Publio Rutilio Rufo dejó la carta a un lado con una sonrisa. No era muy sintáctica, fluida ni tenía mucho estilo; pero así era Cayo Mario. El era también como sus cartas. De todos modos, aquella obsesión a propósito del consulado era preocupante. Por una parte, comprendía que Mario quisiera seguir siendo cónsul hasta derrotar a los germanos, porque sabía que nadie era capaz de vencerlos. Pero por otra parte, Rutilio Rufo era un romano muy apegado a las tradiciones de su clase para aprobar aquella actitud, aun teniendo en cuenta los germanos. ¿Estaba Roma tan cambiada por las innovaciones políticas de Mario que ya no era la Roma de Rómulo? Rutilio Rufo no acababa de saberlo. Era muy difícil querer a un hombre, tal como a él le sucedía con Mario, y soportar la estela de tradiciones deshechas que dejaba a su paso. ¡El pílum, por Juno! ¿Es que no puede dejar nada tal como lo encuentra?
Pero Publio Rutilio Rufo se sentó y contestó inmediatamente aquella carta. Porque quería a Cayo Mario.
Está haciendo un verano más bien indolente, y me temo que no tenga mucho que contar, querido Cayo Mario. Nada de momento, en cualquier caso. Tu estimado colega Lucio Aurelio Orestes, segundo cónsul, no se encuentra bien, cosa que ya sucedía cuando lo eligieron. No entiendo por qué se presentó candidato, salvo que, supongo, pensaría que se merecía el cargo. Queda por saber si el cargo le ha merecido a él. Pero lo dudo.
Las únicas noticias son un par de sabrosos escándalos, que sé te divertirán tanto como a mí. Curiosamente, los dos implican a tu tribuno de la plebe, Lucio Apuleyo Saturnino. Es un extraordinario individuo, pero un cúmulo de contradicciones. Yo siempre he pensado que es una lástima que Escauro le buscara las vueltas. Saturnino entró en el Senado con la declarada intención de convertirse en el primer Apuleyo en sentarse en la silla curul, estoy seguro. Y ahora ansía destrozar el Senado para que los cónsules no sean más que unas simples máscaras de cera. Sí, sí, te oigo decir que peco de pesimista, que exagero y que mi visión de las cosas está deformada por mi apego a las tradiciones. ¡Pero, de todos modos, tengo razón! Espero me perdones que me refiera a todos tan sólo por el cognomen. Va a ser una carta larga y así ahorraré algunas palabras.
Saturnino ha sido vengado. ¿Qué te parece? Un asunto increíble y que ha redundado mucho en beneficio de nuestro venerado príncipe del Senado, Escauro. Tienes que admitir que es un hombre mucho mejor que su compañero el Meneitos. Esa es la diferencia entre Emilio y Cecilio.
Sabes —sé que lo sabes porque te lo dije— que Escauro prosigue su cometido de supervisor del abastecimiento de grano y se pasa el tiempo entre Ostia y Roma, haciendo la vida imposible a los grandes mercaderes del trigo. A una sola persona debemos agradecer la notable estabilidad de los precios del cereal estas dos últimas cosechas, a pesar de la escasez. ¡A Escauro!
De acuerdo, de acuerdo, interrumpiré el panegírico y seguiré con mi historia. Parece que cuando Escauro estuvo en Ostia hace un par de meses se tropezó con el agente procurador de grano delegado en Sicilia. No necesito hablarte de la revuelta de esclavos, ya que recibes los despachos del Senado periódicamente; sólo te diré que creo que este año hemos enviado de gobernador a la persona idónea. Puede que sea un aristócrata engreído con una boca como culo de gato, pero Lucio Licinio Lúculo es muy puntilloso en cosas como son los informes a la cámara o en limpiar los campos de batalla.
¿Querrás creer, por cierto, que un idiota de pretor, uno de los que tienen antecedentes más ambiguos (¿no es una buena frase?), de los Servilios plebeyos y que consiguió comprar la elección de augur gracias al poder del dinero de su patrón Ahenobarbo y ahora se hace llamar, ¡imagínate!, Cayo Servilio Augur, tuvo el otro día la osadía de levantarse en la cámara para acusar a Lúculo de prolongar deliberadamente la guerra en Sicilia para asegurarse la prórroga del mando el año que viene?
¿Y en base a qué hizo semejante acusación?, te oigo preguntar. Pues, imagínate, porque después de derrotar tan eficazmente al ejército de esclavos, Lúculo no se apresuró a dirigirse contra Triocala, dejando en el campo 35000 cadáveres de esclavos y todas las bolsas de sublevación de la región de Heracleia Minoa reproducirse como llagas en la piel romana. Lúculo hizo lo que tenía que hacer; derrotó a los esclavos en la batalla y luego dedicó una semana a ocuparse de los muertos y a limpiar tales bolsas de resistencia antes de dirigirse a Triocala, en donde se habían refugiado los esclavos supervivientes de la batalla. Pero Servilio Augur dice que Lúculo, después de la batalla, debía haber volado como los pájaros por el cielo hasta Triocala, porque alega el Augur que los esclavos que se refugiaron en Triocala eran tan presa de pánico que se le habrían rendido inmediatamente. Mientras que, tal como las cosas resultaron de verdad, cuando Lúculo llegó a Triocala, los esclavos se habían sobrepuesto al pánico y decidieron seguir combatiendo. ¿Y de quién obtiene Servilio el Augur esta información?, preguntarás. ¡Pues de sus augures, naturalmente! ¿Cómo si no va a saber lo que piensa una turba de esclavos encerrada en una fortaleza inexpugnable? ¿Y tú has visto acaso que Lúculo sea tan aberrante para entablar una tremenda batalla y ponerse a cavilar un plan para que le prorroguen el mando de gobernador? ¡Cuántas tonterías! Lúculo hizo lo que era de rigor: limpiar alfa antes de comenzar con beta.
Me disgustó el discurso de Servilio el Augur y me disgustó aún más que el pontífice máximo Ahenobarbo comenzase a vociferar su apoyo a aquella absurda patraña de alegatos totalmente injustificados. Naturalmente, todos los generales de salón de los bancos de atrás que nada saben de batallas pensaron que Lúculo era culpable. Ya veremos, pero no me sorprendería que oyeras que, uno, la cámara decide no prorrogar el mandato de Lúculo y, dos, dar el cargo de gobernador de Sicilia el año que viene a Servilio el Augur, quien habría iniciado toda esta farsa de la traición simplemente para que le nombraran a él. Es una golosina para alguien con tan poca experiencia y tan huero como Servilio el Augur, ya que Lúculo lo ha dejado todo hecho. La derrota de Heracleia Minoa ha obligado a los esclavos que quedan a retirarse en una fortaleza de la que no pueden salir porque Lúculo la tiene sitiada, y, además, ha logrado hacer volver suficientes granjeros a sus tierras para que este año haya cosecha; y el campo de Sicilia ya no está a merced del ejército de esclavos. Lo que quiere el gobernador Servilio es llegar al lugar ya debidamente pacificado haciendo reverencias a derecha e izquierda. Te digo, Cayo Mario, que la ambición unida a la estupidez es lo más peligroso del mundo.
Edepol, edepol, una digresión bastante larga, ¿no? Mi indignación por la situación de Lúculo me ha podido. Lo siento muchísimo por él. Pero sigamos con la historia de Escauro en Ostia, y su encuentro con el agente procurador de grano de Sicilia. Bien, cuando se pensaba que una cuarta parte de los esclavos dedicados al cultivo del cereal en Sicilia serían liberados el año pasado antes de la cosecha, los mercaderes de trigo calcularon que una cuarta parte de la cosecha se quedaría sin recoger debido a la falta de mano de obra. Por eso nadie se preocupó por comprar ese cuarto. En eso que, en dos semanas, ese roedor de Nerva liberó a ochocientos esclavos itálicos. Y el agente procurador de Escauro formaba parte de un grupo que durante esas dos semanas recorría la isla comprando a toda prisa ese cuarto de la cosecha a un precio absurdamente bajo. Luego, los cultivadores obligaron a Nerva a clausurar los tribunales de emancipación y, de pronto, Sicilia contó de nuevo con suficiente mano de obra para recoger toda la cosecha. Así, este último cuarto, comprado por nada, era ahora propiedad de una persona o personas desconocidas, lo que explicaba el alquiler general de todos los silos vacíos entre Puteoli y Roma. Ese último cuarto se iba a almacenar en ellos hasta el año siguiente, cuando la insistencia de Roma en que se liberase a los esclavos itálicos habría provocado una cosecha en la isla menor de lo normal, haciendo aumentar el precio del trigo.
Con lo que no contaban esas personas desconocidas era con la sublevación de los esclavos, debido a la cual en vez de recogerse los cuatro cuartos de la cosecha, no se recogió nada. Y así, el gran montaje de lograr una enorme ganancia con el último cuarto se vino abajo y los silos vacíos reservados se quedaron vacíos.
Sin embargo, volviendo a las dos ajetreadas semanas en que Nerva emancipó algunos esclavos itálicos y el grupo de compradores se afanaba por adquirir el último cuarto de la cosecha, una vez hecho y clausurados los tribunales, el citado grupo fue asaltado por unos bandidos, que los mataron a todos. O eso pensaron los bandidos, porque uno de los compradores, el que habló con Escauro en Ostia, se fingió muerto y logró salvarse.
Escauro se olió algo muy gordo. ¡Qué olfato tiene! ¡Y qué inteligencia! Él sospechó en seguida el montaje, cosa que el procurador no había hecho. Yo le admiro a pesar de su acendrado conservadurismo. Olfateando como un perro de caza, descubrió que las personas desconocidas eran nada menos que tu estimado colega consular del año pasado, Cayo Flavio Fimbria, y el gobernador de Macedonia del año en curso, Cayo Memio. Habían montado una falsa pista el año pasado para nuestro perro de caza Escauro, que, efectivamente, le condujo al cuestor de Ostia, es decir, nuestro turbulento tribuno de la plebe Lucio Apuleyo Saturnino.
Una vez reunidas las pruebas, Escauro se alzó a pedir excusas a Saturnino dos veces, una en el Senado y otra en el Foro. Estaba mortificado, pero sin perder la dignitas, por supuesto. Todos aprecian al que se disculpa bien y con sinceridad, y tengo que decir que Saturnino nunca atacó a Escauro cuando regresó a la cámara en su condición de tribuno de la plebe. También Saturnino se alzó, en la cámara y en el Foro, y le dijo a Escauro que él no le guardaba rencor porque había comprendido lo astutos que habían sido los falsos culpables, y que le estaba profundamente agradecido por recobrar su perdida reputación. Así, tampoco Saturnino perdió la dignitas. Y a todos complace quien recibe modesta y airosamente una buena disculpa.
Escauro, además, ofreció a Saturnino el cometido de procesar a Fimbria y a Memio ante el nuevo tribunal por delitos de traición y, naturalmente, Saturnino aceptó. Así que ahora todos esperamos ver muchas chispas y poco humo cuando Fimbria y Memio comparezcan en juicio. Imagino que serán declarados culpables ante un tribunal formado por caballeros, pues muchos caballeros del ramo del trigo han perdido dinero, y a ellos dos se les culpa del desastre de Sicilia. El corolario de la historia es que a veces los malos reciben su justo castigo.
La otra historia de Saturnino es mucho más divertida y mucho más intrigante. Aún no he logrado imaginarme qué es lo que se trae entre manos nuestro reivindicado tribuno de la plebe.
Hará unas dos semanas llegó un individuo al Foro y subió a la tribuna de los Espolones, que estaba vacía en ese momento porque no había asamblea y los oradores aficionados se habían tomado el día libre, y anunció a voz en grito, para que le oyera todo el Foro, que se llamaba Lucio Equitio, que era un liberto de un ciudadano romano de Picenum y —agárrate, Cayo Mario, ya verás— que era hijo natural de nada menos que Tiberio Sempronio Graco!
Se sabía la historia al dedillo, y los hechos coinciden, de momento. Hela aquí, en pocas palabras: su madre era una liberta de condición decente pero modesta, que se enamoró de Tiberio Graco, quien también se enamoró de ella. Pero, claro, el linaje de la joven no permitía el casamiento y tuvo que convertirse en su querida, viviendo en una pequeña y confortable casa de una hacienda de Tiberio Graco. Luego nació Lucio Equitio; su madre se llamaba Equitia.
A continuación asesinaron a Tiberio Graco y Equitia murió poco después, quedando su hijito al cuidado de Cornelia, la madre de los Gracos. Pero a Cornelia, madre de los Gracos, no le hacía gracia ser la tutora de un nieto bastardo y lo encomendó al cuidado de una pareja de esclavos de sus propiedades de Misenum. Y luego lo vendió como esclavo a una gente de Firmum Picenum.
Él dice que no sabía quién era; pero si ha hecho las cosas que dice, no podía ser ningún niño cuando murió su padre Tiberio Graco, en cuyo caso miente. En fin, después de ser vendido como esclavo en Firmun Picenum, trabajó tan bien y se hizo tanto querer por sus amos, que al morir el paterfamilias, no sólo le manumitieron, sino que heredó la fortuna de la familia, que por lo visto no tenía parientes. Como había tenido una excelente educación, con la herencia instaló un negocio, y durante no sé cuántos años se alistó en las legiones e hizo una fortuna. Por lo que dice, habría que calcularle unos cincuenta años, cuando aparenta unos treinta.
Luego conoció a uno que, con grandes aspavientos, elogió su gran parecido con Tiberio Graco. Él siempre había sabido que era itálico y no extranjero y se había hecho grandes cábalas sobre sus orígenes. En valentonado por el descubrimiento de que se parecía a Tiberio Graco, localizó a la pareja a quien Cornelia, madre de los Gracos, le había confiado durante un tiempo y se enteró por ellos de la historia de su nacimiento. ¿No es fantástico? Yo todavía no sé si se trata de una tragedia griega o de una farsa romana.
Bueno, naturalmente, nuestros crédulos y sentimentales habituales del Foro se excitaron enormemente, y al cabo de dos días Lucio Equitio era festejado por doquier como hijo de Tiberio Graco. Lástima que todos los hijos legítimos hayan muerto, ¿no? Por cierto, Lucio Equitio se parece extraordinariamente a Tiberio Graco. Habla igual que él, anda igual que él, gesticula igual y hasta alza la nariz lo mismo que él. Yo creo que lo que más me hace desconfiar es esa similitud tan perfecta. Más que un hijo parece un mellizo. Los hijos no se parecen a los padres de esa manera; lo he comprobado muchas veces, y hay muchas mujeres que han traído al mundo un hijo que les queda profundamente agradecido por ello y que dedican mucho tiempo del período posparto a asegurar al abuelo del retoño que éste es parecidísimo al tío-abuelo Lucio Tiddlypus. Bien, basta.
A continuación, los carcas del Senado nos enteramos de que Saturnino apoya a este Lucio Equitio, sube a la tribuna con él y le anima a que logre adeptos. No había transcurrido una semana cuando el nombre de Equitio iba en boca de todos los que en Roma tienen una renta inferior a la de tribuno del Tesoro y superior a la del censo por cabezas; comerciantes, tenderos, artesanos, pequeños granjeros, la flor y nata de la tercera, cuarta y quinta clases. Ya sabes el tipo de gente a que me refiero. De ésa que besaba el suelo que pisaban los Gracos, todos esos hombres modestos y trabajadores que no suelen votar, pero que votan en sus tribus lo suficiente para sentirse bien distintos a los libertos y a los del censo por cabezas. Una clase demasiado orgullosa para aceptar caridad, pero no lo bastante rica para sobrevivir a los astronómicos precios del trigo.
Los padres conscriptos del Senado, en particular los que visten togas bordadas en púrpura, comenzaron a inquietarse un poco por toda esa adulación popular y también a preocuparse algo por la intervención de Saturnino, que es realmente lo misterioso. Pero ¿qué puede hacerse? Finalmente, nada menos que nuestro nuevo pontífice máximo, Ahenobarbo —le han dado el muy acertado apodo de pipinna—, propuso traer al Foro a la hermana de los hermanos Graco y viuda de Escipión Emiliano, como si fuéramos a olvidar las pendencias que hubo en aquel matrimonio, a que subiera a la tribuna para enfrentarse al supuesto impostor.