El toro y la lanza (7 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: El toro y la lanza
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—Vuestro pueblo es noble y orgulloso, rey Mannach —dijo Corum, y no podía ser más sincero—, y le serviré lo mejor que pueda. Pero ahora sois vos quien debe decirme cómo puedo ayudaros, pues vosotros sabéis mucho más que yo acerca de los Fhoi Myore.

—Los Fhoi Myore sienten un gran temor hacia nuestros antiguos tesoros mágicos —dijo el rey Mannach—. Para nosotros habían acabado siendo poco más que objetos a los que su antigüedad hacía interesantes y dignos de ser conservados, pero ahora creo que significan algo más que eso... Creo que tienen poderes, y que representan un peligro para los Fhoi Myore. Además, y eso es algo en lo que todos los presentes están de acuerdo conmigo, lo cierto es que el Toro de Crinanass ha sido visto recientemente en los alrededores.

—Ya se había hablado antes de ese toro.

—Cierto. Es un gigantesco toro negro que matará a quien intente capturarle..., salvo a una persona.

—¿Y esa persona se llama Corum? —preguntó Corum sonriendo.

—Los viejos textos no mencionan su nombre. Lo único que dicen es que irá armado con la lanza llamada Bryionak, y que la sostendrá en un puño tan resplandeciente como la luna.

—¿Y qué es la lanza Bryionak?

—Es una lanza mágica que fue forjada por el herrero sidhi Goffanon y que ahora vuelve a estar en su poder. Después de que los Fhoi Myore llegaran a Caer Llud y capturasen al Gran Rey, un guerrero llamado Onragh al que se le había confiado la misión de proteger los antiguos tesoros huyó en un carro llevándolos consigo; pero mientras huía los tesoros fueron cayendo uno por uno del carro. Hemos oído decir que los Fhoi Myore que le perseguían se adueñaron de algunos, y otros fueron encontrados por mabden. En cuanto al resto, y si se puede confiar en los rumores, fueron encontrados por un pueblo más antiguo que los mabden o los Fhoi Myore: los sidhi, que nos habían regalado esos objetos en un principio. Echamos muchas runas y nuestros hechiceros buscaron el consejo de muchos oráculos antes de que nos enterásemos de que la lanza llamada Bryionak volvía a estar en posesión de ese sidhi misterioso, el herrero llamado Goffanon.

—¿Y sabéis dónde vive ese herrero?

—Se cree que habita en un lugar llamado Hy-Breasail, una misteriosa isla de encantamientos que se encuentra al sur de las costas del este de nuestra tierra. Nuestros druidas creen que Hy-Breasail es cuanto perdura actualmente de Lwym-an-Esh.

—Pero ese lugar se encuentra bajo el dominio de los Fhoi Myore, ¿no?

—Los Fhoi Myore evitan acercarse a la isla, pero ignoro por qué lo hacen.

—El peligro debe ser grande si abandonaron una tierra que en tiempos fue suya.

—Eso pienso yo también —asintió el rey Mannach—. Pero ¿podemos suponer que el peligro sólo afectaba a los Fhoi Myore? Ningún mabden ha vuelto jamás de Hy-Breasail. Se dice que los sidhi tienen vínculos de sangre con los vadhagh, y muchos afirman que son del mismo linaje. Quizá sólo un vadhagh pueda ir a Hy-Breasail y volver...

Corum dejó escapar una carcajada.

—Quizá. Muy bien, rey Mannach, iré a esa isla y buscaré vuestra lanza mágica.

—Podríais ir a vuestra muerte.

—No es la muerte lo que temo, rey.

El rey Mannach asintió con expresión sombría.

—Tenéis razón y creo que os comprendo, príncipe Corum. Y recordad que en estos días oscuros que nos ha tocado vivir, hay cosas mucho más temibles que la muerte...

Las llamas de las antorchas ya habían empezado a perder altura y estaban chisporroteando. La celebración se había vuelto más calmada y mucho menos ruidosa. Un solo arpista seguía tocando, arrancando a las cuerdas de su instrumento una melodía melancólica mientras entonaba una canción sobre amantes condenados que Corum, en su ebriedad, identificó con su propia historia y con el amor que había vivido al lado de Rhalina. La penumbra hizo que tuviera la impresión de que la muchacha que le había hablado antes se parecía mucho a Rhalina. Corum clavó la mirada en ella mientras la muchacha hablaba con uno de los jóvenes guerreros sin ser consciente de que la estaba observando, y empezó a sentir nuevas esperanzas. Albergó la esperanza de que Rhalina se hubiese reencarnado en algún lugar de aquel mundo, de que conseguiría dar con ella en alguna parte y de que aunque ella no le reconocería volvería a enamorarse de él tal como había hecho antes.

La muchacha volvió la cabeza en su dirección, se dio cuenta de que Corum la estaba mirando y le sonrió acompañando la sonrisa con una leve inclinación de cabeza.

Corum alzó su copa de vino y se puso en pie.

—¡Sigue cantando, bardo, pues bebo por Rhalina, mi amor perdido! —exclamó alzando la voz hasta casi gritar—. Y rezo para poder encontrarla en este mundo terrible...

Después inclinó la cabeza con la sensación de haberse puesto en ridículo. Si se la observaba con atención y bajo la luz, la muchacha apenas se parecía en nada a Rhalina. Pero los ojos de la muchacha siguieron clavados en él cuando Corum volvió a dejarse caer sobre su asiento, y al cabo de unos momentos Corum volvió a contemplarla con franca curiosidad.

—Veo que mi hija os parece digna de vuestra atención, Señor del Túmulo —dijo de repente el rey Mannach inclinándose hacia Corum, y había un leve tono sardónico en su voz.

—¿Vuestra hija...?

—Se llama Medhbh. ¿Es hermosa?

—Sí, es hermosa. Es magnífica, rey Mannach.

—Ha compartido las tareas del gobierno conmigo desde que su madre murió en nuestra primera batalla con los Fhoi Myore. Es mi mano derecha, mi sabiduría... Medhbh es una gran líder en el combate, y también es la que tiene más puntería con el lazo de guerra, la honda y el tathlum.

—¿Qué es el tathlum?

—Una bola muy dura hecha con los sesos y los huesos machacados de nuestros enemigos. Los Fhoi Myore la temen, y ésa es la razón por la que lo utilizamos. Los sesos y los huesos son mezclados con cal que se endurece enseguida. Parece un arma bastante efectiva contra los invasores, y hay pocas armas que resulten efectivas contra ellos, pues su magia es muy poderosa.

—Antes de que parta en busca de vuestra lanza, me gustaría mucho poder ver con mis propios ojos cuál es la naturaleza de nuestros enemigos —dijo Corum en voz baja mientras tomaba un sorbo de hidromiel.

El rey Mannach sonrió.

—Es una petición que no nos costará satisfacer, pues dos de los Fhoi Myore y sus jaurías de caza han sido divisados no muy lejos de aquí. Nuestros exploradores creen que vienen hacia Caer Mahlod para atacar nuestro fuerte, y deberían haber llegado aquí mañana a la hora del ocaso.

—¿Esperáis poder vencerles? No parecéis muy preocupado...

—No podremos vencerles. Creemos que esa clase de ataques son como una especie de diversión para los Fhoi Myore. En algunas ocasiones han conseguido destruir el fuerte que han atacado, pero su objetivo principal es inquietarnos.

—¿Entonces permitiréis que siga aquí hasta mañana a la hora del ocaso?

—Lo haré, siempre que me prometáis que huiréis y pondréis rumbo a Hy-Breasail en el caso de que el fuerte no se muestre capaz de resistir su ataque.

—Lo prometo —dijo Corum.

Corum se encontró contemplando de nuevo a la hija del rey Mannach. La joven estaba riendo y había echado hacia atrás su abundante melena pelirroja mientras apuraba su copa de hidromiel. Los ojos de Corum recorrieron sus esbeltos miembros adornados con brazaletes de oro y su silueta de contornos firmes y bien proporcionados. Era la viva imagen de una princesa guerrera, y sin embargo había algo más en ella que le hizo pensar que era algo más que eso. Sus ojos estaban iluminados por la hermosa llama de la inteligencia y el sentido del humor... ¿O acaso sería todo fruto de su imaginación porque deseaba tan desesperadamente descubrir a Rhalina en cualquier mujer mabden?

Corum acabó obligándose a abandonar la estancia, y el rey Mannach le escoltó hasta el aposento que había sido preparado para acogerle. Era una habitación sencilla y con muy poco mobiliario que contaba con un lecho de madera y tiras de cuero, un colchón de paja, y pieles para que pudiera cubrirse y quedar protegido del frío; y Corum durmió muy bien en aquel lecho, y no fue visitado por ningún sueño.

Libro segundo

Nuevos enemigos, nuevos amigos, nuevos enigmas.

Primer capítulo

Siluetas entre la niebla

Y llegó el amanecer de la primera mañana, y Corum contempló aquellas tierras.

El hueco de la ventana estaba protegido con un pergamino impregnado de aceite que dejaba pasar la luz y ofrecía un panorama oscurecido del mundo exterior, y a través de él Corum vio que los muros y techos de la rocosa Caer Mahlod centelleaban debido a la capa de escarcha reluciente que se había acumulado sobre ellos. La escarcha se aferraba a las grises piedras graníticas, la escarcha se endurecía sobre el suelo, y la escarcha convertía los árboles del bosque que se extendía debajo del fuerte en objetos muertos de contornos tan nítidos que parecían cortar el aire.

Un fuego de leños había ardido en la chimenea de la habitación de techo bajo donde había sido alojado Corum, pero ahora sólo quedaban de él poco más que cenizas calientes. Corum se estremeció mientras se lavaba y se vestía.

Y Corum pensó que aquello era la primavera en un lugar donde en tiempos pasados la dorada primavera llegaba pronto y el invierno apenas podía ser percibido, y sólo era un intervalo entre los tibios días del otoño y los frescos amaneceres de la primavera.

Corum creyó reconocer el paisaje. De hecho, no se encontraba lejos del promontorio sobre el que se alzaba el Castillo Erorn. El panorama que se podía divisar a través del pergamino impregnado de aceite de la ventana quedaba todavía más oscurecido por la sugerencia de una niebla marina que se alzaba desde el otro lado de la ciudad-fortaleza, pero en la lejanía podía distinguirse a duras penas el perfil de un risco, que era casi con toda seguridad uno de los riscos que había cerca de Erorn. Corum sintió el deseo de ir hasta allí para averiguar si el Castillo Erorn aún seguía en pie y, de hacerlo, si estaba ocupado por alguien que supiese algo sobre la historia del castillo. Se prometió que antes de abandonar aquella parte del país visitaría el Castillo Erorn, aunque sólo fuese para poder contemplar un símbolo de su propia mortalidad.

Corum se acordó de la joven esbelta y orgullosa que había estado riendo en la sala del banquete la noche anterior. Seguramente el admitir que se sentía atraído hacia ella no podía ser ninguna traición a Rhalina, y estaba muy claro que ella se había sentido atraída por Corum. Así pues, ¿por qué le costaba tanto admitir aquella realidad? ¿Porque tenía miedo? ¿A cuántas mujeres podía amar y ver después cómo envejecían y perecían antes de que su larga existencia de vadhagh hubiese terminado? ¿Cuántas veces podría experimentar la angustia de la pérdida? ¿O empezaría a sucumbir al cinismo, y tomaría a las mujeres durante un breve período de tiempo y luego las abandonaría antes de que pudiese llegar a amarlas demasiado? Tanto por el bien de ellas como por el suyo propio, aquélla quizá fuese la mejor solución a la situación profundamente trágica en que se hallaba.

Expulsó de su mente el problema y la imagen de la hija pelirroja del rey con un cierto esfuerzo de voluntad. Si el día que acababa de amanecer era un día para hacer la guerra, entonces más valdría que concentrara toda su atención en aquel asunto antes que en cualquier otro si quería impedir que el enemigo silenciara su conciencia cuando silenciara su respiración. Corum sonrió y se acordó de las palabras del rey Mannach. Mannach había dicho que los Fhoi Myore seguían a la Muerte, que cortejaban a la Muerte... Bien, ¿acaso no era cierto lo mismo de Corum? Y, si era cierto, ¿acaso eso no le convertía en el más temible enemigo de los Fhoi Myore?

Salió de su habitación inclinándose para cruzar el umbral, y atravesó una serie de pequeñas estancias redondas hasta que llegó al salón en el que habían cenado la noche anterior. El salón estaba vacío. La vajilla y la cubertería habían sido guardadas, y una débil claridad grisácea entraba de mala gana por los angostos ventanales para iluminar el salón. La estancia era fría, desnuda y austera. Corum pensó que era un lugar en el que los hombres podían arrodillarse a solas y purificar su mente preparándola para la batalla. Flexionó su mano de plata, estirando y curvando los dedos y los nudillos de plata, y contempló la palma de plata, tan detallada que en ella estaban reproducidas todas las líneas de una mano de carne y hueso. La mano estaba unida mediante pequeños remaches al hueso de la muñeca. Corum había llevado a cabo la operación necesaria personalmente, usando su otra mano para hundir el taladro a través del hueso. Era una copia tan perfecta de la mano de carne y hueso que no resultaba extraño que alguien la tomase por una mano mágica. Corum dejó que la mano cayera junto a su flanco mientras torcía el gesto en una repentina mueca de disgusto. La mano era lo único que había creado en dos tercios de siglo, el único trabajo que había llegado a terminar desde el final de la aventura de los Señores de las Espadas.

Sintió repugnancia de sí mismo y no fue capaz de analizar la razón de aquella emoción. Corum empezó a ir y venir sobre las grandes losas del suelo, olisqueando el aire frío y húmedo como si fuera un sabueso impaciente por iniciar la cacería. ¿O no era cierto que estuviera impaciente por iniciarla? Quizá en vez de eso estaba huyendo de algo. ¿Huía quizá del conocimiento de su propia e inevitable condenación, aquella a la que tanto Elric como Erekosë habían hecho algunas alusiones?

—¡Oh, por mis antepasados, que empiece la batalla y que sea feroz y encarnizada! —gritó.

Desenvainó su espada con un salvaje tirón y la hizo girar en el aire poniendo a prueba su temple y evaluando su equilibrio. Después volvió a enfundarla con un estrépito metálico que resonó en todo el salón.

—Y que termine con la victoria para Caer Mahlod, Campeón y Señor del Túmulo.

La voz melodiosa e impregnada de diversión pertenecía a Medhbh, la hija del rey Mannach, que estaba apoyada en el quicio de la puerta con una mano en la cadera. Alrededor de su cintura había un grueso cinto del que colgaban una daga envainada y una espada de hoja ancha. Medhbh llevaba el cabello recogido en la nuca y una especie de toga de cuero como única armadura. Su mano libre sostenía un casco ligero cuyo diseño era bastante parecido al de un casco vadhagh, pero forjado de bronce.

Corum rara vez cedía a la tentación de comportarse de manera melodramática, y el haber sido descubierto proclamando a gritos su confusión le dejó tan confuso que giró sobre sí mismo para darle la espalda, sintiéndose incapaz de mirarla a la cara. Su habitual buen humor le falló durante unos momentos.

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