El Sistema (38 page)

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Authors: Mario Conde

Tags: #Ensayo

BOOK: El Sistema
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Sobre la actuación del presidente del Gobierno en este asunto existen dos tesis: la primera, que es el autor y principal responsable. El argumento para sostenerla es doble: por un lado, que un asunto de esta envergadura no puede adoptarse sin la aprobación del presidente del Gobierno y, por otro, que Felipe González tomó en consideración que con esta decisión eliminaba un potencial competidor político.

Sinceramente, yo no lo creo así. Después del acto de intervención de Banesto no tengo por qué mantener una postura cínica al respecto dejando escritos pensamientos que no comparto. Admito que pueda estar equivocado, pero creo firmemente en la segunda de las tesis para explicar el comportamiento de Felipe González: el dominio del Sistema sobre la estructura del poder político.

Más adelante razonaré acerca del papel que en la democracia española juega el Sistema. Ahora me basta con afirmar lo evidente: el poder político es algo necesario para el ejercicio del poder del Sistema. Felipe González, en este sentido, es una fuente de poder político, aunque el deterioro que le produce el funcionamiento del Sistema es, a todas luces, evidente y ha quedado plasmado en los resultados de las elecciones europeas de junio de 1994. En estos primeros meses de 1994 el escándalo de corrupción referido a Mariano Rubio podría llevar a la conclusión de que la finalidad última del Sistema es sencillamente el tráfico de dinero. Eso sería un profundo error. El tema es mucho más complejo y más simple a la vez. Se trata de mantener un esquema de relaciones reales de poder en el seno de la sociedad española. Es este conjunto de relaciones reales de poder lo que constituye el objetivo final del Sistema. Por supuesto que su mantenimiento permite obtener beneficios económicos, por vía legal o ilegal. Pero ese es solo un aspecto y posiblemente no el más importante que se deriva de esas relaciones reales de poder. Es el poder por el poder lo que verdaderamente importa.

Si se tiene en cuenta que muchas personas del Sistema ni siquiera pertenecen al Partido Socialista, puede comprenderse que la utilización de Felipe González es puramente táctica, instrumental, en tanto en cuanto es una fuente real de poder político. ¿Por qué el presidente del Gobierno acepta mantener este esquema de poder? La respuesta es muy compleja y posiblemente solo pueda proporcionarla Felipe González. Pero hay algo que parece claro: cuando Felipe González llega al poder en 1982 era ya evidente el fracaso de los socialistas franceses al intentar implantar su «modelo ortodoxo». Esa experiencia desaconsejaba reproducirla en España.

Si nosotros hubiéramos dispuesto de un centro de inteligencia similar al creado por la Fundación Mediterránea en Argentina, las posibilidades de reclutar capital humano hubieran sido mayores. Pero el proceso de apropiación de la inteligencia por parte del Sistema ya se había consumado y era muy difícil sustraerse a su influencia. Por otro lado, los factores internacionales eran cada vez más influyentes y el Sistema, al menos en apariencia, mantenía buenos vínculos con los principales organismos internacionales con influencia en la política económica de un país. Por ello es explicable la tentación, dado que, además, esta versión de la «internacionalización» de la inteligencia tenía que producir cierta fascinación en un gobernante como Felipe González. Además, los primeros años transcurridos desde 1982 no fueron objetivamente negativos para nuestra economía. Ello, creo, fue la base para cimentar esa relación de dependencia de Felipe González respecto del Sistema que tanto ha afectado a su indudable liderazgo político.

Esta ha sido una constante de estos últimos años. Es evidente que yo podría haber proporcionado al presidente del Gobierno informaciones concretas y específicas acerca del comportamiento del Sistema, y si las hubiera escuchado y valorado posiblemente no habría sufrido los costes derivados de algunos asuntos, como por ejemplo el de Mariano Rubio. Una explicación mía sobre el desarrollo del asunto Ibercorp posiblemente hubiera evitado al presidente del Gobierno pronunciar la frase acerca de la honestidad de Mariano Rubio. Pero, lamentablemente, esas conversaciones nunca tuvieron lugar. Por ello, en una conversación que mantuve meses después del acto de intervención, le dije al presidente del Gobierno que muchas veces me había preguntado si debería haberle informado de lo que verdaderamente estaba sucediendo en el Banco de España, pero que me resultaba muy difícil hablar con el presidente del Gobierno de asuntos tan graves que afectaban a una de las instituciones capitales del Estado. A la vista de lo sucedido —le dije—, creo que me equivoqué: el precio que ha pagado el país ha sido muy superior al coste de transmitir informaciones, por graves que fueran.

En cierta medida, y siempre en mi opinión, se había producido un «secuestro» de Felipe González por parte del Sistema. Evidentemente, es responsabilidad del presidente del Gobierno haber escuchado solo a los miembros del mismo, marginando la información que podían proporcionarle otras personas. En esta primavera de 1994 se ha producido el ingreso en prisión de Mariano Rubio. Es un acto brutal cuyos fundamentos jurídicos ignoro, pero, en todo caso, algo que a cualquier español sensato le tiene que causar una conmoción terrible. A mí, desde luego, me la ha producido. Independientemente de que el comportamiento del gobernador anterior con Banesto haya sido, en mi opinión, una persecución sistemática solo alterada en los escasos meses en que estudiamos la compra del banco Ibercorp, lo sucedido no deja de parecerme importante. Como español, el que un gobernador del Banco de España haya ingresado en prisión —aunque sea transitoriamente— pocos meses después del acto de intervención de Banesto, me crea una sensación personal de conmoción interior.

También en esta primavera se ha producido la dimisión de Carlos Solchaga como presidente del Grupo Parlamentario Socialista y como parlamentario del PSOE. Pocos meses atrás Felipe González se había enfrentado con una parte de su partido para conseguir nominar a Carlos Solchaga portavoz y presidente del Grupo Parlamentario. Ahora se ve obligado a aceptar su dimisión. Nadie puede creer que ello no tenga coste para el potencial político del presidente del Gobierno.

Sinceramente, se veía venir. Vaya por delante que, independientemente de otras consideraciones, siempre he sentido respeto personal por el señor Solchaga. A pesar de su comportamiento con Banesto, no puedo negar que se trata de un hombre inteligente, con gran capacidad dialéctica, con brillantez de argumentación y con coraje, virtud que escasea en demasía. Pero me parece evidente que tuvo responsabilidad política en el caso de Mariano Rubio, al menos en lo que concierne a las actuaciones sobre Banesto. Era inevitable la dimisión. Hace algunos años, en los momentos en que se estaba dilucidando la fusión Banesto-Central, tuve una conversación con Carlos Solchaga en su entonces despacho oficial de ministro de Economía. Llegó a pronunciar una frase que, más o menos, tenía el siguiente tenor literal: «Nosotros no haremos nada respecto a ti, pero si diez o doce consejeros de Banesto votan contra tus cuentas, entonces nombraremos otro presidente y esta vez con carácter definitivo».

Aquella frase me alertó sobre un movimiento en el seno del Consejo de Banesto, con lo que, indudablemente, el ministro de Economía me hizo un gran favor, puesto que pude controlar la situación. Pero no es eso lo que me interesa destacar. Lo importante, a mi juicio, es que de esta expresión del ministro parece deducirse una concepción de cierta patrimonialización de las instituciones financieras privadas. Resulta evidente que los presidentes de los bancos privados, con la excepción del señor Botín, han sido nombrados mediante mecanismos diversos en los que siempre ha estado presente la voluntad del poder político-económico. Pero explicitarlo de forma tan cruda me parece un poco antiestético. En todo caso, esas palabras reflejan un modo de pensar, una forma de entender las relaciones con el sector privado y constituyen una prueba más de que mi tesis sobre la existencia del Sistema no es una construcción intelectual para justificar nuestra postura.

Por tanto, en cuanto valor político instrumental, Felipe González seguirá siendo defendido por el Sistema mientras este crea que aquel tiene tales atributos. En otro caso se producirá un alejamiento. En el instante en que Felipe González pierda esa capacidad de atraer poder político o la mantenga pero dentro de interrogantes excesivos, el Sistema girará, porque no conoce otras fidelidades que las que se debe a sí mismo y, consiguientemente, pasará de la defensa al ataque. El proceso ya ha comenzado, dados los resultados obtenidos por el Partido Socialista en las elecciones europeas de junio de 1994. Incluso antes de ser oficiales, una mirada atenta a algún medio de comunicación social ya detectaba síntomas inequívocos derivados de las predicciones de las encuestas electorales...

¿Cuáles han sido los factores básicos determinantes del resultado electoral? A mi juicio, están muy claros: la política económica y los casos de corrupción. Pues bien, la política económica es una responsabilidad directa del Sistema. Dejando a un lado el caso de Roldán, creo que lo que realmente ha causado conmoción en la opinión pública ha sido la corrupción detectada en torno al Banco de España. Es decir, dos acontecimientos que se producen en el corazón del Sistema. Pero no solo se trata de una derrota socialista, sino de algo más profundo: es inevitable una cierta crisis en el Partido Socialista, un ascenso de Izquierda Unida, un incremento de la abstención, una inestabilidad política, un deterioro de la credibilidad de Felipe González como líder político... Es muy intenso el coste que se paga por la pervivencia del Sistema. Pero espero que no nos confundamos: la capacidad de supervivencia del Sistema es extremadamente potente y se sobrepone a la circunstancia de cambios de partido gobernante. Todavía nada hay decidido, puesto que la bolsa de abstención —de personas que no quieren votar al Partido Socialista pero tampoco al Partido Popular— es demasiado importante como para operar de forma clara y decidida. Por ello, es muy posible que en los próximos meses veamos reacciones que dependerán de por dónde vayan las estimaciones acerca del futuro electoral de Felipe González. Pero si el Sistema decide que su capacidad de generar poder político ya no es la más importante, su instinto de supervivencia funcionará y las consecuencias, no por tremendamente duras, dejarán de ser obvias.

Sinceramente creo que Felipe González hubiera debido aceptar esa conversación, puesto que las consecuencias políticas del acto de intervención eran de tal envergadura que un conocimiento más profundo de la realidad le hubiera sido necesario y conveniente. Además de ello, el tono general de nuestras últimas relaciones hubiera reclamado un algo más que ese «ponte de acuerdo con el gobernador» y «yo tengo que creer al Banco de España». No se debía refugiar en el puro formalismo un asunto de tanta envergadura. Es muy posible que en ese caso las cosas hubieran discurrido por otro camino, pero parece como si pretendiera querer decirme que él estaba al margen del asunto, que era un tema del Banco de España, que debía ponerme de acuerdo con el gobernador, como si ignorara los términos de dicho acuerdo, cuando, en realidad, parece que todo estaba decidido y hasta negociado políticamente. No entiendo esta actitud. No sé qué se ganaba con ella. No creo que se corresponda con el estado de nuestras relaciones en ese momento. Pero así fue.

Puede que el lector piense que soy ingenuo en mis juicios sobre Felipe González. Pero mis amigos conocen que esta es mi tesis desde el día 29 de diciembre, y en ella me he mantenido a pesar de los esfuerzos de algunos por hacerme cambiar de opinión. Sé que el presidente del Gobierno llamó al gobernador del Banco de España a las 9 de la mañana del día 28, pocos minutos antes de que yo entrara en aquella reunión. Estoy seguro de que los teóricos del Sistema presentaron la cuestión a Felipe González en términos dramáticos, sin posibilidad de alternativa, con carácter de extrema urgencia, afirmando que o se actuaba de inmediato o se provocaba una crisis de todo el sistema financiero nacional. Incluso creo que es posible que le advirtieran de que estaban seguros de que yo negociaría mi salida de Banesto, y luego, ante mi negativa a vender, fueron capaces de explicarle la tragedia que yo podía ocasionar teniendo esa información y utilizando mis «poderes» en los medios de comunicación.

Todo ello me parece verosímil. Estoy convencido de que Felipe González aceptó la decisión a la vista de la «extrema gravedad» con la que los hechos le fueron presentados. Esto no significa que yo excluya su responsabilidad, puesto que si hubiéramos mantenido aquella conversación seguramente las cosas habrían discurrido por otro sendero.

En estos momentos, como luego explicaré, Banesto vale en Bolsa más de 700 000 millones de pesetas, el Banco de Santander ha hecho una oferta absolutamente alejada de la verdad oficial del Banco de España, el mercado ha reaccionado negando la verdad oficial del Banco de España, Banesto sigue vivo a pesar de una caída tremenda de depósitos, las empresas industriales están ahí, ninguna de ellas ha entrado en quiebra de modo fulminante, Mariano Rubio ha sido ingresado provisionalmente en prisión, Carlos Solchaga ha dimitido, el Partido Socialista ha perdido las elecciones europeas y muchas cosas más. No sé qué pensará en estos momentos el presidente del Gobierno, pero no me extrañaría que, como mínimo, haya tenido muchas dudas acerca de si la situación de extrema gravedad que le describieron era cierta. Después de las experiencias que ha tenido con algunas personas a quienes ha defendido públicamente, creo que hay motivos para pensar así.

LA CARTA DE J. P. MORGAN PROPONIENDO AL BANCO DE ESPAÑA LA ACEPTACIÓN DEL PLAN DE BANESTO

Uno de los documentos que tiene mayor envergadura a efectos de conocer la actuación real por parte del Banco de España es la carta que J. P. Morgan, en la madrugada del día 28 de diciembre de 1993, dirigió al propio Banco de España como consecuencia de las informaciones que el día 23 yo les transmitía sobre el resultado de nuestras conversaciones con el instituto emisor. El éxito de la reunión con la Comisión Ejecutiva de J. P. Morgan celebrada el día 23 de diciembre hacía creer a Roberto Mendoza que era literalmente imposible que el Banco de España procediera a adoptar una decisión de esa naturaleza. Sin embargo, el tono de mis informaciones les llevaron a dejar constancia por escrito de su posición.

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