—¿Todo bien? —preguntó Carl.
—Mierda, no. Me ha reconocido. —Hugh se quitó la mascarilla, disgustado—. Oh, supongo que era lógico. Quiero decir que la gente las lleva durante tanto tiempo que uno termina fijándose en los ojos y la frente. Hubiera debido saber que corría el riesgo. Bueno, no importa. —Decir aquello le hizo sentirse algo mejor. Añadió—: Cristo, eso me hace sentir sed. ¿Alguien tiene coca o algo?
—Aquí. —Chuck le tendió una botella de una caja de cartón que había a un lado—. Dime, ¿ha mirado ya los libros?
—Infiernos, claro que no. ¿Por qué?
Chuck sonrió.
—Le puse unos cuantos porno en el lote. Quizá le ayuden a aliviar su soledad.
—¿Qué demonios?
Codazo en las costillas. Philip Mason maldijo a su mujer. Estaba oscuro. También hacía calor. Pero las ventanas debían permanecer cerradas debido al humo de los fuegos del río.
Y entonces se dio cuenta: otro asqueroso temblor.
Se sentó.
—¿Ha sido fuerte? —murmuró, apartando el sueño de sus ojos con la palma de las manos.
—No, Pero Harold está llorando. —Denise estaba saltando de la cama, buscando a tientas sus zapatillas con los pies. Hubo otro breve rumor, y algo resonó en su mesilla de noche: botellas de perfumes, quizá. Un lamento. No, un grito a pleno pulmón.
—Está bien. Vengo contigo —suspiró Philip, y apoyó también los pies en el suelo.
Normalmente Moses Greenbriar distribuía saludos como donativos mientras se dirigía a su despacho cada mañana. Hoy distribuía muecas. Estaba empapado de sudor —el aire exterior era abrumadoramente cálido y húmedo—, y llevaba más de un hora de retraso. Entró en tromba en su despacho y cerró de un portazo.
—El doctor Grey lleva más de media hora esperándole —le dijo nerviosamente su secretaria por el intercom.
—¡Cállese! ¡Ya lo sé!
Tiró torpemente del tapón de un frasquito de cápsulas, tragó una, y a los pocos minutos se sintió algo mejor. Pero seguía haciendo allí un calor y una humedad horribles. Llamó a su secretaria.
—¿Qué demonios va mal en el aire acondicionado?
—Oh… Está sobrecargado, señor. Lo tenemos al máximo. Prometieron enviar a alguien y ajustarlo la semana próxima.
—¡La semana próxima!
—Sí, señor. Aún no han podido ponerse al día del trabajo acumulado durante la epidemia de enteritis.
—¡Oh, infiernos! —Greenbriar se secó el rostro y se quitó la chaqueta. ¿Qué importaba si su camisa estaba empapada? Todo el mundo debía estar así en un día como aquel.
—De acuerdo, haga entrar al doctor Grey. Y, cuando Grey apareció en la puerta, había conseguido con ayuda de la cápsula componer algo parecido a su afabilidad habitual.
—Siéntese, Tom. Lamento haberle hecho esperar… fueron otra vez esos sucios trainitas.
—No sabía que hubiera otra manifestación hoy —dijo Grey, cruzando las piernas. Greenbriar lo miró con resentimiento; el tipo no mostraba ni una arruga, ni una mancha de sudor.
—No una manifestación —dijo—. Parece que han abandonado definitivamente esos trucos inofensivos. Supongo que habrá oído que Hector Bamberley ha sido secuestrado.
Grey asintió.
—¿Ha tenido algo que ver su problema con…?
—Mierda, no. —Greenbriar tomó un cigarro y mordió furiosamente su punta—. Aunque no puedo decir que eso no nos haya traído montones de problemas… Con Jack Bamberley muerto, y Maud bajo sedantes, esperábamos que Roland ocupara su lugar y ayudara a mantener la organización a flote, parando esa desastrosa baja de las acciones… Lo que me ha ocurrido es que la policía recibió un aviso de que algún maníaco pretendía hacer saltar el Queens Midtown Tunnel cruzándolo con una bomba en su coche. Y saltar él también, supongo. Así que detenían y registraban a todo el mundo. ¡Apostaría a que era otra broma estúpida!
—Sí, las amenazas son un excelente sabotaje técnico en sí mismas —dijo Grey con un interés clínico—. Muy parecidas a las bombas volantes V-1 alemanas, ya sabe. Llevaban cabezas de combate demasiado pequeñas para causar muchos daños, pero naturalmente todo el mundo que las oía silbar se precipitaba a buscar refugio, con lo que interferían con una notable eficiencia en la producción de municiones y los servicios públicos.
Greenbriar lo miró parpadeando. Tras una pausa dijo:
—Bien, quizá, pero es un maldito engorro de todos modos… Oh, creo que hubiera debido empezar diciéndole que me alegraba de ver que está mejor. Estuvo indispuesto, ¿no?
—Nada serio —dijo Grey. Pero sonaba, y lo estaba, deprimido. Sin fumar ni beber, soltero, y comiendo una dieta equilibrada, tenía la presunción subconsciente de que los gérmenes de las enfermedades se darían cuenta de que era un hueso duro de roer y mantendrían sus distancias. En vez de ello, había atrapado la brucelosis… ¡él, Tom Grey, que nunca había tocado leche no pasteurizada e invariablemente comía margarina en vez de mantequilla!
Ahora, naturalmente, estaba curado; había medicaciones excelentes y de rápida acción. Pero le escocía haberse visto privado de tres preciosas semanas que hubiera podido dedicar a su proyecto. En Angel City había dispuesto de mucho tiempo para proseguir lo que consideraba como el aspecto más importante de él. Aquí, en contraste, precisamente por haber sido contratado para trabajar a tiempo completo en él en vez de una afición particular, debía subordinar sus propias preferencias a las prioridades de sus patronos.
—Imagino que desea verme acerca de la triste muerte de Jacob —dijo.
Greenbriar estudió la punta de su cigarro con una atención concentradamente crítica. Dijo:
—Bien… sí. No es un secreto que este es el último de una serie de golpes bajos, si me permite expresarlo así. Incluso una organización tan enormemente rica como el trust Bamberley tiene límites a la cantidad de castigo que puede soportar. Primero ese asunto africano, luego el problema hondureño, más tarde el tumulto en la planta hidropónica, y ahora esto… todo ello ha vuelto a la opinión pública contra nosotros y prácticamente ha borrado la confianza en nuestras acciones. Así que nos hallamos desesperadamente necesitados de algo, algo dramático, para mejorar nuestra imagen. En nuestro último consejo de administración planteé el asunto de su… esto… programa preventivo, y todo el mundo estuvo de acuerdo en que poseía un fuerte potencial para su aplicación. ¿Hay alguna posibilidad de ponerlo en marcha cara al público en un futuro inmediato?
Grey vaciló. Medio había temido aquello. Pero…
—Bueno, en realidad, esto me hace pensar en una sugerencia que hizo Anderson la semana pasada. Ese joven programador que asignó usted como mi ayudante, ¿recuerda? Sospecho que lo dijo como una broma, pero he estado dándole vueltas durante mi confinamiento en la cama. De hecho, él argumentaba que necesitamos menos un análisis extrapolativo para prevenir que se cometan nuevos errores que soluciones de emergencia a problemas ya existentes. Por supuesto, no es así como lo dijo él.
—¿Entonces cómo lo dijo?
—De hecho —respondió Grey— lo que dijo fue esto. —No por primera vez, Greenbriar decidió que el otro carecía completamente de sentido del humor; la pregunta había sido hecha, y él se sentía en la obligación de responder con detalle—. Dijo: «Doc, en vez de buscar formas de evitar más y mayores problemas, ¿por qué no buscamos simplemente formas de salir de los problemas que ya tenemos ahora? Por la forma en que están las cosas, ¡quizá ya no estemos mucho más tiempo aquí para seguir cometiendo errores!» —Defensivamente, añadió—: Como le he dicho, sospeché que estaba bromeando.
—Bromeando o no, ¿usted cree que tenía razón?
—Bueno… Ya sabe, a veces he sido acusado de vivir en una torre de marfil, pero me mantengo al corriente de las cosas, aunque mis gustos se inclinen hacia una vida más tranquila. No puedo dejar de pensar que el público en general recibiría con agrado algo parecido a lo propuesto por Anderson. No puedo aceptar que nuestros líderes políticos estén en lo cierto sosteniendo que la preocupación acerca del deterioro del medio ambiente fue una moda, que ahora suena a viejo si es mencionada en una campaña electoral y aburre a los oyentes. Mi conclusión es más bien que, debido a que los políticos parecen mostrarse aburridos con ella, se están apelando a medidas más extremas. ¿Ha observado cuántos actos de sabotaje se están cometiendo últimamente?
—¡Maldita sea, claro que sí! —gruñó secamente Greenbriar. La mayoría de las principales inversiones del trust se habían resentido de ello, pues estaban concentradas en industrias en expansión.
—Bien, hay que decir algo en defensa de los saboteadores, ¿no cree? Están atacando a las industrias con altos márgenes de polución. Petrolíferas, plásticos, cristal, cemento, productos que generalmente no son degradables. Y por supuesto papel, que consume árboles irreemplazables.
—Tenía la impresión de que estaba usted del lado del progreso —murmuró Greenbriar—. Esta mañana suena como un defensor de los trainitas.
—Oh, en absoluto. —Una ligera sonrisa—. Por supuesto, he tenido que releer la obra de Train para incorporarla a los datos de mi programa, junto con la de todos los demás pensadores que han tenido una influencia importante en el mundo moderno: Lenin, Gandhi, Mao y los demás. Pero a lo que estoy yendo es a esto. Hemos tenido siglos de progreso no planificado, y el resultado puede llamarse con razón caótico. La gente desinformada, consciente tan sólo de que sus vidas pueden verse trastocadas sin advertencia previa, se muestra naturalmente insegura. Y empiezan a desconfiar de sus líderes también, por razones que pueden ser ejemplificadas con lo que sucedió en su planta hidropónica, cuando medio millón de dólares en valiosa comida, pese a la insistencia del gobierno de que era perfectamente apta para el consumo, fueron destruidos contra el desolador fondo del hambre en Asia, África, incluso Europa. Y, lo que es más —se inclinó intensamente hacia adelante—, contra la depredación de esos jigras en todos los estados agrícolas. Se monta una gran campaña publicitaria pidiendo a todo el mundo que vigile e informe de nuevos brotes. ¿Pero quién se va a tomar eso en serio cuando el gobierno autoriza que sea quemada tanta comida simplemente por motivos políticos?
Greenbriar asintió. Además, los bistecs en su restaurante favorito habían subido de 7'50 dólares a 9'50 aquel verano.
—Sospecho —prosiguió Grev— que la gente joven en general desea creer en la buena fe de sus líderes. Después de todo, muchos de ellos se sienten orgullosos de que la más importante organización benéfica sea americana. Pero en vez de capitalizar el fondo de buena voluntad que existe, el gobierno le hace repetidamente la zancadilla. En vez de lanzar exclamaciones horrorizadas ante la suerte de la esposa de su amigo, la señora Thorne, se niega a reconocer cualquier responsabilidad, intenta incluso negar que el peligro existe. Y, volviendo al tumulto en su planta: ¿no fue un terrible error táctico utilizar láseres de combate? Hubo considerables protestas por su empleo en Honduras, y debo confesar que los informes de sus efectos no son una lectura agradable. Uno puede imaginar a la gente joven sintiéndose profundamente trastornada por las descripciones de cómo una persona situada al límite del rayo puede encontrarse instantáneamente con un brazo o una pierna amputados o cauterizados.
—Está empezando usted a recordarme a Gerry Thorne —dijo Greenbriar lentamente. En alguna parte durante aquel largo discurso, Grey había tocado en él un nervio sensible—. El lo decía con más… con más fuerza, por supuesto. Él decía: «¡Estamos gobernados por locos, y deben ser detenidos!»
Miró a Grey, y el delgado hombre asintió seriamente.
Sí, era condenadamente cierto. ¿Qué ocurriría si alguien no se presentaba —y muy pronto— con un plan racional, científico, practicable, para curar las enfermedades de aquel país? Uno no podía contar con aquel muñeco de paja, Prexy, y su gabinete de mediocridades, para algo más útil que para piadosas trivialidades. Su actitud parecía ser la de: «Bueno, no funcionó la última vez, pero maldita sea, debía haber funcionado, ¡así que intentémoslo de nuevo!» Mientras tanto, aquellos que les habían dado un apoyo moderado estaban deslizándose lenta pero inflexiblemente hacia el eje extremista de los trainitas, o hacia la derecha radical, o hacia el marxismo. Era como si el público se agarrara a lo primero que encontrara, siempre que estuviera al alcance de su mano y pusiera un fin a las ineptitudes que se producían día tras día a su alrededor.
Mirando a sus gruesas manos apoyadas sobre el escritorio, y notando que relucían de transpiración, dijo:
—¿Cree usted que su programa puede ser adaptado a ofrecer… esto… soluciones realmente globales?
Grey se lo pensó. Finalmente dijo:
—Seré franco. Desde el principio de mi proyecto he procedido sobre el supuesto de que lo que está hecho, hecho está, y lo mejor que podemos esperar es evitar multiplicar nuestros errores. Obviamente, sin embargo, los datos que ya están acumulados pueden ser empleados para otros propósitos, mediante algunos necesarios y quizá largos ajustes…
—¿Pero estaría de acuerdo en permitir que anunciáramos que el trust Bamberley está financiando un estudio computerizado que puede revelar algunas nuevas ideas útiles? Le garantizo mantenerlo todo bajo el signo del «quizá». —Greenbriar estaba sudando más que nunca—. Para ser honestos, Tom, estamos como quien dice a su merced. Tenemos terribles problemas. Y el año próximo sólo puede ser peor que este si no topamos con algo que haga que el público se sienta más favorablemente dispuesto hacia nosotros.
—Necesitará fondos extra, personal extra —dijo Grey.
—Los tendrá. Se lo garantizo.
—¿Sí?… Oh, lamento mucho oír esto. Por favor, transmítale nuestros más fervientes votos de una rápida recuperación. Pero el presidente me pidió que le transmitiera este mensaje de una manera no oficial tan pronto como me fuera posible; puedo decir que considera el asunto de una extrema importancia. Por supuesto, no sabiendo si el rumor está fundamentado, no deseamos tratarlo a un nivel oficial… Sí, se lo agradecería si informara de ello al embajador a la primera oportunidad. Dígale, por favor, que cualquier intento de nominar a Austin Train para el Premio Nobel de la Paz sería considerado como, cito las palabras textuales del presidente, una grave y calculada afrenta a los Estados Unidos.