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Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

El Periquillo Sarniento (19 page)

BOOK: El Periquillo Sarniento
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Pero hombre, la verdad, le dije, yo creo que no soy bueno para
sacerdote, porque me gustan mucho las mujeres, y según eso,
pienso que soy mejor para casado. Perico, ¡qué tonto
eres!, me contestó Pelayo. ¿No ves que ésas son
tentaciones del demonio para apartarte de un estado tan santo?
¿Tú crees que sólo siendo eclesiástico
podrás pecar por este rumbo? No amigo, también los
seculares y aun los casados pecan por el mismo. A más de que
¿qué cosa…? Pero no quiero abrirte los ojos en esta
materia. Ordénate, hombre, ordénate y quítate de
ruidos, que después, tú me darás las gracias por
el buen consejo.

Despedime de mi amigo, y me fui para casa, resuelto a ser
clérigo, topara en lo que topara; porque me hallaba muy bien
con la lisonjera pintura que me había hecho Martín del
estado.

Llegó la noche, y mi buen padre, que no se descuidaba en mi
provecho, me llamó a su gabinete y me dijo: Hoy se cumple el
plazo, hijo mío, que te di para que consultaras y resolvieras
sobre la carrera de las ciencias o de las artes que te acomode, para
dedicarte a ellas desde luego; porque no quiero que estés
perdiendo tanto tiempo. Dime, pues, ¿qué has pensado y
qué has resuelto? Yo, señor, le respondí, he
pensado ser clérigo. Muy bien me parece, me dijo mi padre; pero
no tienes capellanía, y en este caso, es menester que estudies
algún idioma de los indios, como mexicano, otomí,
tarasco, matzagua u otro para que te destines de vicario y administres
a aquellos pobres los santos sacramentos en los
pueblos. ¿Estás entendido en esto? Sí
señor, le respondí, porque me costaba poco trabajo decir
que sí; no porque sabía yo cuáles eran las
obligaciones de un vicario.

Pues ahora es menester que también sepas,
añadió mi padre, que debes ir sin réplica a donde
te mandare tu prelado, aunque sea al peor pueblo de tierra caliente,
aunque no te guste o sea perjudicial a tu salud; pues mientras
más trabajos pases en la carrera de vicario, tantos mayores
méritos contraerás para ser cura algún
día.

En los pueblos que te digo hay mucho calor y poca o ninguna
sociedad, si no es con indios mazorrales. Allí tendrás
que sufrir a caballo y a todas horas en las confesiones, soles
ardientes, fuertes aguaceros, y continuas desveladas o
vigilias. Batallarás sin cesar con los alacranes, turicatas,
tlalages, pinolillo, garrapatas, gegenes, zancudos, y otros insectos
venenosos de esta clase, que te beberán la sangre en poco
tiempo. Será un milagro que no pases tu trinquetada de
tercianas que llaman
fríos
, a los que sigue
después ordinariamente una tiricia consumidora; y en medio de
estos trabajos, si encuentras con un cura tétrico, necio y
regañón, tendrás un vasto campo donde ejercitar
la paciencia; y si topas con uno flojo y regalón,
cargará sobre ti todo el trabajo, siendo para él lo
pingüe de los emolumentos. Conque esto es ser sacerdote y
ordenarse a título de idioma o
administración. ¿Te gusta? Sí señor, le
respondí de cumplimiento, pues a la verdad no dejó de
resfriar mi ánimo el detall que me había hecho de los
trabajos y mala vida que suelen pasar los vicarios; pero yo
decía entre mí ¿qué luego ha de dar en un
ojo? ¿Luego he de ir a tener a tierra caliente, a un pueblo
ruin? ¿Luego ha de haber alacranes, moscas, ni esos otros
salvajes
que me dice mi padre? ¿Luego me han de dar
los fríos, o los curas a quienes sirva han de ser todos flojos
o regañones? Quizá no será así, sino que
hallaré un buen pueblo y cura, y entonces pasearé bien,
tendré dinero, y dentro de un par de años lograré
un curato riquillo, y descansando yo en mis vicarios, ya me
podré tender boca arriba, y raparme una videta de
ángeles.

Estas cuentas estuve yo haciendo a mis solas, mientras mi padre fue
a la puerta para enviar una criada a traer tabaco. Volvió su
merced, se sentó y continuó su conversación de
este modo.

Conque, Pedrillo, supuesta la resolución que tienes de
ordenarte, ¿qué quieres estudiar?
¿Cánones o teología? Yo me sorprendí,
porque cuanto me agradaba tener dinero rascándome la barriga
hecho un flojo, tanto así me repugnaba el estudio y todo
género de trabajo.

Quedeme callado un corto rato, y mi padre advirtiendo mi
turbación, me dijo: cuando resolviste dedicarte a la iglesia,
ya previniste la clase de estudios que habías de abrazar, y
así no debes detener la respuesta. ¿Qué, pues,
estudias? ¿Cánones o teología? Yo muy fruncido le
respondí: señor, la verdad, ninguna de esas dos
facultades me gusta, porque yo creo que no las he de poder aprender,
porque son muy difíciles; lo que quiero estudiar es moral, pues
me dicen que para ser vicario, o cuando más un triste cura, con
eso sobra.

Levantose mi padre al oír esto algo amohinado, y
paseándose en la sala decía: ¡Vea usted! Estas
opiniones erróneas son las que pervierten a los
muchachos. Así pierden el amor a las ciencias, así se
extravían y se abandonan, así se empapan en unas ideas
las más mezquinas, y abrazan la carrera eclesiástica
porque les parece la más fácil de aprender, la
más socorrida y la que necesita menos ciencia. De facto,
estudian cuatro definiciones y cuatro casos los más comunes del
moral, se encajan a un sínodo, y si en él aciertan por
casual, se hacen presbíteros en un instante, y aumentan el
número de los idiotas con descrédito de todo el
estado. Y encarándose a mí, me dijo: en efecto, hijo, yo
conozco varios vicarios imbuidos en la detestable máxima que te
han inspirado de que no es menester saber mucho para ser sacerdotes, y
he visto por desgracia, que algunos han soltado el
acocote
para tomar el cáliz, o se han desnudado la pechera de arrieros
para vestirse la casulla, se han echado con las petacas y se han
metido a lo que no eran llamados; pero no creas tú, Pedro, que
una mal mascada gramática y un mal digerido moral bastan, como
piensas, para ser buenos sacerdotes y ejercer dignamente el terrible
cargo de cura de las almas.

Muy bien sé que hubo tiempos en que (como nos refiere el
abate Andrés en su historia de la literatura) decayeron las
ciencias en la Europa en tanto grado, que el que sabía leer y
escribir tenía cuanto necesitaba para ser sacerdote, y si por
fortuna sabía algo del canto llano, entonces pasaba plaza de
doctor; pero ¿quién duda que la Santa Iglesia no se
afligiría por esta tan general ignorancia, y que
condescendería con la ineptitud de estos ministros por la
oscuridad del siglo, por la inopia de sujetos idóneos, y porque
el pueblo no careciera del pasto espiritual; y así a trueque de
que sus hijos no perecieran de hambre, teniendo por la gracia de
Jesucristo el pan tan abundante, tenía que fiar con dolor su
repartimiento a unas manos groseras, y que encomendar, a más no
poder, la administración de la Viña del Señor a
unos operarios imperitos?

Pero así como en aquel tiempo hubiera sido un error grosero
decir que sobra con saber leer para hacerse alguno digno de los
sagrados órdenes, por más que así sucediera; de
la misma manera lo es hoy asegurar que para obtener tan alta dignidad
sobra
con una poca de gramática y otro poco de moral,
por más que muchos no tengan más ciencias cuando se
ordenan; pues tenemos evidentes testimonios de que la iglesia lo
tolera, mas no lo quiere.

Todo lo contrario, siempre ha deseado que los ministros del altar
estén plenamente dotados de ciencia y virtud. El sagrado
Concilio de Trento manda: «que los ordenados sepan la lengua
latina, que estén instruidos en las letras; desea que crezca en
ellos con la edad el mérito y la mayor instrucción;
manda que sean idóneos para administrar los sacramentos y
enseñar al pueblo, y por último, mandó establecer
los seminarios donde siempre haya un número de jóvenes
que se instruyan en la disciplina, eclesiástica, los que quiere
que aprendan gramática, canto, cómputo
eclesiástico, y otras facultades útiles y honestas; que
tomen de memoria la sagrada escritura, los libros
eclesiásticos, homilías de los santos, y las
fórmulas de administrar los sacramentos, en especial lo que
conduce a oír las confesiones, y las de los demás ritos
y ceremonias. De suerte que estos colegios sean unos perennes
planteles de ministros de Dios.» Ses. 23 cap. 11, 13, 14 y
18.

Conque ya ves, hijo mío, como la Santa Iglesia quiere, y
siempre ha querido, que sus ministros estén dotados de la mayor
sabiduría, y justamente; porque ¿tú sabes
qué cosa es y debe ser un sacerdote? Seguramente que no. Pues
oye: un sacerdote es un sabio de la ley, un doctor de la fe, la sal de
la tierra y la luz del mundo. Mira ahora si desempeñará
estos títulos, o los merecerá siquiera, el que se
contenta con saber gramática y la moral a medias, y mira si
para obtener dignamente una dignidad, que pide tanta ciencia,
bastará o sobrará con tan poco, y esto suponiendo que se
sepa bien. ¿Qué será ordenándose con una
gramática mal mascada y una moral mal aprendida?

Por otra parte, cuando vemos tantos sacerdotes sabios y virtuosos
que ya viejos, enfermos y cansados, con las cabezas trémulas y
blancas, en fuerza de la edad y del estudio, aún no dejan los
libros de las manos, aún no comprehenden bastante los arcanos
de la teología, aún se oscurecen a su penetración
muchos lugares de la sagrada Biblia, aún se confiesan siempre
discípulos de los santos padres y doctores de la iglesia, y se
conocen indignos del sagrado carácter que los condecora,
¿qué juicio haremos de la alta dignidad del sacerdocio?
¿Y cómo no nos convenceremos del gran fondo de santidad
y sabiduría que requiere un estado tan sublime en los que sean
sus individuos?

Y si después de estas serias consideraciones, tendemos la
vista por el oriente opuesto, y vemos cuán tranquilos y
satisfechos se introducen al
Sancta Sanctorum
muchos
jovencitos con cuatro manotadas que le han dado a Nebrija y otras
tantas al padre Lárraga. Si vemos que algunos, apenas se
ordenan de presbíteros, cuando se despiden no sólo de
estos dos pobres libros, sino quizá y sin quizá hasta
del breviario. Y por último, si damos un paso fuera de la
capital, y ciudades donde residen los diocesanos y cabildos, y vemos
por esos pueblos de Dios, lances de ignorancia escandalosos y aun
increíbles
[34]
, y si escuchamos en esos
púlpitos sandeces y majaderías que no están
escritas, ¿qué juicios nos hemos de formar de estos
ministros? ¿Cuál de su virtud? ¿Y cuál de
lo recto de la administración espiritual de los infelices
pueblos encargados a su custodia? ¡Oh!, que para referir los
daños de que son causa, sería preciso decir lo que Eneas
a Dido al contarle las desgracias de Troya. ¿Quién
reprimirá las lágrimas al referir tales cosas?

Aquí sacó mi padre su reloj y me dijo: ha sido larga
la conferencia de esta noche; mas aún no te he dicho todo
cuanto necesitas sobre un asunto tan interesante; sin embargo, lo
dejaremos pendiente para mañana, porque ya son las diez, y tu
madre nos espera para cenar. Vámonos.

Capítulo X

Concluye el padre de Periquillo su
instrucción. Resuelve éste estudiar teología. La
abandona. Quiere su padre ponerlo a oficio; él se resiste, y se
refieren otras cosillas

Cenamos muy contentos como siempre, y nos
fuimos a acostar como todas las noches. Yo no pude menos que estar
rumiando lo que acababa de decir mi padre, y no dejaba de conocer que
me decía el credo, porque hay verdades que se meten por los
ojos, aunque uno no quiera; pero por más que me
convencían las razones que había oído, no me
podía resolver a estudiar cánones o teología, que
era el intento de mi buen padre; pues así como me agradaba la
vida libre y holgazana así me fastidiaba el
trabajo. Finalmente, yo me quedé dormido, haciendo mis cuentas
de cómo conseguiría ser clérigo para tener dinero
sin trabajar, y de cómo eludiría las buenas intenciones
de mi padre. En esto se desvelan muchos niños sin advertir que
se desvelan en su ruina.

Al otro día después que vino mi padre de misa, me
llamó a su cuarto y me dijo: no quiero que se nos vaya a
olvidar la contestación de anoche. Te decía, Pedro, que
los pueblos padecen mucho cuando sus curas y vicarios son ignorantes o
inmorales, porque jamás las ovejas estarán seguras ni
bien cuidadas en poder de unos pastores necios o desidiosos; y todo
esto te lo he dicho para probarte que la sabiduría nunca sobra
en un sacerdote, y más si está encargado del cuidado de
los pueblos; y para mayor confirmación de mi doctrina, oye.

En los pueblos puede haber, y en efecto habrá en muchos,
algunas almas místicas y que aspiren a la perfección por
el camino ordinario, que es el de la oración mental. ¿Y
qué dirección podrá dar un padre vicario semi
lego a una de estas almas, cuando por desidia o ineptitud no
sólo no ha estudiado la respectiva teología, pero ni
siquiera ha visto por el forro las obras de Santa Teresa, la Lucerna
mística del padre Esquerra, los desengaños
místicos del padre Arbiol, y quizá ni aun el Kempis ni
el Villacastín? ¿Cómo podrá dirigir a una
alma virtuosa y abstracta el que ignora los caminos?
¿Cómo podrá sondear su espíritu ni
distinguir si es una alma ilusa, o verdaderamente favorecida, cuando
no sabe qué cosa son las vías purgativa, iluminativa,
contemplativa y unitiva? ¿Cuando ignora qué cosa ron
revelaciones, éxtasis, raptos y deliquios? ¿Cuando le
coge de nuevo lo que son consolaciones y sequedades? ¿Cuando se
sorprende al oír las voces de ósculo santo, abrazo
divino y desposorio espiritual? ¿Y cuando (por no cansarte con
lo que no entiendes) ignora del todo los primores con que obra la
divina gracia en las almas espirituales y devotas? ¿No es
verdad? ¿No conoces tú que si te pusieras a llevar un
navío a Cádiz, a Cavite o a otro puerto, con las luces
que tienes de pilotaje (que son ningunas) seguramente darías
con la embarcación infeliz que se te confiara en un banco, en
un arrecife, o en un golfo sin llegar jamás por jamás al
puerto de su destino? Esto lo debes comprender porque la
comparación es muy sencilla. Pues lo mismo sucede a estos
infelices vicarios
Lárragos
a secas, que apenas saben
absolver a un pecador común (como los indios que no saben
más que llevar una canoa a Ixtacalco). Ellos los pobres son
ciegos, y las almas que aspiran a entrar por la vía de la
perfección, también son ciegas, y necesitan una buena
guía que las dirija. No la hallan en los directores modorros, y
sucede que (a no ser por un favor especial de la gracia) ellas o se
entibian o se pierden; y las guías o se confunden, o se
precipitan en los errores de la ilusión que ellas les
comunican.

BOOK: El Periquillo Sarniento
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