Adán asintió. Recordó que cuando practicaba sus meditaciones tenía un atisbo de conciencia de lo ilimitado.
—Luego del cataclismo y el diluvio que sepultó a los lemurianos y luego a los atlantes, hace más de 12,000 años, los sobrevivientes crearon nuevas culturas y se fueron a Egipto, Grecia, Stonehenge, la India; otros se convirtieron en los mayas, que también acabaron desapareciendo misteriosamente, pero antes nos legaron el calendario que anuncia el fin de un ciclo en este tiempo, para el próximo 21 de diciembre. Estas culturas recordaban el origen, incluso los egipcios construyeron las pirámides, como las de Giza, representando las tres estrellas de la constelación de Orión, y Sirio, nuestro origen.
—Desde aquel entonces —continuó—, hemos decaído y perdido mucha sabiduría, porque a las religiones y a los sistemas de control no les convenía que el ser humano siguiera estando en contacto directo con La Fuente de donde provenía. Y luego de miles y miles de años de historia, falsas creencias, mitos incomprendidos y manipulación olvidamos el verdadero origen.
—¿Y ahora en 2012 qué sucederá? —quiso saber Adán.
—La Tierra entrará en la quinta dimensión.
—¿De qué manera?
—De la misma manera que una mujer da a luz —Krüger soltó una sonrisa amable—. Será el parto de la Tierra. Hace 12,000 años, cuando un cataclismo sepultó a la Atlántida, los polos magnéticos de la Tierra se invirtieron. Hoy todos los terremotos que se están sucediendo están recolocando el eje de la Tierra.
—¿Será posible?
—Lo es. El terremoto ocurrido en Chile en el 2010, de 8.8 grados en la escala de Richter, movió el eje terrestre de 17 a 23 grados. La Tierra necesita alinearse con lo nuevo para evolucionar.
Adán lo miraba sorprendido y preguntó:
—¿Sucederá lo mismo que con la Atlántida?
—La desaparición de la Atlántida se produjo en sólo un día y una noche.
—Y entonces, ¿qué pasará con la Tierra?
El alemán parecía sacar aquellos conocimientos de otro sitio que no era su simple intelecto, parecía tener una sabiduría intuitiva.
—Como te dije, la Tierra elevará la frecuencia a la quinta dimensión. Todo aquél que esté preparado y vibrando en esta frecuencia continuará, por supuesto en un plano más etérico y menos material, ya que la materia tiene que ver con la tercera dimensión.
—¿Y qué hay de la cuarta dimensión? —Adán no daba crédito a que aquel hombre, genetista, alemán, científico ortodoxo y de apariencia muy seria, le estuviera hablando de esos temas.
—La cuarta dimensión es el mundo de los vivos que terminan sus experiencias en la Tierra y que conocemos con el nombre de "muertos", aunque están más vivos que nosotros —dijo.
—Quiere decir que.
El alemán lo interrumpió.
—Que quizá no usaremos más la materia de la forma como lo hemos venido haciendo. Usaremos la telepatía, la comunicación por la energía, será la finalización de la mentira, será el caos de los sistemas informáticos, del dinero, la desaparición de los abogados, los policías, las leyes conocidas, comenzaremos el uso de energías limpias.
Adán hizo otra mueca de asombro. Sus ojos se llenaron de luz.
—¿Cómo pasará eso? ¿Es que desaparecerá todo? No puedo creer que mi vecina, que tiene muy mal carácter y que es una arpía, de la noche a la mañana sea un hada.
Krüger sonrió.
—Dime una cosa, Adán. ¿Tú le harías daño a un ser querido? ¿Perjudicarías o robarías a tu hijo, tu padre o tu amante?
Adán negó con la cabeza.
—Todo es vibración y energía. La ley energética dice que los iguales se atraen. Ella atraerá la vibración que emita, como tú o como yo. Cuando tu conciencia se expande y te das cuenta de que todos somos uno, que el mismo amor, como energía espiritual, te conecta con todos los seres, no hacen falta control ni leyes; la conciencia pasa a ser la única autoridad y lo que te une a todo. Adán, no sólo compartimos el mismo ADN con los demás, sino también la misma conciencia, aunque en diferentes grados. Si la gente lo percibe, esto no afectará negativamente a la conciencia del otro porque son una y lo mismo.
—¿Cómo sabe todo esto?
—Ven —le dijo Krüger, dirigiéndose a la salida de aquel despacho—. ¿Quieres saber cómo sé todo esto? Te mostraré la segunda parte y la más importante de lo que consiguió Aquiles.
El capitán Viktor Sopenski llevaba más de una hora frente a la casa de Alexia. No había mucho movimiento en Green Park, el elegante barrio donde la geóloga tenía su casa, sólo unos coches y unos pocos peatones. Una hora era lo máximo que iba a esperar, pero quería asegurarse de que, si Alexia estaba en casa, no se toparía con él cuando se marchara hacia su trabajo. No conocía sus horarios, ni tenía demasiados datos sobre ella, este "trabajito especial" había sido un poco improvisado por orden del Mago. Sopenski tenía pensado tocar tranquilamente el timbre. Si no le respondía nadie, entraría por la puerta principal, y si ella estaba le apuntaría con la pistola; sería suya en un santiamén.
La mente y el pesado cuerpo del capitán estaban listos para entrar en acción. Había hecho cosas similares durante los últimos años de su vida. Su corazón latía apresuradamente. La sangre se le inundó de adrenalina.
Que en esta ocasión su presa fuera mujer les daba un tono distinto a los hechos. Por eso estaba algo nervioso. En su vida cotidiana, su relación con las mujeres era casi nula. Sólo dos veces tuvo pareja y desde entonces se limitaba a acostarse con prostitutas, sin entrar en intimidades con nadie. Pero aquello era distinto. Desde que era un adolescente tuvo un punto débil: no podía resistirse ante la belleza de una mujer. En el colegio, cuando estuvo por perder la virginidad y tener sexo con una de las chicas más guapas de la clase, su instinto le jugó una mala pasada y terminó antes de haber empezado. Y las siguientes veces habían sido siempre así, hasta que un día la bella compañera de colegio se cansó y lo dejó.
Toda su estructura de hombre tosco, violento y falto de sensibilidad se derrumbaba frente a la belleza femenina. No podía soportarlo, era más fuerte que él, era un típico viejo verde. Eso lo tenía intranquilo frente a la casa de Alexia. ¿Y si no podía controlarse? ¿Y si la mujer lo seducía? Él sabía que su mente era un torbellino de falsos pensamientos, tejía fantasías e ilusiones y se ataba a sí mismo dentro de aquella telaraña. "Respira, Viktor, respira."
El cielo estaba nublado y había comenzado una fina llovizna de verano. El agua lo obligó a entrar. Cruzó la acera, vestido con un traje azul oscuro, no llevaba corbata, aquel día su ancho cuello no la soportaba. Pasó frente a él una mujer con un niño de la mano, esperó a que se alejaran y se perdieran al doblar la esquina. Tocó el timbre de la puerta. Esperó un par de minutos pero nadie le respondió.
Pensó que sería buena idea, una vez adentro, revisar la casa minuciosamente, olerla, investigar las cosas de la geóloga, sus ropas, sus fotos, sus hábitos; buscar para poder obtener alguna información inesperada. Ese sólo pensamiento le generó una erección. Aguardaría allí hasta el atardecer, cuando volviera a su hogar.
Sacó de su bolsillo una fina herramienta para abrir aquella cerradura. Fue fácil. En menos de quince segundos El Cuervo estaba dentro de la casa de Alexia.
Caminó con sigilo por el hall de entrada y luego fue hacia el dormitorio. Ahí revisó con unos finos guantes todos los cajones de los muebles de Alexia Vangelis. Hurgó cuidadosamente en carpetas y libros durante más de una hora, sin generar desorden, en su biblioteca y sus papeles sobre su escritorio. De momento nada le generó alguna pista. Debía esperar. Quería verla, estar al fin con ella cara a cara.
A Sopenski le agradaba sobremanera el perfume de mujer que había en la casa. Le hacía soñar, sentirse seducido, importante. El amor y el romance eran asignaturas totalmente reprobadas por él. No era un conquistador ni mucho menos, nunca pudo serlo, pero fantaseaba con la idea de que ya poseía a la mujer sólo con oler su perfume y tocar sus prendas íntimas.
Se había excitado al ver el cajón de la ropa interior de Alexia. Finos conjuntos diminutos que derrochaban sensualidad. Braguitas que invitaban a soñar con el cuerpo que las llevaría sobre su delicada piel. Debajo estaba el estante de los zapatos. Se volvió loco de morbo cuando vio unos zapatos de tacón de aguja negros.
El obeso capitán trataba de hacer más agradable su espera. Aquello casi era una cita con una mujer guapa, una mujer que caería a sus pies al verlo allí dentro, aunque sea por la fuerza. Cuando encontró una foto de ella en un portarretratos, la imagen le turbó los sentidos. Olvidó que tenía que maniatar y presionarla, que debía hacerla hablar. Sería fácil una vez que la capturara, la ataría y llamaría por teléfono a Villamitrè en Atenas para que Aquiles Vangelis confesara al escuchar por teléfono a su hija secuestrada.
Él sería recompensado. Tendría la información del arqueólogo y a la chica. Sería como un James Bond. Viktor Sopenski se recostó con su ropa sudorosa sobre la delicada cama blanca de Alexia con una de las bragas en la mano y, sin darse cuenta, se quedó dormido.
Justo cuando logró relajarse un poco sonó su teléfono móvil.
Era El Mago, desde Roma.
Adán fue detrás de Krüger. Caminaron por el extenso pasillo que separaba la oficina del alemán del resto del edificio. Éste también estaba pintado de blanco; unos sobrios cuadros destilaban un ambiente sobrio, y había un exquisito aroma a violetas y lavanda. Doblaron hacia la izquierda, donde había varias puertas cerradas de los despachos con rótulos como: "Dr. Louis Canno", "Dr. Peter Ingals", "Dra. Kate Smith".
—Espera aquí —le dijo Krüger e introdujo un código numérico al tiempo que colocaba su pulgar derecho sobre el lector óptico de seguridad antes que una puerta se abriera.
Adán Roussos aguardaba sorprendido. Se adelantó por la puerta de seguridad y avanzaron por otro pasillo que parecía no finalizar nunca. Doblaron a la derecha y otra vez a la izquierda. Al llegar a la siguiente puerta, Krüger cogió un teléfono interno, de color blanco, adosado a la pared y levantó el auricular.
—Kate, soy yo. Vengo con el doctor Roussos. ¿Es posible que entremos? ¿Cómo están ellos?
—Pasen —escuchó Adán la voz de la joven. Se oyó el chirrido sobre la cerradura de la puerta al ser abierta desde dentro.
Adán le sonrió a la chica al entrar.
—Estábamos por hacer un ensayo general —la doctora Kate tenía un exquisito perfume, las uñas de las manos pintadas de color violeta, su delicada piel era tersa y brillaba por su juventud. Pero su belleza no distrajo mucho a Adán, que estaba intrigado sobre lo que ocurría allí.
—¿Un ensayo general? ¿A qué te refieres? —Adán necesitaba información.
—¿No le ha comentado nada, doctor Krüger? —le preguntó Kate al genetista.
El alemán guardó unas llaves en su chaqueta y se giró hacia Adán.
—Mira —le dijo mirándolo a los ojos—, aquí verás, sobre todo, los resultados prácticos de lo que ha encontrado nuestro amigo Aquiles. Su descubrimiento madre no está aquí, sólo un fragmento.
Adán hizo una mueca de asombro.
—No entiendo.
—Asómate por aquella ventana —le pidió el genetista.
Adán dio diez o doce pasos y fue hacia un amplio ventanal. Sus ojos dominaron la habitación. Encontró a unos veinte niños jugando en diferentes actitudes. Unos escribían. Otros leían. Otros niños se reunían en grupos de cinco o siete sentados con los ojos cerrados. Estaban guiados por otros tres adultos. Adán pensó que serían sus maestros o tutores. Había pequeños de todas las razas, negros, arios, orientales y mestizos.
—¿Qué es esto? ¿Qué hacen los niños?
Tanto Kate como el doctor Krüger se miraron entre sí.
—¿Qué tiene que ver esto con el descubrimiento de Aquiles?
—Espera —Krüger apoyó una mano en su hombro—. Te he dicho que éstos son los resultados prácticos de lo que Aquiles descubrió.
Adán estaba perdiendo la paciencia.
—Bien. Son niños. Y dice que son los resultados prácticos ¿de qué?
Mientras la doctora se alejó hacia otra habitación, Krüger hizo una seña con su mano apuntando a un sofá de cuero.
—Siéntate, te contaré todo.
Adán se reclinó sobre el sofá.
—Verás, lo que has visto son niños índigo, niños especiales con capacidades especiales. Tienen desarrollada una gran parte de su cerebro y su código genético es distinto.
Adán parecía un radar en busca de información, su rostro hizo una mueca de curiosidad.
—Estos niños tienen muchas capacidades que el común de la gente no tiene, que ha olvidado.
—¿Qué capacidades?
Krüger hizo un gesto y una suave sonrisa se dibujó en su rostro.
—Esto lo afirman los estudios de Aquiles y de otros muchos investigadores más, seguramente habrás oído incluso a través de tu padre sobre los estudios de arqueólogos como, por ejemplo, Carlos de Sigüenza, el mexicano que situó el paralelismo de la destrucción de la Atlántida con el diluvio de Noé.
Adán asintió.
La doctora Kate regresó y cruzó las piernas cuando se reclinó enfrente de Adán, llevaba un delantal blanco abierto. Adán le vio un pequeño tatuaje sobre sus tacones, en el tobillo izquierdo, lo cual le pareció muy sensual. Pero lo que más llamaba la atención era que los ojos de aquella enigmática y bella mujer estaban llenos de un brillo especial.
—Todavía no entiendo por qué Aquiles me mandó a llamar.
—Por tus estudios sobre el sexo.
—Eso lo supongo, pero.
—De acuerdo con tus estudios y los de tu padre, Adán, ¿crees que los atlantes desaparecieron sólo por un cataclismo? —preguntó Krüger con interés.
—Las investigaciones de mi padre decían que en la época de los atlantes la gente tenía conocimientos avanzados, no había distracciones innecesarias como en la actualidad, y el máximo objetivo de cada individuo era venir a la Tierra a tener experiencias para poder evolucionar espiritualmente.
Krüger lo animó a continuar.
—Poco a poco la civilización atlante comenzó a decaer, como todo en la vida, tuvo su esplendor y su decadencia, es una ley energética —agregó Adán.
Krüger esbozó una sonrisa, pensativo.
—También usaron incorrectamente la energía sexual —continuó el sexólogo.
—Entre otras cosas. En la actualidad, un gran número de personas no sabe cómo usar su poder interior, su sexualidad ni su conciencia.