El templo (51 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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—El Ejército Republicano de Texas, ¿no son esos los que desollaron a aquellos miembros del Servicio de Pesca, Fauna y Flora en Montana?

—Son los principales sospechosos —dijo Demonaco—. Dijimos a los medios que esos dos oficiales habían encontrado a algunos milicianos cazando de forma ilegal, pero creo que es mucho peor que eso. Creo que dieron con un campo dé entrenamiento de ese grupo terrorista.

—¿Un campo de entrenamiento?

—En efecto. El Ejército Republicano de Texas es un grupo mucho mayor que los Freedom Fighters, y están bastante más preparados. De hecho, no se puede formar parte de ese grupo a menos que se haya sido miembro de las fuerzas armadas.

»Asimismo, también están excepcionalmente organizados para ser un grupo terrorista. Se parecen más a una unidad militar de élite que a un club de caza de fines de semana.

»Tienen una cadena de mando muy definida que incluye castigos severos para cualquier miembro que rompa esa jerarquía, un sistema que se ha atribuido a la influencia de su líder, Earl Bittiker, un SEAL de la Armada, que fue expulsado con deshonor en 1986 por agresión sexual a una teniente que le dio una orden que no le gustó. La violó vaginal y oralmente.

Mitchell se estremeció.

—Según parece, Bittiker era uno de los mejores de los SEAL, una máquina de matar sin remordimientos ni conciencia. Pero, al igual que muchos de esos tipos, carecía de ciertas cualidades civilizadoras. Al parecer en 1983, tres años antes de la violación, le habían diagnosticado una psicosis clínica, pero la Armada le permitió continuar en activo. Pensaron que, siempre y cuando esa agresividad fuera canalizada hacia sus enemigos, no habría problema. Una lógica aplastante.

»Tras la violación, Bittiker fue expulsado de la Armada y condenado a ocho años en Leavenworth. Cuando salió en 1994, fundó el Ejército Republicano de Texas junto con un par de soldados que también habían sido expulsados y que había conocido en la cárcel.

»El Ejército Republicano de Texas entrena constantemente —dijo Demonaco—. En el desierto, en zonas aisladas de Texas y Montana y, a veces, en las montañas de Oregón. Se supone que cuando llegue el momento de declarar la guerra al Gobierno estadounidense, o al Gobierno estadounidense j unto con las Naciones Unidas, quieren estar listos para luchar en todo tipo de terrenos.

»Lo peor de todo es que también tienen dinero. Después de que el Gobierno le jodiera y bien con un contrato de petróleo, el magnate tejano del petróleo Stanford Colé le dejó a Bittiker y a su ejército cerca de cuarenta y dos millones de dólares y una nota que decía: «Que se pudran en el Infierno». No es de extrañar, pues, que Bittiker y sus compinches sean vistos a menudo en los mercados negros de armas en Oriente Medio y en África. Joder, si el último año compraron un excedente de ocho helicópteros Black Hawk al Gobierno australiano.

—¡Joder! —dijo Mitchell.

—Aun así —prosiguió Demonaco—, eso no impide que de vez en cuando roben equipos de gran importancia. Por ejemplo, aunque no podemos probarlo, creemos que el Ejército Republicano de Texas es el responsable del robo del tanque blindado M-1A1 Abrams mientras…

—¿Robaron un tanque? —dijo Mitchell incrédulo.

—De la parte trasera de un camión con remolque mientras era transportado de la fábrica de Chrysler en Detroit al Comando de Tanques, Vehículos y Armamento del Ejército de Estados Unidos en Warren, Michigan.

—¿Por qué sospecha de ellos? —preguntó Mitchell.

—Porque hace dos años, el Ejército Republicano de Texas compró un aeroplano Antonov An-22 en el mercado de armas de Irán. El An-22 es un avión jodidamente grande, el equivalente ruso a nuestros mayores aviones a reacción de transporte militar, el C-5 Galaxy y el C-17 Globemaster. Si quieres un avión de carga, vas y compras un An-12 o un C-130 Hércules, no un An-22. Solo necesitas un An-22 si tienes pensado mover algo grande, muy grande. Algo como un tanque de 67 toneladas.

Demonaco paró de hablar y negó con la cabeza.

—Pero esa es la menor de nuestras preocupaciones ahora.

—¿Porqué?

—Porque últimamente nos han llegado unos rumores bastante preocupantes acerca del Ejército Republicano de Texas. Parece ser que han encontrado un alma gemela en el culto Aum Shinrikyo de Japón, un grupo que soltó gas sarín en el metro de Tokio en 1995. Después del atentado de Tokio, algunos miembros del culto vinieron a Estados Unidos y se infiltraron en ciertas milicias. Tenemos motivos para creer que algunos miembros de Aum Shinrikyo se han unido al Ejército de Texas.

—¿Eso qué significa para nosotros? —preguntó Mitchell.

—Significa que tenemos un problema muy serio.

—¿Por qué?

—Porque el culto Aum Shinrikyo es un culto del día del Juicio Final. Su único objetivo, más bien, su única razón de ser, es provocar el fin del mundo. Solo tenemos noticia del incidente del metro de Tokio porque disponemos de grabaciones de las cámaras de seguridad. ¿Sabía que a principios de 1994 los de Aum Shinrikyo lograron hacerse con el control de un silo de misiles remotos chino? Casi lanzan treinta misiles nucleares tácticos en los Estados Unidos para intentar iniciar una guerra termonuclear.

—No, no lo sabía —dijo Mitchell.

—Comandante, en Estados Unidos nunca hemos tenido un culto del día del Juicio Final. Tenemos grupos antigubernamentales violentos, grupos anti onu, antiabortistas, antisemíticos y anti negros. Pero nunca hemos tenido un grupo cuya única ambición fuera provocar la destrucción masiva de la vida en este planeta.

»Ahora bien, si Earl Bittiker y el Ejército de Texas han decidido adoptar una filosofía del día del Juicio Final, eso nos deja con un gran problema. Porque entonces tendremos uno de los grupos paramilitares más peligrosos merodeando por Estados Unidos con un objetivo letal.

—De acuerdo, entonces —dijo Mitchell—, ¿qué tiene que ver todo esto con el robo?

—Fácil —dijo Demonaco—. El grupo que realizó este robo es un pelotón de asalto altamente cualificado y preparado. Las tácticas que emplearon son propias de las Fuerzas Especiales y los seal, lo que señalaría a una organización más del tipo del Ejército Republicano de Texas y no a los Freedom Fighters.

—Sí.

—Pero quienquiera que hiciera esto nos ha dejado una sola bala con el núcleo de tungsteno para que pensemos en los Freedom Fighters. Si el Ejército Republicano de Texas hizo esto, ¿no cree que tendría sentido que intentaran despistarnos incriminando a sus enemigos, los Freedom Fighters de Oklahoma?

—Sí…

—Lo que me preocupa, sin embargo —dijo Demonaco—, es tras qué están. Porque si el Ejército Republicano de Texas ha adoptado realmente el culto del día del Juicio Final, entonces esa Supernova de la que usted me habla es exactamente el tipo de cosa que estarían buscando.

—Otro aspecto que debemos tener en cuenta —prosiguió Demonaco—, es cómo entraron. Tenían a alguien dentro, alguien que supiera los códigos y que les pudiera proporcionar las llaves tarjeta para todos los cierres de seguridad. ¿Tiene un registro de los nombres de todos los que trabajan en el proyecto?

Mitchell sacó una hoja de papel del bolsillo superior de la chaqueta y se la pasó a Demonaco.

—Esta es una lista de toda la gente que trabaja en el proyecto de la Supernova, de la Armada y de la DARPA.

Demonaco echó un vistazo a la lista.

Mitchell dijo:

—Hemos investigado a todos. Están todos limpios, incluso Henry Norton, el tipo cuya tarjeta de seguridad y códigos pin emplearon para entrar.

—¿Dónde se encontraba la noche del robo? —preguntó Demonaco.

—En el depósito de cadáveres de Arlington —dijo Mitchell—. Los informes paramédicos confirman que a las 5.36 a. m. de la noche del robo, exactamente quince minutos antes de que los ladrones entraron en el edificio, Henry Norton y su mujer, Sarah, fueron encontrados muertos de sendos disparos en su hogar de Arlington.

—A las 5.36 —dijo Demonaco—. Se movieron con rapidez después de matarlos. Sabían que su nombre estaría marcado por control electrónico en el hospital.

Tanto Demonaco como Mitchell sabían que los nombres de los empleados de algunas agencias del Gobierno estaban marcados por controles electrónicos en caso de que fueran ingresados de improviso en el hospital. Tan pronto como se introducía el nombre de alguien importante en los ordenadores del hospital, aparecía una pantalla de aviso para que el médico llamase a la agencia gubernamental pertinente.

—¿Tenía Norton alguna relación con milicias? —preguntó Demonaco.

—No. Llevaba toda la vida en la Armada. Era experto en sistemas de asistencia técnica: ordenadores, sistemas de comunicación y navegación. Tiene un expediente impecable. Parece un puto
boy scout
. Sería la última persona que pensarías que podría traicionar a su país.

—¿Qué hay de los demás?

—Nada. Ninguno de ellos tiene ningún vínculo con organizaciones paramilitares. Cada miembro del equipo ha tenido que pasar por un control de seguridad exhaustivo antes de entrar a trabajar en el proyecto. Están limpios. No parece siquiera que ninguno de ellos conozca a algún miembro de una milicia.

—Bueno, alguien tiene que ser —dijo Demonaco—. Averigüen quién trabajó más con Norton, alguien que podría haberlo visto meter sus códigos pin todos los días. Haré unas llamadas a mi gente para ver en qué han estado metidos Earl Bittiker y el Ejército Republicano de Texas últimamente.

El Goose levantó una cortina de agua al tocar la superficie del río Alto Purús, no muy lejos de la base de la catarata que caía en cascada por la meseta.

Ya era de noche y, conscientes de la presencia de los
rapas
en el pueblo, Race y los demás decidieron que amarrarían el hidroavión cerca de la catarata y regresarían a Vilcafor por el
quenko
.

Después de que Doogie dejara el Goose en la ribera del río, bajo un grupo de árboles, los cuatro desembarcaron. Dejaron a Uli en el avión, inconsciente y sedado con un poco de metadona que habían encontrado en un botiquín de primeros auxilios en la parte trasera del avión.

Antes de atravesar el sendero situado tras la catarata, sin embargo, Race quiso que hicieran algo bastante raro.

Con un par de cajas de madera que habían encontrado dentro del Goose y unas barritas energéticas que Van Lewen y Doogie portaban consigo, habían construido unas trampas un tanto rudimentarias con el objetivo de atrapar a los monos que se encontraban en los árboles sobre ellos.

Diez minutos después tenían a un par de primates furiosos atrapados dentro de las dos cajas de madera. Los dos monos no dejaron de gritar mientras Van Lewen y Doogie los portaban por el sendero situado tras la catarata que llevaba a la puerta de piedra del
quenko
.

Diez minutos después, Race subió los peldaños que conducían a la ciudadela de Vilcafor.

Nash, Lauren, Copeland, Gaby López y Johann Krauss se encontraban en un rincón de la ciudadela observando cómo Lauren intentaba establecer contacto por radio con Van Lewen o Doogie.

Todos se volvieron a la vez cuando vieron salir a Race del
quenko
con el ídolo falso en sus manos.

Renée, Van Lewen y Doogie salieron a la ciudadela tras él. Estaban totalmente cubiertos de barro y mugre. Race todavía tenía gotas de la sangre de Heinrich Anistaze en su rostro.

Nash vio el ídolo en sus manos.

—¡Lo tienen! —gritó. Corrió hacia Race y se lo arrebató de las manos.

Lo contempló con adoración.

Race observó a Nash con frialdad. En ese instante decidió que no le diría a Nash lo que sabía de él. Esperaría a ver qué era lo que hacía Nash en adelante. Todavía podían conseguir el ídolo, quizá incluso con la ayuda de Race, pero Race estaba resuelto a garantizar que no sería Nash quien se lo quedara.

—Es precioso —dijo Nash maravillado.

—Es una falsificación —dijo Race con rotundidad.

—¿Qué?

—Que es una falsificación. No está hecho de tirio. Si volvemos a encender el detector de resonancias de nucleótidos, veremos que hay una fuente de tirio en esta zona. Pero no es este ídolo.

—Pero… ¿cómo?

—Durante su huida de Cuzco, Renco Capac encargó al delincuente Bassario que tallara una réplica exacta del Espíritu del Pueblo. Renco tenía planeado rendirse ante Hernando y darle el ídolo falso. Sabía que Hernando lo mataría, pero también sabía que el deseo cegador de Hernando por tener el ídolo haría que jamás sospechase que se pudiera tratar de un ídolo falso.

»Según parece, sin embargo, Renco y Alberto Santiago mataron a Hernando y a sus hombres y, tal como dice el manuscrito, Renco escondió los dos ídolos en el templo.

Nash giró el ídolo en sus manos y vio por primera vez el corte cilindrico de la base. Alzó la vista y miró a Race.

—Entonces, ¿el ídolo auténtico está escondido en alguna parte del templo?

—Eso es lo que dice el manuscrito de Santiago —contestó Race.

—¿Pero…?

—Pero no le creo.

—¿No le cree? ¿Por qué no?

—¿Sigue funcionando el DRN? —preguntó Race a Lauren.

—Sí
.

—Móntalo y os explicaré a qué me refiero.

Todos se desplazaron hasta el techo de la ciudadela, donde Lauren comenzó a montar el detector de resonancias de nucleótidos.

Mientras montaba el dispositivo, Race alzó la vista al pueblo. Todavía era de noche y caía una ligera lluvia. Captó la sombra alargada de un felino que lo observaba desde detrás de una de las construcciones del pueblo.

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