El pequeño vampiro y el enigma del ataúd (14 page)

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

BOOK: El pequeño vampiro y el enigma del ataúd
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Se hizo un silencio sofocante.

En medio de aquel silencio Anton percibió de pronto un ligero ruido. Sonó como si alguien chasqueara la lengua. Se dio la vuelta… y estuvo a punto de pegar un grito: detrás de él había una figura vestida de negro riéndose a sus anchas, de tal forma que sus poderosos colmillos relumbraban fantasmagóricamente. Anton se quedó rígido.

—¡Según veo estáis todos a favor! —oyó Anton que decía como desde muy lejos Sabine la Horrible—. Así pues, la decisión sobre la solicitud de Dorothee se aplaza hasta el próximo lunes.

Resonaron en la cripta aplausos y exclamaciones de aprobación.

Entierros de por medio

—¡Bueno, venga ya de una vez! —siseó la figura—. ¿O es que quieres echar raíces delante de nuestra cripta?

—No, no —balbució Anton, al que se le quitó un peso de encima: ¡por la voz ronca había reconocido al pequeño vampiro!

—¿Y adónde vamos? —preguntó mientras seguía a tientas al vampiro por la salida de emergencia.

—A tu casa, naturalmente —contestó el pequeño vampiro—. ¡Pero date prisa! ¡Antes de que mis parientes salgan de la cripta tenemos que haber puesto entierros de por medio! Digo… ¡tierra de por medio!

—¿Puedo encender luz? —rogó Anton.

—¿Luz? ¿Qué te crees, que estás en el sótano de tu casa donde sólo hay que apretar un interruptor? —dijo el pequeño vampiro con una risita—. ¡En una auténtica salida de emergencia de vampiros no hay luz eléctrica, tenlo presente!

—No, yo me refería a la vela —repuso Anton.

—¿Tienes una vela?

—Sí.

Anton fue lo suficientemente listo como para no mencionar que se la había dado Anna.

—Está bien, enciéndela —dijo afable el pequeño vampiro—. ¡Pero cuando lleguemos al final de la salida de emergencia tendrás que apagarla!

Aliviado, Anton encendió la vela y entonces la salida de emergencia ya no le pareció tan inquietante.

—¿Y dónde está tía Dorothee? —preguntó, intentando penetrar con sus ojos la penumbra que tenía delante.

—¿Tía Dorothee? Ahora está con Igno Rante, sentada bajo el «Castaño Enamorado» —contestó el pequeño vampiro frotándose las manos con regocijo. Y dándose importancia añadió—: Como puedes ver, debes confiar en mí, ya que soy tu mejor amigo. ¡Además, tienes que estarme agradecido!

—¿Agradecido?

—¡Efectivamente! Al fin y al cabo he sido lo bastante desinteresado como para acompañar primero a tía Dorothee hasta el depósito del agua y luego hacer volando de regreso el largo camino que hay hasta aquí… ¡Y todo eso sólo por ti!

«¡Bueno, tampoco ha sido
tan
desinteresado!», repuso Anton para sus adentros. A pesar de ello dijo:

—Sí que te estoy agradecido… A ti y a Anna —añadió.

—¿A Anna? —dijo el vampiro lanzándole una mirada nada amistosa—. ¿Por qué dices lo de Anna?

—¿No ha sido
ella
la que te ha dicho que yo estaba aquí, en la nueva salida de emergencia?

—Sí, pero ¿qué tiene eso que ver con nosotros?

—Bah, nada —dijo con rapidez Anton—. Simplemente se me ha ocurrido.

¡No quería pelearse con el pequeño vampiro, y mucho menos aún allí, en la salida de emergencia!

—¿Simplemente se te ha ocurrido? —gruñó el vampiro—. ¡Más vale que tengas cuidado de no escurrirte, porque ahora vienen las escaleras!

Pero Anton había visto ya hacía mucho los cuatro sillares. Con pálpitos de corazón pensó que a partir de allí ya sólo quedaban unos cuantos pasos hasta el tocón y el montón de mantillo…

—¡Apaga la vela! —ordenó el pequeño vampiro.

Anton obedeció.

Oyó cómo Rüdiger empujaba hacia un lado el pesado tocón. A la luz de la luna, que entró entonces por el agujero, pudo ver al pequeño vampiro trepar por el pozo con la agilidad y la ligereza de una ardilla.

Después de un rato que a Anton le pareció terriblemente largo, el rostro del vampiro, pálido como el de un muerto, se asomó al agujero de la entrada.

—¡Eh, pero ¿dónde estás?! —aulló—. ¡Se me van a quedar las piernas tiesas!

—¡¿Dónde voy a estar?! —dijo Anton—. ¡En la salida de emergencia, naturalmente! Yo no puedo trepar tan bien como tú.

—¿De verdad? —dijo el pequeño vampiro riéndose a sus anchas—. Entonces tendré que tirar de ti, ¿no?

Le tendió el brazo a Anton y le sacó tirando de él.

—¿Y tus parientes? —murmuró Anton atisbando el alto abeto bajo el cual se encontraba antes el agujero de la entrada a la Cripta Schlotterstein.

—¿Aún están abajo, en la cripta?

—Sí, pero seguro que ya no por mucho tiempo —contestó el pequeño vampiro—. ¡Venga, Anton, vamos!

Con un par de braceos fuertes se elevó en el aire. Anton siguió su ejemplo, aunque algo más temeroso.

Dale las buenas noches a mamá

Ante la casa de Anton el pequeño vampiro describió una curva… como si estuviera decidido a darse la vuelta inmediatamente.

—¿No te puedes quedar aún un poco? —preguntó Anton después de echarle un vistazo a la ventana del cuarto de baño, que estaba encendida—. ¡Es que…, es que tengo que llamar al timbre!

—¿Llamar al timbre? —dijo el vampiro frunciendo los labios en una maliciosa sonrisa—. Bueno, pues entonces… ¡que tengas suerte! —dijo.

—¡Podrías esperarme fuera, ¿no?! —Lo intentó de nuevo Anton. Tenía la sensación de que iba a necesitar apoyo… ¡aunque sólo fuera la presencia del pequeño vampiro en el alféizar de la ventana!

Pero el vampiro sacudió la cabeza.

—No, otra vez será. Todavía tengo algunas cosas que hacer esta noche.

Se rió con un graznido y luego se marchó de allí volando.

—¡Mi mejor amigo, ja! —exclamó furioso Anton.

Aterrizó en el campo de deportes, se quitó la capa de vampiro y la embutió lo mejor que pudo bajo su jersey. Con un lento trotecillo se dirigió hacia la puerta del edificio. Comprobó sorprendido que no estaba cerrada con llave. ¿Es que era tan pronto aún? Anton se había olvidado en casa el reloj, así que no sabía cuánto había durado la sesión del Consejo de Familia.

Cuando llegó arriba llamó al timbre… con un gran malestar en el cuerpo. El padre de Anton abrió la puerta. «¡Mala señal!», pensó Anton colándose en el pasillo, dejando atrás a su padre y temiéndose lo peor.

Su malestar creció aún más cuando llegaron hasta sus oídos unos sollozos reprimidos procedentes del cuarto de estar.

Anton se deslizó a cámara lenta hacia la puerta del cuarto de estar… cuando, de repente, su padre le sujetó del brazo por detrás. Anton se quedó parado.

«¡Ahora ya estoy perdido!», pensó sintiéndose como un delincuente atrapado. Ahora su padre le sacaría la capa de vampiro de debajo del jersey, su madre saldría del cuarto de estar, le haría duros reproches con lágrimas en los ojos y anunciaría algún castigo terrible…

Entonces oyó que su padre le decía en voz baja y confidencial:

—¡No entres en el cuarto de estar, Anton! Ya sabes: la película es del actor favorito de mamá… Al final de la película muere y por eso… —soltó una tosecilla—, por eso está llorando mamá así. ¡Es mejor que le des las buenas noches a mamá desde el pasillo!

Anton se quedó mirando fijamente a su padre… perplejo por aquel feliz e inesperado giro de la situación.

Luego empezó a reírse irónicamente.

—Ah, es por eso por lo que llora… Se acercó a la puerta del cuarto de estar, exclamó «¡Buenas noches, mamá!» y se dirigió muy contento a su habitación.

ANGELA SOMMER-BODENBURG, nacida el 18 de diciembre de 1948 en (localidad cercana a Hamburgo), es una escritora alemana.

Estudio educación, psicología y sociología en la Universidad de Hamburgo. Ejerció de maestra durante doce años, dedicándose finalmente a sus dos pasiones, la pintura y la literatura. Ha escrito más de cuarenta libros entre poesía y novela. Su gran éxito han sido las novelas infantiles del pequeño vampiro, de las que ha vendido más de diez millones de ejemplares. Sus obran has sido adapatadas para el teatro, la radio, el cine y la televisión. La película del pequeño vampiro, dirigida por Ulrich Edel, fue estrenada en 2000.

Notas

[1]
A partir de aquí la autora inicia un juego de palabras con «
Wind
pocken» («varicela»), que literalmente en inglés significaría «pústulas de
viento
». (
Nota del T.
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[2]
«Fege» («limpia»), «Schwarte» («tocino»); juego de palabras con Schwartenfeger. (
Nota del T.
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[3]
Expresión alemana que significa que el tonto tiende a sobrestimarse. (
Nota del T.
)
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