—Estabais en dos sitios a la vez -dije yo-. Los guardias os vieron fuera, mientras que yo os vi en el jardín.
Kenji me hizo una irónica reverencia.
—Tenemos la capacidad de desdoblarnos y dejar atrás una de nuestras personas. Podemos hacernos invisibles y movernos a más velocidad que la vista humana. La agudeza de visión y oído se cuenta también entre nuestras características. Los miembros de la Tribu han conservado estas habilidades gracias a la dedicación y al intenso entrenamiento. Son habilidades que otros -en este país de guerras- encuentran útiles, por lo que pagan elevadas sumas por ellas. La mayor parte de los miembros de la Tribu se convierten en espías o asesinos en algún momento de sus vidas.
Yo hacía esfuerzos por no temblar. Notaba cómo la sangre se helaba en mis venas. Recordaba que me había desdoblado bajo la espada de Iida, y cada uno de los sonidos de la casa, el jardín y toda la ciudad resonaba con creciente intensidad en mis oídos.
—Kikuta Isamu, quien creo que era tu padre, no era una excepción. Sus padres eran primos y él había heredado la potente combinación de dones de los Kikuta. Para cuando cumplió los 30 años, ya era un asesino inigualable. Nadie sabe a cuántos hombres mató, pues la mayoría de las muertes parecían deberse a causas naturales y nunca se le atribuyeron. Era aún más reservado que el resto de los Kikuta y también una autoridad en materia de venenos, en particular en lo referente a ciertas plantas de la montaña que matan sin dejar rastro. Se encontraba en las montañas del este, ya sabes al distrito al que me refiero, buscando nuevas plantas. Los hombres de la aldea en la que se alojaba eran Ocultos. Al parecer, le hablaron del dios secreto, de la prohibición de matar y del juicio que nos espera en la otra vida... Ya lo sabes, no tengo que explicártelo. En esas montañas remotas, alejadas de las luchas entre clanes, Isamu había meditado sobre su existencia. Quizá sintiera remordimientos, o tal vez los muertos se comunicaron con él. El caso es que renunció a su vida con la Tribu y se convirtió en uno de los Ocultos.
—¿Fue ejecutado? -la voz del señor Shigeru resonó en el sombrío ambiente.
—Bueno, lo cierto es que quebrantó las reglas fundamentales de la Tribu. No aceptamos que se nos rechace de esa manera, en especial si se trata de alguien con tanto talento, pues esas habilidades son sumamente difíciles de encontrar hoy en día. A decir verdad, ignoro qué le sucedió exactamente. Ni siquiera sabía que tenía un hijo. Takeo, o como quiera que sea su nombre verdadero, debió de nacer tras la muerte de su padre.
—¿Quién le mató? -pregunté, con la boca seca.
—Quién sabe... Eran muchos los que deseaban hacerlo, y alguno de ellos lo logró. Por descontado, nadie podría haber llegado a él si tu padre no hubiese jurado que nunca volvería a matar.
Reinó un largo silencio. Con la excepción del pequeño círculo de luz que rodeaba la resplandeciente llama de la lámpara, la oscuridad era casi total en la sala. No me era posible distinguir sus rostros, aunque estaba convencido de que Kenji veía el mío.
—¿No te habló de esto tu madre? -preguntó, al cabo de un rato.
Negué con la cabeza. Son muchas las cosas que los Ocultos silencian y muchos los secretos que se esconden entre ellos. Aquello que se ignora no puede revelarse bajo tortura. Si desconoces los secretos de tu hermano, no puedes traicionarle.
Kenji se rió.
—Admítelo, Shigeru. No sabías a quién traías a tu casa. Ni siquiera la Tribu conocía la existencia del muchacho, ¡un chico con el talento excepcional de los Kikuta!
El señor Shigeru no respondió, pero a medida que se inclinaba en dirección a la luz, yo pude ver que sonreía alegre y abiertamente. Reflexionaba yo sobre el contraste entre los dos hombres: el señor tan franco y leal; Kenji tan retorcido y engañoso.
—Tengo que averiguar cómo llegó a suceder esto. No es broma, Shigeru, tengo que saberlo -insistió Kenji.
Yo oía a Chiyo merodeando por la escalera. El señor Shigeru dijo:
—Tenemos que bañarnos e ir a cenar. Después de la cena seguiremos hablando.
"Ahora que sabe que soy hijo de un asesino, ya no me quiere en su casa". Éste fue el primer pensamiento que me asaltó mientras me sentaba en la bañera llena de agua caliente. Distinguía las voces de la sala del piso superior, donde los hombres bebían vino y recordaban plácidamente tiempos pasados. Me puse a pensar en el padre que nunca había conocido. El hecho de que no hubiera logrado escapar de su pasado me producía una profunda tristeza. Él había querido abandonar su vida de asesinó; pero esa vida no se había dado por vencida, sino que había alargado sus prolongados brazos hasta encontrarle en la lejana aldea de Mino, del mismo modo que, años más tarde, Iida había encontrado allí a los Ocultos. Me miré las manos, los largos dedos. ¿Cuál era su función? ¿ Tal vez la de matar?
A pesar de la herencia que mi padre me hubiera dejado, yo era también hijo de mi madre. Había sido tejido con dos hilos totalmente diferentes y ambos me llamaban a través de la sangre, los músculos y los huesos. Recordaba asimismo mi cólera con los guardias. Sabía que en ese momento me comporté con ellos como lo habría hecho un señor. ¿Es que un tercer hilo se iba a incorporar al tejido de mi existencia? ¿O, por el contrario, el señor Shigeru me expulsaría de su casa ahora que sabía quién era yo en realidad?
Mis pensamientos eran demasiado dolorosos, demasiado difíciles de desenmarañar y, en todo caso, Chivo me estaba llamando para que acudiera a cenar. El agua, por fin, me había librado del frío y me había abierto el apetito.
Ichiro estaba en la sala con el señor Shigeru y con Kenji, y las bandejas ya estaban colocadas frente a ellos. Cuando llegué, dialogaban sobre asuntos triviales: el clima, el trazado del jardín, mis pocas dotes de aprendizaje, mi mal comportamiento... Ichiro estaba enfadado por mi escapada de esa tarde. Me parecía que habían pasado años desde que me bañara con Fumio en las gélidas aguas del río. La comida sabía aún mejor de lo habitual, pero tan sólo Ichiro disfrutó de ella. Kenji despachó la suya con rapidez; el señor Shigeru apenas la probó, y yo alternaba el hambre con las nauseas, a la vez temiendo y deseando que la cena concluyera. Ichiro comía tanto y tan lentamente que parecía que nunca iba a acabar. Por dos veces creímos que había terminado, pero entonces se llevó a la boca "sólo un pequeño bocado más". Por fin, se dio unas palmaditas en el estómago y eructó sin apenas hacer ruido. Estaba a punto de embarcarse en otra larga disertación sobre jardinería, cuando el señor Shigeru le hizo un gesto. Tras varios comentarios de despedida y varias bromas más a mi costa, dirigidas a Kenji, se retiró. Haruka y Chiyo entraron para retirar las bandejas. Una vez que se habían ido y sus voces y pisadas se apagaban a medida que llegaban a la cocina, Kenji se incorporó, con la mano extendida hacia el señor Shigeru.
—¿Y bien? -dijo Kenji.
¡Ojalá hubiera podido irme con las mujeres! No deseaba seguir allí sentado mientras esos dos hombres decidían mi destino. Porque estaba convencido de que eso era lo que iban a hacer. Seguro que Kenji había venido para reclamar mi regreso a la Tribu, y el señor Shigeru, con toda probabilidad, estaría encantado de dejarme marchar.
—No sé por qué esa información es tan importante para t¡, Kenji -terció el señor Shigeru-. Me cuesta creer que todavía no la conozcas. Si te cuento la verdad, será con la condición de que no salga de estas paredes. Ni siquiera la conocen mis sirvientes, con la excepción de Ichiro y Chiyo. Tenías razón cuando mencionaste que yo no sabía a quién había traído a mi casa. Todo ocurrió por casualidad. Era la caída de la tarde. Yo me había desviado un poco de mi camino y albergaba la esperanza de encontrar alojamiento para pasar la noche en la aldea cercana que, como más tarde descubrí, se llamaba Mino. Takeshi había muerto y yo llevaba semanas viajando completamente solo.
—¿Buscabas venganza? -preguntó Kenji, en voz baja.
—Ya sabes cómo están las cosas entre Iida y yo: cómo han estado desde Yaegahara. Pero en modo alguno podía yo haber imaginado que podría encontrarle en ese lugar tan apartado. El hecho de que nosotros, acérrimos enemigos, coincidiéramos allí ese día fue la más extraña de las coincidencias. Ni que decir tiene que si lo hubiera encontrado cara a cara habría intentado acabar con su vida, pero este muchacho se topó conmigo cuando corría por el sendero.
El señor Shigeru relató de manera concisa la matanza, la caída del caballo por parte de Iida y la persecución a la que me sometieron los hombres.
—Todo sucedió de forma inesperada. Los hombres, que iban armados, me amenazaron. Yo me defendí.
—¿Sabían ellos quién eras tú?
—Lo más probable es que no. Yo vestía atuendo de viaje, sin blasón alguno, estaba oscureciendo y llovía.
—Pero tú sabías que eran Tohan...
—Me dijeron que Iida había ordenado la captura del chico y la noticia provocó mi deseo de protegerle.
Como cambiando de tema, Kenji dijo:
—He oído que Iida está buscando una alianza con los Otori.
—Es verdad. Mis tíos están a favor de firmar la paz, aunque el clan se encuentra dividido.
—Si Iida se entera de que tienes contigo al muchacho, la alianza nunca se conseguirá.
—No hace falta que me digas lo que ya sé -saltó el señor Shigeru, con el primer destello de cólera.
—Señor Otori -dijo Kenji, con su ironía característica, antes de inclinarse.
Durante algunos momentos nadie pronunció palabra.
Entonces, Kenji exhaló un suspiro, y dijo:
—El destino guía nuestras vidas, sean cuales sean nuestros planes. No importa quién envió a Shintaro para que te matase: el resultado será el mismo. En menos de una semana, la Tribu sabrá de la existencia de Takeo. Me siento obligado a decirte que estamos interesados en este muchacho y que no pensamos claudicar.
Entonces, con un hilo de voz, yo dije:
—El señor Otori me salvó la vida y no estoy dispuesto a abandonarle.
El señor Shigeru alargó el brazo y me dio unos golpecitos en el hombro, como lo habría hecho un padre.
—No voy a renunciar a él -dijo el señor a Kenji.
—Lo que queremos, por encima de todo, es que siga vivo -replicó Kenji-. Mientras se encuentre a salvo, puede permanecer en tu casa. No obstante, existe otra preocupación: los Tohan que te encontraste en la montaña. ¿Los mataste?
—Al menos a uno de ellos -respondió el señor Shigeru-. Es probable que a dos.
—Sólo a uno -le corrigió Kenji.
Sorprendido, el señor Shigeru elevó las cejas.
—Ya conoces todas las respuestas, ¿por qué te molestas en preguntar?
—Tengo que rellenar algunas lagunas y también averiguar cuánto sabes tú.
—Un muerto, dos... ¿Qué importa?
—El hombre al que cortaste el brazo sobrevivió. Se llama Ando. Durante mucho tiempo ha sido uno de los hombres de confianza de Iida.
Yo me acordé del hombre con cara de lobo que me había perseguido montaña arriba y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
—Ando no sabía quién eras y todavía desconoce dónde está Takeo, pero os está buscando a los dos. Con el permiso de Iida, se ha entregado en cuerpo y alma a la búsqueda de venganza.
—Estoy deseando nuestro próximo encuentro -replicó el señor Shigeru.
Kenji se puso en pie y paseó por la sala. Cuando volvió a sentarse, su rostro se mostraba campechano y sonriente, como si lo único que hubiéramos hecho durante toda la velada fuera intercambiar chistes y hablar de jardinería.
—Estoy satisfecho. Ahora que sé con exactitud qué peligros acechan a Takeo, puedo disponerme a protegerle y a enseñarle a que se proteja -entonces, Kenji hizo algo que me dejó perplejo: se inclinó delante de mí hasta tocar el suelo con la frente, y dijo-: Mientras yo esté vivo, estarás a salvo. Te lo juro.
Yo creí que estaba haciendo gala de su ironía, pero una máscara invisible le desapareció de la cara y por unos instantes pude ver al hombre verdadero que se encontraba debajo. Era como si hubiera visto a
Jato
cobrar vida. De inmediato, la máscara volvió a su posición y Kenji bromeó de nuevo:
—¡Pero tendrás que hacer todo lo que yo te diga! -me advirtió, sonriendo-. Me he dado cuenta que Ichiro no puede contigo y considero que, a su avanzada edad, no debe encargarse de cachorros como tú. A partir de ahora yo me encargaré de tu educación. Seré tu maestro -con un movimiento exagerado, se arropó con su manto y frunció los labios, convirtiéndose instantáneamente en el anciano que yo había dejado a las puertas de la casa-. Siempre que el señor Otori tenga a bien otorgar su permiso, claro está.
—Por lo visto, no tengo elección -dijo el señor Shigeru, que sonreía abiertamente, mientras llenaba las copas de vino.
Mis ojos saltaron de un rostro a otro y de nuevo me sorprendió el contraste entre ambos. Me pareció apreciar en los ojos de Kenji una mirada no exenta de desprecio. Ahora que ya conozco bien a los miembros de la Tribu, sé que su punto débil es la arrogancia -se enamoran de sus asombrosas habilidades y subestiman las de sus adversarios-, pero aquel día la mirada de Kenji me enfureció.
Al rato llegaron las criadas para preparar las camas y apagar las lámparas. Permanecí despierto durante mucho tiempo, escuchando los sonidos de la noche. Las revelaciones de aquella tarde marchaban lentamente sobre mi mente, se dispersaban, volvían a la formación y marchaban de nuevo. Mi vida ya no me pertenecía. Si no fuera por el señor Shigeru, estaría muerto. Si no le hubiera encontrado por casualidad, como él mismo había relatado, en el sendero de la montaña...
¿Fue realmente una casualidad? Todos, incluso Kenji, aceptaban su versión. Todo había ocurrido en un instante: el chico que corría, los hombres que le perseguían, la pelea... Reviví los acontecimientos en mi mente, y me pareció recordar un momento, cuando el camino por delante de mí estaba vacío. Había un árbol gigantesco, un cedro, y alguien salió tras él y me agarró, no por casualidad, sino deliberadamente. Pensé en el señor Shigeru y en lo poco que en realidad sabía sobre él. Todo el mundo le tomaba por lo que aparentaba a primera vista: un hombre impulsivo, afectuoso y generoso. Yo también consideraba que tenía tales virtudes, pero no podía evitar preguntarme qué se escondería detrás de esa apariencia. "No voy a renunciar a él", había dicho; pero ¿por qué habría de adoptar a un chico de la Tribu, al hijo de un asesino? Me acordé de la garza, de su paciente espera hasta que atacaba. Empezaba a clarear y los gallos cantaron antes de que me quedara dormido.