Cogió a Bravo del brazo y se lanzó hacia el espacio que se había abierto en el tráfico, pero apenas habían recorrido unos metros por la carretera recalentada por el sol cuando vio a un ciclista que avanzaba en su dirección. Los atacaban por delante y por detrás.
No había tiempo para especulaciones. El ciclista llevaba en la mano un pesado palo de madera de aspecto inquietante y lo estaba alzando para descargar un golpe. Jenny debía de actuar de inmediato.
Empujó a Bravo a un lado, esperando el movimiento descendente del bate de madera y, moviendo su brazo en paralelo al arco que describía el palo, lo cogió con la mano y, al mismo tiempo, impulsó el codo contra la garganta del ciclista. Pateó la rueda delantera y la bicicleta cayó al suelo junto con su conductor.
—¡Corre! —le gritó a Bravo—. ¡Corre!
Ambos echaron a correr por la carretera en la misma dirección del denso tráfico. Las bocinas sonaban airadas y los conductores los insultaban mientras serpenteaban entre los coches. Arriesgándose a mirar por encima del hombro, Jenny vio que el primer hombre levantaba la bicicleta, montaba de un salto y salía en su persecución. En la mano llevaba una arma.
Continuaron corriendo a toda velocidad, pero como debían estar atentos a los movimientos bruscos de los coches, deteniéndose y reemprendiendo la carrera cuando pasaban rozándolos, su marcha era lenta y peligrosa. El ciclista reducía la distancia rápidamente. Jenny miró a su alrededor buscando alguna ruta de escape alternativa, pero la multitud presionaba desde todas partes. Serían como patos de feria para el ciclista, a menos que… Finalmente decidió internarse en la zona más densa de la muchedumbre, con la intención de utilizar a la gente a modo de escudo humano.
Pero en ese momento se presentó otro peligro aún mayor. Un BMW X5 apareció en el aparcamiento y se dirigió hacia ellos desde la dirección opuesta.
—Ya estamos todos —dijo Bravo.
No había tiempo para intentar una maniobra evasiva, el BMW ya estaba casi encima de ellos. Dentro de unos minutos, pensó Jenny, serían carne muerta, y no había absolutamente nada que ella pudiera hacer para impedirlo.
J
ENNY, con el cuerpo en tensión y decidida a hacer todo lo posible para proteger a Bravo del ataque de los caballeros de San Clemente, vio que la cabeza del conductor asomaba por la ventanilla del BMW.
—¡Subid! —gritó el hombre.
Mientras ella se preguntaba qué demonios estaba haciendo Anthony Rule en Saint Malo, Bravo gritó:
—¡Tío Tony!
Rule se arriesgó a mirar en la dirección del ciclista y vio el arma que llevaba en la mano.
—¡Subid! ¡De prisa!
Jenny abrió la puerta del coche y colocó su cuerpo a modo de escudo entre Bravo y el ciclista armado. Se oyó un disparo y la bala hizo trizas el cristal de la ventanilla. La chica obligó entonces a Bravo a bajar la cabeza detrás de la puerta al tiempo que lo empujaba hacia el asiento trasero. En el instante en que ella también entró en el coche, Rule aceleró. Con un estridente sonido de la bocina obligó a frenar a dos coches que venían en sentido contrario y provocó un pequeño topetazo cuando el vehículo que circulaba detrás de ellos no alcanzó a frenar a tiempo. Rule hizo girar el volante, salvaron el pequeño bordillo de cemento que había entre la carretera y el aparcamiento y, ya con más espacio para maniobrar, aceleró hacia la amplia explanada adoquinada que se extendía detrás de la fila de autocares. Rule miró entonces por el espejo retrovisor y anunció que ya habían dejado atrás al ciclista armado.
—Habría pasado por encima de ese cabrón si hubiese estado solo —dijo. Luego dejó escapar una risita ahogada—. Pero si yo hubiese estado solo, ese tío nunca habría estado aquí, ¿verdad?
—Por cierto —dijo Jenny con aspereza—, ¿qué estás haciendo tú aquí?
—Esperad un momento —intervino Bravo—, ¿vosotros dos os conocéis?
—No hay de qué —le dijo Rule a Jenny como si Bravo no hubiese hecho ninguna pregunta. Luego, cuando vio que ella fruncía el ceño, sus ojos se desviaron hacia Bravo por el espejo retrovisor—. ¿En qué estaría yo pensando? Después de todo, ella es la Diosa de Hielo.
—La Diosa de Hielo. Así es como me llaman el resto de los guardianes —musitó Jenny en tono sombrío.
—Les das motivos más que suficientes para que te llamen de ese modo —repuso Rule.
—Oh, sí —dijo ella, mordiendo el anzuelo—, siempre es culpa mía, ¿verdad?
—Y tengo una noticia de última hora para ti, pequeña: no son sólo los guardianes.
—¿Por qué tendría que importarme?
Rule se encogió de hombros como diciendo que, si ella no quería aceptar su consejo, a él le traía sin cuidado.
Bravo asistía a este diálogo con una creciente sensación de azoramiento. No sólo su padre llevaba una doble vida, sino que también lo hacía su tío Tony.
—¿Estás aturdido, Bravo? —preguntó Rule como si le hubiese leído el pensamiento.
—Dame un minuto.
Rule salió por la parte trasera del aparcamiento y se dirigió a la ciudad nueva, girando a derecha e izquierda como si estuviesen en un videojuego para asegurarse de que sus enemigos no los seguían. Naturalmente, resultaba perfectamente razonable que el tío Tony también perteneciera a la Orden de los Observantes Gnósticos. Bravo siempre lo había llamado tío Tony no porque existiesen lazos de parentesco entre ellos, sino porque era un íntimo amigo de su padre.
—Todavía no nos has dicho qué estás haciendo aquí —insistió Jenny obstinadamente—. No puede ser una coincidencia.
—Las coincidencias no existen en el Voire Dei, ¿verdad, pequeña? —Rule meneó la cabeza—. No, estaba siguiendo el rastro de la segunda llave.
—¿La segunda llave? —dijo Bravo.
El tío Tony asintió.
—Hay dos llaves para el escondite. Tu padre tenía una y Molko tenía la otra. Molko fue secuestrado por los caballeros, torturado y asesinado. Debemos suponer que ellos tienen la segunda llave.
—De modo que esto se ha convertido en una carrera —señaló Bravo.
—En cierto sentido —dijo el tío Tony—. Excepto por el hecho de que los caballeros aún no conocen la ubicación del escondite. Sólo tu padre la conocía.
—Ésa es la razón de que me siguieran la pista desde Nueva York hasta Washington —dijo Bravo. Pensó en Rossi asegurándose de que no lo hirieran cuando huyeron de la casa de Jenny, en la bala de goma que le había disparado a Jenny en el cementerio. Ahora tenía la confirmación de su teoría de que los caballeros no habían ido tras él para matarlo: necesitaban descubrir la ubicación del escondite secreto—. Pero Jenny y yo nos encargamos de eso antes de venir aquí.
—Lo que es necesario que entiendas —dijo Rule— es que los caballeros de San Clemente son como una hidra, le cortas dos cabezas y otras cuatro ocupan su lugar.
—Pero no pueden haberle colocado un localizador a Bravo —dijo Jenny—. Ahora mismo no lleva nada de lo que llevaba en Washington, ni siquiera la ropa.
Bravo se inclinó hacia adelante y apoyó los antebrazos en el respaldo del asiento del conductor.
—Excepto por las pocas cosas que me dejó mi padre, y nadie sabía dónde podían estar o cuál era su significado.
Jenny asintió.
—Deben de estar empleando algún otro método para seguirte los pasos.
—¿Qué debo hacer, entonces? —dijo Bravo.
—Mantenerte fiel al plan. Confiar en tu padre. Eso es todo lo que puedes hacer —dijo el tío Tony—. Mientras tanto, Jenny se encargará de protegerte las espaldas.
Rule aceleró para pasar a dos coches que estaban atascados detrás de un camión.
—Siento mucho lo de tu padre, Bravo. Era un hombre especial y el mejor amigo que tuve en la vida.
—Gracias —dijo él—, eso significa mucho para mí.
—Sé que tú eras el amigo más antiguo que Dexter Shaw tenía dentro de la orden —comentó Jenny—. ¿Es ésa la razón de que estés aquí?
—Y tú creías que era para controlarte —repuso Rule con una risotada carente de maldad. Era un hombre alto y de espaldas anchas, con la piel áspera y rojiza de una persona que pasa mucho tiempo al aire libre. Su pelo se estaba agrisando en las sienes y lo llevaba peinado hacia adelante al estilo de un senador de la antigua Roma—. Bueno, no te culpo por ello. A Kavanaugh se le metió en la cabeza que debíamos seguirte. —Una cicatriz pálida, ligeramente elevada y correosa, discurría por la parte izquierda de su barbilla como si fuese un signo de admiración—. Diría «pobre Kavanaugh» si el cabrón se lo hubiese merecido.
Jenny lo miró por un momento y luego desvió la vista para mirar a través de la ventanilla.
Rule frunció los labios como si acabara de probar algo podrido.
—Kavanaugh cometió un error, dejémoslo así —terció Bravo. Se sentía cada vez más incómodo con sus ocasionales bofetadas verbales, y tenía intención de ponerles fin—. En este momento, lo que más necesitamos es llegar a París. Debemos coger un vuelo que sale a las nueve de la noche del aeropuerto Charles de Gaulle.
Anthony Rule asintió.
—Encantado de poder serviros de ayuda. —Aunque rondaba los sesenta años, el tiempo había sido benévolo con él. No había perdido ninguno de los rasgos que habían atraído naturalmente a las mujeres durante toda su vida—. Bravo, para serte sincero, la muerte de Dex fue un golpe terrible para mí, pero no puedo decir que fuese una sorpresa. Creo que ya debes de saber a qué me refiero. Dex sabía que estaba marcado para que lo matasen, sabía que su asesinato era algo posible, incluso inevitable. Ésa es la naturaleza brutal de nuestra guerra contra los poderes del mal y la corrupción. Me gustaría que fuese de otro modo pero, hasta que los caballeros de San Clemente no sean completamente aniquilados, no puede ser. Es tan simple como eso.
—Me parece que una enemistad que se ha prolongado a lo largo de los siglos es cualquier cosa menos simple —apuntó Bravo.
—Escuchad al experto. —Rule meneó la cabeza—. En lugar de ponerte filosófico, deberías concentrar esa mente brillante que tienes en descubrir cómo han conseguido seguirte los pasos los caballeros de San Clemente.
—Mi padre, y también el de Jenny, creían que había un traidor dentro de la Haute Cour —dijo Bravo—. ¿Y tú?
Rule miró brevemente a la chica a través del espejo retrovisor.
—Veo que también has estado haciendo tu trabajo de otras maneras, pequeña.
Bravo se percató de que Jenny había abandonado su taciturna contemplación de la carretera. Finalmente, el tío Tony consiguió concitar toda su atención.
—¿Tienes alguna idea de quién puede ser el traidor? —preguntó ella.
—Ésa era la obsesión de Dex —dijo Rule misteriosamente—. En cuanto a mí, mis atenciones están en otra parte. No tengo opinión al respecto.
Circulaban por la autopista, en dirección al aeropuerto Charles de Gaulle. Al poco, Rule abandonó la vía y, reduciendo considerablemente la velocidad, se unió al tráfico que discurría por una carretera secundaria. Realizó una de sus periódicas inspecciones de los vehículos a través de los espejos laterales y se desvió un par de veces.
—Muy bien, estamos seguros.
Ahora se encontraban en un tramo de carretera largo y relativamente recto que resultaba ideal para comprobar si alguien los seguía.
—Ellos quieren apoderarse de nuestros secretos, Bravo —continuó Rule—. Pero especialmente quieren hacerse con uno de ellos, el que tu padre protegía con su vida.
—Pero yo ni siquiera sé cuál es ese secreto.
—Por supuesto que no lo sabes. Jenny no sabe cuál es, y tampoco lo saben la mayoría de los que integran la orden. Pero yo sí.
La entrada a la autopista se acercaba velozmente por la izquierda. Rule ya circulaba por el carril izquierdo, pero había un coche averiado bloqueando el acceso, y el BMW continuó a toda velocidad sin poder entrar.
Jenny había girado a medias el torso para poder mirar a través del parabrisas trasero.
—¿Qué ocurre? —preguntó Bravo.
Rule se enderezó en el asiento con el cuerpo tenso.
—Tenemos un problema.
—Hay otro perseguidor detrás de nosotros. —Jenny se acercó ligeramente a Bravo en el asiento trasero para mejorar su campo visual—. Un Mercedes cupé blanco tres coches más atrás.
Rule asintió.
—Así es, pero mi preocupación es que tal vez no sea el único.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Bravo.
—Ese coche averiado que estaba bloqueando la entrada a la autopista —dijo Jenny.
—Ese coche nos obligó a continuar por esta ruta —dijo Rule. Hizo girar con brusquedad el volante y el X5 resbaló ligeramente. Acto seguido pisó el acelerador a fondo y fueron lanzados hacia atrás en sus asientos.
—Ahora veremos realmente qué puede hacer este chisme —dijo Rule—. Tengo un motor de doce cilindros debajo del capó; eso debería permitirnos hacer cualquier cosa excepto despegar.
Unos cientos de metros por delante de ellos, Bravo vio que un Audi rojo se abría de su carril hacia la izquierda y aceleraba para equiparar su velocidad a la del BMW.
—Es una encerrona —dijo Jenny.
Rule volvió a asentir.
—Nos tienen cogidos por delante y por detrás. Será mejor que os ajustéis los cinturones, chicos.
Rule comenzó a entrar y salir de la línea del tráfico, cambiando de carril a escasos centímetros del desastre. Viajaba deliberadamente a mayor velocidad que el flujo del tráfico y ahora resultaba fácil ver los dos vehículos de los caballeros: el Audi delante y el Mercedes detrás.
De pronto, el Audi redujo la velocidad. Rule pisó el freno, derrapando ligeramente, y giró el volante para enderezar el vehículo. Un instante después, el Mercedes chocó contra ellos, y Rule aceleró directamente hacia el Audi que tenía enfrente. El Audi, más pequeño y mucho más ligero que el BMW o el Mercedes, también aceleró para evitar la colisión y se mantuvo delante de ellos.
—Esto no me gusta nada —dijo Rule—. Tengo que suponer que quieren que permanezcamos en esta carretera por alguna razón.
No había acabado de decirlo cuando vieron el camión articulado que circulaba delante de ellos. Sus puertas traseras se abrieron de par en par y una rampa de acero se extendió hacia el asfalto.
—Por eso nos han encerrado entre los dos coches —dijo Rule—. Quieren hacernos subir a ese camión articulado.
A la izquierda se encontraba la rampa de salida de la autopista. Rule esperó hasta el último segundo posible y luego giró violentamente el volante para enfilar la salida. Un Renault gris circulaba a escasa velocidad por la rampa cuando el conductor vio el BMW X5 a punto de colisionar con él. La bocina del Renault sonó furiosamente al tiempo que el coche se desviaba de su camino. Rule aceleró a través de la rampa y entró en la autopista.