El templo (32 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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—Entonces hagámoslo —dijo un decidido Van Lewen.

Los boinas verdes se prepararon para salir del templo. Race se limitó a permanecer cerca de ellos.

—De acuerdo… —dijo Van Lewen—. ¡Ahora!

Los cuatro salieron del templo con sus armas en ristre y echaron a correr bajo la lluvia.

Sus fusiles tronaron.

Los nazis que estaban en el arbolado se pusieron a cubierto.

Van Lewen y Reichart doblaron la construcción primero y se dirigieron a la parte posterior del templo.

Segundos después, llegaron a la esquina de la parte posterior, de forma que el templo les amparaba de los disparos de los nazis. Ahora se encontraban en el sendero de piedra en la cima de la ladera embarrada que Race había visto anteriormente; el sendero que tenía aquella piedra redonda tan extraña.

Aquella especie de ladera estaba totalmente cubierta de barro y descendía ante ellos durante unos quince metros hasta finalizar en un saliente que era el final de la torre de piedra, un saliente que tenía una caída de más de noventa metros. A la izquierda de ese saliente había una arboleda y el follaje que conducía al puente de cuerda.

Cochrane y Race salieron después que Van Lewen y Reichart. Nada más girar vieron la ladera, inclinada y embarrada.

—Me temo que esto va a ser más difícil de lo que pensábamos —le dijo Cochrane a Van Lewen.

Justo en ese momento, como un tiburón que emerge de las profundidades del océano, el helicóptero de ataque Mosquito surgió de entre la niebla por debajo del saliente y se mantuvo inmóvil delante de los cuatro estadounidenses. Entonces, los cañones montados en los laterales del mismo comenzaron a escupir una ráfaga de fuego devastadora.

Todos se tiraron al suelo.

Tex
Reichart fue demasiado lento. La ráfaga de disparos perforó su cuerpo sin piedad, uno tras otro, manteniéndolo de pie incluso tiempo después de que estuviera muerto. Con cada disparo que recibía, su sangre rociaba el muro de piedra que se encontraba a su espalda.

Buzz
Cochrane recibió dos disparos en la pierna y gritó de dolor. Race se golpeó fuertemente con el terreno embarrado, si bien sin consecuencias, y se tapó las oídos para amortiguar el estruendo del fuego del helicóptero. Van Lewen disparó sin temor al Mosquito con su M—16 hasta que, finalmente, el helicóptero se alejó y el cuerpo de Reichart cayó al terreno embarrado con un golpe sordo.

Por desgracia, Reichart era el que tenía el ídolo.

Cuando su cuerpo se golpeó contra el suelo, el ídolo se le cayó de las manos. El ídolo cayó y comenzó a resbalar por el terraplén embarrado… en dirección al borde de la cima.

Race lo vio primero.

—¡No! —gritó, lanzándose por él. Aterrizó sobre su estómago y comenzó a deslizarse por la pendiente tras él.

Van Lewen le gritó:

—Profesor, ¡espere! ¡No…!

Pero Race ya estaba deslizándose a toda velocidad por el barro, con el M-16 incluido, en dirección al ídolo.

Veinticinco metros.

Quince metros.

Nueve metros.

Entonces, de repente, el helicóptero Mosquito regresó y soltó otra ráfaga de disparos que impactaron en el terreno embarrado que separaba a Race del ídolo.

Race reaccionó con rapidez. Giró sobre sí mismo y se alejó de los disparos. Se protegió los ojos para que no se le llenaran de barro, abandonando momentáneamente la persecución del ídolo. Comenzó a deslizarse por la ladera, lejos de los impactos de las ametralladoras.

Vio cómo el saliente al final del terraplén se acercaba a toda velocidad, vio la caída que le esperaba y el Mosquito sobre él, pero estaba cayendo a demasiada velocidad. Entonces, de repente, antes de que siquiera supiera qué estaba sucediendo, salió disparado del borde de la torre al espacio abierto y a la caída de noventa metros que le esperaba debajo.

Mientras resbalaba por el terraplén, Race consiguió agarrarse con una mano al borde del saliente y quedó colgando de él.

El aire que levantaba el helicóptero retumbaba contra su gorra de los Yankees mientras luchaba por agarrarse con la otra mano, la que aún asía el M-16, al borde del saliente. Comenzó a auparse para subir.

Hagas lo que hagas, Will, no mires abajo.

Miró abajo.

El borde de la torre de piedra se estrechaba hasta no dejar más que oscuridad y tinieblas. La lluvia parecía precipitarse a esa oscuridad, desapareciendo entre la impenetrable niebla gris.

Con grandes esfuerzos, Race logró subir los codos al saliente y auparse. Alzó la vista y vio a Van Lewen, que había cargado a Cochrane en su hombro, apresurarse hacia los árboles que tenía a su derecha.

También vio a los nazis, doce en total, armados con sus G-11, arremolinarse en torno al templo desde todos los flancos, perfectamente compenetrados.

Vieron el ídolo, que se encontraba a medio camino de la inclinada ladera, al instante.

Se desplegaron a toda velocidad y tomaron posiciones mientras uno de ellos bajaba con cuidado por el terraplén para cogerlo.

El nazi llegó al lugar donde se encontraba el ídolo. Lo cogió.

Race ni siquiera pudo lanzar una maldición, porque en ese preciso momento uno de los nazis alzó la vista y lo vio, con medio cuerpo pendiendo del saliente, mirándolos con ojos atemorizados.

Los nazis alzaron sus G-11al unísono, apuntando a la frente de Race y cuando colocaron los dedos en los gatillos, Race hizo la única cosa que podía hacer.

Dejarse caer.

Race cayó.

A toda velocidad.

Hacia el suelo.

Hacia la base de la torre de piedra.

Vio cómo la irregular superficie de la torre se sucedía a gran velocidad. Alzó la vista y vio cómo el saliente del que se había dejado caer se difuminaba vertiginosamente entre el cielo gris.

La cabeza le daba vueltas.

¡No puedo creer que haya hecho eso! Calma, calma, lo hiciste porque sabías que podrías salir de esta.

Vale.

Mientras caía, Race sujetó el M-16 con las manos.

No vas a morir.

No vas a morir.

Intentó recordar cómo había disparado antes Van Lewen el garfio. ¿Cómo lo había hecho? Había apretado un segundo gatillo del arma para disparar el garfio, un gatillo que estaba situado debajo del cañón del M-16.

Siguió cayendo.

Race buscó desesperadamente el segundo gatillo de su arma…

¡Aquí!

Levantó inmediatamente su M-16 y apuntó a la torre de piedra que desaparecía a toda velocidad de su vista. Después apretó el segundo gatillo.

Con un sonido similar al de las ruedas al pincharse, el garfio plateado salió disparado del lanzagranadas y se abrió en el aire con un ruido metálico.

Race siguió cayendo.

El garfio salió disparado hacia arriba. La cuerda de nailon serpenteó tras él.

Más abajo.

El garfio voló por encima de la cima de la torre.

Más abajo.

Race agarró fuertemente su M-16. Después cerró los ojos y esperó. Esperó por el tirón de la cuerda o por el impacto contra el lago, cualesquiera de las dos cosas que ocurriera antes.

El tirón fue primero.

En un segundo, la cuerda del garfio se tensó y el descenso de Race se detuvo bruscamente.

Race sintió como si le desencajaran los brazos, pero aun así logró sujetarse al M-16.

Abrió los ojos.

Estaba colgando de una cuerda treinta metros por debajo del saliente de la cima de la torre.

Siguió inmóvil y en silencio en la cuerda durante treinta segundos, respirando con dificultad, negando con la cabeza. Al saliente no se asomó ningún nazi. Debían de haber abandonado el terraplén tan pronto como lo vieron caer.

Race suspiró profundamente, aliviado. Después se puso manos a la obra y comenzó a trepar por la cuerda.

En la cima de la torre, Van Lewen se abría paso a través del follaje utilizando su cuchillo Bowie a modo de machete.

Él también había visto hacía unos instantes a los nazis coger el ídolo, y ahora estaba intentando desesperadamente volver al puente de cuerda antes de que ellos lo hicieran.

El puente se encontraba en el extremo sur de la cima de la torre. Cochrane, que estaba herido, y Van Lewen intentaban llegar hasta él por entre la maleza situada al sudoeste de la torre.

Los nazis estaban tomando la ruta más directa y se dirigían al puente por el claro y las escaleras de piedra.

Van Lewen cortó una última rama y de repente Cochrane y él se encontraron con la imagen del puente de cuerda que tan majestuosamente se extendía sobre el abismo, entre la cima de la torre y el sendero exterior.

El puente estaba a unos catorce metros de ellos y, en ese preciso momento, los cerca de doce soldados nazis que los habían atacado en el portal del templo estaban cruzándolo y llegando al sendero que había al otro lado.

Maldita sea
, pensó Van Lewen. Lo habían derrotado en el puente.

Van Lewen se quedó mirando a uno de los nazis mientras este cruzaba el puente y llegaba a tierra firme. Llevaba algo en las manos, algo cubierto con una raída tela púrpura.

El ídolo.

Mierda.

Fue entonces cuando los nazis, que ya estaban todos al otro lado del barranco, hicieron lo que Van Lewen más temía que hicieran, lo que él pretendía haber hecho si hubiese llegado primero al puente de cuerda.

Soltaron los agarres del puente de los contrafuertes y lo dejaron caer.

El enorme puente cayó por el barranco. Seguía asido a los contrafuertes del lado de la torre por lo que no cayó al vacío, sino que quedó colgando contra la torre de piedra. El extremo de la cuerda se perdió entre la impenetrable niebla bajo ellos.

Van Lewen miró con frustración e impotencia cómo el grupo de nazis descendían por el sendero con el ídolo.

Tenían el ídolo.

Mientras que él estaba ahora atrapado en la torre de piedra.

Heinrich Anistaze permaneció en el centro de Vilcafor con las manos en las caderas. Estaba contento por cómo había transcurrido el asalto al pueblo.

El generador de pulsos había funcionado a la perfección, cortando toda comunicación por radio de los enemigos. Los estadounidenses que se encontraban en el todoterreno habían sido neutralizados con facilidad. Y ahora acaba de recibir la noticia de que sus tropas de asalto habían logrado arrebatar el ídolo a los estadounidenses en el templo.

Las cosas estaban saliendo muy bien.

Se escuchó un grito y Anistaze se giró. Los soldados de la torre se acercaban por el sendero de la ribera del río.

El soldado al mando se dirigió hacia él y le entregó un objeto envuelto en una tela.

—Herr Obergruppenführer
—dijo oficiosamente el hombre—, el ídolo.

Anistaze sonrió.

Una vez hubo logrado trepar por la cuerda del garfio, Race recorrió el ahora desierto claro de delante del templo en busca de los boinas verdes, si es que quedaba alguno con vida.

Encontró a Van Lewen y a Cochrane en el saliente donde anteriormente había estado sujeto el puente de cuerda.

—Hijos de puta —dijo mientras observaba el abismo que se alzaba ante ellos—. Han cortado el puente.

—No hay forma de salir de aquí —dijo Van Lewen—. Estamos atrapados.

Justo entonces, el helicóptero Mosquito sobrevoló por encima de ellos. Sus cañones laterales comenzaron a disparar. Los nazis debían de haberlo dejado para que terminara el trabajo.

Race y los boinas verdes se pusieron a cubierto entre la maleza. Las hojas estallaron por encima de su cabeza; los troncos de los árboles quedaron reducidos a astillas.

—¡Joder! —gritó Cochrane por encima del estruendo de los disparos.

Race observó el helicóptero mientras este se sostenía en el aire sobre el abismo. Sus armas escupían lenguas de fuego y los patines de aterrizaje pendían bajo la estructura del helicóptero.

Los patines de aterrizaje
…, pensó.

Y, en ese momento, algo ocurrió en su interior. Una férrea determinación, que desconocía poseer, se apoderó de él.

—¡Van Lewen! —gritó de repente.

—¿Qué?

—Necesito que me cubra.

—¿Para?

—Haga que el helicóptero suba un poco más, ¿de acuerdo? Pero no lo ahuyente.

—¿Qué va a hacer?

—¡Voy a sacarnos de esta roca!

Para Van Lewen esa respuesta era más que suficiente. Un segundo después, saltó del follaje y comenzó a disparar al helicóptero negro.

El Mosquito le respondió alzándose un poco más y disparándole.

Mientras tanto, Race intentaba febrilmente desenrollar la cuerda del garfio. Alzó la vista hacia el helicóptero.

—¡Más alto! —gritó—. ¡Más alto! ¡Está demasiado bajo!

Race calculó la distancia entre el helicóptero y él.

Estaba demasiado cerca para disparar el garfio con el lanzagranadas. Iba a tener que lanzarlo él mismo.

Desenrolló la cuerda un poco más. Así estaría lo suficientemente holgada para que no se enredase cuando la tirara.

—¡Cochrane! —gritó—. ¿Puedes balancearte con esa pierna?

—¿Tú qué crees, Einstein?

—¡Entonces no me vales! —le dijo Race implacable—. Te quedas aquí. Van Lewen, ¡cúbrame!

Entonces, mientras Van Lewen disparaba al helicóptero, Race saltó de entre el follaje con el garfio en su mano y, con un ágil movimiento, sin llegar a levantar el brazo del todo, lo lanzó al patín de aterrizaje izquierdo del Mosquito.

Tan pronto como lo hizo, supo que había hecho un tiro perfecto.

El garfio voló por el aire hacia el helicóptero, alcanzando el cénit de su arco justo al llegar al patín de aterrizaje izquierdo del Mosquito. A continuación, con un
clik
brusco, el garfio giró sobre el puntal y dio dos vueltas hasta quedar colgando de él.

—¡Muy bien! ¡Van Lewen, en marcha!

Van Lewen disparó por última vez al helicóptero y echó a correr al borde del saliente, donde se encontraba Race.

—¡Agárrese! —Race le ofreció a Van Lewen su M-16. El arma estaba unida al final de la cuerda del garfio.

Van Lewen la cogió y miró a Race.

—¿Sabe? Es más valiente de lo que mucha gente pensaría.

—Gracias.

A continuación, Race y Van Lewen se dejaron caer por el saliente y se balancearon por el abismo, pendiendo del patín de aterrizaje del helicóptero de ataque.

—Hijo de puta… —dijo
Buzz
Cochrane mientras veía cómo se alejaban por el barranco.

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