Read El Periquillo Sarniento Online
Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
Pero ¿luego ha de dar en un ojo?, decía mi madre,
¿luego ha de ser Pedrito tan atroz y malvado como D. N. R.?
Sí, hijita, respondía mi padre, estando en el mismo
predicamento, lo propio tiene Juan que Pedro; es una cosa muy natural,
y el milagro fuera que no sucediera del mismo modo, mediando las
propias circunstancias. ¿Qué privilegio goza Pedro para
que, supuesta su pobreza e inutilidad, no sea también un
vicioso y un ladrón, como Juan, y como tantos Juanes que hay en
el mundo? ¿Ni qué firma tenemos del Padre Eterno, que
nos asegure que nuestro hijo ni se empapará en los vicios, ni
correrá la desgraciada suerte de otros sus iguales, mayormente
mirándose oprimido de la necesidad, que casi siempre ciega a
los hombres y los hace prostituirse a los crímenes más
vergonzosos?
Todo esto está muy bueno, decía mi madre;
¿pero qué dirán sus parientes al verlo con
oficio? Nada, ¿qué han de decir? Respondía mi
padre; lo más que dirán es: mi primo el sastre, mi
sobrino el platero o lo que sea; o tal vez dirán: no tenemos
parientes sastres, etc.; y acaso no le volverán a hablar; pero
ahora, dime tú: ¿qué le darán sus
parientes el día que lo vean sin oficio, muerto de hambre y
hecho pedazos? Vamos, ya yo te dije lo que dirían en un caso,
dime tú lo que lo dirán en el contrario. Puede,
decía mi buena madre, puede que lo socorran siquiera porque no
los desdore. Ríete de eso, hija, respondía mi padre;
como él no los desplatee, poca fuerza les hará que los
desdore. Los parientes ricos, por lo común, tienen un
expediente muy ensayado para librarse de un golpe de la
vergüencilla que les causan los andrajos de sus parientes pobres,
y éste es negarlos por tales
redondamente. Desengáñate; si Pedro tuviere alguna buena
suerte o hiciere algún viso en el mundo, no sólo lo
reconocerán sus verdaderos parientes, sino que se le
aparecerán otros mil nuevos, que lo serán lo mismo que
el Gran turco, y tendrá continuamente a su lado un enjambre de
amigos que no lo dejarán mover; pero si fuere un pobre, como es
regular, no contará más que con el peso que
adquiera. Ésta es una verdad, pero muy antigua y muy
experimentada en el mundo, por eso nuestros viejos dijeron sabiamente,
que
no hay más amigo que Dios, ni más pariente que
un peso
. ¿Tú ves ahora que nos visitan y nos hacen
mil expresiones tu tío el capitán, mi sobrino el cura,
las primas Delgados, la tía Rivera, mamá Manuela y
otros? Pues es porque ven, que aunque pobres, a Dios gracias, no nos
falta qué comer, y los sirvo en lo que puedo. Por eso nos
visitan, por eso y nada más, créelo. Unos vienen a
pedirme prestado, otros a que les saque de este o aquel empeño,
quien a pasar el rato, quien a inquirir los centros de mi casa, y
quien a almorzar o tomar chocolate; pero si yo me muero, como que
quedas pobre, verás, verás como se disipan los amigos y
los deudos, lo mismo que los mosquitos con la incomodidad del
humo. Por estos conocimientos deseara que mi Pedro aprendiera oficio,
ya que es pobre, para que no hubiera menester a los suyos ni a los
extraños después de mis días. Y te advierto, que
muchas veces suelen los hombres hallar más abrigo entre los
segundos que entre los primeros; mas con todo eso, bueno es atenerse
cada uno a su trabajo y a sus arbitrios, y no ser gravoso a nadie.
Tú, medio me aturdes con tantas cosas, decía mi
madre; pero lo que veo es que un hidalgo sin oficio es mejor recibido
y tratado con más distinción en cualquiera parte
decente, que otro hidalgo sastre, bateoja, pintor, etc. Ahí
está la preocupación y la vulgaridad, respondía
mi padre. Sin oficio puede ser; pero no sin destino u arbitrio
honesto. A un empleado en una oficina, a un militar o cosa semejante,
le harán mejor tratamiento que a un sastre o a cualquier otro
oficial mecánico, y muy bien hecho; razón es que las
gentes se distingan; pero al sastre y aun al zapatero, lo
estimarán más en todas partes, que no al hidalgo tuno,
ocioso, trapiento y petardista, que es lo que quiero que no sea mi
hijo. A más de esto, ¿quién te ha dicha que los
oficios envilecen a nadie? Lo que envilece son las malas acciones, la
mala conducta y la mala educación. ¿Se dará
destino más vil que guardar puercos? Pues esto no
embarazó para que un Sixto V fuera pontífice de la
iglesia católica…
Pero esta disputa paró en lo que leeréis en el
capítulo cuarto.
En el que Periquillo da razón en
qué paró la conversación de sus padres, y del
resultado que tuvo, y fue que lo pusieron a estudiar, y los progresos
que hizo
Mi madre, sin embargo de lo dicho, se opuso
de pie firme a que se me diera oficio, insistiendo en que me pusiera
mi padre en el colegio. Su merced le decía: no seas
cándida, y si a Pedro no le inclinan los estudios, o no tiene
disposición para ellos, ¿no será una barbaridad
dirigirlo por donde no le gusta? Es la mayor simpleza de muchos padres
pretender tener a pura fuerza un hijo letrado o eclesiástico,
aun cuando no sea de su vocación tal carrera, ni tenga talento
a propósito para las letras; causa funesta, cuyos perniciosos
efectos se lloran diariamente en tantos abogados
firmones
[24]
, médicos asesinos, y
eclesiásticos ignorantes y relajados, como advertimos.
Todavía para dar oficio a los niños es menester
consultar su genio y constitución física, porque el que
es bueno para sastre o pintor, no lo será para herrero o
carpintero, oficios que piden, a más de inclinación,
disposición de cuerpo y unas robustas fuerzas.
No todos los hombres han nacido útiles para todo. Unos son
buenos para las letras, y no generalmente, pues el que es bueno para
teólogo, no lo será para médico; y el que
será un excelente físico, acaso será un abogado
de a docena, si no se le examina el genio; y así de todos los
letrados. Otros son buenos para las armas e ineptos para el
comercio. Otros excelentes para el comercio y topos para las
letras. Otros, por último, aptísimos para las artes
liberales, y negados para las mecánicas, y así de
cuantos hombres hay.
En efecto, hombres generales y a propósito para todas las
ciencias y artes se consideran, o como fenómenos de la
naturaleza, o como testimonios de la Omnipotencia divina, que puede
hacer cuanto quiera.
Sin embargo, yo creo firmemente que estos
omniscios
, que
una que otra vez ha celebrado el mundo, han sido sólo unos
monstruos (si puede decirse así) de entendimiento, de
aplicación y de memoria, y han admirado a las generaciones por
cuanto han adquirido el conocimiento de muchas más ciencias que
el común de los sabios sus coetáneos, y las han
poseído, tal vez, en un grado más superior; pero, en mi
concepto, no han pasado de unos fenómenos de talento,
rarísimos en verdad, mas limitados todavía
infinitamente, y no han merecido ni merecerán jamás el
sagrado renombre de omniscios, pues si omniscio quiere decir el que
todo lo sabe, digo que no hay más que un omniscio dentro y
fuera de la naturaleza, que es Dios. Este Ente Supremo es, sí,
el único y verdadero omniscio, porque es el que única y
verdaderamente sabe todo cuanto se puede saber; y en este sentido,
conceder un hombre omniscio, fuera conceder otro Dios, de cuyo absurdo
están muy lejos aun los que honraron al profundo Leibniz con
tan pomposo título.
Acaso este grande hombre no sería capaz de ensuelar un
zapato, de bordar una sardineta, ni de hacer otras mil cosas que todos
vemos como meras frioleras y efectos de un puro mecanismo; y sin
acaso, este ingenio célebre, si resucitara, tendría que
abjurar muchos de sus preceptos y axiomas, desengañado con los
nuevos descubrimientos que se han hecho.
Todo esto te digo, hija mía, para que reflexiones que todos
los hombres somos finitos y limitados, que apenas podemos acertar en
una u otra cosa; que los ingenios más célebres no han
pasado de grandes; pero ni remotamente han sido universales, pues
ésta es prerrogativa del Criador, y que según esto
debemos examinar la inclinación y talento de nuestros hijos
para dirigirlos.
No me acuerdo donde he leído que los lacedemonios, para
destinar a los suyos con acierto, se valían de esta
estratagema. Prevenían en una gran sala diferentes instrumentos
pertenecientes a las ciencias y artes que conocían;
supón tú, que en aquella sala ponían instrumentos
de música, de pintura, de escultura, de arquitectura, de
astronomía, de geografía, etc., sin faltar tampoco armas
y libros; hecho esto disponían con disimulo que varios
niños se juntasen allí solos, y que jugasen a su
arbitrio con los instrumentos que quisiesen, y entre tanto, sus padres
estaban ocultos y en observación de las acciones de sus hijos,
y notando a qué cosa se inclinaba cada uno de por sí; y
cuando advertían que un niño se inclinaba con constancia
a las armas, a los libros, o a cualquiera ciencia o arte, de aquellas
cuyos instrumentos tenían a la vista, no dudaban aplicarlos a
ellos, y casi siempre correspondía el éxito a su
prudente examen.
Siempre me ha gustado esta bella industria para rastrear la
inclinación de los niños; así como he reprobado
la general corruptela de muchos padres que a tontas y a locas encajan
a los muchachos en los colegios, sin indagar ni aun ligeramente si
tienen disposición para las letras.
Hija mía, éste es un error tan arraigado como
grosero. El niño que tenga un entendimiento somero y tardo,
jamás hará progresos en ciencia alguna, por más
que curse las aulas y manosee los libros. Ni éstos ni los
colegios dan talento a quien nació sin él. Los burritos
entran todos los días a los colegios y universidades cargados
de carbón o de piedra, y vuelven a salir tan burros como
entraron; porque así como las ciencias no están aisladas
en los recintos de las universidades o gimnasios, así tampoco
éstos son capaces de comunicar un adarme de ciencia al que
carezca de talento para aprenderla.
Fuera de esto, hay otra razón harto poderosa para que yo no
me resuelva a poner a mi hijo en el colegio, aun cuando supiera que
tenía una bella disposición para estudiante, y
ésta es mi pobreza. Apenas alcanzo para comer con mi corto
destino, ¿de dónde voy a coger diez pesos para la
pensión mensual, y toda aquella ropa decente que necesita un
colegial? Y ya ves tú aquí un embarazo insuperable. No,
dijo mi madre, que hasta entonces sólo había escuchado
sin despegar sus labios para nada; no, ésa no es razón
ni menos embarazo; porque con ponerlo de capense ya se remedió
todo. Muy bien, dijo mi padre, me has quinado; pero vamos a ver
qué salida me das a esta otra dificultad. Yo ya estoy viejo,
soy pobre, no tengo qué dejarte; mañana me muero, te
hallas viuda, sola, sin abrigo ni qué comer, con un
mocetón a tu lado que cuando mucho sabrá hablar tal cual
latinajo y aturdir al mundo entero con cuatro
ergos
y
pedanterías que el mismo que las dice no las entiende; pero que
en realidad de nada vale todo eso; porque el muchacho como no tiene
quien lo siga fomentando, se queda varado en la mitad de la carrera,
sin poder ser ni clérigo, ni abogado, ni médico, ni cosa
alguna que le facilite su subsistencia ni tus socorros por las letras;
siendo lo peor que en ese caso tampoco es útil ya para las
artes; pues no se dedicará a aprender un oficio por tres
fortísimas razones. La primera, por ciertos humorcillos de
vanidad que se pegan en el colegio a los muchachos, de modo que
cualquiera de ellos sólo con haber entrado al colegio (y
más si vistió la beca) y saber mascar el Cicerón
o el Breviario, ya cree que se envilecería si se colocara tras
de un mostrador, o si se pusiera a aprender un oficio en un taller.
Esto es aún siendo un triste gramatiquillo, ¿qué
será si ha logrado el altisonante y colorado título de
bachiller? ¡Oh!, entonces se persuade que la tierra no lo
merece. ¡Pobres muchachos!
Ésta es la primera razón que lo inutiliza para las
artes. La segunda es, que como ya son grandes, se les hace pesado el
trabajo material, al paso que vergonzoso el ponerse de aprendices en
una edad en que los demás son oficiales, y aun se
dificultaría bastante que hubiera maestro que quisiera
encargarse de la enseñanza y mantención de tales
jayanes.
La tercera razón es, que como en tal caso ya los muchachos
tienen el colmillo duro, esto es, ya han probado a lo que sabe la
libertad, de manera ninguna se quieren sujetar a lo que tan
fácilmente se hubieran sujetado de más niños; y
cátate ahí el estado de tu Pedro si lo ponemos a
estudiar y muero dejándolo, como es factible, en la mitad de la
carrera; pues se queda en el aire sin poder seguir adelante ni volver
atrás. Y cuando tú veas que en vez de contar con un
báculo en que apoyarte en la vejez, sólo tienes a tu
lado un haragán inútil que de nada te sirve (pues en las
tiendas no fían sobre silogismos ni latines), entonces
darás a Judas los estudios y las bachillerías de tu
hijo. Con que, hija mía, hagamos ahora lo que quisieras haber
hecho después de mis días. Pongamos a oficio a
Pedro. ¿Qué dices? ¿Qué he de decir?,
respondió mi madre; sino que tú te empeñas en
mortificarme y en hacer infeliz a esa pobre criatura, tratando de
ordinariarlo poniéndolo de artesano, y por eso hablas y
ponderas tanto. Pues qué, ¿ya sabes que es un tonto?
¿Ya sabes que te vas a morir en la mitad de sus estudios?
¿Y ya sabes, por fin, que porque tú te mueras se cierran
todos los recursos? Dios no se muere; parientes tiene y padrinos que
lo socorran; ricos hay en México harto piadosos que lo
protejan, y yo que soy su madre pediré limosna para mantenerlo
hasta que se logre. No, sino que tú no quieres al pobre
muchacho; pero ni a mí tampoco, y por eso tratas de darme esta
pesadumbre. ¿Qué he de hacer? Soy infeliz y
también mi hijo… Aquí comenzó a llorar la alma
mía de mi madre, y con sus cuatro lágrimas dio en tierra
con toda la constancia y solidez de mi buen padre, pues éste,
luego que la vio llorar la abrazó como que la amaba
tiernamente, y la dijo: no llores, hijita, no es para tanto. Yo lo
que te he dicho es lo que me enseña la razón y la
experiencia; pero si es de tu gusto que estudie Pedro, que estudie
norabuena; ya no me opongo; quizá querrá Dios prestarme
vida para verlo logrado, o cuando no, su Majestad te abrirá
camino, como que conoce tus buenas intenciones.