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Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

El Periquillo Sarniento (13 page)

BOOK: El Periquillo Sarniento
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De escritor el oficio desempeña,
quien divierte al lector y quien lo enseña.

Mas en fin, yo hago lo que puedo; aunque no como lo
deseo.

Sentámonos a la mesa, comenzamos a almorzar alegremente, y
como yo era el santo de la fiesta, todos dirigían hacia
mí su conversación. No se hablaba sino del niño
bachiller, y conociendo cuán contentos estaban mis padres, y yo
cuán envanecido con el tal título, todos nos daban no
por donde nos dolía, sino por donde nos agradaba. Con esto no
se oía sino: tenga usted bachiller, beba usted bachiller, mire
usted bachiller, y torna bachiller, y vuelve bachiller, a cada
instante.

Se acabó el almuerzo; después siguió la comida
y a la noche el bailecito, y todo ese tiempo fue un continuo
bachilleramiento
. ¡Válgame Dios y lo que me
bachillerearon
ese día! Hasta las viejas y las criadas
de casa me daban mis
bachillereadas
de cuando en
cuando. Finalmente, quiso la Majestad divina que concluyera la frasca,
y con ella tanta bachillería. Fuéronse todos a sus
casas. Mi padre quedó con sesenta o setenta pesos menos, que le
costó la función; yo con una presunción
más, y nos retiramos a dormir que era lo que faltaba.

A otro día nos levantamos a buena hora; y yo que pocas antes
había estado tan ufano con mi título, y tan satisfecho
con que me estuvieran regalando las orejas con su repetición,
ya entonces no le percibía ningún
gusto. ¡Qué cierto es que el corazón del hombre es
infinito en sus deseos, y que únicamente la sólida
virtud puede llenarlo!

No entendáis que ahora me hago el santucho y os escribo
estas cosas por haceros creer que he sido bueno. No, lejos de
mí la vil hipocresía. Siempre he sido perverso, ya os lo
he dicho, y aun postrado en esta cama, no soy lo que debía; mas
esta confesión os ha de asegurar mejor mi verdad, porque no
sale empujada por la virtud que hay en mí, sino por el
conocimiento que tengo de ella, y conocimiento que no puede esconder
el mismo vicio; de suerte, que si yo me levanto de esta enfermedad y
vuelvo a mis antiguos extravíos (lo que Dios no permita) no me
desdeciré de lo que ahora os escribo, antes os confesaré
que hago mal; pero conozco el bien, según se expresaba
Ovidio.

Volviendo a mí, digo, que a los dos o tres días de mi
grado, determinaron mis padres enviarme a divertir a unos herraderos
que se hacían en una hacienda de un su amigo, que estaba
inmediata a esta ciudad. Fuime en efecto…

Capítulo VI

En el que nuestro bachiller da razón de lo
que le pasó en la hacienda, que es algo curioso y entretenido

Llegué a la hacienda en
compañía del amigo de mi padre, que era no menos que el
amo o dueño de ella. Apeámonos y todos me hicieron una
acogida favorable.

Con ocasión del divertimiento que había de los
herraderos, estaba la casa llena de gente lucida, así de
México como de los demás pueblos vecinos.

Entramos a la sala, me senté en buen lugar en el estrado,
porque jamás me gustó retirarme a largo trecho de las
faldas, y después que hablaron de varias cosas de campo, que yo
no entendía, la señora grande, que era esposa del
dueño de la dicha hacienda, trabó conversación
conmigo y me dijo: conque señorito, ¿qué le han
parecido a usted esos campos por donde ha pasado? Le habrán
causado su novedad, porque es la primera vez que sale de
México, según noticias. Así es, señora,
la dije, y los campos me gustan demasiado. Pero no como la ciudad,
¿es verdad?, me dijo. Yo por política le
respondí: sí señora, me han gustado, aunque
ciertamente no me desagrada la ciudad. Todo me parece bueno en su
línea; y así estoy contento en el campo como en el
campo; y divertido en la ciudad como en la ciudad. Celebraron bastante
mi respuesta, como si hubiera dicho alguna sentencia catoniana, y la
señora prosiguió el elogio diciendo: sí,
sí, el colegial tiene talento, aunque luciera mejor si no fuera
tan travieso, según nos ha dicho Januario.

Este Januario era un joven de diez y ocho a diez y nuevo
años, sobrino de la señora, condiscípulo siempre
y grande amigo mío. Tal salí yo, porque era demasiado
burlón y gran bellaco, y no le perdí pisada ni
dejé de aprovecharme de sus lecciones. Él se hizo mi
íntimo amigo desde aquella primera escuela en que estuve, y fue
mi eterno ahuizote
[27]
y mi sombra inseparable en todas
partes, porque fue a la segunda y tercera escuela en que me pusieron
mis padres; salió conmigo, y conmigo entró y
estudió gramática en la casa de mi maestro
Enríquez; salí de allí, salió él;
entré a San Ildefonso, entró él también;
me gradué, y se graduó en el mismo día.

Era de un cuerpo gallardo, alto y bien formado; pero como en mi
consabida escuela era constitución que nadie se quedara sin su
mal nombre, se lo cascábamos a cualquiera aunque fuera un
Narciso o un Adonis; y según esta regla le pusimos a don
Januario
Juan Largo
, combinando de este modo el sonido de su
nombre y la perfección que más se distinguía en
su cuerpo. Pero después de todo, él fue mi maestro y mi
más constante amigo; y cumpliendo con estos deberes tan
sagrados, no se olvidó de dos cosas que me interesaron
demasiado y me hicieron muy buen provecho en el discurso de mi vida, y
fueron: inspirarme sus malas mañas, y publicar mis prendas, y
mi sobrenombre de PERIQUILLO SARNIENTO por todas partes; de manera que
por su amorosa y activa diligencia lo conservé en
gramática, en filosofía y en el público cuando se
pudo. Ved, hijos míos, si no sería yo un ingrato si
dejara de nombrar en la historia de mi vida con la mayor
efusión de gratitud a un amigo tan útil, a un maestro
tan eficaz, y al pregonero de mis glorias; pues todos estos
títulos desempeñó a satisfacción el grande
y benemérito Juan Largo.

No sabía, con todo eso, si aquellas señoras
tenían tan larga relación de mí, ni si
sabían mi retumbante nombrecillo. Estaba muy ufano en el
estrado dando taba, como dicen, con la señora y una
porción de niñas, entre las cuales no era la menos viva
y platiconcilla la hija de la señora mi panegirista, que no me
pareció tercio de paja, porque sobre no haber quince
años feos y estar ella en sus quince, era demasiado bonita, e
interesante su figura, motivo poderoso para que yo procurara manejarme
con cierta afabilidad y circunspección lo mejor que
podía para agradarla; y ya había notado que cuando
decía yo alguna facetada colegialuna, ella se reía la
primera y celebraba mi genialidad de buena gana.

Estaba yo, pues, quedando bien y en lo mejor de mi gusto, cuando en
esto que escuché ruido de caballos en el patio de la hacienda,
y antes de preguntar quién era, se fue presentando en medio de
la sala, con su buena manga, paño de sol, botas de campana, y
demás aderezos de un campista decente… ¿Quién
piensan ustedes que sería? ¡Quién había de
ser, por mis negros pecados, sino el demonio de Juan Largo, mi caro
amigo y favorecedor! Al instante que entró, me vio, y saludando
a todos los concurrentes en común y sobre la marcha, se
dirigió a mí con los brazos abiertos y me halagó
las orejas de esta suerte: ¡oh, mi querido Periquillo Sarniento!
¿Tanto bueno por acá? ¿Cómo te va,
hermano? ¿Qué haces? Siéntate…

No puedo ponderar la enojada que me di al ver como aquel maldito en
un instante había descubierto mi sarna y mi periquería
delante de tantos señores decentes, y lo que yo más
sentía, delante de tantas viejas y muchachas burlonas, las que
luego que oyeron mis dictados comenzaron a reírse a carcajadas
con la mayor impudencia y sin el menor miramiento de mi personita. Yo
no sé si me puse amarillo, verde, azul o colorado, lo que
sí me acuerdo es que la sala se me oscureció de la
cólera, y los carrillos y orejas me ardían más
que si los hubiese estregado con chile. Miré al condenado Juan
Largo, y le respondí no sé qué, con mucho
desdén y gravedad, creyendo con este entono corregir la burla
de las muchachas y la insolencia de mi amigo; pero nada menos que eso
conseguí, pues mientras yo me ponía más serio,
las muchachas reían de mejor gana, de modo que parecía
que les hacían cosquillas a las muy puercas, y el pícaro
de Juan Largo añadía nuevas facetadas con que redoblaban
sus caquinos. Viéndome yo en tal apuro, hube de ceder a la
violencia de mi estrella y disimular la bola que tenía,
riéndome con todos; aunque si va a decir verdad, mi risa no era
muy natural, sino algo más que forzada.

En fin, después que me periquearon bastante y disecaron el
hediondo cadáver de su sarnosa etimología, ya que no
tenían baso para reír, ni aquel bribón bufonada
con que insultarme, cesó la escena, y calmó, gracias a
Dios, la tempestad.

Entonces fue la primera vez que conocí cuán odioso
era tener un mal nombre, y qué carácter tan vil es el de
los truhanes y graciosos, que no tienen lealtad ni con su camisa;
porque son capaces de perder el mejor amigo por no perder la facetada
que les viene a la boca en la mejor ocasión; pues tienen el
arte de herir y avergonzar a cualquiera con sus chocarrerías, y
tan a mala hora para el agraviado, que parece que les pagan, como me
sucedió a mí con mi buen condiscípulo, que me fue
a hacer quedar mal, justamente cuando estaba yo queriendo quedar bien
con su prima. Detestad, hijos míos, las amistades de semejante
clase de sujetos.

Llegó la hora de comer, pusieron la mesa, y nos sentamos
todos según la clase y carácter de cada uno. A mí
me tocó sentarme frente a un sacerdote vicario de Tlalnepantla,
a cuyo lado estaba el cura de Cuautitlán, (lugar a siete leguas
de México) que era un viejo gordo y harto serio.

Comieron todos alegremente, y yo también, que como muchacho
al fin, no era rencoroso, y más cuando trataban de complacerme
con abundancia de guisados exquisitos y sabrosos dulces; porque don
Martín, que así se llamaba el amo, era bastante liberal
y rico.

Durante la comida hablaron de muchas cosas que yo no
entendí; pero después que alzaron los manteles,
preguntó una señora ¿si habíamos visto
la cometa
? El cometa dirá usted, señorita, dijo
el padre vicario. Eso es, respondió la madama. Sí, lo
hemos visto estas noches en la azotea del curato y nos hemos divertido
bastante. ¡Ay!, qué diversión tan fea, dijo la
madama. ¿Por qué señorita? ¿Por
qué? Porque ese cometa es señal de algún
daño grande que quiere suceder aquí. Ríase usted
de eso, decía el cleriguito; los cometas son unos astros como
todos; lo que sucede es que se ven de cuando en cuando porque tienen
mucho que andar, y así son tardones, pero no maliciosos. Si no,
ahí está nuestro amigo don Januario, que sabe bien
qué cosa son los cometas, y por qué se dan tanto a
desear de nuestros ojos, y él nos hará favor de
explicarlo con claridad para que ustedes se satisfagan. Sí,
Januarito, anda, dinos como está eso, dijo la prima; mas el
demonio de Juan Largo sabía tanto de cometas como de
pirocthenia, pero no era muy tonto; y así sin cortarse
respondió: prima, ese encargo se lo puedes hacer a mi amigo
Perico por dos razones, la una porque es muchacho muy hábil, y
la dos, porque siendo esta súplica tuya, propia para hacer
lucir una buena explicación cometal, por regla de
política debemos obsequiar con estos lucimientos a los
huéspedes. Conque vamos, suplícale al
Sarnientito
que te lo explique, verán ustedes
qué pico de muchacho. Así que él no esté
con nosotros yo te explicaré, no digo qué cosa son
cometas, y por dónde caminan, que es lo que ha apuntado el
padrecito, sino que te diré cuántos son todos los
luceros, cómo se llama cada uno, por dónde andan,
qué hacen, en qué se entretienen, con todas las
menudencias que tú quieras saber, satisfecho que tengo de
contentar tu curiosidad por prolija que sea, sin que haya miedo que no
me creas, pues como dijo tío Quevedo:

El mentir de las estrellas
es un seguro mentir,
porque ninguno ha de ir
a preguntárselo a ellas.

Conque ya quedamos, Poncianita, que te
explicará el cometa al derecho y al revés mi amigo
Perucho, mientras yo con licencia de estos señores voy a
ensillar mi caballo; y diciendo y haciendo se disparó fuera de
la sala sin atender a que yo decía, que estando allí los
señores padres, ellos satisfarían el gusto de la
señorita mejor que yo. No valió la excusa; el vicario de
Tlalnepantla me había conocido el juego, y porfiaba en que
fuera yo el explicador. Yo, decía, no señores; fuera una
grosería que yo quisiera lucir donde están mis
mayores. El cura, que era tan socarrón como serio, al
oír esta mi urbanidad, se sonrió al modo de conejo y
dijo: sabrán ustedes para bien saber, que en tiempo de marras,
había en mi parroquia un cura muy tonto y vano, entre los que
eran más tontos; él, pues, un día estaba
predicando lleno de satisfacción cuantas majaderías se
le venían a la cabeza, a unos pobres indios que eran los que
únicamente podían tener paciencia de escucharlo. Estaba
en lo más fervoroso del sermón, cuando fue entrando en
la iglesia el arzobispo mi señor, que iba a la santa visita. Al
instante que entró alborotose el auditorio y turbose el
predicador; siendo su sorpresa mayor que si hubiese visto al
diablo. Callose la boca, quitose el bonete, y diciendo su
ilustrísima que continuara, exclamó: ¡cómo
era capaz, señor ilustrísimo, que estando presente mi
prelado, fuera yo tan grosero que me atreviera a seguir mi
sermón! Eso no, suba usía ilustrísima, y
acábelo, mientras acabo yo la misa
pro populo
. El
arzobispo no pudo contener la risa de ver la grande urbanidad de este
cura ignorante, y lo bajó del púlpito y del curato;
apliquen ustedes. Calló el padre gordo diciendo esto. Sonriose
el vicario y las mujeres, y yo no dejé de correrme, aunque me
cabía cierta duda en si lo diría por mi política,
o por la de Juan Largo; mas no duré mucho en esta
suspensión, porque el zaragate del padre vicario probó
de una vez todo su arbitrio diciendo a la Poncianita: usted,
niña, elija quién ha de explicar lo que es cometa, el
colegial o yo; y si la elección recae en mí, lo
haré con mucho gusto, porque no me agrada que me rueguen, ni
sé hacer desaire a las señoras. Sin duda la
guiñó del ojo, porque al instante me dijo la prima de
Largo: usted, señor, quisiera me hiciera ese favor. No me pude
escapar, me determiné a darle gusto; mas no sabía ni por
dónde comenzar, porque maldito si yo sabía palabra de
cometas, ni cometos; sin embargo, con algún orgullo (prenda
esencialísima de todo ignorante) dije: pues, señores,
los cometas, o las cometas, como otros dicen, son unas estrellas
más grandes que todas las demás; y después que
son tan grandes, tienen una cola muy larguísima… ¿Muy
larguísima?, dijo el vicario; y yo que no conocía que se
admiraba de que ni castellano sabía hablar, le respondí
lleno de vanidad: sí, padre, muy larguísima,
¿pues qué no la ha visto usted? Vaya, sea por Dios, me
contestó. Yo proseguí: estas colas son de dos colores, o
blancas o encarnadas; si son blancas, anuncian paz o alguna felicidad
al pueblo; y si son coloradas como teñidas de sangre, anuncian
guerras o desastres; por eso
la
cometa que vieron los reyes
magos tenía su cola blanca, porque anunció el nacimiento
del Señor y la paz general del mundo, que hizo por esta
razón el rey Octaviano, y esto no se puede negar, pues no hay
nacimiento alguno en la noche buena que no tenga su cometita con la
cola blanca. El que no los veamos muy seguido es porque Dios los
tiene allá retirados, y sólo los deja acercarse a
nuestra vista cuando han de anunciar la muerte de algún rey, el
nacimiento de algún santo, o la paz o la guerra en alguna
ciudad, y por eso no los vemos todos los días; porque Dios no
hace milagros sin necesidad. El cometa de este tiempo tiene la cola
blanca, y seguramente anuncia la paz. Esto es, dije yo muy satisfecho,
esto es lo que hay acerca de los cometas. Está usted servida,
señorita. Muchas gracias, dijo ella. No, no muchas, dijo el
vicario; porque el señorito, aunque me dispense, no ha dicho
palabra en su lugar, sino un atajo de disparates endiablados. Se
conoce que no ha estudiado palabra de astronomía, y por lo
propio ignora qué cosas son estrellas fijas, qué son
planetas, cometas, constelaciones, dígitos, eclipses, etc.,
etc. Yo tampoco soy astrónomo, amiguito, pero tengo alguna
tintura de una que otra cosilla de éstas; y aunque es muy
superficial, me basta para conocer que usted tiene menos, y así
habla tantas barbaridades; y lo peor es que las habla con vanidad, y
creyendo que entiende lo que dice y que es como lo entiende; pero para
otra vez no sea usted cándido. Sepa usted que los cometas no
son estrellas, ni se ven por milagro, ni anuncian guerras, ni paces,
ni la estrella que vieron los reyes del Oriente cuando nació el
Salvador era cometa, ni Octaviano fue rey, sino césar o
emperador de Roma, ni éste hizo la paz general con el mundo por
aquel divino natalicio; sino que el príncipe de la paz
Jesucristo, quiso nacer cuando reinaba en el universo una paz general,
que fue en tiempo de Augusto César Octaviano, ni crea usted
finalmente, ninguna de las demás vulgaridades que se dicen de
los cometas; y porque no piense usted que esto lo digo a tintín
de boca, le explicaré en breve lo que es cometa. Oiga
usted. Los cometas son planetas como todos los demás, esto es:
lo mismo que la
Luna
,
Mercurio
,
Venus
, la
Tierra
,
Marte
,
Júpiter
,
Saturno
y
Herschel
, los cuales son unos cuerpos
esféricos (esto es, perfectamente redondos, o como vulgarmente
decimos, unas bolas), son opacos, no tienen ninguna luz de por
sí, así como no la tiene la Tierra, pues la que
reflectan o nos envían, se la comunica el Sol. La causa de que
los veamos de tarde en tarde, es porque su curso es irregular respecto
a los demás planetas, quiero decir: aquéllos hacen sus
giros sobre el sol esférica, y éstos
elípticamente, pues, unos dan su vuelta redonda, y otros (los
cometas) larga; y ésta es la causa porque teniendo más
camino que andar, nos tardamos nosotros más en verlos;
así como más pronto verá usted al que haya de ir
y venir de aquí a México, que al que haya de ir y venir
de aquí a Guatemala; porque el primero tiene menos que andar
que el segundo. Esas colas que se les advierten, no son, según
los que entienden, otra cosa más que unos vapores que el sol
les extrae e ilumina, así como ilumina la ráfaga de
átomos cuando entra por una ventana; y este mismo sol, conforme
la disposición en que comunica su luz a este vapor, hace que
estas colas de los cometas nos presten un color blanco o rojo, para
cuya persuasión no necesitamos atormentar el entendimiento,
pues todos los días advertimos las nubes iluminadas con una luz
blanca o roja según su posición respecto al
sol
[28]
. En virtud de esto, nada tenemos que esperar
favorable del color blanco de las colas de los cometas, ni que temer
adverso por su color rojo. Esto es lo más fundado y probable
por los físicos en esta materia; lo demás son
vulgaridades que ya todo el mundo desprecia. Si usted quisiere
imponerse a fondo de estas cosas, lea al padre Almeida, al Brison, y a
otros autores traducidos al castellano que tratan de la materia
pro famotiori
, esto es, con extensión. La que yo he
tenido para explicar este asunto, ha sido demasiada, y verdaderamente
tiene visos de pedantería, pues estas materias son ajenas y tal
vez ininteligibles a las personas que nos escuchan, exceptuando al
señor cura; pero la ignorancia y vanidad de usted me han
comprometido a tocar una materia singular entre semejantes sujetos, y
que por lo mismo conozco habré quebrantado las leyes de la
buena crianza; mas la prudencia de estos señores me
dispensará, y usted me agradecerá o no, mis buenas
intenciones, que se reducen a hacerle ver, no se meta jamás a
hablar en cosas que no entiende.

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