—Pero un punto de entrada es solo un punto de entrada —dijo Baudry.
—Estoy de acuerdo. No puedo descartar la posibilidad de que Saavedra se haya adentrado mucho más en la atmósfera. Pero si lo ha hecho, el control del tráfico planetario no la ha captado. Creo que hizo una entrada rápida cerca de su destino.
—Pero allí no hay nada —dijo Baudry. Estiró ligeramente la cabeza—. Puedo ver el patrón climático sobre Ciudad Abismo, en la cara que mira hacia el sol. A menos que mis conocimientos sobre geografía Stoner sean incorrectos, Saavedra entró a miles de kilómetros de otros asentamientos.
Dreyfus envió otra orden al Planetario.
—Tienes razón, Lillian. La comunidad más cercana sería Loreanville, a ocho mil kilómetros al oeste. Pero Firebrand no estaría interesada en Loreanville, ni en ninguno de los asentamientos abovedados: habría demasiada seguridad local para que prosiguieran sus actividades.
—Entonces, ¿adonde se dirigió?
—Despeja la superficie —le dijo Dreyfus al Planetario. El envoltorio de materia rápida de la atmósfera del planeta se disipó en un santiamén, mostrando el terreno rugoso de la corteza de Yellowstone. Era un paisaje helado repleto de fisuras y surcos, manchado aquí y allá de fríos lagos, inanimado excepto por los organismos más resistentes, capaces de soportar la química tóxica de la atmósfera de metano y amoniaco.
—Sigue sin haber nada —dijo Baudry.
—Ahora no. Pero solía haber algo.
Dreyfus dio otra orden y la superficie se llenó de una docena de símbolos bermellones, cada uno de ellos acompañado de una pequeña anotación de texto.
—¿Qué es, Tom? —preguntó Aumonier.
—Las ubicaciones de antiguas colonias o bases amerikanas, anteriores a la era demarquista. La mayoría de estas estructuras y excavaciones datan de hace trescientos años. Hace más de doscientos que son ruinas. —No era necesario explicarlo: la trayectoria de entrada de Saavedra la había posicionado directamente sobre una de esas colonias abandonadas—. Podría ser una coincidencia, pero me inclino a pensar lo contrario.
—¿Qué es ese sitio? —preguntó Aumonier.
—Los amerikanos lo llamaban «Centro de Operaciones de Superficie Nueve», u «Ops Nueve». Si tenían otro nombre para el lugar, no guardamos un registro de ello. —Dreyfus se encogió de hombros—. Ha pasado mucho tiempo.
—Pero no tanto como para que no quede algo.
—Firebrand no necesitaba una base plenamente operativa, solo un lugar para esconder al Relojero y custodiarlo. Un complejo abandonado les iba bien.
—¿Pero queda algo allí, después de todo este tiempo?
—Según los mapas del terreno, no queda gran cosa en la superficie, pero los viejos archivos indican que Ops Nueve tenía varios niveles. Se trata de una zona bastante estable desde un punto de vista geológico. Puede que las zonas subterráneas se encuentren relativamente intactas: quizá hasta el punto de que continúen siendo herméticas.
—Entonces será mejor que enviemos un destacamento de inmediato. Es posible que no haya nada, pero no podemos arriesgarnos. Nuestra máxima prioridad es hacernos con el Relojero —dijo Clearmountain lentamente.
—Con todos mis respetos, sénior —dijo Dreyfus—, no recomiendo ninguna clase de respuesta visible. Puesto que no ha ocurrido nada hasta ahora, podemos estar razonablemente seguros de que Aurora no ha hecho las mismas deducciones que nosotros. Pero si comenzamos a reasignar nuestros activos y enviamos vehículos de exploración profunda a la atmósfera, Aurora lo verá y se preguntará por qué nos interesa tanto una base amerikana.
—Y yo no creo que tarde mucho en sumar dos y dos —dijo Aumonier—. No, Tom tiene razón. Tenemos que responder, pero debe ser un acercamiento encubierto. Hemos de proteger al Relojero antes de que Aurora tenga la más mínima idea de lo que tramamos. Esto descarta cualquier concentración masiva de activos o de personal. —Hizo una pausa para respirar con dificultad—. Pero alguien tendrá que ir. Yo me ofrecería voluntaria, ya he sobrevivido al contacto directo con el Relojero, pero, por razones obvias, mi participación no es una opción.
—De todos modos, no te arriesgaríamos —dijo Dreyfus—. Eras prefecto de campo cuando te encontraste con el Relojero. Sigue siendo el trabajo de un prefecto de campo.
—Pero no tienes que ser tú.
—Este fue mi caso desde el momento en el que hablé con aquel capitán ultra. Propongo hablar con esa cosa.
—Esa cosa no habla. Mata.
—Entonces tendré que encontrar algún interés común. Una posición negociadora.
Clearmountain estaba horrorizado.
—¿Aunque signifique darle algo a cambio?
—Sí.
—No lo permitiré.
—Entonces sugiero que empieces a mirar opciones de carrera alternativas. No creo que Aurora tenga planes para los prefectos séniores cuando se haga con el control.
Alguien llamó a la puerta. Dreyfus reconoció a la chica; era la funcionada que había informado a la sala estratégica de la acción hostil llevada a cabo por Aurora en los cuatro primeros hábitats.
—¿Otra vez malas noticias? —preguntó Dreyfus.
—Señores, no estoy segura —dijo, mirando nerviosamente los rostros tensos de los séniores—. Me han pedido que les informara de inmediato. Ha habido un cambio en la situación de Casa Aubusson.
—¿Qué clase de cambio? —preguntó Dreyfus, temiendo su respuesta.
—Señores, tengo imágenes obtenidas por el crucero de exploración profunda que está monitoreando cerca de Aubusson. —Con manos temblorosas, puso un compad en la mesa—. Se ha abierto una gran brecha en la presión. Está saliendo aire a toda presión por un agujero de cien metros de ancho en una de las ventanas.
—¿Cuál es la causa?
Ahora estaba frente a Dreyfus, respondiéndole solo a él y excluyendo a todos los presentes, incluso a la prefecto supremo.
—Señor, parece que algo ha atravesado la ventana. El crucero está rastreando un objeto de metal, una esfera, que se mueve en una lenta trayectoria de caída libre lejos del hábitat.
Dreyfus tenía la garganta muy seca.
—¿La naturaleza de ese objeto?
—Desconocida, señor, pero no parece ningún vehículo espacial ortodoxo ni un sistema de armas. El crucero pide permiso, señor.
—¿Permiso para qué?
La chica parpadeó.
—Para disparar, señor. Para destruir el objeto desconocido.
—Sobre mi puto cadáver —dijo Dreyfus.
—Tenemos que ser precavidos —respondió Clearmountain—. Esto podría formar parte de la estrategia de Aurora.
—Es Thalia.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? No sabemos lo que Aurora puede haber planeado.
—Ha estado usando escarabajos para extender su influencia de hábitat en hábitat —respondió Dreyfus—. ¿Por qué iba a cambiar si su estrategia actual está funcionando bien?
—No podemos saber lo que tiene en mente.
—Yo sí. Va a seguir usando la fuerza de los números, como ha hecho hasta ahora. Sea lo que sea, esto no forma parte de su plan.
—Lo que no significa automáticamente que tenga algo que ver con Thalia Ng —dijo Baudry—. Siento recordártelo, pero no tenemos pruebas de que sobreviviera a la fase inicial de invasión.
—Si creemos que están todos muertos, ¿por qué todavía no hemos bombardeado Aubusson?
—Porque existe una posibilidad, por pequeña que sea, de que la ciudadanía siga viva. Pero ello no implica necesariamente que Thalia se encuentre entre los supervivientes. —Baudry le ofreció una mirada comprensiva—. Sé que esto es duro para ti, pero tenemos que ser racionales. ¿Qué posibilidades hay de que Thalia Ng esté detrás de ese cambio, sea lo que sea? Ni siquiera sabemos qué es ese objeto, y mucho menos cómo ha llegado a atravesar el hábitat. Thalia solo era una prefecto de campo ayudante, Tom. Sabía mucho de núcleos de voto, pero tenemos que ser realistas sobre sus posibilidades de éxito. Casi no tenía experiencia en situaciones de alto riesgo. Corrígeme si me equivoco, pero ¿no es verdad que solo había participado en un confinamiento antes de que esto sucediera?
—Conozco a Thalia —dijo Dreyfus—. Habría hecho lo que hubiese sido necesario.
—Tom, sé que tus intenciones son buenas, pero no podemos permitir que ese objeto extraño…
—Póngame con el crucero de exploración profunda —dijo Aumonier interrumpiendo a Baudry.
La funcionaría tocó unos botones de su brazalete.
—La conexión está abierta, prefecto supremo.
—Soy Jane Aumonier —dijo la figura proyectada—. ¿Con quién hablo?
Una voz de mujer sonó en la sala.
—Capitana Sarasota, prefecto supremo. ¿En qué puedo ayudarla?
—Capitana, creo que están rastreando algo que salió de Casa Aubusson.
—Tenemos armas apuntándolo, prefecto supremo. Podemos disparar en cuanto lo ordene.
—Prefiero que no lo haga, capitana. Mantenga posición defensiva máxima, pero acérquense al objeto no identificado lo bastante como para buscar puntos infrarrojos. Quiero saber si hay supervivientes a bordo de esa cosa.
—¿Y si los hay?
—Tráigalos de inmediato.
Dreyfus se abrochó el cordón de distancia de seguridad con la inquebrantable convicción de que sería la última vez que tendría que realizar aquella acción. O bien no regresaría de Yellowstone, o bien Jane Aumonier no estaría esperándolo allí, en aquella sala ingrávida, a su regreso. La importancia de cualquiera de los dos desenlaces hizo que le temblaran las manos mientras se abrochaba el cierre.
—¿Cuándo te vas? —preguntó Aumonier cuando Dreyfus se detuvo.
—Thyssen dice que habrá una nave abastecida y preparada dentro de treinta minutos.
—Supongo que será un crucero de exploración profunda.
—No, he optado por un cúter. La cantidad de armamento es irrelevante. Lo único que importa es que entremos sin ser vistos.
—¿Por qué hablas en plural, Tom?
—Pell me llevará hasta el punto de descenso. Caminaré el resto del camino.
—¿Caminar? —preguntó Aumonier arrugando el ceño—. Nadie dijo nada de caminar.
—No hay otra opción. Firebrand tendrá Ops Nueve vigilada por si se acerca un vehículo no autorizado. Pero si Pell me deja fuera del alcance de sus sensores, podré entrar sin desencadenar las defensas del perímetro.
—¿Cómo sabrás dónde acaba el alcance de sus sensores?
—Quieren mantenerse ocultos, así que su cobertura tiene que ser necesariamente limitada. No habrá nadie espiando la llegada de alguien por tierra.
—Eso es lo que tú crees.
—Tendré que arriesgarme. Si puedes hacer el papeleo para un rifle Breitenbach, te lo agradeceré.
—Llévate lo que quieras de la armería —dijo Aumonier—. Si pudiera, también te daría un misil.
—No está en mi lista, pero ¿de verdad me lo darías si te lo pidiera?
—Seguramente, pero con recelos. El problema es que no tenemos provisiones inagotables, y tenemos que asegurarnos de que eliminamos toda la producción de escarabajos cuando destruyamos un hábitat.
—¿Cuántos misiles os quedan?
Aumonier apartó la mirada: Dreyfus sabía que habría preferido que no le hiciera aquella pregunta en particular.
—Nos quedan cincuenta cabezas. En algunos de los hábitats más grandes en el frente de evacuación tendremos que usar tres o cuatro para garantizar la destrucción total de todos los centros de producción. Ya es bastante horrible haber llegado a este punto, Tom. Pero nadie se habría imaginado nunca que Panoplia necesitaría más de una docena de misiles, ni siquiera en la peor crisis imaginable.
Dreyfus esbozo una ligera sonrisa.
—¿Podemos fabricar más misiles?
—No en una escala de tiempo útil. Hemos puesto tantas salvaguardas para impedir que la gente construyera esos horrores que tardaríamos días de frenético papeleo antes de poder empezar a usar las fábricas civiles. Mucho me temo que no llegarán a tiempo para ayudarnos.
—Si tuviéramos otra arma que usar contra los hábitats evacuados, ¿la consideraríamos?
—¿Te refieres a algo con el potencial destructivo de los misiles? —Aumonier negó con la cabeza tristemente—. Me temo que no hay nada en nuestro arsenal. Si desplegáramos todas las cabezas de hidrógeno que tenemos, podríamos destruir un solo hábitat. Pero tardaríamos horas, y siempre correríamos el riesgo de dejarnos un trozo de fábrica, algo con la capacidad de seguir haciendo escarabajos.
—No estaba pensando en nuestras armas —dijo Dreyfus—. Me refería a la gente a la que culpamos de haber comenzado todo esto en primer lugar.
—No te sigo, Tom.
—Los ultras —dijo Dreyfus—. Ya hemos tenido una demostración exhaustiva de que una de sus naves puede destruir uno de nuestros hábitats sin problema. De acuerdo que Ruskin-Sartorious era uno de los Estados más pequeños, pero creo que el principio sigue siendo válido. Pueden ayudarnos, Jane.
—¿Lo harán?
—No lo sabremos hasta que no se lo preguntemos —dijo Dreyfus.
Ella bajó la vista y miró su forma ingrávida, las puntas de sus pies colgantes. Dreyfus se preguntó si habría visto la delgada línea roja del láser que ahora estaba atravesando su cuerpo justo por debajo del escote. Si levantara una mano, lo vería brillando a través de su muñeca. La guillotina de Demikhov estaba preparada, la precisión submilimétrica del láser era lo bastante buena para operaciones quirúrgicas, así le habían informado a Dreyfus. Si el láser le cortaba transversalmente la garganta por encima de la extremidad superior del escarabajo, y si todos los demás parámetros fisiológicos eran satisfactorios, Demikhov iniciaría el proceso de decapitación. Demikhov le había pedido que no la visitara en persona, pues no soltaría las cuchillas mientras otro prefecto estuviera en la misma habitación. Dreyfus lo entendía, y también que su presencia no era por tanto beneficiosa para Aumonier. Pero había tenido una necesidad imperiosa de verla antes de irse.
—No quiero entretenerte, Tom —dijo con vacilación—. Pero antes de que te vayas…
Él la interrumpió, más por nervios que de forma intencionada.
—¿No ha habido noticias de la capitana Sarasota? —preguntó.
—Sigo esperando. Su último informe decía que parecía haber firmas térmicas de supervivientes, pero que no lo sabría hasta que se acoplaran y abrieran una apertura. No tengo ni idea de qué es esa cosa, pero supongo que pronto lo sabremos.
—No ha hecho nada hostil, ¿verdad?
—No. En ese sentido, tu intuición era correcta.