Las primeras leyendas sobre el Mar de los Sargazos podrían haberse originado entre fenicios y cartagineses, quienes tal vez lo cruzaron hace milenios, llegando hasta las Américas, como lo señalan las numerosas inscripciones pétreas halladas en Brasil y en los Estados Unidos, los tesoros de monedas fenicias encontrados en las Azores, las monedas cartaginesas descubiertas luego en Venezuela y en la costa sudoriental de los Estados Unidos, y las antiguas representaciones pictóricas de los que parecen ser visitantes semitas a México. El siguiente informe del almirante cartaginés Himilco, escrito en el año 500 A.C., toca una cuerda familiar, aunque un tanto sensacionalista, en relación con los mares de algas y la falta de vientos del Mar de los Sargazos: No se advierte brisa que mueva el barco, tan muerto está el perezoso viento de este mar quieto…; hay tantas algas entre las olas, que parecen contener al navío, como si fuesen arbustos…; el mar no tiene gran profundidad, la superficie de la tierra está cubierta por muy poca agua…; los monstruos marinos se mueven continuamente, en todas direcciones, y hay bestias feroces que nadan entre los barcos que se arrastran lentos y perezosos…
Habría que excusar al almirante Himilco por una cierta exageración, muy comprensible a lo largo de la bóveda de los tiempos y porque tal vez los navegantes fenicio-cartagineses estaban más preocupados de disuadir a otros viajeros de la época de realizar posibles viajes más allá de las Columnas de Hércules (Gibraltar), a la entrada del Mediterráneo, y de internarse hacia el otro océano. Su afán se debía principalmente al deseo de guardar para sí el provechoso comercio que mantenían con las culturas de las costas Atlánticas de Europa y África, e incluso tal vez de más lejos. Los cartagineses llegaron a proclamar la pena de muerte contra aquellos de sus capitanes del mar que dejaran ver sus rutas o incluso su presencia en el Atlántico. Esto explicaría la tendencia cartaginesa a hundir todos los barcos extraños en los alrededores o más allá de Gibraltar, o bien, cuando no eran lo bastante fuertes, a escapar e incluso a hundir sus navíos, si era necesario.
Otros escritores de la Antigüedad han embellecido estos primeros informes con sus comentarios acerca de los bancos de arena y las zonas de aguas poco profundas que han dejado en el Atlántico los remanentes de Atlántida, el continente perdido, y también acerca de las algas que se enredaban en los remos y detenían las galeras. Como la mayor parte de las leyendas, el «Mar de los Barcos Perdidos" podría tener alguna base real, aunque mezclada con sueños y fantasías. El australiano Alan Villiers, marino de toda una vida y que cuando cruzaba el Mar de los Sargazos, realmente pudo ver un barco abandonado entre las algas, señala (en su libro
Wild Ocean
, 1957) que si un barco quedara paralizado durante un período suficientemente largo como para agotar sus provisiones, se vería "… finalmente cubierto de musgo y lapas, hasta que le resultaría imposible navegar…". Dice también que los gusanos barrenadores del Trópico se introducirían en los costados del navío hasta que, convertido en "… una masa decadente y podrida, tripulada por esqueletos… se deslizaría bajo la cálida superficie del mar inmóvil…».
Entre las numerosas embarcaciones abandonadas vistas en el Mar de los Sargazos durante la época moderna hubo algunos que, sin llegar a verse atrapados entre las algas, quedaron paralizados y fueron abandonados, debido a la falta de viento.
Incluso el nombre de las Latitudes del Caballo, que atraviesan este mar, es un índice de la calma estancada. Proviene de la época en que los galeones españoles quedaban cogidos por la calma y, al ver reducirse las provisiones de agua, estaban obligados a matar y arrojar al océano sus caballos guerreros.
Los barcos modernos de motor no corren ya el riesgo de caer dentro de una calma, pero ello hace todavía más misteriosas las desapariciones de algunos buques.
Naturalmente,
todas
las pérdidas son misteriosas, puesto que son relativamente pocos los capitanes dispuestos a permitir que se produzcan. Cuando se puede establecer, o incluso presumir lo ocurrido, se acaba el misterio. Pero no ha sido ese el caso de los numerosos barcos desaparecidos en el Mar de los Sargazos.
En los primeros días en que se produjeron pérdidas en esta zona y en su colindante, de la Corriente del Golfo, muchas fueron atribuidas a los piratas o al mal tiempo, pese a que los archivos españoles eran sorprendentemente exactos, sin duda por el valor de las cargas de los galeones que componían las flotas anuales que llevaban tesoros a España.
Estos barcos, provenientes de México, Panamá y la actual Colombia, hacían escala en La Habana y proseguían rumbo a los Cayos y al Estrecho de Florida, donde muchos solían hundirse a causa de los huracanas y depositaban sus tesoros en el fondo del mar, para beneficio de las futuras generaciones de buzos. Otros eran hundidos, sin dejar huella, por corsarios o simples piratas.
Mucho tiempo después de que la piratería dejase de ser una provechosa manera de ganarse la vida, los barcos siguieron desapareciendo en esta zona, incluso con buen tiempo y cada vez con mayor frecuencia, en años recientes, sin depositar restos o cadáveres a lo largo de las playas e islas del Atlántico Occidental.
Gran número de estas desapariciones afectaron a la Marina de los Estados Unidos y a otras Armadas. La serie se inició con el buque de los Estados Unidos
Insurgent
, en agosto de 1800, que llevaba 340 hombres a bordo, y prosiguió hasta el desastre debido a causas desconocidas que hizo hundirse al submarino
Scorpion
, con una tripulación de 99 hombres, en mayo de 1968. Sin embargo, la del
Scorpion
no fue una «desaparición», puesto que finalmente se le localizó, a una profundidad de unos 3.200 metros y a unos 740 km al sudeste de las Azores.
He aquí otras de las inexplicables desapariciones de barcos ocurridas en esta zona:
Pickering
, buque estadounidense, el 20 de agosto de 1880, con una tripulación de 90 hombres, en ruta hacia Guadalupe, en las Indias Occidentales, desde New Castle, Delaware.
Wasp
, buque estadounidense, el 9 de octubre de 1814, navegando en el Caribe, con 140 tripulantes.
Wild Cat
, buque estadounidense, el 28 de octubre de 1824, en ruta desde Cuba hacia la isla Thompson, con catorce hombres a bordo.
Atalanta
, buque de guerra británico, en enero de 1880, en ruta hacia Inglaterra desde las Bermudas, con una dotación total de 290 hombres, en su mayoría cadetes navales en curso de entrenamiento. Su desaparición dio lugar a una extensa búsqueda por parte de la Marina británica. Seis barcos de la flota del Canal fueron destacados para desplazarse, en línea y separados entre sí por varios kilómetros, a lo largo de la zona donde se presumía perdido el
Atalanta
. La operación se prolongó hasta comienzos de mayo, pero sin éxito.
Este tipo de rastreo habría de repetirse muchas veces en el futuro, pero utilizando aviones que llevarían a cabo operaciones masivas de búsqueda en la misma región, volando casi ala con ala.
Cyclops
, buque estadounidense, el 4 de marzo de 1918, en ruta desde Barbados hacia Norfolk, Virginia, con un personal de 309 hombres a bordo. Entre las desapariciones sufridas por la Marina de los Estados Unidos, ésta es la más conocida y también la más desusada, si se piensa en las comunicaciones que se mantenían entre mar y tierra y entre cada barco en la época de la Primera Guerra Mundial. Además, hay otros elementos coincidentes: puesto que la guerra estaba aún en pleno desarrollo, primero se pensó que el
Cyclops
(un barco carbonero, gemelo del
Langley
, también estadounidense que más tarde fue transformado en portaviones) había chocado con una mina, o había sido atacado por un submarino o alguna nave de superficie alemana. También se consideró la posibilidad de que la tripulación se hubiese amotinado contra el capitán, un hombre despótico al estilo del de «Motín del Bounty». Muchos supusieron sencillamente que el capitán, nacido en Alemania y que había cambiado su nombre Wichmann por el menos teutón de Worley, había defeccionado, entregando el
Cyclops
al enemigo. En realidad, existían ciertos indicios que avalaban alguna de estas posibilidades, o todas ellas, puesto que al salir del puerto de Barbados, la nave se dirigió inesperadamente hacia el Sur, en circunstancias que debía ir hacia el Norte, y luego, de modo igualmente abrupto, desapareció. Pero la revisión posterior de los archivos alemanes demostró que en aquel momento no había submarinos alemanes en la zona. Sin embargo, un barco británico que, por una coincidencia increíble, se llamaba también
Cyclops
, fue hundido en el Atlántico Norte por un torpedero. Cuando desapareció, la embarcación norteamericana transportaba una carga de mineral de manganeso y, algún tiempo después de concluida la guerra, los agentes alemanes destacados en Sudamérica aseguraron haber colocado bombas de tiempo en el carguero. Este fenómeno suele producirse en los círculos de inteligencia de los países cuando una operación resulta exitosa.
En todo caso, el incidente del
Cyclops
posee todos los ingredientes de una novela de misterio y aventuras: un barco de la marina de los Estados Unidos al mando de un capitán alemán, que tal vez padecía de perturbaciones mentales, puesto que habitualmente se paseaba por el puente luciendo calzoncillos largos y un sombrero de copa; un grupo de pasajeros entre los que se hallaban el excónsul general de los Estados Unidos en Brasil más tres marineros prisioneros acusados de asesinato, y dos marines desertores.
El Vicealmirante de la Marina norteamericana, M. S. Tisdall, elaboró una teoría acerca de la desaparición en un artículo titulado «¿Se dio vuelta de campana el Cyclops?».
La teoría se basa en la tendencia del barco a balancearse, y tal vez proporcionó la idea del argumento de la película filmada en 1973,
La> aventura del Poseidón
, en la que el barco de pasajeros se da vuelta de campana, debido a la mala disposición de la carga y a la excesiva velocidad. El accidente ocurre cuando el barco es azotado por la marea, pese a lo cual no se hunde. Hasta donde pudo averiguarse, el
Cyclops
no se vio atrapado por un huracán. Sin embargo, pudo haber sido sacudido por una ola oscilante que se presentó de pronto, haciendo que se volcase y provocara un torbellino al hundirse, que arrastró a la tripulación y los pasajeros mientras trataban de salvarse.
Sin embargo, lo único seguro acerca del
Cyclops
es que se desvaneció dentro del Triángulo de las Bermudas, como tantas otras embarcaciones, grandes y pequeñas. Un periódico de los hechos de la Marina dice lo siguiente respecto de este buque:
… Desde su partida (de Barbados, el 4 de marzo de 1918), no ha habido señales del navío. La desaparición constituye uno de los misterios más asombrosos de los anales de la Marina, y todos los esfuerzos por localizarlo han resultado inútiles… Se han sugerido muchas teorías, pero ninguna explica satisfactoriamente lo ocurrido…
Pese a lo misterioso de su desaparición, el
Cyclops
influyó notoriamente en los acontecimientos posteriores. Fue el factor directamente responsable del establecimiento de la reserva estratégica nacional, instaurada varios años después del incidente. Durante los debates preliminares en el Congreso, el
Cyclops
, que llevaba una carga de manganeso necesaria para la producción del acero utilizado en armas y proyectiles, fue citado como un primer ejemplo de los casos que hacían necesario mantener una reserva, ya que era la demostración de que los Estados Unidos no podían depender de las rutas marítimas para el transporte de materiales estratégicos durante un conflicto internacional.
Entre las recientes desapariciones de barcos de guerra en tiempos de paz, en los alrededores del Triángulo de las Bermudas, el caso del buque de la Marina brasileña,
Sao Paulo
, resulta particularmente llamativo. El navío, destinado a chatarra, y con una tripulación de sólo ocho hombres a bordo, era arrastrado por dos remolcadores al sudoeste de las Azores cuando se desvaneció inesperadamente, durante la noche del 3 al 4 de octubre de 1951. Uno de los remolcadores tuvo que soltar el cable de arrastre, debido a una fuerte marejada, la noche del 3 de octubre. Sin embargo, en la madrugada del 4 sobrevino una repentina calma, y pudo advertirse que los cables del segundo remolcador estaban rotos, o habían sido cortados, y que el
Sao Paulo
había desaparecido.
La subsiguiente búsqueda del barco, realizada por buques y aviones, estuvo caracterizada por una serie de informes desusados: durante la noche y en las primeras horas de la mañana se vieron luces extrañas, y luego, a lo largo del siguiente día, los aviones señalaron algunas masas o formas oscuras avistadas sobre la superficie del mar, que desaparecieron rápidamente. Jamás se hallaron señales del
Sao Paulo
ni de su reducida tripulación.
La mayor parte de los comentaristas de los acontecimientos ocurridos dentro del Triángulo de las Bermudas se contentan con presentarlos simplemente como otros tantos misterios no resueltos, aunque varios de los más pertinaces investigadores consideran que las desapariciones inexplicables de aviones, barcos y seres humanos se deben a inteligentes agentes terrestres o extraterrestres. Esta es una creencia compartida tal vez a fuerza de no contar con ninguna otra explicación lógica por un creciente número de observadores.
Una de las teorías, sugerida por Ivan Sanderson y el doctor Manson Valentine, supone la actuación de seres inteligentes que vivirían bajo el mar. Otra de las versiones más populares, que cuenta entre sus más destacados exponentes a John Spencer, un hombre que perteneció a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos durante diez años, concluye que los extraterrestres visitan la tierra y raptan o «arrastran hacia el espacio» a hombres y equipo, para estudiar el estado de nuestro desarrollo tecnológico. Lo hacen, no para ver si hemos avanzado bastante, sino para calcular el momento en que nos hallemos en peligro de avanzar demasiado. Aunque estas teorías volverán a ser examinadas en las páginas siguientes, resulta interesante, teniendo en cuenta esta sugerencia acerca de la posibilidad de un laboratorio espacial de investigación exterior (o interior), aplicar la versión de Spencer a la desaparición de barcos y, más tarde, aviones. El espacio de tiempo transcurrido entre las desapariciones de barcos de guerra, así como su sustitución por pérdidas de aviones militares, y la cantidad de embarcaciones comerciales o de placer desaparecidas, algunas con carga y otras sólo con pasajeros o con cargamentos especiales, y por último algunos curiosos incidentes relacionados con estas pérdidas, dan lugar a inquietantes consideraciones.