El toro y la lanza (5 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: El toro y la lanza
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—¿Cuándo irás a ellos? —preguntó Jhary inspeccionando el despliegue de armas.

—Esta noche. —Corum sopesó la lanza que sostenía en su mano—. Si su invocación tiene éxito, claro... Iré montado sobre mi caballo rojo. Me presentaré ante ellos cabalgando.

Jhary no le preguntó cómo llegaría hasta ellos, y Corum tampoco había pensado en aquel problema. Ciertas leyes muy peculiares regirían lo que ocurriese, y eso era todo lo que sabían o lo que deseaban saber; y era mucho lo que dependía de la invocación del grupo que aguardaba en el bosque de robles.

Rompieron su ayuno juntos y después fueron a los baluartes del castillo. Desde allí podían ver el inmenso océano que se extendía hacia el oeste y los enormes bosques y páramos que se extendían hacia el este. El sol brillaba con fuerza, y el cielo estaba azul y despejado. Hacía un día hermoso y lleno de paz. Hablaron de los viejos tiempos, y se acordaron de amigos muertos y de dioses muertos o expulsados del mundo y de Kwll, quien había sido más poderoso que cualquiera de los Señores de la Ley o de los Señores del Caos y que no parecía temer a nada. Se preguntaron dónde habrían ido Kwll y su hermano Rhynn, si había otros mundos más allá de los Quince Planos de Existencia y si aquellos mundos se parecerían a la Tierra en algún aspecto.

—Y después, naturalmente —dijo Jhary—, está el asunto de la Conjunción del Millón de Esferas y lo que ocurrirá después de que esa conjunción haya terminado. ¿Crees que todavía no ha llegado a su fin?

—Después de la Conjunción se establecen nuevas leyes. Pero ¿qué y quién las establece? —Corum se apoyó en el parapeto y su mirada fue más allá de la angosta franja de agua del estuario—. Sospecho que somos nosotros quienes creamos esas leyes. Y, sin embargo, lo hacemos tan a ciegas... Ni siquiera estamos seguros de qué es bueno y qué es malo o, a decir verdad, de si realmente existe algo que sea bueno o malo. Kwll no tenía creencias semejantes, y yo se lo envidiaba. ¡Qué insignificantes y diminutos somos! ¡Cuán digno de compasión soy al no poder soportar la vida sin lealtades! ¿Es la fuerza lo que me hace decidir ir en ayuda de esas gentes, o es la debilidad?

—Hablas del bien y del mal y dices no saber qué son. Bien, pues ocurre exactamente lo mismo con la fuerza y la debilidad... Esos términos carecen de significado. —Jhary se encogió de hombros—. El amor sí significa algo para mí, al igual que el odio. La fuerza física es algo que se nos concede a algunos de nosotros, y algunos son físicamente débiles. Puedo verlo, desde luego, pero ¿por qué igualar los elementos del carácter de un hombre con semejantes atributos? Y si no condenamos a un hombre sólo porque la suerte ha querido que no sea físicamente fuerte, ¿por qué condenarle si, por ejemplo, su voluntad es débil y le falta decisión? Esos instintos son los instintos de las bestias salvajes, y son instintos satisfactorios para las bestias; pero los hombres no son bestias. Son hombres, y eso es todo.

La sonrisa de Corum mostraba una huella de amargura casi imperceptible.

—Y no son dioses, Jhary.

—No son dioses..., y tampoco son demonios. No son más que hombres y mujeres. ¡Cuánto más felices seríamos si aceptáramos esa verdad! —Jhary echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar una carcajada—, ¡Pero entonces quizá también seríamos mucho más aburridos! Nuestra conversación está empezando a resultar demasiado virtuosa, amigo mío. ¡Somos guerreros, no hombres santos!

Corum decidió repetir una pregunta que había hecho la noche anterior.

—Tú conoces esa tierra a la que he decidido ir —dijo—. ¿Irás también allí... esta noche?

—No soy dueño de mí mismo. —Jhary empezó a ir y venir sobre las losas del baluarte—. Tú ya lo sabes, Corum.

—Espero que lo hagas.

—Tienes muchas manifestaciones en los Quince Planos, Corum. Cabe la posibilidad de que otro Corum necesite a un compañero en algún lugar, y de que deba ir con él.

—Pero ¿no estás seguro de ello?

—No estoy seguro.

Corum se encogió de hombros.

—Si lo que dices es verdad, y supongo que debo aceptar que lo es, entonces quizá llegaré a conocer otro aspecto tuyo, uno que ignore su destino.

—Como ya te he dicho en otras ocasiones, mi memoria suele fallarme. Al igual que a ti te falla la tuya en esta encarnación...

—Espero que nos encontraremos en ese nuevo plano y que nos reconoceremos el uno al otro.

—Yo también albergo esa esperanza, Corum.

Aquella noche jugaron al ajedrez y hablaron muy poco, y Corum se fue a acostar temprano.

Cuando llegaron las voces, Corum respondió con voz lenta y tranquila.

—Vendré armado y con armadura —dijo—. Llegaré cabalgando sobre un caballo rojo. Debéis llamarme con todo vuestro poder. Ahora os doy tiempo para descansar. Haced acopio de fuerzas y empezad la invocación dentro de dos horas.

Una hora después Corum se levantó y bajó por la rampa para ponerse la armadura y vestirse con las prendas de seda y lino, y ordenó a su mozo de cuadra que llevara su caballo al patio de armas. Y cuando estuvo preparado, con las riendas en su mano izquierda enguantada y su mano de plata sobre la empuñadura de un puñal, se volvió hacia sus sirvientes y les dijo que iba a iniciar una nueva empresa, y que si no regresaba debían abrir las puertas del Castillo Erorn a cualquier viajero que necesitara cobijo y que debían acoger a esos viajeros lo mejor posible y agasajarles en nombre de Corum. Después salió por la gran puerta del castillo, bajó la cuesta y se internó en el gran bosque, tal como había hecho casi un siglo antes cuando su padre, su madre y sus hermanas aún vivían. Entonces era de mañana, pero esta vez Corum cabalgó bajo la luna y envuelto en las tinieblas de la noche.

De todos aquellos a los que el Castillo Erorn cobijaba bajo su techo, sólo Jhary-a-Conel no había aparecido para despedir a Corum.

Las voces fueron haciéndose más claras en sus oídos mientras avanzaba a través de la oscuridad y los venerables troncos del bosque.

—¡Corum! ¡Corum!

Su cuerpo empezó a experimentar una extraña sensación de ligereza. Corum rozó los flancos de su montura con las espuelas, y el caballo se lanzó al galope.

—¡Corum! ¡Corum!

—¡Voy hacia vosotros!

El galope se hizo más rápido, y los cascos del caballo golpearon la blanda tierra internándose más y más en la oscuridad del bosque.

—¡Corum!

Corum se inclinó hacia adelante y se encogió sobre la silla de montar sintiendo el roce de las ramas en su rostro.

—¡Ya llego!

Vio al grupo de siluetas oscuras inmóviles en el claro. Le rodeaban, pero aun así seguía cabalgando y la velocidad a la que avanzaba se hizo todavía mayor. Corum empezó a sentirse un poco mareado.

—¡Corum!

Y Corum tuvo la impresión de que ya había cabalgado así con anterioridad, de que entonces había sido llamado de aquella misma manera y de que ésa era la razón de que hubiese sabido lo que debía hacer.

Su montura galopaba tan deprisa que los árboles se convirtieron en un manchón borroso.

—¡Corum!

Una neblina blanca empezó a hervir a su alrededor. Los rostros del grupo de siluetas que entonaban el cántico ya podían ser vistos con más claridad. Las voces se debilitaron, volvieron a cobrar fuerza y volvieron a debilitarse después. Corum espoleó al caballo que piafaba lanzándolo hacia la neblina. Aquella neblina era historia, era leyenda y era tiempo. Corum captó fugaces atisbos de edificios que no se parecían a ninguna construcción que hubiera visto jamás y que se alzaban centenares de metros en el aire. Vio ejércitos de millones de hombres y armas de un poder aterrador. Vio máquinas voladoras y vio dragones. Vio criaturas de todos los tamaños y formas imaginables. Todo parecía volverse hacia él y llamarle con gritos estridentes mientras Corum pasaba cabalgando con la rapidez del rayo.

Y vio a Rhalina.

Vio a Rhalina bajo la apariencia de una muchacha, de un muchacho, de un hombre, de una anciana. La vio viva, y la vio muerta.

Y fue esa visión la que hizo que Corum gritara y la razón por la que aún gritaba cuando de repente entró al galope en un claro del bosque, abriéndose paso a través de un círculo de hombres y mujeres que habían permanecido inmóviles cogidos de las manos alrededor de un túmulo y que habían estado entonando un cántico como si todas sus voces fueran una sola voz.

Corum seguía gritando cuando desenvainó su espada centelleante y la alzó con su mano de plata mientras tiraba de las riendas de su caballo hasta detenerlo en lo alto del túmulo.

—¡Corum! —gritaron las siluetas del claro.

Y Corum dejó de gritar y bajó la cabeza aunque su espada seguía en alto.

La roja montura vadhagh tembló bajo sus arreos de seda, escarbó la hierba que cubría el túmulo con una pata y volvió a piafar.

—Soy Corum y os ayudaré —dijo Corum con voz grave y tranquila—. Pero recordad que no sé nada sobre esta tierra y este tiempo.

—Corum —dijeron ellos—, Corum Llaw Ereint...

Y señalaron su mano de plata mostrándosela los unos a los otros, y sus rostros estaban llenos de alegría.

—Soy Corum —repitió él—. Debéis decirme por qué he sido invocado.

Un hombre de mayor edad que los demás cuya barba roja estaba recorrida por venas de blancura y que llevaba un gran collar de oro dio un paso hacia él.

—Corum —dijo—. Te hemos llamado porque eres Corum.

Tercer capítulo

Los Tuha-na-Cremm Croich

Corum aún se sentía confuso. Podía oler el aire de la noche, ver a las personas que le rodeaban y sentir la presencia del caballo debajo de él, pero seguía teniendo la impresión de que soñaba. Hizo que su montura bajara lentamente del túmulo. Una suave brisa se enredó en los pliegues de su túnica escarlata y la alzó haciendo que la tela se arremolinase alrededor de su cabeza. Corum intentó comprender que ahora se hallaba separado de su propio mundo por un milenio como mínimo, y mientras lo intentaba se preguntó si no sería posible que aún estuviera soñando en su cama. Sentía el mismo distanciamiento tranquilo que experimentaba en algunas ocasiones cuando estaba soñando. Cuando su caballo hubo bajado del túmulo cubierto de hierba las altas siluetas de los mabden retrocedieron respetuosamente. Las expresiones de sus rostros de rasgos hermosos y bien formados dejaban muy claro que ellos también se sentían perplejos ante lo ocurrido, como si en realidad no hubieran esperado que su invocación tuviera éxito. Corum sintió una repentina simpatía hacia ellos. No eran los bárbaros supersticiosos que había sospechado iba a encontrar. Aquellos rostros estaban llenos de inteligencia, sus miradas eran límpidas y vivaces, y su porte estaba impregnado de dignidad a pesar de que creían estar en presencia de un ser sobrenatural. Sí, no cabía duda de que parecían ser los verdaderos descendientes de lo mejor que había en el pueblo de su esposa; y Corum pensó que no lamentaba haber respondido a su llamada.

Se preguntó si sentirían el frío como lo estaba sintiendo él. El aire cortaba con una mordedura helada, y sin embargo los que le habían llamado sólo vestían delgadas túnicas que dejaban sus brazos, sus pechos y sus piernas al descubierto salvo por los adornos de oro, las tiras de cuero y las sandalias que llevaban todos, tanto los hombres como las mujeres.

El hombre de edad más avanzada que había dirigido la palabra a Corum era de constitución muy robusta y tan alto como el vadhagh. Corum tiró de las riendas de su caballo haciendo que se detuviera delante de él y desmontó. Los dos se contemplaron en silencio durante unos momentos.

—Mi cabeza está vacía —dijo, y le pareció que su voz llegaba de muy lejos—. Debéis llenarla.

El hombre clavó la mirada en el suelo con expresión pensativa y acabó alzando la vista hacia Corum.

—Soy Mannach, un rey —dijo, y sonrió levemente—. Soy algo así como un hechicero. Algunos me llaman druida, aunque sólo poseo algunas de las artes de los druidas y muy poco de su sabiduría. Pero soy lo mejor de que disponemos en estos momentos, pues hemos olvidado casi todo el saber antiguo. Puede que ésa sea la razón por la que ahora nos encontramos en una situación tan apurada —añadió en un tono casi avergonzado—. Creíamos que ya no lo necesitábamos para nada..., hasta que regresaron los Fhoi Myore,

Después contempló a Corum con franca curiosidad, como si no pudiera creer en el poder de su propia invocación.

Corum había decidido casi de inmediato que el rey Mannach le caía bien, y aprobaba el escepticismo de aquel hombre (suponiendo que se tratara de eso). Estaba claro que la invocación había quedado muy debilitada por el simple hecho de que Mannach —y probablemente también los demás— sólo creía en ella a medias.

—¿Me invocasteis cuando todos los otros recursos habían fallado? —preguntó.

—Así es. Los Fhoi Myore nos han derrotado en una batalla tras otra porque no luchan como lo hacemos nosotros. Al final no nos quedó nada salvo nuestras leyendas. —Mannach vaciló durante unos momentos antes de seguir hablando—. Hasta hace unos momentos no tenía mucha fe en esas leyendas —admitió por fin.

Corum sonrió.

—Puede que hasta hace unos momentos no hubiese verdad alguna en ellas.

Mannach frunció el ceño.

—Habláis más como un hombre que como un dios..., o incluso que como un gran héroe. No pretendo faltaros al respeto.

—Son los otros los que convierten en dioses y los héroes a los hombres como yo, amigo mío. —Corum contempló a los otros hombres y mujeres que se habían congregado en el claro—. Ahora debes decirme lo que esperáis de mí, pues no poseo poderes místicos.

Esta vez fue Mannach quien sonrió.

—Puede que antes no tuvierais ningún poder místico.

Corum alzó su mano de plata.

—¿Os referís a esto? Es de fabricación terrenal. Si posee los conocimientos y la habilidad necesaria, cualquier hombre puede crear una igual.

—Tenéis poderes —dijo el rey Mannach—. Los poderes de vuestra raza, vuestra experiencia, vuestra sabiduría... Sí, y también vuestras artes, Señor del Túmulo. Las leyendas afirman que antes del Amanecer del Mundo luchasteis con dioses muy poderosos.

—Sí, luché con dioses.

—Bien, pues ahora tenemos gran necesidad de alguien que pueda luchar con los dioses. Los Fhoi Myore son dioses. Están conquistando nuestras tierras. Roban nuestros objetos sagrados. Capturan a nuestras gentes, y en estos momentos incluso nuestro Gran Rey es prisionero suyo. Nuestros Grandes Lugares caen ante ellos, y Caer Llud y Craig Don ya han sucumbido. Dividen nuestra tierra y de esa manera separan a nuestra gente. Una vez separados, nos resulta más difícil volver a unirnos para presentar batalla a los Fhoi Myore.

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