Read El secreto de los Assassini Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
El árabe observó desde su escondite como el maldito norteamericano negro corría hasta su amigo. Detrás de él, otros cinco o seis hombres le seguían. El sultán estaba con los ojos cerrados y temblando como un cerdo antes de ser degollado. La multitud permanecía impasible, paralizada por la sorpresa y el horror.
Al-Mundhir sacó su pistola del fajín y la levantó en alto. Estaba dispuesto a matar al sultán con sus propias manos si era necesario. Soltó la palanca del detonador y sacó parte de su cuerpo de la celosía.
Varios soldados comenzaron a correr hacia los atacantes. Llevaban armas ligeras, ya que dentro de la mezquita no se permitían los rifles. Los dos grupos se encontrarían en unos segundos, pero Hércules y Lincoln eran los únicos que ya estaban pegados al sultán. Vio como Hércules apuntaba a su objetivo, pero no disparó inmediatamente.
—Maldito estúpido, dispara —dijo Al-Mundhir, echando espumarajos por la boca.
Lincoln dio un salto y se lanzó hacia los pies de Hércules. Le atrapó por las rodillas y tiró con todas sus fuerzas. Las piernas musculosas de su amigo se mantuvieron firmes unos instantes, pero al final cedieron y los dos rodaron por la alfombra. Lincoln agarró la mano donde llevaba la pistola Hércules y forcejeó con él. El rostro de su amigo permanecía inexpresivo a pesar del dolor y el esfuerzo. Lincoln logró golpearle con el puño izquierdo en la cara, pero Hércules apenas reaccionó.
—¡Maldita sea, Hércules! ¡Despierte! —gritó Lincoln mientras su amigo lograba removerle y colocarle bajo él.
Hércules comenzó a mover su mano y colocó el cañón de la pistola sobre la cabeza de Lincoln. Su fuerza era increíble y los esfuerzos de Lincoln no lograron retorcerle la mano. Cerró los ojos para intensificar su empuje.
Hércules, con la mirada inexpresiva, apretó el gatillo y el sonido de la bala retumbó en toda la gran sala.
El sultán se apartó un poco. Los dos hombres yacían en el suelo y el estallido del disparo logró hacerle reaccionar. Los fieles se pusieron a correr de un lado para otro, buscando la salida y el propio sultán se puso en pie.
Los soldados y los hombres que seguían a Lincoln se encontraron en mitad de la sala y levantaron sus armas sin atreverse a disparar. Observaron como los dos hombres estaban en el suelo, inmóviles, con el sonido de la bala retumbando en la gran mezquita y el olor dulzón de la pólvora.
En ese momento llegaron Alicia, Yamile, Roland y Nikos hasta los cuerpos inertes de sus dos amigos. Uno de los cuerpos comenzó a moverse y salió de debajo del otro.
El sultán se puso a correr con la multitud y Al-Mundhir salió de la celosía y se dirigió hacia él. En mitad de la confusión, nadie se percató de su arma ni de su expresión fanática.
La gran sala se fue vaciando despacio. La multitud se agolpaba en las puertas, taponando la salida. Tan solo un pequeño grupo permanecía en mitad de la mezquita, con las armas apuntadas, inmóviles y con la mirada puesta en los hombres del suelo.
Alicia se agachó y tiró del brazo del hombre. Sus ojos horrorizados ahogaban las lágrimas, mientras se mordía los labios para no gritar. Respiró hondo y tiró con más fuerza. El cuerpo se movió otra vez, liberándose casi por completo de su peso.
—¡Ayúdenme! —gritó Alicia, comenzando a llorar.
Roland y Nikos se agacharon y movieron el cuerpo inerte hasta darle la vuelta. Sus ojos parecían vacíos.
Cuando levantó la mirada observó a Alicia, sintió un fuerte dolor en el pecho y la caliente humedad de la sangre que le cubría la cara. Se tocó el cuerpo buscando alguna herida, pero no le dolía nada. Se incorporó y respiró hondo. El corazón le latía con fuerza. A su lado estaba el cuerpo inerte de su amigo. Se giró y lanzó un grito de desesperación.
—¡Hércules!
Notó las lágrimas que recorrían su cara y se mezclaban con las manchas de sangre. Agarró el cuerpo, pero lo notó exánime y sin vida. A pesar del barullo, él no era capaz de escuchar nada, excepto un fuerte zumbido en la cabeza. Después miró a lo lejos y vio a Al-Mundhir que se acercaba con un arma al sultán.
—La joya —dijo mientras dejaba el cuerpo con cuidado sobre el suelo. Al menos conseguiría el Corazón de Amón. Era lo mínimo que podía hacer por Hércules.
Corrió hacia la salida, pero varios soldados se interpusieron y le agarraron de los brazos.
—El sultán está en peligro, ese hombre le va a matar —dijo, desesperado, Lincoln.
Los soldados se giraron y vieron como Al-Mundhir se acercaba al sultán con la pistola en la mano. Apuntaron y dispararon sobre el árabe. El hombre no tuvo tiempo de reaccionar y se derrumbó sin vida, alcanzado por varios impactos.
Lincoln logró liberarse y corrió hasta Al-Mundhir. Estaba bocabajo, con los brazos extendidos y con la pistola todavía agarrada. Empujó el cuerpo y pudo ver su expresión vacía. Le registró los bolsillos y encontró una pequeña bolsita de terciopelo. Se la guardó y regreso hasta sus amigos.
—¿Tenía la joya? —preguntó Nikos.
—Sí —contestó Lincoln, sacándola del bolsillo.
Yamile, que se encontraba sentada junto a Hércules, miró la joya y sintió una fuerza inesperada. Su pálida cara recuperó el color.
—Tal vez la joya... —insinuó Nikos—. Si la usáramos, podríamos salvarlo.
—¿Y Yamile? —dijo Roland—. ¿Puede ayudar a los dos?
—Lo dudo —dijo Yamile poniéndose en pie.
Yamile se acercó hasta Lincoln. Su aspecto mejoraba a medida que se aproximaba a la joya. Lo miró con los ojos cubiertos de lágrimas.
—Nunca había amado a nadie hasta que conocí a Hércules. He tenido una vida larga y repleta de placeres, aunque fuera una esclava en una jaula de oro. Él me ha dado lo único por lo que realmente merece la pena vivir. Por favor, usen la joya con Hércules.
Alicia se abrazó a Yamile. Sabía que la vida de uno suponía automáticamente la muerte del otro.
—No, Yamile. Hércules no nos lo perdonaría —dijo Alicia.
—Él no puede elegir —dijo la mujer—. Arrebató a Lincoln la joya de la mano y se acercó al cuerpo.
Cuando extrajo la joya, esta comenzó a brillar. La mujer notó como una nueva vitalidad la invadía, junto a unas ganas irresistibles de vivir, pero la dejó sobre el pecho inerte de Hércules. Después leyó la trascripción y la joya irradió una luz roja muy potente. A medida que la mujer pronunciaba las palabras, un gran estruendo sonó en la sala y los cimientos de la mezquita se removieron. Yamile se apartó de Hércules y todos se protegieron instintivamente la cara.
Lincoln logró mirar hacia la luz. El rostro de Yamile comenzó a envejecer a toda velocidad. Sus pómulos se hundieron, sus dientes desaparecieron y su cara fue convirtiéndose en una grotesca calavera. La mujer agitaba los brazos, mientras que su piel comenzaba a marchitarse hasta convertirse en polvo, dejando al descubierto sus músculos enflaquecidos y después sus huesos secos. Su esqueleto cayó al suelo hasta que no quedó nada más que polvo junto a su vestido.
El estruendo cesó y la luz desapareció de repente. Todos observaron los restos de la mujer, que se había volatilizado ante sus ojos. Escucharon una tos ronca y vieron a Hércules que comenzaba a moverse en el suelo.
—¡Hércules! —gritó Alicia tirándose al suelo junto al hombre.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Hércules, mientras se incorporaba.
—Y, ¿usted era el que no creía en la resurrección? —bromeó Lincoln, dando la mano a su amigo.
—¿No querrá insinuar que he estado muerto? —preguntó, bromeando, Hércules.
—No, amigo Lázaro, tan solo dormía —contestó Lincoln, fundiéndose en un abrazo con él. Todos rieron y, por unos segundos, la mezquita se llenó de la alegría de la vida que vence a la muerte.
Londres, 14 de abril de 1915
Alicia se acercó con las tazas hasta la pequeña mesita. La recuperación de Hércules fue más lenta de lo que cabía esperar. Después de muchos trámites lograron salir de Turquía y dirigirse a Atenas, donde sus amigos Nikos Kazantzakis y Roland Sharoyan se separaron de ellos. Los intentos del embajador norteamericano en Estambul por encontrar a la familia de Roland fueron inútiles. Su madre y su hermana corrieron la misma suerte que la de cientos de miles de armenios aquella triste primavera de 1915: el exterminio.
Hércules miró a Alicia y con un gesto la invitó a que se sentase con ellos.
—Todavía no entiendo por qué las cargas explosivas estaban allí. En la mezquita no había armenios que sacrificar —dijo Lincoln.
—Es sencillo, llevaron el cuerpo de su líder, el Anciano de la Montaña, para resucitarlo y provocar la
Quiyama
—dijo Hércules.
—Pero ¿cuál iba a ser el sacrificio? —preguntó Alicia.
—El sacrificio u holocausto tenía que ser muy alto. Por eso pusieron las cargas. Para matar a todos los fieles —dijo Hércules.
—Pero eran musulmanes como ellos —contestó Lincoln.
—Los
assassini
no consideraban a los armenios inocentes y por ello necesitaban a inocentes para que la joya resucitara a su líder —dijo Hércules.
—Una matanza de inocentes —dijo Lincoln.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué la muerte de Yamile, de una sola persona fue suficiente para devolverle a la vida a usted? —preguntó Alicia.
—El mal necesita un gran sacrificio para reinar. Cada día vemos como miles de personas mueren por esta odiosa guerra. El mal es un animal insaciable. Pero el amor es capaz de devolvernos a la vida y librarnos de la muerte por el sacrificio de una sola persona. Yamile, por amor, te devolvió la vida —dijo Lincoln.
—El amor —dijo Hércules pensativo.
—¿Cree que alguna vez volverán a intentarlo? —preguntó Lincoln.
—¿El qué?
—Provocar la llegada del
Quiyama.
—¿Acaso el hombre se cansará alguna vez de destruir a sus semejantes?
Lincoln miró el rostro melancólico de su amigo y tomó su taza de té. Hércules era lo más parecido a un milagro que había visto nunca.
—Entonces no recuerda nada de su etapa de
assassini
—bromeó Lincoln.
—Sí, a un loco lanzándose sobre mí y pegándome un tiro. ¿No lo conocerá?
—Le prometo que no volveré a matarle nunca más, a menos que... se coma la última pastita que queda.
Los tres se rieron y sus voces atravesaron el jardín hasta llegar a las bulliciosas calles de Londres.
La ciudad de Meroe y los faraones negros forman parte de la historia de Egipto, todos los datos sobre sus faraones, sacerdotisas y su enfrentamiento con Roma es real. El emperador Nerón ordenó la expedición de dos legiones de pretorianos al Nilo, aunque no se sabe cuál era la verdadera intención del viaje. Tanto Plinio el Viejo como Séneca recogieron algunos detalles de este viaje.
El Corazón de Amón es un objeto ficticio. Aunque es cierto que su culto se extendió hasta Meroe y el norte de Etiopía. Hubo un templo dedicado a Amón en la zona donde se erige ahora El Cairo.
Alejandría era el centro de operaciones de la ofensiva aliada contra el Imperio otomano. En aquellos días se estaba gestando la invasión de Gallípoli. El impulsor de la idea fue Winston Churchill, primer lord del Almirantazgo. La iglesia de San Sergio existe en la actualidad. Allí, según la tradición, estuvo la casa de la Sagrada Familia.
Los alfabetos lineal A y lineal B existen realmente, fueron descubiertos por sir Arthur Evans en las ruinas del palacio de Cnosos. Aunque la escritura lineal B ha sido descifrada recientemente, la lineal A sigue siendo casi totalmente desconocida.
Nikos Kazantzakis existió realmente. Fue un gran escritor griego, aunque no era especialista en griego clásico. John Garstang también es otro personaje real, sus descubrimientos arqueológicos y su conocimiento de la cultura de Meroe le dieron fama y un puesto en la Escuela Arqueológica Británica de Jerusalén.
La persecución al pueblo armenio comenzó a finales de 1914, pero la gran diáspora se produjo en 1915. Los especialistas siguen discutiendo el número de armenios fallecidos por las deportaciones, pero oscila entre un millón trescientos mil y tres millones.
Las rebeliones de Van se produjeron más tarde de lo descrito en el libro. El valle de Alamut o de los asesinos existe, así como las ruinas de su castillo.
Mustafa Kemal
Atatürk
fue uno de los fundadores de la Turquía moderna. Mehmed V fue el último sultán del Imperio otomano.
Los
assassini
fueron una secta creada en el siglo
xi
por Hasan-i Sabbah. Este extendió su poder por Persia y Oriente Próximo. En el siglo
xii
fue uno de los grupos más importantes en la zona de Palestina y lucharon a favor de los cruzados y de los musulmanes. Los
assassini
sobrevivieron hasta el siglo
xix
en la India. En la actualidad, otros grupos extremistas islámicos han adoptado sus crueles métodos.
Mario Escobar Galderos. Nacido en Madrid (1971), España. Novelista, ensayista y conferenciante. Licenciado en Historia y Diplomado en Estudios Avanzados en la especialidad de Historia Moderna, ha escrito numerosos artículos y libros sobre la Inquisición, la Reforma Protestante y las sectas religiosas.
Es director de la revista Historia para el Debate Digital, colaborando como columnista en distintas publicaciones.