Authors: Jack Vance
Gersen llegó al lugar de su desaparición y encontró un agujero en la ribera de casi medio metro de anchura. Se inclinó y examinó el interior; pero no pudo apreciar nada. Detteras y Kelle, que le habían seguido, llegaron entonces jadeando.
—¿Dónde está?
Gersen señaló al hoyo.
—Según Lugo Teehalt los grandes gusanos blancos viven bajo las ciénagas.
—Humm... —murmuró Detteras—. Sus antepasados evolucionaron en las marismas y pantanos en hoyos como éste. No pudo haber encontrado otro refugio mejor.
—Pero tendrá que salir a comer... —opinó Kelle.
—No estoy muy seguro. Los Reyes Estelares desprecian la alimentación humana, y los hombres encuentran la dieta de los Reyes Estelares despreciable y repulsiva. Nosotros cultivamos plantas y criamos animales, ellos hacen algo parecido con gusanos e insectos y cosas parecidas. Warweave lo pasará muy bien con lo que encuentre bajo el terreno cenagoso en que se ha metido.
Gersen miró valle arriba, por donde había escapado Hildemar Dasce.
—Les he perdido a los dos. No me hubiera importado sacrificar a Dasce para castigar a Malagate; pero ambos...
Los tres permanecieron unos momentos en la ribera. Una suave brisa rizó la superficie del agua y movió las ramas de los grandes árboles oscuros que crecían en la base de las colinas. Una tribu de dríades merodeaba a lo largo de la orilla opuesta; volvieron sus órganos visuales vegetales verde púrpura hacia los tres hombres.
—Quizá sea mucho peor dejarles vivos en este planeta que matarlos.
—Peor —aseguró Detteras con firmeza—. Muchísimo peor.
Volvieron lentamente a la astronave. Pallis, sentada en el césped, se puso en pie al aproximarse Gersen. No parecía tan ausente como antes, tan desinteresada de todo y tan alejada de su entorno. Se acercó a él, le tomó de un brazo y le sonrió. Su rostro estaba de nuevo fresco y lleno de vida.
—Kirth, me gusta esto, ¿y a ti?
—Sí, Pallis, muchísimo.
—¡Imagínate! —murmuró Pallis con voz trémula—. Una casita en aquella colina. El viejo Sir Morton Hodenfroe tiene una hermosa casa en Blackstone Edge. ¿No sería magnífico, Kirth? Me gustaría, me gustaría...
—Primero, debemos volver a Alphanor, Pallis. Después hablaremos acerca de volver aquí.
—Muy bien, Kirth. —Y le puso los brazos alrededor de los hombros— ¿Todavía... todavía sigues interesado por mí? ¿Después de lo que ha ocurrido?
—Por supuesto que sí, cariño. —Y los ojos de Gersen se humedecieron sin poder evitarlo—. ¿Qué culpa tienes de todo eso?
—Ninguna. Pero en casa, en Lantango, los hombres son muy celosos...
Gersen prefirió no decir nada. La besó en la frente y le dio unas cariñosas palmaditas en la espalda.
—Bien, Gersen —farfulló Detteras atropelladamente—. Ha hecho usted uso de Kelle y de mí en la forma más caballerosa. No puedo decir que esté contento; pero no tengo nada que lamentar tampoco.
Robin Rampold se aproximó desde la sombra que proyectaba la astronave.
—Hildemar se ha escapado —dijo sombríamente—. Ahora viajará por las montañas, llegará a alguna ciudad y nunca volveré a verle.
—Podrá atravesar las montañas —le explicó Gersen—, pero no encontrará ninguna ciudad.
—He estado observando desde la cima de la colina a través del bosque —dijo Rampold—. Creo que debe de estar por algún sitio cercano.
—Es muy posible.
—Es deprimente. Es suficiente para enloquecer a cualquier hombre.
Gersen tuvo que soltar una carcajada.
—¿Preferiría usted volver a la jaula?
—No, claro que no. Pero entonces yo tenía mis proyectos. De lo que podía hacer cuando fuese libre. Pero ahora soy libre y Hildemar está más allá de mi alcance.
Y se marchó desconsoladamente.
Tras una pausa, Kelle dijo:
—Como científico, encuentro este planeta un lugar fascinante. Como hombre, un sitio encantador. Como Kagge Kelle, antiguo colega de Gyle Warweave, lo encuentro extremadamente deprimente. Estoy preparado para salir de aquí cuanto antes.
—Sí —convino Detteras—. ¿Por qué no?
Gersen dirigió una mirada valle arriba por donde Hildemar Dasce, vistiendo un simple pantalón blanco, se había escondido en el bosque como una bestia acorralada. Miró hacia abajo al lugar en que Malagate el Funesto se había hundido en el barro de la ciénaga. Por último, miró a Pallis.
—No puedo creer que esto sea real.
—Lo es. Pero también es como un sueño.
—Todo lo demás parece un sueño. Un sueño espantoso.
—Ya ha terminado. Es como si nunca hubiera ocurrido.
—Yo he sido... he sido... —La joven vaciló y frunció el entrecejo—. No recuerdo mucho.
—Menos mal.
—Mira, Kirth... —dijo de pronto Pallis apuntando hacia la pradera—. ¿Qué son aquellas hermosas criaturas?
—Las dríades.
—¿Y qué hacen allí?
—No lo sé. Seguramente buscan algo de comer. Lugo Teehalt dijo que chupan su alimento de grandes gusanos que extraen de los agujeros de la pradera, bajo el suelo pantanoso. O quizá pongan huevos en el suelo.
Las dríades, moviéndose con lentitud sobre la orilla y mostrando sus floridos miembros ondeantes al viento, se dirigieron hacia el terreno pantanoso deambulando de forma graciosa, dando un paso y después otro, como niños de andar vacilante. Una de ellas se detuvo y permaneció inmóvil. Bajo sus pies surgió el chispazo blanco de una trompa afilada que se hundió fácilmente en el blando suelo de la ciénaga. Pasaron algunos segundos. El suelo se removió y pareció reventar en una erupción.
La dríade se volcó hacia atrás. Por el borde exterior del pequeño cráter de barro, apareció Warweave, con la larga y rígida trompa de la dríade clavada en la espalda. Tenía la cabeza cubierta de barro, los ojos le salían de las órbitas y de su boca se escapaba una serie de horribles gemidos. Se sacudió torpemente, cayó sobre sus rodillas, rodó por el suelo, consiguió desasirse del lanzazo de la dríade y se puso en pie con un enorme esfuerzo de voluntad. Trató de salir corriendo por la ladera de la colina, pero las piernas le fallaron. Cayó de rodillas, se contrajo en una bola sobre el césped, estiró las piernas pataleando y su cuerpo quedó rígido y sin vida.
Gyle Warweave fue enterrado en la falda de la colina. El grupo volvió a la astronave. Robin Rampold se aproximó a Gersen.
—He resuelto establecerme aquí.
En alguna parte del cerebro de Gersen surgió el asombro y la perplejidad, mientras que en otra aquello sólo era la confirmación de sus previas sospechas y de algo que esperaba como cosa natural.
—Entonces —respondió Kirth— espera usted vivir en este planeta con Hildemar Dasce.
—Sí, así es.
—¿Sabe usted lo que le ocurrirá? Le hará nuevamente su esclavo. O le matará por la comida que estoy obligado a dejarle al salir para Alphanor.
El rostro de Rampold estaba pálido, pero en él se reflejaba una firme decisión.
—Puede ser como usted dice. Pero no puedo abandonar vivo a Hildemar Dasce.
—Píenselo —le advirtió Gersen—. Estará usted solo aquí. Dasce se mostrará mucho más salvaje que antes.
—Pienso que usted será tan amable de dejarme ciertos artículos, un arma, una pala, un hacha y algunas herramientas para construir un refugio y algunos alimentos.
—¿Y qué hará usted cuando se termine ese alimento?
—Buscaré productos naturales, semillas, pescado, nueces y raíces. Algunos serán venenosos, pero yo me cuidaré de probarlos.
Gersen sacudió la cabeza pensativo.
—Creo que es mucho mejor que vuelva usted a Alphanor con nosotros. Hildemar se tomará una venganza terrible.
—Es un riesgo que debo correr inevitablemente —respondió decidido.
—Como quiera.
La nave se alzó sobre las praderas, dejando a Rampold en pie junto a su pila de provisiones.
Los horizontes se agrandaron rápidamente y el planeta se convirtió en una bola verde y azul cayendo de popa. Gersen se volvió a Kelle y a Detteras.
—Bien, caballeros, ya han visitado ustedes el planeta Teehalt.
—Sí —respondió Kelle—. Mediante método sorprendente, usted ha cumplido los términos de su convenio; el dinero es suyo.
Gersen sacudió la cabeza.
—No deseo el dinero. Sugiero que conservemos en secreto la existencia de este planeta para preservarlo de lo que pudiera ser una profanación.
—Muy bien —repuso Kelle—. Yo estoy de acuerdo.
—Y yo —afirmó igualmente Detteras—. No obstante, me reservo el derecho de poder volver en otra ocasión bajo circunstancias más tranquilas.
—Una futura condición todavía —añadió Gersen—. Un tercio de los fondos fueron depositados por Attel Malagate. Sugiero que sean transferidos a la señorita Pallis, para compensarla en cierto modo, del daño recibido por su culpa.
Nadie hizo objeción alguna. Pallis protestó emocionada, después aceptó contenta y la noticia le alegró profundamente.
A estribor, la estrella brillante blanco dorada se confundió con las demás y pocos instantes después se perdió de vista.
Un año más tarde, Kirth Gersen volvió solo al planeta Teehalt en su espacionave modelo 9-B. Cerniéndose en el espacio, examinó el valle con el macroscopio sin descubrir signos de vida. Había al menos un proyector en el planeta y podía muy bien hallarse en manos de Hildemar Dasce. Aguardó hasta la caída de la noche y tomó tierra silenciosamente en una quebrada en las montañas por encima del valle. La larga noche llegó a su fin. Al amanecer, Gersen se encaminó hacia el valle, con cuidado de ocultarse siempre entre los árboles.
Desde lejos, oyó el sonido de los golpes de un hacha. Se aproximó con cautela hacia el lugar de donde provenía el ruido. En el límite del bosque, Robin Rampold descortezaba un árbol caído. Gersen se acercó con parsimonia. La cara de Rampold se había rellenado y su cuerpo aparecía vigoroso y bronceado. Gersen le llamó por su nombre. Rampold dio un salto y buscó entre las sombras.
—¿Quién está ahí?
—Kirth Gersen.
—¡Venga, hombre, venga! No es preciso que se oculte.
Gersen se adelantó hacia el límite del bosque y miró a su alrededor.
—Temía encontrarme con Hidelmar.
—Ah —replicó Robin— No es preciso que tema nada de Hildemar Dasce.
—¿Ha muerto?
—No. Está bien vivo, encerrado en una pequeña pocilga que he construido para él. Con su permiso, no le llevaré hasta él, ya que el lugar está bien escondido para cualquiera que venga a visitar el planeta.
—Bien. Entonces consiguió derrotarle.
—Por supuesto. ¿Lo puso usted en duda? Tengo muchos más recursos que él. Cavé una zanja durante la primera noche y construí una trampa; por la mañana Hildemar se fue arrastrando por el suelo, a fin de robarme los alimentos. Cayó en ella y le hice prisionero. Ahora es un hombre distinto. —Miró al rostro de Kirth Gersen—. ¿Lo desaprueba usted?
Gersen se encogió de hombros.
—He venido solo para llevarle al Oikumene.
—No —repuso decididamente Rampold—. No tenga miedo por mí. Viviré lo que me quede de vida en este planeta con Hildemar Dasce. Es un lugar muy hermoso. He hallado suficiente alimento y diariamente me distraigo mostrando a Hildemar los trucos y trampas que me enseñó hace tiempo.
Los dos hombres deambularon por el valle, hasta el sitio del anterior aterrizaje.
—El ciclo vital aquí resulta muy extraño —observó Rampold—. Cada forma se convierte en otra, sin fin. Sólo los árboles son permanentes.
—Así lo aprendí del hombre que descubrió este mundo.
—Venga, voy a enseñarle la tumba de Warweave.
Rampold le condujo por la ladera de la colina hacia un pequeño racimo de esbeltos arbolitos de blancos tallos. A un lado crecía uno, sensiblemente distinto a los demás. El tronco estaba estriado de color púrpura y las hojas eran correosas y verde oscuras. Rampold señaló el lugar.
—Ahí están los restos de Gyle Warweave.
Gersen miró por un momento y después dio media vuelta. Contempló el valle en todas direcciones. Era un bonito y tranquilo lugar, silencioso como lo había sido anteriormente.
—Muy bien, pues —dijo Gersen— Me marcho una vez más. Sepa que no volveré nunca. ¿Está bien seguro de que quiere quedarse aquí?
—Absolutamente. —Rampold miró en dirección al sol—. Se me está haciendo tarde. Hildemar estará esperándome. Ahora le deseo buena suerte y feliz viaje.
Se inclinó y desapareció, cruzó el valle y se perdió en el bosque de los árboles gigantes.
Gersen miró por última vez el hermoso valle. Aquel mundo había dejado de ser inocente y virginal, ya había conocido el mal. Una sensación de culpa y deshonor se extendía por el inmenso panorama. Gersen suspiró, se volvió y se quedó mirando fijamente la tumba de Warweave. Se agachó, arrancó el retoño escarlata del suelo, lo rompió en pedazos y los sembró por el contorno.
Lentamente volvió a caminar valle arriba y se dirigió a su espacionave.
1
.- El nombre sustantivo es gene-clasificación, de aquí el adjetivo gene-clasificado y, abreviadamente, genifiado.
2
.- A los sarkoy se les tenía en muy baja estima por los otros pueblos del Oikurnene, en razón a los repugnantes hábitos de comida y a sus groseras e inmorales costumbres sexuales. Se les despreciaba también por el deporte popular conocido por el «harbite» o el batir al «harikap», un bípedo seminteligente forrado de brillante piel, propio de los bosques del norte de Sarkovy. La pobre criatura, llevada a un estado de tensión por hambre, era encerrada en un círculo de hombres armados con horcas y antorchas, estimulándole su ferocidad con los pinchazos y el fuego, obligándole constantemente a retroceder hacia el centro en cuanto intentaba escapar.
Sarkovy, el único planeta de la estrella Fi de Ofluco, era un oscuro mundo de estepas, marismas, bosques sombríos y cenagales. Sus habitantes vivían en grandes casas de madera tras empalizadas de troncos y ni aun las mayores ciudades se veían libres del ataque de bandidos y nómadas procedentes de las inmensas estepas del planeta. Por tradición y práctica, los habitantes de Sarkovy tenían todos fama de envenenadores. Un Maestro Sarkovy, se decía, era capaz de matar a un hombre con sólo pasar junto a él.
3
.- UCL. Sigla de Unidad de Curso Legal.
4
.-
Rastreadores
: Dispositivos especiales para detectar a cualquiera, generalmente de los cinco tipos siguientes: