El redentor (29 page)

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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Policíaco

BOOK: El redentor
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—Es el mismo tipo del que os hablé cuando entraba. Ahora sale otra vez. Viene hacia acá.

Harry respiró hondo. En el aire había un aroma muy particular que creyó reconocer.

—Es él —dijo Harry—. Hemos dejado que nos tome el pelo.

—Es él —informó el conductor en el micrófono mientras corría detrás de Harry, que ya había salido por la puerta.

—Maravilloso, lo tengo —se oyó chasquear por la radio—. Salgo.

—¡No! —gritó Harry conforme avanzaban por el pasillo—. ¡No intentes detenerlo, espéranos!

El conductor repitió la orden en el micrófono, pero de la radio solo se oyó un carraspeo por respuesta.

Vio cómo se abría la puerta del coche de policía y salir a la luz de la calle a un hombre joven uniformado con pistola.

—¡Alto! —gritó el hombre con las piernas ligeramente abiertas y apuntándole con la pistola.

Poca experiencia, pensó él. Los separaban casi cincuenta metros de calle, estaba oscuro y, a diferencia del joven atracador de debajo del puente, aquel policía carecía de la sangre fría necesaria para esperar a que la víctima no tuviera escapatoria. Por segunda vez esa misma noche sacó la Llama MiniMax. Y, en lugar de salir corriendo, se fue derecho al coche de policía.

—¡Alto! —repitió el agente.

La distancia se redujo a treinta metros. Veinte metros.

Levantó el arma y disparó.

La mayoría de la gente sobreestimaba las posibilidades de alcanzar a otra persona con una pistola a distancias superiores a diez metros. A cambio, solían infravalorar el efecto psicológico del sonido, el restallido de la pólvora combinado con el azote sordo del plomo cuando impactaba contra algo que estaba muy cerca. La bala dio en la ventanilla del coche, que se volvió blanca antes de estallar en mil pedazos. Lo mismo le ocurrió al policía. Se volvió blanco y cayó de rodillas mientras se aferraba a la Jericho 941, demasiado pesada.

Harry y Halvorsen salieron de la calle Heimdalsgata al mismo tiempo.

—Allí —dijo Halvorsen.

El policía joven seguía de rodillas junto al coche, con la pistola apuntando al cielo. Pero calle arriba vislumbraron la espalda de la chaqueta azul que habían visto en el pasillo.

—Va corriendo hacia el Eika —gritó Halvorsen.

Harry se dirigió al conductor, que se había unido a ellos.

—Dame el MP.

El policía le entregó el arma a Harry.

—No tiene…

Pero Harry ya había echado a correr. Oía a su espalda los pasos de Halvorsen, pero las suelas de goma de sus Dr. Martens le facilitaban el movimiento de impulso en el hielo. El hombre que iba delante le llevaba una ventaja considerable; ya había doblado la esquina hacia la calle Vahl que bordeaba el parque. Harry sujetaba el subfusil automático con una mano y se concentraba en la respiración, a la par que intentaba correr sin agotarse ni perder el ritmo. Aminoró un poco la marcha y logró empuñar el subfusil antes de llegar a la esquina. Intentó no pensar demasiado cuando asomó la cabeza a la derecha.

Nadie lo esperaba.

Tampoco se veía a nadie calle abajo.

Pero un hombre como Stankic no sería tan necio como para colarse en alguno de los patios interiores, que, con sus puertas cerradas, eran una auténtica trampa. Harry escrutó el parque, cuya gran superficie blanca reflejaba la luz de los edificios aledaños. ¿No había visto algo moverse allí? A unos sesenta o setenta metros, una figura avanzaba lentamente en la nieve. Chaqueta azul. Harry cruzó la calle corriendo, tomó impulso, se deslizó por encima del montón de nieve y se abalanzó hacia delante, pero se hundió hasta la cintura en la nieve blanda.

—¡Joder!

Se le cayó el subfusil. La figura que tenía delante se dio la vuelta antes de retomar la lucha para avanzar en la nieve. Harry tanteó bajo el manto blanco buscando el arma mientras observaba cómo Stankic batallaba denodadamente con la abundante nieve en polvo, que no le proporcionaba sujeción alguna y que, al mismo tiempo, imposibilitaba toda propulsión. Dio con algo duro. Ahí estaba. Harry sacó el arma e intentó avanzar de nuevo. Pudo sacar una pierna, la estiró cuanto pudo hacia delante, consiguió que la siguiera el torso, sacó la otra pierna, y también la extendió hacia delante. Tras veinte metros, el ácido láctico empezó a quemarle en los muslos, pero había acortado la distancia. Faltaba poco para que el otro alcanzase el sendero y quedase fuera del pantano de nieve. Harry apretó los dientes y logró aumentar el ritmo. Calculó la distancia en unos quince metros. Lo bastante cerca. Se dejó caer boca abajo en la nieve y apuntó. Sopló para retirar la nieve de la mira, quitó el seguro, puso el selector en posición de disparo único y esperó a que el hombre hubiera llegado al cono de luz de la farola que había a la orilla del sendero.


Police
!—A Harry no le dio tiempo a pensar en lo cómico de la palabra cuando ya la había gritado—:
Freeze
!

El hombre de delante seguía abriéndose camino por la nieve. Harry llevó el dedo hacia el gatillo.

—Alto o disparo.

Al hombre solo le faltaban cinco metros para llegar al sendero.

—Estoy apuntándote a la cabeza —gritó Harry—. Y no voy a fallar.

Stankic se abalanzó hacia delante, logró agarrar la farola con ambas manos y se levantó de la nieve. Harry vio la chaqueta azul por encima de la mira. Contuvo la respiración y puso en práctica lo que había aprendido sobre cómo controlar el impulso del cerebro medio, que, con la lógica de la evolución, te dice que no debes matar a nadie de tu especie: se concentró en la técnica, en apretar el gatillo sin vacilar. Harry notó que el mecanismo del muelle cedía y oyó un clic metálico, pero no sintió el retroceso en el hombro. ¿Error de funcionamiento? Harry apretó de nuevo el gatillo. Un nuevo clic.

El hombre se levantó de la nieve, que cayó a su alrededor, y salió a la calle con pasos largos y esforzados. Se dio la vuelta y miró a Harry, pero este no se movió. El hombre estaba de pie, con los brazos rectos a ambos lados. Como un sonámbulo, pensó Harry. Stankic levantó la mano. Harry vio la pistola y supo que estaba desamparado en la nieve. Stankic se llevó la mano a la frente y le hizo un saludo irónico. Luego se dio la vuelta y echó a correr sendero arriba.

Harry cerró los ojos y notó que el corazón le latía con fuerza contra las costillas.

Cuando logró llegar hasta el sendero ya hacía un buen rato que la oscuridad había engullido al hombre. Harry soltó el cargador del MP-5 y lo comprobó, justo. En un ataque de ira repentina, arrojó el arma, que se elevó como un pájaro tenebroso y feo delante de la fachada del Hotel Plaza, antes de caer y aterrizar con un chasquido suave en el charco de agua negra que tenía delante.

Cuando llegó Halvorsen, Harry estaba sentado en el montón de nieve con un cigarrillo entre los labios.

Halvorsen se apoyó en las rodillas jadeando sin resuello.

—Joder, cómo corres —se lamentó—. ¿Desaparecido?

—Totalmente —dijo Harry—. Volvamos.

—¿Dónde está el MP-5?

—Ah, ¿no era el MP-5 por lo que preguntabas?

Halvorsen miró a Harry y decidió no seguir indagando.

Delante del Heimen había dos coches de policía con las luces rotatorias encendidas. Un puñado de hombres que tiritaban con las cámaras colgadas del cuello se aglomeraba frente a la entrada que, al parecer, estaba cerrada. Harry y Halvorsen bajaban andando por la calle Heimdalsgata. Halvorsen concluyó la conversación que había estado manteniendo por el móvil.

—¿Por qué siempre pienso en la cola de una película porno cuando veo esto? —preguntó Harry.

—Periodistas —dijo Halvorsen—. ¿Cómo se habrán enterado?

—Pregúntale al jovencito que debía estar controlando la radio —sugirió Harry—. Apuesto a que se ha ido de la lengua. ¿Qué han dicho en la central de operaciones?

—Enseguida mandarán al río todos los coches patrulla disponibles. El turno de guardia de la judicial envía una decena de soldados de a pie. ¿Tú qué crees?

—Es bueno. No lo encontrarán. Llama a Beate y pídele que venga.

Uno de los periodistas los había visto y ya se acercaba.

—¿Y bien, Harry?

—¿Trasnochas, Gjendem?

—¿Qué pasa?

—Poca cosa.

—¿Y eso? Veo que alguien ha disparado al parabrisas de uno de vuestros coches de policía.

—¿Quién dice que no le han dado un golpe? —preguntó Harry con el periodista siguiéndolo de cerca.

—El que se encontraba dentro. Dice que le han disparado.

—Vaya, tendré que hablar con él —dijo Harry—. ¡Perdonen, señores!

Lo dejaron pasar de mala gana, y Harry llamó a la puerta. Se oía el chasquido de las cámaras y los flashes.

—¿Tiene algo que ver con el asesinato de la plaza de Egertorget? —gritó uno de los periodistas—. ¿Hay gente del Ejército de Salvación implicada?

La puerta se abrió ligeramente y el conductor asomó la cabeza.

Se apartó un poco y Harry y Halvorsen entraron. Pasaron por la recepción, donde un agente joven miraba al infinito sentado en una silla, mientras otro colega, acuclillado ante él, le susurraba algo en voz baja…

La puerta de la habitación 26, en el segundo piso, estaba abierta.

—Procura tocar lo menos posible —dijo Harry al conductor—. La señorita Lønn querrá sacar algunas huellas dactilares y algo de ADN.

Abrieron las puertas de los armarios y miraron allí y debajo de la cama.

—Vaya —dijo Halvorsen—. Nada de nada. El tío no traía más que lo puesto.

—Tiene que haber una maleta o cualquier cosa en la que guardara el arma —dijo Harry—. Por supuesto, puede haberse deshecho de ella. O haberla depositado en una consigna.

—Ya no hay tantas consignas en Oslo.

—Piensa.

—Bueno. ¿La consigna de alguno de los hoteles donde se ha hospedado? Las consignas de la estación de Oslo S, por supuesto.

—Sigue abundando en esa idea.

—¿Qué idea?

—La de que el tipo anda por ahí ahora mismo, en plena noche, y que tiene una bolsa en algún lugar.

—Sí, supongo que ahora la necesita. Voy a llamar a la central de operaciones para que manden personal al Scandia y a la estación de Oslo S y… ¿En qué otro hotel se había alojado Stankic?

—El Radisson SAS de la plaza de Holberg.

—Gracias.

Harry se volvió hacia el conductor y le preguntó si quería salir a fumar un pitillo. Bajaron y salieron por la puerta trasera. En el trocito de jardín nevado del silencioso patio interior había un hombre mayor que fumaba mirando al cielo de color amarillo sucio, pero no les prestó atención.

—¿Qué tal está tu colega? —preguntó Harry mientras encendía los cigarrillos de ambos.

—Bien. Siento lo de los periodistas.

—No es culpa tuya.

—Bueno… Cuando me llamó por radio para avisarme de que alguien acababa de entrar dijo «Heimen». Yo debería haberlo aleccionado mejor, debería poner más énfasis en ese tipo de cosas.

—Deberías poner más énfasis en otras cosas.

El conductor miró a Harry. Parpadeó sorprendido.

—Lo siento. Intenté avisarte, pero saliste corriendo.

—Vale. Pero ¿por qué?

El ascua del cigarrillo brillaba roja en la noche, como avisando cada vez que el conductor daba una calada.

—La mayoría se rinde en cuanto les apuntan con un MP-5 —dijo.

—No es eso lo que te he preguntado.

Los músculos de la mandíbula superior se le tensaban y distendían.

—Es una vieja historia.

—Ya. —Harry miró al agente—. Todos tenemos viejas historias. Pero no por eso ponemos en peligro las vidas de otros colegas llevando el cargador vacío.

—Tienes razón. —El hombre dejó caer el cigarrillo a medio fumar, que desapareció apagándose en la nieve recién caída. Respiró hondo—. No tendrás ningún problema, Hole. Voy a confirmar tu informe.

Harry cambió el peso del cuerpo al otro pie. Miró su cigarrillo. Calculó que el policía debía de tener unos cincuenta años. No eran muchos los que seguían patrullando a su edad.

—Esa vieja historia, ¿es algo que me gustaría oír?

—La has oído antes.

—Ya. ¿Chico joven?

—Veintidós, sin antecedentes.

—¿Resultado mortal?

—Paralizado del pecho para abajo. Le di en el estómago, pero la bala lo atravesó.

El hombre mayor tosió. Harry le miró. Estaba sujetando el cigarrillo con dos cerillas.

El policía joven seguía sentado en recepción, recibiendo consuelo. Harry hizo un gesto al colega que estaba animándolo para que se alejara. Se puso en cuclillas.

—La psicología traumática no ayuda —le dijo Harry al hombre pálido—. Tendrás que superarlo tú.

—¿Cómo?

—Tienes miedo porque crees que has estado a punto de morir, que ha sido un tiro fallido. No es cierto. El tipo no estaba apuntándote a ti, sino al coche.

—¿Cómo? —repitió el joven.

—Ese tío es un profesional. Sabe que, de haberle disparado a un policía, no habría tenido escapatoria. Efectuó ese disparo para asustarte.

—¿Cómo sabes…?

—Tampoco me disparó a mí. Repítetelo y conseguirás dormir. Rechaza la ayuda del psicólogo, hay otros que lo necesitan más que tú. —A Harry le crujieron las rodillas al levantarse—. Y recuerda que los que ostentan un rango superior al tuyo son más sabios por definición. Así que la próxima vez, obedece las órdenes, ¿vale?

Iba con el corazón desbocado, como un animal perseguido. Una ráfaga de viento meció las farolas que colgaban de los finos cables de acero que había tendidos sobre la calle y su sombra bailó en la acera. Le habría gustado dar pasos más largos, pero la capa de hielo le obligaba a mantener los pies en el mismo eje que la cabeza casi todo el tiempo.

Debió de ser la llamada a Zagreb desde la oficina lo que condujo a la policía hasta Heimen. ¡Y muy rápido! Eso significaba que no podría volver a llamarla. Oyó que un coche se acercaba por detrás y tuvo que hacer un esfuerzo para no volverse. Aguzó el oído. No había frenado. Lo adelantó y dejó a su paso un golpe de viento frío y de polvo de nieve que se le adhirió a la escasa porción de piel que no cubría la chaqueta azul. La chaqueta que ya había visto el policía y que, por tanto, había dejado de hacerlo invisible. Pensó en deshacerse de ella, pero un hombre en mangas de camisa no solo levantaría sospechas, sino que, además, moriría de frío. Miró el reloj. Aún faltaban muchas horas para que la ciudad se despertara, para que abrieran las cafeterías y las tiendas en las que refugiarse. Tenía que encontrar algún lugar. Un escondite, un sitio donde pudiera conservar el calor y descansar hasta el alba.

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