El que habla con los muertos (51 page)

BOOK: El que habla con los muertos
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—¡Maldito sea! —gruñó—. ¡Malditos sean los británicos, sir Keenan Gormley, su sobrino y esos policías tan amables! ¡Maldito sea todo!

—Las cosas no van bien —estuvo de acuerdo Batu.

—¡Y maldito sea usted también! —dijo Dragosani—. ¡Usted y su maldito mal de ojo! ¡No ha matado a sir Gormley!

—Sé muy bien lo que hago —respondió con tranquilidad Batu—. Y lo he matado. Lo he percibido, fue como aplastar una cucaracha.

Dragosani puso el coche en marcha.

—¡Le digo que me ha mirado! Yo lo he visto. Y hablará…

—No —dijo Batu meneando la cabeza—. No tendrá fuerzas para hablar, camarada, Gormley es hombre muerto, le doy mi palabra. Es hombre muerto ahora mismo.

Y en el Porsche, Gormley balbució una sola palabra: «Dragosani», que no significaba nada para su horrorizado sobrino, y se derrumbó en el asiento. Un hilo de saliva le caía por la comisura de la boca.

Max Batu tenía razón: llegó muerto al hospital.

Al día siguiente, Harry Keogh llegó a la casa de Gormley, en South Kensington, aproximadamente a las tres de la tarde. Arthur Banks, entre tanto, había estado muy ocupado. Parecía que todo hubiera ocurrido hace un año, pero en realidad había sido sólo el día anterior que él y su esposa, la hija de Gormley, habían venido desde Chichester para una visita relámpago. Después del ataque al corazón sufrido por su tío, el mundo entero parecía haberse vuelto loco, espantosamente loco.

Primero había sido el mal trago de tener que llamar a su tía Jacqueline Gormley desde el hospital, para contarle lo sucedido; luego, ella había sufrido una crisis nerviosa y su hija había tenido que consolarla y cuidarla durante toda la noche, que su madre había pasado dando vueltas por la casa y buscando a su esposo. Esa mañana Jacqueline se había quedado en la casa hasta que trajeron a sir Keenan de la morgue del hospital. El empresario de pompas fúnebres había hecho un buen trabajo, pero aun así el rostro de Gormley aparecía crispado en un rictus horrible. Los preparativos para el funeral se hicieron deprisa, y atendiendo a la voluntad expresa de Gormley: lo cremarían al día siguiente, y hasta entonces, la capilla ardiente se montaría en su casa. Jackie, sin embargo, no podía quedarse allí, con el aspecto que tenía su marido. ¡Si no parecía sir Gormley! Así pues, la llevaron a casa de su hermano, en el otro extremo de Londres. También Banks tuvo que ocuparse de esto, y finalmente había llevado a su esposa hasta la estación de Waterloo, para que pudiera volver a Chichester con los niños. Ella estaría de vuelta para el funeral, y hasta ese momento él estaba solo en la casa, o mejor dicho, en compañía de su difunto tío. La tía Jackie le había hecho prometer que no dejaría solo a sir Keenan y, claro está, él no había podido negarse.

Pero cuando regresó a la casa después de acompañar a su esposa a coger el tren a Chichester…

Aquello había sido lo peor de todo. Había sido… algo insensato, vampírico, increíble. Y aunque ya habían pasado quince minutos, Banks todavía se sentía enfermo, tembloroso, atontado de horror, cuando Harry Keogh llamó a la puerta. Banks, tambaleándose, fue a abrirle.

—Soy Harry Keogh —dijo el joven que se hallaba en el umbral—. Sir Keenan Gormley me pidió que viniera a verlo…

—¡Ayúdeme! —susurró Banks, como si apenas tuviera aliento para hablar—. ¡Por Dios, ayúdeme!

Harry lo miró atónito y lo sostuvo para que no se desplomara.

—¿Qué pasa? Ésta es la casa de sir Keenan Gormley, ¿verdad?

El otro dijo que sí con la cabeza. Banks se estaba volviendo verde, y en cualquier momento vomitaría de nuevo.

—Pase. Él está en el salón. Pero no vaya allí. Tengo… tengo que llamar a la policía. ¡Alguien tiene que hacerlo!

Las rodillas de Banks comenzaron a doblarse y Harry pensó que iba a caerse. Antes de que esto sucediera lo empujó hacia atrás, hasta sentarlo en una silla en el vestíbulo. Luego se arrodilló junto a él y lo sacudió.

—¿Qué le ha sucedido a sir Keenan?

Harry lo supo antes de que Banks le respondiera.

Pronto morirá entre sufrimientos. Fue, por sobre todas las cosas, un patriota
.

Banks miró a Harry.

—Usted… ¿Usted trabajaba para él?

—Iba a comenzar muy pronto.

Banks tuvo una arcada, se levantó de un salto y fue dando tumbos hasta una pequeña habitación a un costado del vestíbulo.

—Murió anoche —consiguió decir Banks—. De un ataque al corazón. Iban a incinerarlo mañana, pero ahora… —El hombre abrió la puerta de la habitación y un olor a vómito invadió el vestíbulo; la estancia era un gran lavabo, y era evidente que Banks ya lo había utilizado antes.

Harry volvió la cara y respiró una bocanada de aire puro antes de cerrar la puerta de entrada, que aún estaba abierta. Luego dejó a Banks, que continuaba sacudido por las arcadas, y se dirigió al salón. Y allí vio con sus propios ojos lo que tanto había perturbado a Banks.

Y lo que había sucedido con sir Keenan Gormley.

Según Banks, había muerto de un ataque al corazón. Un solo vistazo le bastó a Harry para saber que sí, que había sido un ataque aunque era mejor no pensar de qué clase. Luchó contra las náuseas que lo invadieron y volvió junto a Banks, que todavía estaba inclinado sobre el inodoro.

—Cuando pueda, llame a la policía —le dijo Harry—. Y también a la oficina de sir Keenan, si hay alguien de guardia. Estoy seguro de que querrán saber… esto que ha pasado. Yo me quedaré con usted, y con él, un rato.

—Gracias —balbució Banks sin alzar la cabeza—. Lamento que me vea en este estado, pero cuando he entrado y lo he hallado así…

—Lo comprendo —dijo Harry.

—Me pondré bien en un minuto. Ya estoy un poco mejor.

—De acuerdo.

Harry volvió a la otra habitación. Lo miró todo, comenzó a catalogar el horror, y luego se detuvo. Lo que hizo que se detuviera fue esto: una silla estilo Reina Ana, con patas como garras de animales, estaba tumbada en el suelo. Una de las patas de madera estaba rota justo debajo del asiento. Incrustado en el pie de madera se veía un diente, y otro, arrancado, estaba en el suelo. Habían abierto por la fuerza la boca del cadáver, y ahora parecía un agujero negro en el rostro contorsionado en una mueca inmóvil.

Harry se desplomó en una silla —ésta sin restos de nadie— y cerró los ojos, imaginándose el aspecto de la habitación antes del horror. Sir Keenan en su féretro de roble, con una mortaja negra; las velas aromáticas ardiendo en la cabecera y los pies. Y luego, mientras yacía solitario, la… la invasión.

Pero ¿por qué?

—¿Por qué, Keenan? —preguntó.

—¡No! ¡Váyase!
—fue la inmediata respuesta, y era tal la fuerza del temor que expresaba, que Harry se echó hacia atrás en la silla—. ¡Dragosani, es usted un monstruo! ¡Tenga piedad, por el amor de Dios!

—¿Dragosani? —Harry intentó calmar a Gormley con un toque de sus dedos mentales—. Yo no soy Dragosani, Keenan. Soy Harry Keogh.

—¿Harry? ¿Harry Keogh? —y luego un suspiro de alivio—. ¡Gracias a Dios! ¿Gracias a Dios es usted, Harry…, y no él?

—¿Esto lo hizo Dragosani? —dijo Harry, rechinando los dientes—. Pero ¿por qué? ¿Está loco? Solamente alguien completamente loco podría…

—No —lo interrumpió Gormley con una categórica negación—. ¡Claro que está loco, sí, pero es astuto como un zorro! Y su talento es… ¡es algo horrible!

Y Keogh, de repente, creyó saber la respuesta a todo aquello.

—¡Dragosani vino aquí después de que usted murió! —dijo atónito—. ¡Es un necroscopio, como yo!

—No, de ningún modo —negó otra vez Gormley—. Él no es como usted, Harry. Yo estoy hablándole porque quiero. Todos nosotros hablamos con usted, porque nos proporciona paz, tibieza. Usted es nuestro contacto con lo que soñábamos en vida, y que ahora se ha desvanecido. Usted es nuestra oportunidad, nuestra última oportunidad, de que algo nuestro permanezca, e incluso sea transmitido a otros. Usted, Harry, es una luz en la oscuridad. Dragosani, en cambio…

—¿Cuál es su don?

—La nigromancia… ¡algo muy diferente de lo que usted posee!

Harry miró una vez más a su alrededor, pero el horror volvió a sobrecogerlo y cerró los ojos.

—¡Pero esto es obra de un monstruo necrófago!

—Sí, Dragosani es eso, y quizás algo peor. —Gormley se estremeció, y Harry sintió el estremecimiento de terror absoluto que sacudió el espíritu de su interlocutor—. Él… él no habla, Harry, ni siquiera hace preguntas. Simplemente extiende las manos y coge, roba. No se puede ocultar nada; Dragosani encuentra las respuestas en nuestra sangre, en nuestras entrañas, en la médula. Los muertos no sienten dolor, Harry, o al menos así debería ser. Pero eso también es parte de su talento. Cuando Boris Dragosani trabaja, nos hace sentir dolor. Yo sentí los cuchillos, sus manos, sus uñas que me desgarraban. Percibí cada cosa que él me hizo, ¡y todo fue terrible! Antes de que pasara un minuto se lo hubiera contado todo, pero él no trabaja así, no es ése su arte. ¿Cómo podría estar seguro de que yo diría la verdad? Pero de esta manera él sabe con certeza que es la verdad. Está escrita en la piel y en los músculos, en ligamentos, tendones y glóbulos. Él puede leerla en los fluidos cerebrales, en las mucosidades del ojo y el oído, en la textura de los tejidos muertos.

Harry mantuvo los ojos cerrados, e hizo un gesto de negación con la cabeza. Se sentía enfermo, mareado y totalmente desorientado, como si todo esto le estuviera sucediendo a otra persona. Por fin dijo:

—Esto no puede, no debe volver a suceder. Hay que impedir que Dragosani siga con esto. Hay que acabar con él. ¡Yo tengo que acabar con él, pero no puedo hacerlo solo!

—Sí, Harry, hay que impedir que siga operando. Y más ahora que lo sabe todo. Se apoderó de mis secretos; conoce nuestros puntos fuertes y nuestras debilidades. Y todo eso es información que él puede utilizar. Él y su jefe, Gregor Borowitz. Y es posible que usted sea el único que pueda impedir que siga actuando.

Harry oyó a Banks en el teléfono del vestíbulo. Quedaba poco tiempo y Gormley tenía que decirle muchas cosas.

—Escuche, Keenan. Tenemos que darnos prisa. Me quedaré un rato más con usted, y luego me iré a un hotel. Pero si ahora me quedo aquí, la policía querrá hablar conmigo. De todos modos, iré a buscar un hotel y podremos hablar hasta… —se dio cuenta de lo que había estado a punto de decir y se tragó las palabras no dichas, pero pensadas.

—Hasta que yo sea incinerado, sí —dijo Gormley, y Harry se lo imaginó haciendo un gesto de comprensión—. Tendría que haber sido pronto, pero ahora probablemente lo postergarán.

—Me comunicaré con usted —dijo Harry—. Todavía tengo que enterarme de muchas cosas. Sobre nuestra organización, sobre la de ellos, y sobre lo que debo hacer para encontrarlos. Muchas cosas.

—¿Conoce a Batu? —El miedo de Gormley fue de nuevo evidente—. Es el pequeño mongol, Harry, ¿sabe algo de él?

—Sé que es uno de ellos, pero…

—Es un aojador, ¡puede matar con una mirada! Él me produjo el ataque al corazón. Max Batu me mató, Harry. Su rostro y su ojo maligno generan un veneno mental. Su poder corroe como el ácido, derrite el cerebro y el corazón. Él me asesinó…

—Entonces, también tendré que ajustar cuentas con él —respondió Harry con el tono de voz de alguien que ya ha tomado una decisión.

—Pero sea prudente, Harry.

—Lo seré.

—Creo que todas las respuesta están en usted mismo, muchacho, y Dios sabe cuánto le rezo para que las encuentre. Pero quiero advertirle algo: cuando Dragosani estaba… ocupándose de mí, percibí algo más en él, algo que no era su necromancia. Harry, en ese hombre hay un demonio más viejo que el mundo, y mientras él esté en la tierra, nadie está a salvo. Ni siquiera las personas que creen que pueden dominarlo.

—Estaré alerta —respondió Harry—. Y encontraré las respuestas, Keenan; con su ayuda las encontraré todas. Con la ayuda que usted me dará mientras siga en esta casa.

—He pensado en eso, Harry —dijo el otro—. Y, ¿sabe usted?, no creo que la incineración sea el final. Quiero decir, esto no soy yo. Lo que usted ve
era
yo, pero también lo era un niño nacido en Sudáfrica, y el joven que se alistó en el ejército británico cuando tenía diecisiete años, y el director de la Organización E británica durante trece años. Ahora, todos ellos se han ido, y después de mi pira funeraria, también se habrá ido esta parte mía. Pero yo aún estaré aquí, en algún lugar.

—Así lo espero —dijo Harry, y luego abrió los ojos y se puso de pie, pero evitó mirar a su alrededor.

—Vaya a buscar un hotel, entonces —dijo Gormley—, y vuelva a visitarme tan pronto como pueda. Cuanto antes empecemos, mejor. Y después… quiero decir, cuando todo esto llegue a su fin, si es que alguna vez llega…

—¿Sí?

—Bueno, sería agradable que viniera de vez en cuando a hablar conmigo. Si no me equivoco, es la única persona que puede hacerlo. Y usted sabe que siempre será bienvenido.

Una hora más tarde, Harry se encerró en su habitación, en un hotel barato, y se comunicó otra vez con Gormley. Y le fue muy fácil hacerlo, como sucedía siempre cuando ya había estado en contacto con alguien. El antiguo director de la Organización E lo estaba esperando, y ya tenía organizada la información que debía pasarle en un orden de prioridades. Comenzaron con la propia Organización E —una detallada descripción de su funcionamiento y de las personas que trabajaban en ella— y siguieron por las razones por las cuales era mejor que Harry no hablara todavía con el subdirector de la organización, ni intentara entrar en ella.

—Sería una innecesaria pérdida de tiempo —explicó Gormley—. Oh, claro está que habría algunos beneficios. Por empezar, usted tendría dinero para cubrir todos los gastos necesarios, pero al mismo tiempo ellos querrían examinarlo con minucia. Y, claro está, estarán ansiosos por probar su talento. Sobre todo ahora que yo he muerto, y cuando salga a relucir lo que han hecho con mi cadáver…

—¿Cree que sospecharían de mí?

—¿De un necroscopio? ¡Por supuesto! Yo tengo un expediente con sus datos, pero está incompleto, y en verdad yo soy el único que podría haber respondido por usted. Así que ya lo ve, cuando nuestra organización le hubiera dado por fin el visto bueno, los otros ya le llevarían una gran ventaja. El tiempo es fundamental, Harry, y no debemos perderlo. De modo que le propongo lo siguiente: no intente, por el momento, unirse a la Organización E, y trabaje por cuenta propia. Después de todo, los únicos que saben algo de usted son Dragosani y Batu. El problema es que Dragosani lo sabe
todo
sobre usted porque obtuvo la información de mí. Lo que debemos preguntarnos es: ¿por qué Borowitz envió a esos dos a Inglaterra? ¿Y por qué precisamente ahora? ¿Qué está preparando? ¿O sólo está estirando un poco sus tentáculos? Borowitz ha tenido antes agentes en este país, pero no eran más que buscadores de información. Eran enemigos, y nos espiaban, pero no eran asesinos. Así pues, ¿qué ha sucedido para que Borowitz haya decidido pasar de la guerra fría a la caliente?

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