El helicóptero está a ras de agua.
En su puerta lateral abierta hay varias personas agolpadas. Soldados y alguien de civil que la saluda con ambos brazos. Alguien que tiene la boca muy abierta porque intenta inútilmente superar el tableteo de los rotores.
Al final los superará, pero de momento vence la máquina.
Weaver llora y ríe al mismo tiempo.
Es León Anawak.
De las
Crónicas
de Samantha Crowe
15 de agosto
Ya nada es como era.
Hoy hace un año que se hundió el
Independence
. He decidido llevar un diario. Un año después. Al parecer los seres humanos siempre necesitan alguna fecha simbólica para empezar o terminar algo. No es que falten notas sobre los acontecimientos de los últimos meses, pero no son escritos que recojan mis pensamientos, y yo quisiera asegurarme de la validez de mis recuerdos.
He llamado a León esta madrugada. Hace un año, él supuso la alternativa a morir quemada, ahogada, congelada. En rigor le debo la vida dos veces. Al hundirse el buque yo todavía podía haber muerto, empapada como estaba hasta los huesos de agua helada, con un tobillo roto y sin ninguna esperanza de que alguien nos salvara. La zodiac tenía a bordo un equipo de supervivencia, pero dudo de habérmelas podido arreglar yo sola. Para colmo de males, parece que inmediatamente después del hundimiento del
Independence
yo me desmayé. Hasta el momento mi cerebro se niega a pasarme esa última secuencia. Recuerdo que caímos rampa abajo; mi última impresión es el agua. Me desperté en un hospital. Con hipotermia, pulmonía, conmoción cerebral y una imperiosa necesidad de nicotina.
León está bien. Actualmente, Karen y él están en Londres. Hablamos de los muertos. De Sigur Johanson, que ya no pudo ver su casa en el interior de Noruega, de Sue Oliviera, de Murray Shankar, de Alicia Delaware, de Greywolf. León echa en falta a sus amigos, y muy especialmente en un día como éste. Así somos los humanos. También para recordar a los muertos necesitamos los puntos de anclaje del duelo, a fin de poder guardar el dolor en un cajón y tenerlo un año más como en un depósito provisional, y cuando lo saquemos la próxima vez confirmaremos que ese dolor lo recordábamos más grande. Los muertos, con la muerte. En seguida pasamos a los vivos. Hace poco conocí a Gerhard Bohrmann. Un tipo agradable, sereno y distendido. No sé si yo en su lugar volvería a meter un pie en el agua, pero él considera que no puede pasarle nada peor que lo sucedido en la costa de La Palma. De modo que sigue buceando para hacerse una idea del estado de los taludes continentales, porque ahora podemos bucear de nuevo. De hecho, los ataques cesaron inmediatamente después de hundirse el
Independence
. Poco antes, las estaciones de medición de SOSUS habían registrado señales
Scratch
que se oyeron por todo el océano. Unas horas más tarde, cuando el grupo de rescate llegó al cono volcánico para liberar a Bohrmann de su grieta, ya no encontraron tiburones. Las ballenas volvieron a su comportamiento natural de un día para otro. Los gusanos desaparecieron, al igual que los ejércitos de medusas y los animales venenosos, los cangrejos dejaron de invadir las costas, y poco a poco también volvió a trabajar la gran bomba aspiradora, sin la cual tendríamos en puertas una nueva glaciación. «Incluso los hidratos —dice Bohrmann—, recuperan su estabilidad.» Hasta hoy, Karen no sabe con exactitud qué vio en realidad en el fondo de la cuenca de Groenlandia, pero su plan tuvo que funcionar. Las señales
Scratch
coinciden en el tiempo con el momento en que estuvo en contacto con la reina, eso lo sabemos por el sistema de a bordo del
Deepflight
. El ordenador registró en qué momento abrió Karen la cabina para dejar caer el cadáver de Rubin a las profundidades del mar, y poco después se detuvo el terror.
¿O deberíamos decir mejor que fue suspendido?
¿Estamos sacando provecho de nuestra oportunidad?
No lo sé. Europa se recupera lentamente de las consecuencias del tsunami. Las epidemias aún hacen estragos en el este de América, aunque su fuerza se debilita y empieza a surtir efecto una serie de nuevas sustancias inmunizadoras. Ésas son las buenas noticias. Por otro lado, el mundo se encuentra en el paroxismo de la irritación. ¿Cómo curarnos a nosotros mismos a la vista del montón de fragmentos restantes del concepto que teníamos de nosotros? Las religiones establecidas siguen teniendo las respuestas pendientes, siendo característico el caso del cristianismo: hace mucho que Adán y Eva, los arquetipos de nuestro género, ya cedieron su lugar a los componentes bioquímicos. La Iglesia, obligada, aceptó que Dios empezó con proteínas y aminoácidos. Con eso podía haber vida. Lo decisivo era que Él quería lo que hacía. No es relevante de qué modo surgió exactamente el ser humano, lo relevante es que surgió como a Dios le gustaba. Dios no juega a los dados, dijo Einstein. Pone en práctica planes cuyo éxito es incuestionable. ¡La infalibilidad siempre rige a priori!
El cristianismo también pudo adaptarse a la idea de otras inteligencias en otros planetas. ¿Por qué no iba a repetir Dios su creación cuantas veces quisiera? Incluso que esos seres tengan otro aspecto puede ser voluntad de Dios. En el marco de las condiciones locales establecidas por su voluntad, el modelo humano se adecua a esas condiciones de manera óptima. En otros planetas, Dios ha creado otras condiciones generales, ergo otras formas de vida. De uno u otro modo, ha creado toda la vida a su imagen y semejanza, porque el concepto del vivo retrato ha de entenderse metafóricamente: la creación no es el reflejo de Dios, sino que se corresponde con la imagen que Dios tenía presente en el momento en que se puso a hacerla realidad.
El problema era de otra naturaleza: de ser cierto que el cosmos está poblado por inteligencias extrañas, todas ellas creadas por Dios, ¿no debía haber ocurrido en cada uno de los planetas una historia similar del Hijo de Dios? ¿No habían de pecar los habitantes de todos los lugares para ser redimidos por el sacrificio divino?
A esto puede oponerse que una raza creada por Dios no necesariamente ha de ser pecadora. Pudo haberse producido una evolución distinta. Los habitantes de un planeta lejano obedecieron la ley de Dios, de modo que no fue necesario un redentor. Pero esto supone un inconveniente: si esa otra raza había vivido siempre según la palabra de Dios... ¿era entonces para Dios la mejor raza? Había resultado más digna de él que el ser humano, de modo que en realidad Dios debía darle a ella el privilegio. Pero, en tal caso, la humanidad se convertía en una creación de segunda clase, ya que tenía antecedentes penales, pues ya en una ocasión se la había llevado el agua por deficiencia moral reiterada. Se puede formular de modo aún más drástico: con la humanidad, Dios no produjo precisamente su obra maestra. Fue una chapuza. No pudo impedir que los humanos fueran pecadores, y para borrar la culpa se vio obligado a sacrificar a su hijo. Una especie de crédito en forma de sangre. ¿Qué padre hace algo así sin gran esfuerzo? El propio Dios tuvo que llegar a la conclusión de que la humanidad le había salido mal.
Ahora bien, la ciencia postula que en el universo puede haber miles y miles de civilizaciones desconocidas. Encontrar galaxias pobladas exclusivamente por niños modelo parece bastante poco probable, de modo que cabe suponer que al menos algunas de las demás se hicieron culpables, lo que a su vez hace necesario un Redentor. En estos casos, para la religión no se trata de matices, sino de dogmas y principios; es decir, no tiene ninguna importancia con cuánta culpa carga uno, sino que lo hace. Dicho de otro modo: con Dios no se puede regatear. El abuso de confianza es el abuso de confianza. El castigo es el castigo y la redención es la redención.
En consecuencia, la historia del redentor habría ocurrido varias veces. ¿Pero se puede estar seguro de que Dios no habrá encontrado en otros lugares vías diferentes para expiar las faltas de su creación? ¡Sin hacer morir a su Hijo! Y surge un nuevo problema: la muerte de Cristo fue dolorosa pero inevitable, porque era el único camino, es decir, el divino. Pero en vista de las alternativas, ¿seguía siendo el único camino correcto? ¿Cómo quedaba la infalibilidad de Dios si para limpiar su creación hacía morir a su Hijo aquí, pero allí no? ¿Sacrificarlo había sido un error que en modo alguno quería repetir en otros mundos? ¿Y qué sentido tenía rezarle a un Dios si no se podía confiar en que lo tuviera todo bajo control?
De modo que, en rigor, el cristianismo sólo podía aceptar inteligencias que pudieran exhibir una Pasión. De lo contrario, o salía mal parada la humanidad o salía mal parado Dios. Pero ni los guardianes de la doctrina cristiana podían presuponer un universo lleno de historias de la Pasión. Así que ¿qué quedaba?
Nuestra singularidad en la Tierra.
Este mundo nos ha sido destinado por Dios. Somos la raza divina y nuestra misión es someter la Tierra. En esto nada cambian los habitantes de otros mundos, incluso si vinieran a visitarnos. Este planeta es nuestro sitio, y los demás tienen el suyo. Cada una es en su mundo la raza querida por Dios.
Pero el bastión ha caído. Los yrr han aniquilado la última pretensión radical del cristianismo. No sólo se ha cuestionado el dominio humano, también se ha cuestionado el plan divino. Peor aún: incluso si uno se acostumbrara a la idea de que Dios creó dos razas de igual valor en la Tierra, los yrr tendrían que poder recurrir a una Pasión o vivir estrictamente según los mandamientos de Dios. Si no, serían pecadores; pero entonces se plantea a su vez como interrogante por qué Dios en su ira no los ha castigado hace ya tiempo.
Y los yrr no viven según los mandamientos de Dios. Ya su bioquímica descarta la posibilidad de cumplir el quinto mandamiento. Lo que sólo puede significar que Dios a) no existe, b) no tiene el control o c) aprueba el modo de actuar de los yrr. Entonces hubiéramos caído en un error tan viejo como la humanidad: ¡no se referían a nosotros!
En estos espasmos y en otros parecidos se debaten las grandes religiones, se consumen el cristianismo, el islam y el judaísmo. Mientras siguen definiendo, analizando e interpretando, sus estructuras se han desmoronado casi por completo, y con ellas las bolsas de por sí arruinadas que dependían de la palabra financieramente fuerte de Dios más de lo que creíamos. En cambio, el budismo y el hinduismo, que aceptan otras formas de vida, reciben una clientela sin par. Los círculos esotéricos prosperan, surgen nuevos movimientos, renacen las religiones naturales arcaicas. De las viejas sectas, los más íntegros que quedan son los mormones, cuyo Dios dice: ¡Incontables son los mundos que he creado! Pero tampoco los mormones saben por qué crió a dos niños en el mismo cuarto de juegos.
Supe hace poco que un obispo católico va y viene por los océanos con una delegación de Roma; se dedica a rociar las olas con agua bendita y a ordenar al demonio que se haga humo. Notable. Tratándose de una especie habituada a burlarse de los principios de Dios y a ultrajar su creación, ahora enviamos a uno de sus supuestos representantes para que haga entrar en razón al enemigo. Tenemos la cara de comportarnos como el abogado de un creador cuya herencia hemos dilapidado. Es como si quisiéramos predicar a Dios el Evangelio para que desista de castigarnos.
El mundo se desintegra.
Entretanto, la ONU ha revocado el mandato concedido a los Estados Unidos de América. Otro acto de impotencia. En muchos estados, el orden público se ha derrumbado. Allí donde se mire, hordas de saqueadores recorren el territorio. Se producen conflictos armados en todas partes. El débil asalta al que es más débil, y es que los seres humanos no son solidarios por naturaleza, sino que siguen presos de su herencia animal. El que está echado en tierra se convierte en presa, y hay mucho que saquear. Los yrr no sólo han destruido nuestras ciudades, sino que además nos han devastado interiormente. Andamos errando sin fe, como niños expulsados, crueles, que involucionan rápidamente en busca de un nuevo comienzo.
Pero también hay esperanza, los primeros indicios de un cambio de ideas acerca de nuestro papel en el planeta. Hay en estos días muchos que intentan entender la diversidad biológica, comprender los auténticos principios unificadores y lo que en última instancia nos une más allá de toda jerarquía. Pues lo que une es lo que asegura nuestra supervivencia. ¿Se ha preguntado alguna vez el ser humano qué efecto tiene sobre la vida de sus descendientes dejarles un planeta empobrecido? ¿Puede determinarse cuál es la verdadera importancia de una especie animal para el espíritu humano? Tenemos un anhelo de bosques, arrecifes de coral, mares llenos de peces, aire puro y aguas limpias. Pero seguimos dañando la Tierra. Y al destruir la diversidad de las formas de vida estamos destruyendo una complejidad que no entendemos, y que aún menos podemos volver a crear. Lo que rompemos queda desmembrado. ¿Puede alguien decidir a qué parte del gran entramado de la naturaleza podemos renunciar? La trama sólo revela su secreto si se mantiene intacta. En una ocasión nos excedimos y la red decidió desembarazarse de nosotros. Por ahora hay un armisticio. Pero más allá de las conclusiones a que puedan llegar los yrr, haríamos bien en facilitarles la decisión todo lo posible. Pues el truco de Karen no funcionará una segunda vez.
Hoy, a un año del hundimiento, abro un periódico y leo: «Los yrr han cambiado el mundo para siempre».
¿Lo han hecho?
Han ejercido una influencia decisiva sobre nuestro destino, y sin embargo apenas sabemos nada sobre ellos. Creemos conocer su bioquímica, pero ¿significa eso que los conocemos de verdad? Desde entonces no hemos vuelto a verlos. Sólo en el mar suenan sus señales, incomprensibles porque no están pensadas para nosotros. ¿Cómo genera ruidos un conglomerado de gelatina? ¿Cómo los recibe? Dos de entre millones de preguntas que de nada sirve formular. Las respuestas están en nosotros. Solamente en nosotros.
Quizá sea hora de que se produzca otra revolución de la humanidad con el fin de compaginar nuestra herencia arcaica con la evolución de nuestra inteligencia. Si queremos ser dignos del don que sigue siendo la Tierra, no hemos de investigar a los yrr, sino a nosotros mismos. Sólo el conocimiento de nuestro origen, que hemos aprendido a negar entre rascacielos y ordenadores, nos indicará el camino a un futuro mejor.
No, los yrr no han cambiado el mundo. Nos lo han mostrado tal como es.