El que habla con los muertos (55 page)

BOOK: El que habla con los muertos
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—No, ellos le dieron mi nombre. ¿Inventarla? ¡Eso es ridículo! Yo simplemente reparé en ella, eso es todo. En cuanto a poder explicársela: en otra época eso hubiera sido la cosa más sencilla; ahora, sin embargo…

Harry esperó.

—¿En qué año estamos?

El repentino cambio de tema sorprendió a Harry.

—Mil novecientos setenta y siete —respondió.

—¿De verdad? —Mobius estaba asombrado—. ¿Ha pasado tanto tiempo? Vaya, vaya. Como puede ver, Harry, he estado muerto durante más de cien años. ¿Pero usted cree que he permanecido ocioso? ¡Nada de eso! Números, muchacho, números; son la solución a todos los grandes enigmas del universo. El espacio y su curvatura y categorías y propiedades; propiedades que, me figuro, aún no han sido siquiera imaginadas en el mundo de los vivos. Pero yo no tengo que imaginar, o hacer hipótesis, porque yo sé. Pero explicarlo… eso ya es otra cosa. ¿Usted es matemático, Harry?

—Sé un poco de matemáticas.

—¿Y de astronomía?

Harry, de mala gana, hizo un gesto negativo.

—¿Y cuál es su capacidad para comprender la ciencia… Es decir, la CIENCIA con mayúsculas? ¿Para comprender el universo físico, material y conjetural?

Harry dijo otra vez que no con un gesto.

—¿Puede entender algo de esto? —y un torrente de símbolos, ecuaciones y cálculos relampaguearon en la pantalla de la mente de Harry, cada uno de ellos más complejo que el precedente.

Algunos de ellos le resultaban familiares a Harry de sus conversaciones con James George Hannant, y otros los conocía por pura intuición, pero la mayoría le eran extraños por completo.

—Todo es… es bastante difícil —dijo por fin.

—En efecto. Pero usted tiene intuición… sí, pienso que es fuertemente intuitivo. Creo que yo podría instruirlo, Harry.

—¿Enseñarme matemáticas, dice? ¿Transmitirme sus trabajos de toda una vida, y de cien años más después de la muerte? ¿Quién dice bobadas ahora? ¡Eso me llevaría tanto tiempo como a usted! De paso, ¿qué es un zollnerista?

—J. K. F. Zollner fue un matemático y astrónomo, ¡Dios nos ayude!, que vivió unos años más que yo. Era también espiritista y estaba chiflado. Para él los números eran «mágicos». ¿Yo he dicho que usted era un zollnerista? ¡Un error imperdonable! Debe disculparme. En realidad, él no estaba tan equivocado. Sólo su topología era errónea. Zollner intentó dar primacía al universo no físico, o mental, sobre el físico. Y eso no resulta. El espacio-tiempo es una constante tan fija e inmutable como Pi.

—Eso no deja mucho lugar para la metafísica —dijo Harry, con la certeza de que había cometido un error al consultar a Mobius.

—Ningún lugar, absolutamente ninguno —acordó Mobius.

—¿Y la telepatía?

—Bobadas.

—¿Qué es, entonces, lo que estoy haciendo en este instante?

Mobius se quedó desconcertado.

—Necroscopia —dijo por fin—, o al menos eso es lo que me ha dicho.

—¡Eso es escaparse por la tangente! ¿Y qué me dice de la videncia, de la capacidad para ver por medio de la mente acontecimientos que ocurren incluso a gran distancia?

—En el mundo físico es imposible. Usted perpetuaría los errores de Zollner.

—Pero yo sé que esas cosas son posibles —lo contradijo Harry—. Y sé donde hay gente que las hace. No lo hacen continuamente, ni les resulta muy fácil, y con frecuencia no son muy precisos, aunque en ocasiones sí. Es una nueva ciencia, y requiere intuición.

Después de otra pausa, Mobius dijo:

—De nuevo me siento inclinado a creerle. ¿Qué necesidad tendría de mentirme? El conocimiento del hombre se incrementa de modo constante. Y, después de todo, yo puedo hacer lo que usted dice. Claro que yo ya no pertenezco al mundo físico…

A Harry le dio vueltas la cabeza.

—¿Usted puede hacerlo? ¿Me está diciendo que puede «ver» acontecimientos distantes?

—Los veo, sí, pero no en una bola de cristal. Y, en sentido estricto, no están distantes. La distancia es relativa. Yo
voy
allí. Voy allí donde está previsto que ocurrirán aquellos acontecimientos que deseo contemplar.

—Pero… ¿adonde va? ¿Y cómo?

—El «cómo» es lo más difícil —dijo Mobius—. Dónde es mucho más fácil. Harry, cuando vivía, yo no era sólo matemático, además era astrónomo. Después de mi muerte, me he limitado a las matemáticas. Pero la astronomía estaba en mí, era parte de mí, y no me dejaba en paz. Y todo llega para aquellos que saben esperar. A medida que pasaba el tiempo, comencé a percibir que las estrellas brillaban para mí tanto de día como de noche. Tuve conciencia de su peso, o de su masa, si usted quiere, de la gran distancia a que se encontraban, y de las distancias entre ellas. Muy pronto supe más sobre ellas de lo que había sabido en toda mi vida, y entonces decidí ir a verlas por mí mismo. Cuando usted vino, estaba calculando la magnitud de una nova que muy pronto acontecerá en Andrómeda, y allí estaré para ver cómo sucede. ¿Por qué no? Soy incorpóreo. Las leyes de la física universal no me atañen.

—Pero usted acaba de negar la metafísica —protestó Harry—. ¡Y ahora me dice que puede teletransportarse a las estrellas!

—¿Y quién habla de teletransporte? No, nada físico se mueve. Tal como le he dicho, Harry, yo no soy un ente físico. Puede que exista lo que llaman «universo metafísico», pero lo real no se impone sobre lo irreal, ni lo irreal sobre lo real.

—O al menos eso era lo que usted creía hasta que me conoció —dijo Harry, sus extraños ojos más abiertos que de costumbre, su voz llena de asombro y reverencia, porque de repente una nueva estrella brillaba en su mente, pero con un brillo superior al de cualquier nova en la mente de Mobius.

—¿Qué es eso?

—¿Usted dice que no hay punto de contacto entre lo físico y lo metafísico? ¿Es ése su argumento?

—¡Exactamente!

—Pero yo soy un ser físico, y usted puramente mental, y nos hemos encontrado.

Harry percibió el asombro del otro.

—¡Increíble! Me parece que he pasado por alto algo evidente.

Harry se aprovechó de su ventaja.

—Usted usa la banda para ir a las estrellas, ¿no es verdad?

—¿La banda? Bueno, sí, uso una variante, pero…

—¿Y usted me ha llamado zollnerista?

Mobius no supo qué decir, pero un momento después:

—Me parece que mis argumentos ya no son válidos.

—¡Usted se teletransporta! —dijo Harry—. Usted teletransporta su mente. ¡Usted es un vidente, señor! Ése es su talento. Incluso cuando estaba vivo podía ver cosas para las que otros estaban ciegos. La banda es un ejemplo perfecto. Bien, la videncia sería un arma maravillosa, pero quiero llevar las cosas un paso más allá. Quiero forzar, y lo digo en sentido estricto, mi ser físico en el universo metafísico.

—¡Por favor, Harry, no tan aprisa! —protestó Mobius—. Yo necesito…

—Señor, usted se ofreció a instruirme. Bien, lo acepto, pero enséñeme sólo lo absolutamente necesario. Deje que mi instinto, mi intuición, haga el resto. Mi mente es una pizarra, y usted tiene la tiza en la mano. Enséñeme, pues… ¡Enséñeme cómo viajar por su banda de Mobius!

Ya era otra vez de noche y Dragosani había regresado a las colinas cruciformes. Llevaba a la espalda una segunda oveja que había atontado de una pedrada. Había tenido un día muy activo, pero sin duda recogería el fruto de sus esfuerzos. Max Batu había tenido oportunidad de mostrar una vez más el poder de su ojo maligno, en esta ocasión con un tal Ladislau Giresci; alguien encontraría al viejo en su domicilio, donde vivía solo, muerto de un «ataque al corazón», claro.

Pero ése no había sido el único trabajo de Max, porque hacía más o menos una hora Dragosani había enviado al mongol en una misión de fundamental importancia. Esto quería decir que el nigromante estaba solo cuando se acercó a la tumba del vampiro y envió sus pensamientos por delante para penetrar la helada oscuridad.

—¿Estás durmiendo, Thibor? He vuelto, tal como habíamos quedado. Brillan las estrellas, la noche está muy fría y la luna comienza a subir tras las colinas. Ha llegado la hora, Thibor… para los dos.

Y después de un instante:

¡Ahhh…, Dragosaaaniiii! Sí, supongo que dormía. Pero con un sueño magnífico, Dragosani. El sueño de los no-muertos. Y he tenido sueños grandiosos, Dragosani… de imperios y conquistas. Por una vez mi dura cama fue suave como los pechos de una amante, y estos viejos huesos no eran pesados sino ágiles como los de un chico cuando va al encuentro de su novia. Ha sido un sueño grandioso, sí, pero nada más que un sueño
.

Dragosani percibió algo que muy bien podía ser abatimiento. Alarmado por el desarrollo de su plan, preguntó:

—¿Sucede algo malo?

Al contrario. Todo va bien, hijo mío, sólo que me temo que pueda llevar más tiempo del que yo había pensado. Me he fortificado con tu ofrenda de ayer, e incluso he engordado un poco. Pero aún así el suelo es duro y las sales de la tierra han vuelto rígidos a estos viejos tendones míos

Y luego, con voz algo más vivaz:

¿Y te has acordado de traerme otro pequeño tributo, Dragosani? Espero que no demasiado pequeño. Quizás algo parecido a mi última comida

El nigromante le respondió acercándose al límite del círculo y arrojando al suelo la oveja que llevaba al hombro.

—No lo he olvidado —dijo luego—. Pero dime qué quieres realmente, viejo dragón. ¿Por qué llevará más tiempo del que habías pensado?

Dragosani estaba decepcionado. Su plan dependía de que consiguiera resucitar al vampiro esa misma noche.

¿No tienes comprensión, Dragosani? Entre los hombres que me seguían cuando era un guerrero, algunos sufrían heridas tan severas que debían guardar cama. Algunos se recuperaban. Pero después de haber pasado meses acostados, a menudo estaban muy débiles y llenos de dolores y males. Imagínate lo que sucede conmigo, después de haber yacido durante más de quinientos años. Pero ya veremos… Mientras hablo, crece mi deseo de resucitar… y tal vez pueda hacerlo, después de otro tentempié.
,.

Dragosani hizo un gesto que indicaba que había comprendido, cogió una pequeña y afilada hoz que llevaba en el bolsillo, le quitó la funda y se inclinó hacia la oveja.

¡
Espera
! —dijo el vampiro—.
Como supones, ésta puede ser una ocasión decisiva para ambos. ¡Una ocasión de enorme trascendencia! Por mi parte, creo que debemos tratarla con el respeto que merece
.

El nigromante arrugó la frente.

—¿Qué quieres decir?

Estarás de acuerdo conmigo, hijo mío, en que hasta ahora no me he andado con ceremonias. No me he quejado cuando me has arrojado la comida, como si fuera un cerdo. Pero debes saber, Dragosani, que yo también he comido en mesas. ¡Y hasta he cenado con príncipes! Sí, y volveré a hacerlo, y tú quizás estarás sentado a mi derecha. ¿No se me debe, entonces, un trato más cortés? ¿O deberé recordarte siempre como el hombre que me arrojaba la comida como se arrojan bellotas a los cerdos en una pocilga?

—Es un poco tarde para esa clase de detalles, ¿no crees, Thibor? —Dragosani se preguntó qué tramaba el vampiro—. ¿Qué quieres, en verdad?

Thibor percibió al instante su recelo.

¿Qué? ¿Aún desconfías de mí? Bueno, supongo que tienes tus razones. La mía fue la supervivencia. Pero ¿no hemos convenido acaso que cuando yo resucite quitaré mi semilla de tu cuerpo? Y en ese momento, ¿no estarás por entero en mis manos? Me parece una insensatez, Dragosani, que confíes en mí cuando esté vivo, y no cuando aún permanezco en la tumba. Si quisiera, sería capaz de hacerte más daño de pie que enterrado. Además, si estuviera en mis planes causarte daño, ¿quién me serviría de guía en ese nuevo mundo en el que voy a vivir? Tú serás mi mentor, Dragosani, y yo, el tuyo
.

—Todavía no me has dicho qué quieres.

El vampiro suspiró.

Dragosani, me veo obligado a reconocer una pequeña debilidad personal. En el pasado te he acusado de ser un tanto vanidoso, y ahora debo confesarte que también yo lo soy. Sí, y me gustaría celebrar mi renacimiento de una manera más digna. Trae la oveja, hijo, y deposítala ante mí. Pero que esta última vez sea como un auténtico tributo: como un sacrificio ritual ante alguien muy poderoso, y no bellotas y paja para engordar a los cerdos. Déjame que coma de una fuente, Dragosani, y no de un pesebre
.

«Viejo bastardo», pensó Dragosani, aunque cuidándose de no revelarle sus pensamientos. Así que él iba a ser el siervo del vampiro, ¿no? ¿Otro idiota, encadenado y siguiéndolo como si fuera un perro? «¡Ah, pero yo también tengo algo que decirte, mi viejo, viejísimo amigo!», pensó Dragosani para sí mismo. «Disfruta esto, Thibor Ferenczy, porque ésta será la última vez que un hombre preste un servicio a un ser como tú.»

—¿Quieres que te traiga la oveja como si fuera una ofrenda?

¿Es demasiado pedir?

El nigromante se encogió de hombros. En ese momento, nada era demasiado. Dentro de poco, sería él quien pediría. Dejó el cuchillo y cogió la oveja. La llevó hasta el centro del círculo y la depositó donde había yacido la ofrenda de la noche pasada. Luego volvió a coger su pequeña hoz.

El claro había permanecido hasta ese instante en calma, como la tumba que era, pero Dragosani percibió ahora una turbulencia. Era como si de repente se tensaran unos músculos, el silencioso zarpazo de un gato sobre un ratón, la formación de saliva sobre la lengua de un camaleón antes del ataque. Con prisa, estremecido de horror ante lo desconocido, Dragosani echó hacia atrás la cabeza del animal para degollarla. Y entonces…


Eso no es necesario, hijo mío
—dijo Thibor Ferenczy.

Dragosani hubiera saltado fuera del círculo, porque en ese instante supo que la criatura enterrada estaba harta de cerditos y ovejas. Pero lo supo demasiado tarde. Había hecho un mínimo movimiento para enderezarse cuando un tentáculo fálico brotó del suelo, desgarró sus ropas como un cuchillo y penetró en su cuerpo. ¡Y cómo habría deseado entonces poder saltar para librarse de él, aunque la herida lo matara! Habría saltado, pero no podía. El seudópodo se ramificó dentro de él y penetró en todos los conductos inferiores de su cuerpo, lo llenó y luego lo atrajo como a un pez arrastrado mediante un anzuelo.

Dragosani fue aplastado contra la oscura y búlleme tierra, y después de eso ya ni siquiera pudo pensar en huir. Porque entonces comenzó el dolor, el tormento, la agonía final…

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