANZA

—¿No es espléndido? Es la nota adecuada para el primer acorde. No les reñimos… ni les castigamos. Eso es lo que los estropea la mitad de las veces…, el castigo. Nosotros queremos hacerles sentir que son sujetos agradables.

—¿Como Edgar Lawson? —dijo la señorita Marple.

—Un caso interesante. ¿Ha hablado con él?

—Ha estado él conmigo —repuso la solterona, agregando con humildad—: Me pregunto si no es posible que esté un poco
perturbado.

El doctor Maverick rió alegremente.

—Todos lo estamos un poco, querida señora —dijo mientras penetraban en el edificio—. Ése es el secreto de la existencia: Todos tenemos algo de locos.

Capítulo VI

En conjunto fue un día bastante agotador. La señorita Marple pensó que hasta el más sano entusiasmo puede resultar molesto. Sentíase ligeramente descontenta consigo misma y sus reacciones. Allí ocurría algo… o tal vez varias cosas, y no obstante no pudo formarse una idea clara de lo que era. Su vaga inquietud se centraba en la patética, pero incongruente personalidad de Edgar Lawson. Si consiguiera encontrar mentalmente la verdadera pista de todo lo…

De un modo concienzudo fue descartando al señor Selkidk (del camión de repartos), al distraído cartero, al jardinero que trabajaba el lunes de Pascua.

Algo que no lograba precisar debía ocurrirle a Edgar Lawson…, algo que estaba fuera de los hechos señalados y observados. Más, fuera lo que fuese, ¿de qué modo podía afectar a su amiga Carrie Louise? En las confusas vidas que se desarrollan en Stonygates, los deseos y preocupaciones de todos sus habitantes chocaban unos con otros, pero ninguno (por lo que alcanzaba a ver) rozaba siquiera a Carrie Louise.

Carrie Louise… De pronto se dio cuenta de que era la única que la llamaba así, excepto la ausente Ruth, que también utilizaba la misma denominación. Para su esposo, era Carolina. Cara, para la señorita Bellever. Esteban Restarick solía dirigirse a ella llamándola Madonna. Wally la nombrada señora Serrocold, y Gina, abuelita.

¿Había tal vez alguna significación en los diversos nombres de Carolina Louise Serrocold? ¿Era para todos ellos un símbolo y no un ser real?

Cuando a la mañana siguiente, Carrie Louise, arrastrando un poco los pies al caminar, fue al jardín a sentarse junto a su amiga y le preguntó en qué estaba pensando, la señorita Marple replicó sin vacilar:

—En ti, Carrie Louise.

—¿Por qué en mí?

—Dime la verdad…, ¿hay algo que te preocupe?

—¿Que me preocupe? —la otra anciana levantó sus ojos claros—. Pero, Juana, ¿qué es lo que iba a preocuparme?

—Bien, la mayoría de nosotros tenemos preocupaciones. Yo también las tengo. Tonterías, ¿sabes? El tener que remendar la ropa…, no poder conseguir azúcar candi para hacer mi campota. Oh, montones de insignificancias… Parece extraño que tú no tengas ninguna.

—Sí, me figuro que debo tenerlas —repuso la señora Serrocold—. Lewis trabaja demasiado. Esteban se olvida de comer, siempre esclavo del teatro, y Gina es demasiado irreflexiva…, pero nunca fui capaz de cambiar a las personas… Así que, ¿qué iba a sacar preocupándome?

—Mildred no es muy feliz, ¿verdad?

—Oh, no. Mildred nunca fue feliz. Ni siquiera de niña. Al revés que Pippa, que siempre estaba radiante.

—Es posible —insinuó la señorita Marple— que Mildred tenga motivos para no serlo.

Carrie Louise repuso con calma:

—¿Porque es celosa? Sí, no diré que no. Pero las personas, en realidad, no necesitan una causa para sentir como sienten. Son así. ¿No te parece, Juana?

La señorita Marple pensó unos breves instantes en una tal señorita Moncrieff, esclava de su madre inválida. La pobre quería viajar y ver mundo. St. Mary Mead, de un modo discreto, se había alegrado cuando la señora Moncrieff descansó en el cementerio, y su hija, con una bonita aunque reducida renta, se vio al fin libre. En su viaje no fue más allá de Hyeres, pues al hacer una visita a «una de las viejas amigas de su madre», le dio lástima verla tan melancólica, y dejando su viaje, canceló las reservas de billetes y habitaciones y se quedó en aquel pueblo para ser explotada, trabajando como una negra, y para soñar una vez más con las delicias de horizontes más amplios.

Other books

Dolores Claiborne by Stephen King
The Unforgiven by Storm Savage
Stormrider by David Gemmell
Family by Robert J. Crane
Try Not to Breathe by Jennifer R. Hubbard
Before the Storm by Sean McMullen
Beware of Pity by Stefan Zweig
Bad Friends by Claire Seeber