—No lo entiendo —dijo—. Estuvimos estudiándolo. Todo el camino hasta la ventana debería ser en línea recta.
—Todavía vamos a chocar contra ella —dijo Cuthbertson, y su voz se había reducido a una aproximación sofocada de sí misma—. Ha olvidado la fuerza de Coriolis.
—Deberíamos estar moviéndonos en línea recta —dijo Thalia.
—Eso hacemos. Pero el hábitat está rotando, y está intentando que sigamos una trayectoria helicoidal. La cosa va de marcos de referencia, prefecto.
—La fuerza de Coriolis —dijo Thalia—. Mierda. Después de todo lo que me enseñaron en Panoplia, olvidé la fuerza de Coriolis. No estamos en un planeta. Estamos dentro de un puto tubo giratorio.
Se dio cuenta de que ahora el paisaje daba volteretas a la mitad de la velocidad con la que habían comenzado el trayecto. Empezó a distinguir detalles, edificios conocidos que los ciudadanos de Aubusson ya habían visto.
—No pasará nada —dijo Cuthbertson—. Solo vamos a chocar contra una parte diferente de la ventana.
—¿Cambiará eso algo? —preguntó Thalia.
—No lo creo. Deberíamos atravesarla tan fácilmente como en cualquier otra parte.
—En cualquier momento —dijo Meriel Redon—. Estamos llegando a la ventana. Prepárense. Habrá una sacudida cuando choquemos contra el borde de la franja de tierra.
Thalia se abrazó en la medida que pudo, pues ya estaba atada como una ofrenda sacrificial. Sintió un momento de vértigo cuando la esfera rodó por encima del extremo de la franja de paisaje y se derrumbó con estrépito en la vasta llanura vidriosa de la ventana. El desplazamiento resultó misteriosamente suave cuando rodaron por la superficie geométricamente perfecta. Con poca fricción, excepto por la resistencia del aire, rodaban a una velocidad más o menos estable.
—Rómpete —susurró Thalia—. Por favor, rómpete. Y, por favor, que seamos herméticos cuando ocurra.
Dreyfus llamó a la puerta de la sala estratégica antes de entrar. Era recomendable cierta deferencia. Dreyfus sabía que su autorización Pangolín lo ponía en pie de igualdad con los séniores en algunos aspectos, pero no tenía sentido meter el dedo en esa llaga.
—Dreyfus —dijo Baudry interrumpiendo la discusión que tenía con los otros séniores—. Me temo que llegas demasiado tarde. Te has perdido la desaparición del Estado Vegetativo Persistente.
Sin sentarse, Dreyfus se movió a una posición cercana al Planetario. El número de luces rojas no había cambiado desde la última vez que lo había visto, pero aquello no le servía de consuelo, pues sabía lo que había costado tan solo frenar el avance de Aurora.
—¿Cuántos hemos sacado?
—Ciento diecisiete mil de una población de ciento treinta mil. No está mal, en especial si tenemos en cuenta que estamos hablando de cadáveres.
—Ahora hemos concentrado nuestros esfuerzos de evacuación en los objetivos a los que creemos que Aurora se dirigirá a continuación —dijo Clearmountain—. Nuestros monitores muestran que los flujos de escarabajos ya están cambiando de dirección, ahora que saben que el Eje y el EPV han desaparecido.
—Quieres decir ahora que los hemos bombardeado —dijo Dreyfus.
—Lo que sea. Aunque, de momento, no sabemos adonde se dirigirán los escarabajos. Hay un número de candidatos posibles. Por desgracia, ninguno de ellos son hábitats que hayamos empezado a evacuar. Empezamos de cero.
—¿Adonde irán los evacuados?
Por sus reacciones, supo que su pregunta no era bienvenida.
—En un mundo ideal, los meteríamos en una nave y los enviaríamos a algún lugar remoto del Anillo Brillante, lejos del frente de expansión de Aurora —dijo Clearmountain—. Pero incluso con los cruceros de alta combustión, eso implicaría un retraso inaceptable en el viaje de ida y vuelta. Nuestra única estrategia práctica ha sido trasladar a los ciudadanos a hábitats relativamente cercanos, para que el tiempo consumido entre la ida y la vuelta sea mínimo.
—Adelante.
Clearmountain miró rápidamente a los otros séniores.
—Por desgracia, el frente proyectado de Aurora está empezando a afectar a algunos de esos hábitats.
—Entiendo.
—Lo que significa que cuando empecemos a evacuar esos hábitats, también tendremos que mover a los recientes refugiados. Con nuestros recursos actuales la situación es prácticamente incontenible, pero cuando el frente se expanda, y el número de hábitats en peligro crezca de forma geométrica, la carga de refugiados pronto se convertirá en un factor claramente limitante. —Clearmountain ofreció sus palmas en un gesto de rendición bienintencionada—. Tendremos que tomar algunas decisiones difíciles cuando eso ocurra, prefecto Dreyfus.
—Hoy hemos aniquilado dos hábitats ocupados. Ya hemos tomado decisiones difíciles.
—Lo que quiero decir —dijo Clearmountain con un sonrisa tensa— es que tendremos que centrar nuestras actividades donde puedan ser más útiles.
—¿No es exactamente eso lo que ya estamos haciendo?
—No hasta el punto que pronto será necesario. En interés de maximizar el número de ciudadanos que podamos evacuar lejos de Aurora, tendremos que priorizar la ayuda a los ciudadanos que menos obstaculicen nuestros esfuerzos.
—Ya veo adonde quieres ir a parar. Crees que deberíamos dejar morir a los casos comatosos.
—No sabrán lo que les pasa.
—Todos esos ciudadanos entraron en coma voluntario a condición de que el EPV cuidara de ellos, y de que Panoplia los ayudara si el EPV no lo hacía. Es una promesa que hicimos a esas personas.
Clearmountain parecía exasperado.
—¿Te preocupa romper una promesa a un ciudadano con las funciones cerebrales de una col?
—Solo me preguntaba dónde acabará todo esto. Así que los casos comatosos nos resultan incómodos. Bien, los perdemos. ¿Quién vendrá después? ¿Los ciudadanos que no pueden moverse tan rápido como los demás? ¿Ciudadanos cuyo aspecto no nos gusta? ¿Ciudadanos que tal vez no votaron lo que nos convenía la última vez que hubo una votación sobre el derecho de Panoplia a usar armas?
—Creo que estás siendo innecesariamente melodramático —dijo Clearmountain—. ¿Hay una razón para tu visita, aparte de poner en duda un programa de evacuación que ya resulta complicado?
—Clearmountain tiene razón —dijo la imagen de Jane Aumonier hablando desde su posición habitual en la mesa—. Los casos comatosos son una molestia y nos resultaría mucho más fácil poner el soporte vital en todos ellos. Retrasan nuestro programa de evacuación y, por lo tanto, aumentan el peligro para el resto de la ciudadanía. Pero Tom tiene aun más razón. Si cruzamos esa línea una sola vez, si decimos que esos ciudadanos importan menos que otros, ya podemos entregarle a Aurora las llaves del reino. Pero no vamos a hacerlo. Esto es Panoplia. Todo lo que defendemos dice que somos mejores que eso.
—Gracias —dijo Dreyfus en un susurro.
—Pero no podemos permitir que los casos comatosos impongan una carga demasiado pesada en el programa de evacuación —prosiguió Aumonier—. Por eso quiero ocuparme de ellos ahora, para no tener que preocuparnos de ellos en el futuro. Quiero que los lleven muy lejos del frente, fuera del Anillo Brillante si es necesario, si podemos identificar un lugar adecuado.
—Para eso necesitaremos naves y personal —dijo Baudry.
—Lo sé. Pero tiene que hacerse. ¿Tienes alguna sugerencia, Lillian?
—Podemos considerar el Hospicio Idlewild. Están acostumbrados a ocuparse de influjos repentinos de durmientes incapacitados, así que deberían poder ocuparse de los casos comatosos.
—Excelente propuesta. ¿Puedes ocuparte de ello?
—Me pongo de inmediato. —Tras una larga pausa, dijo—: Prefecto supremo Aumonier…
—¿Sí?
—Ya han pasado casi seis horas desde la transmisión de Aurora.
—Soy consciente de ello, muchas gracias.
—Solo digo… dado lo que sabemos de su capacidad… y las dificultades que estamos teniendo con el esfuerzo de evacuación, y el número finito de dispositivos nucleares en nuestro arsenal…
—¿Sí, Lillian?
—Creo que sería prudente al menos considerar la propuesta de Aurora. —Tenía la tensión escrita en la cara, y sus palabras salieron con torpeza—. Si tiene el éxito garantizado, entonces tenemos la responsabilidad de hacer todo lo que podamos para proteger a la ciudadanía durante la fase de transición. Aurora ha amenazado con empezar a practicar la eutanasia a los ciudadanos de los hábitats que ya controla. Creo que cumplirá su amenaza a menos que emitamos el código del golpe de Estado al resto de los diez mil. Si queremos salvar el mayor número posible de vidas, puede que no tengamos más remedio que cumplir con su demanda.
—Creo que aún no estamos preparados para entregarle las llaves del castillo —dijo Dreyfus antes de que alguien tuviera tiempo de responder a las palabras de Baudry.
—Con todos mis respetos, prefecto de campo Dreyfus… —comenzó exasperada.
—Con todos mis respetos, prefecto sénior Baudry, cállese. —Dreyfus miró mordazmente a Baudry y luego a Clearmountain—. He venido por una razón, y no era para firmar nuestra rendición. ¿Tienen alguna objeción a que requise el Planetario un momento?
—Si necesitas poner en marcha el Planetario, tienes autorización para conjurar un duplicado en tu apartamento —dijo Clearmountain.
—Deja que lo use —dijo Aumonier a modo de advertencia—. ¿Qué tienes, Tom?
—Puede que no sea nada. Por otra parte, puede ser una pista sobre la ubicación actual del Relojero.
Aumonier levantó una ceja. Dreyfus no la había informado de antemano, así que estaba tan perpleja como todos los presentes.
—Entonces creo que deberías continuar de inmediato.
—Necesitaré retrasarlo unas horas. ¿Están todos de acuerdo?
—Haz lo que tengas que hacer —dijo Aumonier.
Dreyfus comenzó a retrasar el Planetario hasta el momento en el que había comenzado a rastrear el cúter de Saavedra.
—Recordemos lo que estamos mirando —dijo mientras los dígitos del tiempo daban marcha atrás—. El Planetario es más que un registro en tiempo real de la disposición del Anillo Brillante y de sus hábitats. También muestra Yellowstone. No es solo una representación estática del aspecto del planeta desde el espacio. Es una imagen tridimensional en movimiento constante, reconstruida desde incontables puntos de vista orbitales.
—Eso ya lo sabemos —dijo Clearmountain.
—Oigámoslo —ronroneó Aumonier.
—El Planetario registra todo lo que ocurre en Yellowstone. Cambios del tiempo, coloración de las nubes… lo guarda todo en la memoria. Incluso esas raras ocasiones en las que las nubes se despejan y revelan la superficie. Pero aún hay más. —Los dígitos se detuvieron: el Planetario había retrocedido al momento del vuelo de Saavedra. Dreyfus tocó ligeramente con un dedo el disco del Anillo Brillante—. Esto es Panoplia. —Movió su dedo unos pocos centímetros a la derecha—. Esta es la última posición conocida del vehículo de Saavedra antes de que desapareciera de nuestro sensor. En el espacio claro habríamos podido rastrearla a una velocidad de varios segundos luz. Pero es inútil en el espesor del Anillo, más aun con la crisis actual, y Saavedra lo sabía.
—Has dicho que la perdimos —dijo Aumonier—. ¿Ha cambiado algo?
—Saavedra me dijo que no podría atraparla porque no había más naves disponibles. Se estaba echando un farol. Puede que no hubiera otras naves lo bastante rápidas como para alcanzarla, pero sin duda había otros vehículos que tenían más combustible y más armas. —Dreyfus levantó la vista del Planetario—. Así que fisgoneé un poco. Resulta que los miembros de Firebrand… supongo que todos están informados sobre Firebrand, han estado usando un montón de vehículos
transat
últimamente, incluso en servicios que no exigían esa capacidad. ¿Por qué lo harían?
—Crees que han llevado el Relojero a Yellowstone —dijo Aumonier.
Dreyfus asintió.
—Eso parece. Por supuesto, no es un dato particularmente útil. Es un planeta enorme con muchos escondites.
—Entonces, ¿por qué no se llevaron al Relojero allí desde el principio, en lugar de usar la Burbuja Ruskin-Sartorious? —preguntó Baudry.
—Porque habría sido mucho más arriesgado —dijo Dreyfus—. Visitar al Relojero en la Burbuja era tan fácil que lo hicieron durante nueve años sin que nadie sospechara nada. Pero es mucho más difícil esconder vuelos que entran y salen de Yellowstone. Debieron de considerarlo un escondite temporal hasta que pudieran preparar algún otro lugar en el Anillo. Pero entonces Aurora entró en acción.
—Buen trabajo, Tom —dijo Aumonier—. Pero la cuestión es que ni Panoplia ni las agencias policiales locales disponen de los recursos para peinar todo el planeta y buscar un escondite secreto, sobre todo ahora.
—No tenemos que peinarlo. Creo que sé dónde están exactamente. —Dreyfus señaló la cara oscura de Yellowstone en el Planetario. Estaba prácticamente negra, excepto por un frío parpadeo azul de luz en el polo sur—. La nave de Saavedra llevaba tecnología de sigilo, pero nada es completamente invisible, ni siquiera un no envoltorio. Para evitar que la detectaran, Saavedra tenía que moverse rápido y aprovechar los intervalos en los sistemas de rastreo del CCT, igual que cualquier prefecto en una misión delicada.
—¿En qué nos ayuda eso?
—Significa que sus opciones eran limitadas cuando llegó a la atmósfera. Estoy seguro de que habría preferido entrar poco a poco, pero eso habría significado pasar demasiado tiempo en el espacio cercano a Yellowstone. Así que entró a lo bruto, usando la atmósfera como freno.
—Y la pillamos —dijo Aumonier.
Dreyfus sonrió. Jane iba un paso por delante de él, pero le gustaba así. Sentía como si actuaran en pareja, ayudándose mutuamente en su discurso para quedar mejor ante los otros prefectos. Los otros debieron de pensar que habían ensayado la representación.
—Las cámaras detectaron ese destello —dijo Dreyfus, y dejó que el Planetario se desplazara hasta el punto que había señalado. Un diminuto punto de luz rosa crecía y menguaba cerca del ecuador de Yellowstone—. Concuerda con el tiempo de entrada de un vehículo del tamaño de un cúter moviéndose a la misma velocidad que Saavedra justo antes de que la perdiéramos de vista. Es ella, séniores.
—Hay naves que entran y salen de Yellowstone continuamente —dijo Clearmountain.
—Pero no tan rápido. La mayoría de las naves entran poco a poco, y se adaptan a la atmósfera en un empuje controlado. Y apenas ha habido tráfico rutinario desde que la prefecto supremo convocó una votación para el uso de los poderes de emergencia. La gente está intentando pasar desapercibida, esperando a que todo esto termine.