—
Excuse me
?
El hombre contestó algo en inglés. Algo acerca del territorio.
Notó la pistola en el bolsillo. Con una bala. Prefirió sacar el trozo de cristal grande y afilado que tenía en el otro bolsillo. El mendigo lo miró con malicia, pero se fue.
Rechazó la idea de que Jon Karlsen no volviera. Tenía que volver. Y mientras tanto, él sería como el Danubio. Paciente e imparable.
—Adelante —lo invitó la mujer regordeta y sonriente del apartamento del Ejército de Salvación situado en la calle Jacob Aall. Pronunciaba la ene apoyando la punta de la lengua en el paladar, como hacen quienes han aprendido el idioma de adultos.
—Espero no molestar —dijo Harry antes de entrar en compañía de Beate Lønn. El suelo estaba casi cubierto de calzado de todos los tamaños, grande y pequeño.
La mujer negó con la cabeza cuando hicieron ademán de ir a quitarse los zapatos.
—Frío —dijo—. ¿Hambre?
—Gracias, acabo de desayunar —dijo Beate.
Harry negó amablemente con la cabeza.
Ella los condujo hasta el salón. Alrededor de una mesa halló a quienes Harry supuso que serían los miembros de la familia Miholjec; dos hombres adultos, un chico de la edad de Oleg, una niña pequeña y una muchacha que Harry supuso que debía de ser Sofia. Con un bebé en el regazo, escondía los ojos tras un flequillo negro que le caía como una cortina.
—
Zdravo
—dijo el hombre mayor. Era delgado y tenía el pelo encanecido pero muy denso y una mirada que Harry reconoció enseguida. La mirada airada y rebosante de miedo del proscrito.
—Es mi marido —explicó la mujer—. Entiende noruego, pero no habla mucho. Este es el tío Josip. Ha venido a visitarnos por Navidad. Y mis hijos.
—¿Los cuatro? —preguntó Beate.
—Sí —rio ella—. El último fue un regalo de Dios.
—Una verdadera preciosidad —dijo Beate haciéndole carantoñas al bebé, que respondió con un gorjeo entusiasta. Y como Harry ya había imaginado, su colega empezó a pellizcarle la mejilla regordeta y rosada. Les daba a Beate y Halvorsen un año, máximo dos, antes de que ellos produjeran un ejemplar de esos.
El hombre dijo algo y la mujer le contestó. Luego, se dirigió a Harry:
—Quiere que diga que en Noruega solo queréis que trabajen los noruegos. Él lo intenta, pero no encuentra trabajo.
Harry se encontró con la mirada del hombre e hizo un gesto de afirmación que no fue correspondido.
—Aquí —indicó la mujer señalando un par de sillas.
Se sentaron. Harry vio que Beate había sacado el bloc de notas antes de que él empezara a hablar.
—Hemos venido para preguntar por…
—Robert Karlsen —completó la mujer mirando a su marido, que asintió con la cabeza.
—Eso es. ¿Qué nos podéis contar acerca de él?
—No mucho. Apenas lo conocíamos.
—Apenas. —La mujer reparó un instante, como por casualidad en Sofia, que guardaba silencio en su asiento, con la nariz hundida en el alborotado pelo del bebé—. Jon le pidió a Robert que nos ayudase este verano a mudarnos del pequeño apartamento de la puerta A. Jon es una buena persona. Lo arregló todo para que nos dieran un piso más grande cuando tuvimos a este elemento, ya sabes —rio aludiendo al bebé—. Pero Robert estuvo mucho rato hablando con Sofia. Y… bueno, solo tiene quince años.
Harry vio cómo la cara de la joven cambiaba de color.
—Ya. Nos gustaría hablar con Sofia.
—Adelante —accedió la madre.
—Preferiblemente a solas —explicó Harry.
El padre y la madre intercambiaron una mirada elocuente. La tensión duró solo unos segundos, pero a Harry le dio tiempo a leer. Quizás antes la decisión la hubiera tomado el padre, pero en aquella nueva realidad, en aquel nuevo país donde la mujer había demostrado más capacidad de adaptación, ella era la que decidía. Le hizo un gesto de aprobación a Harry.
—Sentaos en la cocina. No os molestaremos.
—Gracias —dijo Beate.
—Nada de gracias —contestó la mujer muy seria—. Queremos que cojáis al que lo hizo. ¿Sabéis algo de él?
—Creemos que es un asesino a sueldo que vive en Zagreb —explicó Harry—. Por lo menos, ha llamado desde Oslo a un hotel de allí.
—¿A qué hotel?
—Al International —contestó y vio cómo se cruzaban las miradas del padre y del tío.
—¿Sabéis algo? —preguntó Harry.
El padre negó con la cabeza.
—Si fuera el caso, os estaría muy agradecido —dijo Harry—. Ese tipo está buscando a Jon y ayer mismo cosió a balazos su apartamento.
Harry vio que la expresión del padre se transformaba en incredulidad. Pero siguió callado.
La madre se encaminó a la cocina mientras Sofia la seguía a regañadientes. Como la mayoría de adolescentes, supuso Harry. Como lo haría Oleg dentro de unos años.
Cuando la madre se marchó, Harry se hizo cargo del bloc de notas mientras Beate se sentaba en una silla enfrente de Sofia.
—Hola Sofia, yo me llamo Beate. Tú y Robert, ¿erais novios?
Sofia bajó la mirada y negó con la cabeza.
—¿Estabas enamorada de él?
Nueva negativa silenciosa.
—¿Te hizo daño?
Por primera vez desde que llegaron, Sofia retiró la cortina de pelo negro y miró directamente a Beate. Harry supuso que, detrás de tanto maquillaje, se escondía una chica guapa. Ahora reconocía al padre en la indignación y el recelo de su mirada. Reparó en el cardenal que presentaba en la frente y que el maquillaje no lograba disimular.
—No —contestó ella.
—¿Tu padre te ha dicho que no digas nada, Sofia? Porque lo estoy viendo.
—¿Qué es lo que ves?
—Que alguien te ha hecho daño.
—Mientes.
—¿Cómo te hiciste esa marca en la frente?
—Me di con una puerta.
—Ahora eres tú quién miente.
Sofia resopló.
—Te las das de lista cuando, en realidad, no sabes nada. Solo eres una vieja policía que habría preferido quedarse en casa con sus niños. Yo te vi allí dentro. —Aunque aún rezumaba ira, el tono de su voz parecía relajarse. Harry le daba una frase más, máximo dos.
Beate suspiró.
—Tienes que fiarte de nosotros, Sofia. Y debes ayudarnos. Estamos intentando pararle los pies a un asesino.
—Pero no es culpa mía. —Se le ahogó la voz de repente y Harry constató que solo había sido capaz de pronunciar otra frase. Y acudieron las lágrimas a sus ojos. Una tromba de lágrimas. Sofia se inclinó y volvió a quedar oculta tras la cortina del flequillo.
Beate le puso una mano en el hombro, pero ella la apartó.
—¡Marchaos! —gritó.
—¿Sabías que Robert estuvo en Zagreb este otoño? —preguntó Harry.
Ella miró rápidamente a Harry con una expresión incrédula emborronada de maquillaje aguado.
—¿Así que no te lo contó? —continuó Harry—. Entonces, ¿tampoco te contó que estaba enamorado de una tal Thea Nilsen?
—No —dijo ella llorosa—. ¿Y qué?
Por la expresión de su cara, Harry intentaba averiguar si la información la había impresionado, pero resultaba difícil con toda aquella pintura negra corriéndole por las mejillas.
—Estuviste en la tienda de Fretex preguntando por Robert. ¿Qué querías?
—¡Pedirle un cigarrillo! —gritó Sofia furiosa—. ¡Vete!
Harry y Beate se miraron. Y se levantaron.
—Reflexiona un poco. Llámame luego a este número —le rogó Beate dejando la tarjeta de visita en la mesa.
La madre los esperaba en el pasillo.
—Lo siento —dijo Beate—. Parece que se ha puesto bastante nerviosa. Quizá debas hablar con ella.
Salieron a la calle Jacob Aall y a aquella fría mañana de diciembre y echaron a andar hacia la calle Suhm, donde Beate había encontrado un aparcamiento solitario.
—
Oprostite
!
Harry y Beate se volvieron. La voz surgió de las sombras de la entrada, donde se entreveían las ascuas de dos cigarrillos. Las ascuas cayeron al suelo y dos hombres surgieron de la oscuridad y empezaron a caminar hacia ellos. Eran el padre de Sofia y el tío Josip. Cuando llegaron a su altura, se detuvieron.
—Así que el International Hotel, ¿eh? —preguntó el padre.
Harry asintió.
El padre echó una mirada rápida a Beate con el rabillo del ojo.
—Voy a buscar el coche —dijo Beate.
Harry nunca dejaba de sorprenderse de aquella chica, que, pese a haber pasado buena parte de su corta vida escrutando grabaciones de vídeo y pistas técnicas, había desarrollado una inteligencia social muy superior a la suya.
—Trabajé primeros años de… tú sabes… empresa de mudanza. Pero espalda
kaput
. En Vukovar era
electro engineer
, ¿comprendes? Antes de la guerra. Aquí no me dan una mierda.
Harry asintió con la cabeza. Y esperó.
El tío Josip dijo algo.
—
Da, da
—murmuró el padre dirigiéndose a Harry—. Cuándo el ejército yugoslavo iba a ocupar Vukovar en 1991, ¿sí? Había un chiquillo allí que hizo explotar doce tanques con…
landmines
, ¿sí? Lo llamábamos
mali spasitelj
.
—
Mali spasitelj
— repitió el tío Josip con devoción.
—El pequeño redentor —tradujo el padre—. Era su… el nombre que decían por
walkie-talkie
.
—¿El nombre en clave?
—Sí. Después de capitulación de Vukovar los serbios lo buscaron. Pero no consiguieron. Algunos dijeron que había muerto. Y otros no creyeron… Decían que nunca había sido… existido, ¿sí?
—¿Qué tiene que ver eso con el International Hotel?
—Después de la guerra, la gente de Vukovar no tenía casa. Todo era gravilla. Así que algunos vinieron aquí. Pero la mayoría a Zagreb. El presidente Tudjman…
—Tudjman —repitió el tío mirando al cielo.
—… y su gente les dieron habitaciones en un hotel grande y viejo donde los podían vigilar. Control, ¿sí? Comían sopa y no les daban trabajo. A Tudjman no le gusta gente de
Slavonia
. Demasiada sangre serbia. Entonces empezaban serbios que habían estado en Vukovar a ser muertos. Y venían rumores. Que
mali spasitelj
había vuelto.
—
Mali spasitelj
—rio el tío Josip.
—Dijeron que croatas podían recibir ayuda. En International Hotel.
—¿Cómo?
El padre se encogió de hombros.
—No sé. Rumores.
—Ya. ¿Hay alguien más que tenga información sobre ese… ayudante y sobre el International Hotel?
—¿Alguien más?
—¿Alguien del Ejército de Salvación, por ejemplo?
—Sí, claro. David Eckhoff sabe todo. Y ahora los otros también. El dio palabra… después de comida en fiesta en Østgård este verano.
—¿Palabra? ¿Un discurso?
—Sí. Él contó
mali spasitelj
y que algunos siempre están en guerra. Que la guerra nunca termina. Es verdad también para ellos.
—¿De verdad? ¿Eso dijo el comisionado? —preguntó Beate mientras entraba con el coche en el túnel de Ibsen iluminado, frenaba y se quedaba la última de una cola que no avanzaba.
—Según el señor Miholjec —precisó Harry—. Y, al parecer, todos estaban allí. Robert también.
—¿Y tú crees que eso le puede haber dado a Robert la idea de contactar con un asesino a sueldo? —Beate tamborileaba impaciente con los dedos en el volante.
—Bueno. Por lo menos podemos afirmar que Robert ha estado en Zagreb. Y si él sabía que Jon se estaba viendo con Thea, también tenía un móvil. —Harry se frotó el mentón—. Oye, ¿puedes encargarte de que lleven a Sofia a ver a un médico para que le hagan un reconocimiento completo? Si no me equivoco, hay más cardenales. Intentaré coger el avión que sale mañana a Zagreb.
Beate le lanzó una mirada rápida y penetrante.
—Si vas a ir al extranjero, debería ser para ponerte en contacto con la policía del país. O de vacaciones. El reglamento dice claramente que…
—Eso es, precisamente. Unas vacaciones de Navidad cortitas.
Beate suspiró dándose por vencida.
—Espero que entonces también le des vacaciones a Halvorsen. Queremos ir a Steinkjer a visitar a sus padres. ¿Dónde has pensado celebrar la cena de Navidad este año?
En ese momento sonó el móvil y Harry rebuscó en el bolsillo mientras contestaba:
—El año pasado estuve con Rakel y Oleg. Y el anterior, con mi padre y Søs. Pero este año aún no he tenido tiempo de pensar dónde voy a pasar la Navidad.
Estaba pensando en Rakel cuando se dio cuenta de que debía de haber pulsado el botón de responder cuando aún tenía el teléfono en el bolsillo. Y ahora distinguió su risa en el auricular.
—Puedes venir a casa —dijo ella—. En Nochebuena puede venir todo el que quiera y siempre necesitamos voluntarios para echar una mano. En Fyrlyset.
Harry no se dio cuenta de que no era Rakel hasta dos segundos más tarde.
—Solo llamaba para decirte que siento lo de ayer —añadió Martine—. No era mi intención salir corriendo de esa manera. Es que me sentía un poco violenta. ¿Conseguiste las respuestas que querías?
—¡Ah, eres tú! —exclamó Harry con lo que a él le pareció una voz neutral que, pese a todo, provocó la mirada velocísima de Beate. Y su inteligencia social superior—. ¿Puedo llamarte luego?
—Por supuesto.
—Gracias.
—No hay de qué —respondió Martine en un tono de voz serio, pero Harry podía oír la risa aprobatoria.
—Solo una cosa insignificante.
—Vale.
—¿Qué haces el martes? Es decir, la insignificante Nochebuena.
—No lo sé.
—Nos sobra una entrada para el concierto del auditorio.
—Vale.
—No parece que vayas a morirte de entusiasmo.
—Lo siento. Tengo mucho trabajo y me imponen un poco esos acontecimientos a los que hay que asistir de traje.
—Y los artistas son demasiado corrientes y aburridos.
—Yo no he dicho eso.
—No, lo he dicho yo. Y cuando decía que nos sobraba una entrada, en realidad quería decir que me sobra a mí.
—¿Y?
—Es una oportunidad de verme con vestido. Un vestido que me queda bien. Solo me falta un chico alto y algo mayor a juego. Piénsatelo.
Harry se echó a reír.
—Gracias, lo pensaré.
—No hay de qué.
Beate no dijo ni una palabra después de que colgara, ni comentó nada sobre la sonrisa que aún lucía en la cara, solo mencionó que, según el boletín meteorológico, las máquinas quitanieves tendrían bastante trabajo en los próximos días. A veces Harry se preguntaba si Halvorsen era consciente de la suerte que había tenido.