El templo (34 page)

Read El templo Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
2.29Mb size Format: txt, pdf, ePub

—De acuerdo —dijo Copeland—. Entonces, ¿cómo vamos a coger a esos bastardos? Nos llevan quince minutos de ventaja y, por si a alguien se le había olvidado, los
rapas
siguen ahí fuera…

—Si los barcos están donde creo que están, entonces hay otra forma de cogerlos —dijo Race—. Una ruta que nos evita tener que pasar por donde se encuentran los
rapas
.

—¿Qué ruta? —preguntó Nash.

Race se puso inmediatamente de rodillas y comenzó a pasar las manos por el suelo de tierra de la ciudadela.

—¿Qué está haciendo?

—Estoy buscando una cosa.

—¿El qué?

Race buscó por el suelo. Según el manuscrito, tenía que estar ahí, en alguna parte. La única cuestión era si los incas habían usado o no el mismo símbolo para marcarlo.

—Esto —dijo de repente cuando quitó la tierra del suelo con la mano y tras una fina capa de barro y mugre apareció una losa de piedra.

En la esquina de la losa había grabado un símbolo, un círculo con una «W» dentro.

—Venga Aquí, necesito ayuda —dijo.

Van Lewen y Doogie se acercaron hasta él, cogieron la losa y tiraron de ella.

La losa hizo un ruido sordo al deslizarse, desvelando un agujero negro debajo.

—Es el
quenko
—dijo Race.

—¿El qué? —dijo Nash.

—Lo leí en el manuscrito. Es un laberinto excavado en la roca bajo el pueblo, una ruta de escape, un sistema de túneles que lleva hasta la catarata que está en el borde de la meseta, siempre y cuando se sepa la clave.

—¿Y usted la sabe?

—Sí.

—¿Cómo? —le preguntó Troy Copeland con sorna.

—Porque he leído el manuscrito —dijo Race.

—Entonces, ¿quién va? —dijo Lauren.

—Van Lewen y Kennedy —dijo Nash—. Y cualquiera que sepa usar un arma —añadió mirando a los dos agentes de la BKA y al paracaidista alemán, Molke. Renée, Schroeder y Molke asintieron con la cabeza.

Nash se giró hacia Copeland.

—¿Qué hay de usted, Copeland?

—No he cogido un arma en mi vida —dijo.

—Muy bien, de acuerdo. Ustedes cinco…

—Yo puedo usar un arma —dijo Race.

—¿Qué? —dijo Lauren.

—¿Usted? —dijo Copeland.

—Bueno —Race se encogió de hombros—, algunas armas. Mi hermano las traía a casa todo el tiempo. No se me da muy bien, pero…

—El profesor Race puede acompañarme siempre que quiera —dijo Van Lewen dando un paso al frente. Intercambió una mirada con Race y le dio una pistola SIG-Sauer—. Después de lo que le he visto hacer en la torre de piedra.

Se volvió a Nash.

—¿Y bien, señor?

Nash asintió.

—Haga lo que tenga que hacer, tan solo recupere el ídolo. Nuestro apoyo aéreo debería de estar al llegar. Tan pronto como lleguen, les mandaré tras ustedes. Si logran de alguna manera poner las manos sobre ese ídolo y mantener a raya a esos cabrones nazis un tiempo, el equipo de apoyo aéreo debería poder sacarles de allí. ¿Entendido?

—Entendido —dijo Van Lewen cogiendo su M-l 6—. En marcha, entonces.

Con Van Lewen a la cabeza, se adentraron por los estrechos pasillos de piedra del
quenko
situado bajo Vilcafor.

La pequeña linterna del cañón de su fusil iluminaba el estrecho túnel que se extendía ante ellos.

Race, Doogie, Molke y los dos agentes de la BKA corrían por el oscuro pasillo tras él. Doogie y los tres alemanes llevaban sus M-16. Race solo llevaba la SIG-Sauer plateada.

Aunque no quería decirlo, Race estaba muerto de miedo. Pero estaba donde quería estar, con Van Lewen, Doogie y los alemanes, tras el ídolo, tras los nazis. Haciendo algo.

Pero el
quenko
, sin embargo, no le ayudaba demasiado a tranquilizarse.

Era como una mazmorra horrorosa, un laberinto subterráneo de pesadilla con estrechas paredes de piedra y resbaladizos suelos embarrados.

A su paso se escondían, entre oscuras grietas, unas arañas enormes y peludas, mientras que serpientes asquerosamente gordas se deslizaban por el barro estancado del suelo del túnel, casi tropezándose con ellos. Y era un lugar claustrofóbico, terriblemente claustrofóbico; los pegajosos pasillos que veía apenas medían noventa centímetros de ancho.

Van Lewen corría rápidamente, a la cabeza.

—Coja el tercer túnel a la derecha —le dijo Race—. Y después zigzaguee, empezando por el primer túnel a la izquierda.

Al mismo tiempo que Race y los demás atravesaban el laberinto subterráneo, Heinrich Anistaze llegaba a la base del acantilado.

Corrió hasta la ribera del río y se subió a una lancha motora Zodiac.

Pulsó el micrófono de radio para hablar:

—Equipo de demolición. Informe.

No recibió ninguna respuesta.

Corrieron por el
quenko
.

Corrieron con todas sus fuerzas, girando a la izquierda, cortando por la derecha, abriéndose paso entre arañas, saltando por encima de serpientes de más de un metro de longitud, resbalando y tropezando por los resbaladizos túneles cubiertos de musgo del espantoso laberinto subterráneo…

—Eh, Van Lewen —dijo Race con la respiración entrecortada mientras corría por un tramo largo del túnel.

—¿Sí? —respondió Van Lewen.

—¿Qué es el Club de los 80?

—¿El Club de los 80?

—Cochrane lo mencionó la noche anterior mientras estaban descargando los helicópteros, pero no dijo lo que era. Me gustaría saberlo antes de morir.

Van Lewen soltó una risotada.

—Puedo decírselo, pero es bastante, digamos, poco refinado.

—Póngame a prueba.

—De acuerdo… —dijo Van Lewen—. Para ser miembro del Club de los 80, uno tiene que haberse acostado con una chica que haya nacido en la década de 1980.

—¡Por favor! —dijo Race asqueado.

—Le dije que era poco refinado.

Siguieron corriendo.

Los seis llevaban corriendo cerca de siete minutos por el
quenko
cuando, de repente, Van Lewen dobló una esquina y se dio de bruces cori un sólido muro de piedra.

Solo que no era un muro de piedra.

Era una puerta de piedra.

De hecho, era una puerta de piedra no muy distinta a la de la propia ciudadela: una roca cuadrangular con una base redondeada que se podía desplazar fácilmente desde dentro, pero que era inexpugnable desde fuera.

Race y Van Lewen corrieron la roca y, al instante, se toparon con el bramido de una imponente catarata.

La cortina de agua que caía a menos de trescientos metros de ellos mojó sus rostros cuando salieron al exterior.

Race observó la zona.

Estaban en un sendero, un sendero inca, cavado en la piedra tras la catarata.

Se encontraban en el borde de la meseta.

El rugido de la catarata que se alzaba ante ellos era increíble. Ahogaba cualquier otro sonido. Van Lewen tuvo que gritar para que se le escuchara.

—¡Por aquí! —gritó echando a correr por la izquierda.

El sendero rocoso estaba mojado y resbaladizo, pero Race y los demás lograron no perder el equilibrio mientras lo recorrían tras la cortina de agua.

A pesar de que se movían con rapidez, les llevó un minuto entero alcanzar el final de la cortina. La catarata que se alzaba sobre ellos era enorme y la salida del
quenko
estaba justo a la mitad de la misma.

Van Lewen salió el primero del sendero, pero se detuvo ante la ribera del río.

—Joder —dijo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Race cuando salió del sendero y miró al río.

Lo primero que vio fue la pequeña lancha Zodiac de Heinrich Anistaze alejándose de ellos y adentrándose en las aguas del río.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó de nuevo.

Y entonces vio los barcos.

—Joder.

Parecía una armada auténtica.

Debía de haber, al menos, veinte embarcaciones en aquel enorme río parduzco situado en la base de la catarata; embarcaciones de todas las formas y tamaños.

Cinco embarcaciones de asalto con cascos de una considerable eslora se deslizaban a gran velocidad por el agua alrededor del perímetro de la flota. Eran Rigid Raiders, embarcaciones de ataque con casco de aluminio abierto y líneas elegantes que el Servicio Aéreo Especial británico utilizaba para incursiones y ataques rápidos.

Cuatro lanchas patrulleras de la época de la guerra de Vietnam, conocidas como Pibbers, navegaban junto a algunas de las embarcaciones de mayor envergadura en el centro de la armada. Las Pibbers eran lanchas cañoneras muy rápidas, de más de un metro de ancho y blindadas, que iban equipadas con torretas de ametralladoras de 20 mm y lanzatorpedos laterales. Su nombre se debe a la abreviatura que hacían los soldados de su designación oficial: PBR
[Patrol Boat River
). Aunque la Pibber ya era muy conocida por haber sido utilizada en Vietnam, había sido además inmortalizada en la película
Apocalypse Now
.

Tres enormes barcazas habilitadas para el aterrizaje de helicópteros se alzaban sobre el río, dentro del círculo de las embarcaciones de ataque. En dos de esas pistas de aterrizaje había dos helicópteros de ataque Mosquito. El helicóptero que les había atacado en la cima de la torre estaba aterrizando en la pista de la tercera barcaza en ese preciso momento.

Detrás de la barcaza situada en el medio, sin embargo, había un hidroavión con un aspecto bastante destartalado. Al lado de los avanzados Mosquitos, el hidroavión parecía totalmente fuera de lugar.

Era un Grumman JRF-5 Goose, un hidroavión anfibio bimotor que databa de la Segunda Guerra Mundial.

El Grumman Goose era un avión pequeño de diseño clásico. Visto desde un lateral, su armazón tenía la misma forma que el hocico de un labrador, pequeño y con la parte superior chata, pero redondeado en la línea de flotación. La parte inferior del armazón descansaba en el agua con dos pontones estabilizadores que salían de sus alas extendidas. Se podía acceder al Goose por dos partes: por una puerta lateral y por una especie de escotilla en el morro.

Este Goose, sin embargo, iba también equipado con dos cañones Gatling de 20 mm en el costado izquierdo.

En medio de la flota nazi estaba el foco central de la armada y el lugar de destino de la Zodiac de Anistaze, un catamarán blanco enorme.

El barco de mando.

Era impresionante. Medía al menos cuarenta y cinco metros de eslora. Sus dos cascos estaban pintados de un blanco inmaculado, mientras que sus ventanillas inclinadas tenían los cristales tintados de negro. En la parte superior habían desplegado unos sonares. En la popa de la embarcación había una pista de aterrizaje en la que se encontraba un deslumbrante helicóptero Bell Jet Ranger.

Además del helicóptero y surcando las aguas unida al catamarán, estaba la motora más increíble que Race jamás había visto. También estaba pintada de blanco, el mismo color que el barco de mando y el helicóptero; todo a juego. Tenía un casco considerable y se estrechaba en la proa. Un alerón inclinado hacia atrás formaba un arco sobre el asiento del conductor, un diseño aerodinámico creado para evitar que la motora se elevara por encima del agua cuando fuera a gran velocidad. Race vio la palabra «Escarabajo» escrita en el lateral.

Alrededor de la variopinta flota había seis Jet Raiders: una especie de lancha de asalto; vehículos pequeños para un ocupante, no muy distintos de las motos acuáticas normales.

Pero estos vehículos eran más grandes que las motos acuáticas, puede que midieran dos metros ochenta de largo. Y eran más esbeltos, más modernos, más rápidos. Tenían asientos parecidos a sillas de montar y morros en forma de bala y, mientras surcaban las aguas alrededor de las embarcaciones de mayor tamaño, solo medio cuerpo tocaba la superficie del agua.

Race y los demás vieron cómo la Zodiac de Anistaze llegaba al barco de mando y el conocido comandante de campo subía a bordo. Inmediatamente después, el catamarán blanco arrancó. Cuando comenzó a navegar, el resto de la flota comenzó a moverse.

—¡Se están yendo! —gritó Doogie.

—¡Allí! —dijo Van Lewen, divisando tres Jet Raiders que habían dejado en la ribera del río, sin duda, para los miembros del equipo de demolición nazi.

—Vamos —dijo Van Lewen.

Los seis echaron a correr hacia las Jet Raiders.

La superficie del río se sucedía bajo ellos.

Las tres Jet Raiders robadas dejaban impresionantes estelas de espuma tras de sí mientras corrían paralelas por el río tras la armada nazi.

Race y Van Lewen iban en una. El conducía mientras el boina verde iba sentado detrás, con una mano alrededor de la cintura de Race y la otra sosteniendo su M-16, listo para disparar.

Doogie
Kennedy surcaba las aguas a su derecha, con el paracaidista alemán Molke como pasajero, mientras que Renée y Schroeder iban a la izquierda. Renée conducía y Schroeder llevaba el arma.

La armada nazi iba casi trescientos metros por delante, surcando las aguas turbias y marrones del río cual grupo de batalla: el barco de mando en el centro, rodeado por las Rigid Raiders y las Pibbers.

Las barcazas con las pistas de aterrizaje para helicópteros navegaban detrás de las otras embarcaciones, cerrando la comitiva, mientras que las Jet Raiders se movían de un lado a otro entre las embarcaciones mayores como moscas alrededor de un montón de basura.

Race conducía a toda velocidad. El agua y el viento le golpeaban el rostro. Por el rabillo del ojo veía los árboles que flanqueaban el río sucediéndose como una masa borrosa verde y los extraños troncos que flotaban en el agua a su alrededor.

No te des con los troncos, Will. No te des con los troncos…

Y entonces cayó en la cuenta.

No eran troncos.

Eran caimanes.

No te des con los caimanes, Will. No te des con los caimanes.

—¡Van Lewen! —gritó por encima del rugiente viento—. ¿Cuál es el plan?

—¡Fácil! Tomamos el barco de mando, cogemos el ídolo y después retenemos el barco hasta que llegue el apoyo aéreo.

—Tomamos el barco de mando…

—Una vez lo tomemos, podremos retenerlo.

—Como diga —gritó Race.

Delante de ellos, la armada nazi tomó una curva del río y desapareció de la vista de Race. Visto desde arriba, el río Alto Purús parecía el cuerpo ondulante de una serpiente, con (odas aquellas curvas y giros.

—Muy bien, atención todos —dijo Van Lewen por su micrófono de garganta—. ¿Ven esos árboles ahí delante? Ahí es a donde nos dirigimos.

Other books

04 Volcano Adventure by Willard Price
Why Pick on Me by Louis Sachar
Kissed by Fire by Shéa MacLeod
A Bridge of Her Own by Heywood, Carey