El paladín de la noche (36 page)

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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El paladín de la noche
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—¡Libérame, Akhran! —gritó con furia echando a volar sus brazos—. ¡Libérame de esta prisión!

La frenética exaltación duró sólo unos momentos y despojó a su cuerpo de la fuerza que le quedaba. Zohra se dejó caer al suelo y yació allí sumida en una especie de estupor hasta que, al fin, se sumergió en un sueño de agotamiento.

El frío la despertó. Temblando, Zohra se sentó. La siesta le había hecho algo de bien. Se sentía lo bastante fuerte como para enrojecer de vergüenza por su arrebatado pronto. La cólera volvió, también; cólera hacia Mateo por involucrarla en esto y después abandonarla, cólera hacia Khardan por sus fallos, cólera hacia su dios por negarse a contestar a sus oraciones.

—Estoy sola, como lo he estado siempre —se dijo Zohra—. Debo hacer lo que pueda por salir de este horrible lugar y regresar con mi gente.

Poniéndose en pie, caminó hasta la puerta e intentó abrirla. Estaba cerrada con llave. Tiró de la manecilla repetidas veces, pero ésta se negó a ceder. Mordiéndose el labio de frustración, se volvió y echó una mirada por la habitación, examinándola en busca de alguna salida.

Un brasero de hierro que descansaba sobre un trípode en un rincón iluminaba la estancia, que era pequeña y cuadrada y con un alto techo. No tenía ventanas ni otra puerta que aquella contra la que Zohra se recostaba. Una alfombra tejida a mano de diseño extraordinariamente bello cubría el suelo; varias sillas pintadas en laca negra estaban colocadas alrededor de la alfombra con pequeñas mesas repartidas entre ellas.

Temblando dentro de sus ropas mojadas, Zohra atravesó la habitación a lo largo y a lo ancho en busca de la menor abertura. Comprobó que no había ninguna, y entonces cayó realmente en la cuenta, por primera vez, de que se hallaba atrapada entre aquellas cuatro paredes. Jamás había estado antes encerrada entre muros. Las yurtas en las que su gente vivía eran viviendas temporales hechas para dejar entrar el aire y la luz. Se adaptaban a la naturaleza, permitían que ésta entrara. No le cerraban la puerta ni renegaban de ella.

Las frías paredes de piedra parecían hacerse más gruesas cuanto más las miraba Zohra. Su sólida estructura la agobiaba. El aire estaba ahumado y lleno del polvo que cubría el mobiliario y el suelo. Zohra sintió una creciente incapacidad de tomar aliento y se dejó caer en uno de los sillones. La habitación era más pequeña de cuanto le había parecido. ¿Qué pasaría cuando agotase todo el aire? Se recostó en su silla, jadeando y girando nerviosamente los anillos de sus dedos.

—¡Princesa! —gimió una turbada voz.

Una nube de humo blanco salió despedida de un anillo, flotó sobre el suelo delante de ella y fue hinchándose como una bola de fofa masa de harina blanca. Poco a poco fueron tomando forma un turbante, un par de pantalones de seda amarillos, unas babuchas puntiagudas y una cara gorda, arrugada de desdicha.

—¡Usti! —exclamó Zohra llena de asombro.

Un hálito de esperanza sopló en aquel cuarto de prisión.

Arrojándose a los pies de Zohra, el djinn le echó los brazos alrededor de las piernas y rompió en sollozos.

—¡Sálvame, princesa! —gimoteó—. ¡Sálvame!

Capítulo 6

—¿Salvarte dices? —replicó Zohra enojada, tratando sin éxito de librarse del asimiento del pegajoso y lloriqueante djinn—. ¡Te voy a salvar… en una piel de cabra!

—¡Piel de cabra!

Usti soltó al instante a Zohra y, sentándose sobre los talones, gimoteó y se restregó los ojos con la tela de su turbante que se había desenrollado parcialmente y le colgaba por un lado de la cabeza. Las ropas del djinn estaban rasgadas y sucias, su cara mugrienta —y ahora recorrida por regueros de baba— y su expresión desconsolada.

—Te pido perdón, princesa —lloriqueó el djinn, y empezó a hipar con un temblequeo de su papada—. ¡Pero mi vida ha sido un insoportable tormento!

—¡Tu… ! —comenzó Zohra.

—Durante meses —gimoteó Usti colocando las manos en sus gruesas rodillas y columpiándose hacia adelante y hacia atrás— he estado encerrado dentro de… dentro de…

Ni siquiera pudo pronunciar la palabra, limitándose a señalar con un dedo tembloroso al anillo de cuarzo ahumado que había en la mano de Zohra.

—¡Fue espantoso! Cuando Kaug, el
'efreet
, atacó el campamento, mi vivienda fue destruida. Por fortuna yo estaba fuera de ella en aquel momento. ¡Busqué refugio en el primer lugar que pude encontrar! ¡Ese anillo! ¡Y durante todos estos meses he estado atrapado allí! ¡Sin nada que comer ni beber! —sollozó de desdicha—. Nada que hacer ni espacio donde hacerlo. ¡He perdido peso! —dijo poniéndose una mano en su redonda barriga—. Soy todo piel y huesos. Y…

Usti cogió aire de un golpe. Zohra se había puesto en pie y lo miraba con la temible expresión que él conocía tan bien.

—¡Piel y huesos! ¡Vas a desear ser en verdad piel y huesos, hinchada y abotagada vejiga de cerdo! ¡Me han cogido prisionera y traído hasta un mar que no existe, y luego me han obligado a cruzarlo a bordo de un barco repleto de demonios y arrastrada finalmente hasta este espantoso lugar! ¡Conque atrapado en un anillo!

Mirando con ferocidad al djinn, quien estaba intentando desesperadamente parecer impresionado pero no lo estaba logrando en absoluto, Zohra tomó una hirviente bocanada de aire. Sus manos se empezaron a cerrar y sus uñas brillaron en la tenue luz. Los ojos de Usti se abrieron sobresaltados y su cara comenzó a vacilar.

¡El djinn estaba desapareciendo!

¡Y ella volvería a quedarse sola!

—¡No! ¡No te vayas!

Zohra intentó calmarse. Recostándose en el respaldo de su sillón, extendió una mano apaciguadora.

—No quise decir eso. Yo… estoy asustada. No me gusta este lugar ni la gente que hay en él. ¡Tienes que liberarme! ¡Sácame de aquí! Tú puedes hacer eso, ¿verdad que sí, Usti?

—Los inmortales, princesa, pueden hacer cualquier cosa —replicó Usti con altanería—. ¿Me llevarás de nuevo a mi brasero?

—¡Desde luego que sí!

—¿No me harás volver a ese anillo?

—¡No! —contestó Zohra exasperada, sujetándose con fuerza a los brazos del sillón para impedirse a sí misma agarrar al djinn por el cuello de su desgarrada camisa de seda y sacudirlo hasta que lo que quedaba de su turbante terminara de desenrollarse—. ¡Deprisa! ¡Alguien puede venir!

—Muy bien —dijo Usti plácidamente—. Primero, he de saber dónde estamos.

—¡Estamos aquí! —exclamó Zohra agitando las manos.

—A menos que las paredes se dignen a hablar, eso no me dice nada —indicó fríamente el djinn.

—Pero… ¡sin duda has estado escuchando! —dijo Zohra acusadoramente—. ¡Debes de saber dónde estamos!

—Princesa, ¿cómo has podido esperar que, en mi estado de agonía mental, pudiera prestar atención a las generalmente aburridas y vacías chacharas de los mortales? —observó Usti ofendido.

Las acaloradas palabras de Zohra salieron filtradas a través de unos dientes estrechamente apretados.

—Estamos prisioneros de aquellos que se hacen llamar los Paladines Negros. Ellos sirven a un dios llamado Shakran o algo así…

—¿Zhakrin, princesa?

—Sí, eso es. Y estamos en una isla en…

—… en medio del mar de Kurdin —terminó con animación Usti—. Una isla conocida por el nombre de Galos. Entonces, éste debe de ser el castillo Zhakrin —agregó dando saltitos de interés—. He oído hablar de este lugar.

—¡Estupendo! —dijo Zohra con un suspiro de alivio—. Ahora, démonos prisa. Debes sacarme… —vaciló, y enseguida se corrigió—
sacarnos
de aquí.

Khardan le estaría en deuda eternamente. Aquélla sería la segunda vez que ella le salvaría la vida.

—Imposible —replicó Usti—. ¿Sacarnos? ¿A quién más hay que sacar?

—¿Qué quieres decir con… imposible?

Las manos de Zohra se enroscaron sobre los brazos del sillón mientras sus ojos refulgían de un modo febril.

Usti se puso blanco pero no se amedrentó ante la cólera de su señora. Una expresión de conciencia tranquila iluminó su redonda cara y, cruzando los dedos de ambas manos sobre su estómago, dijo dándose importancia:

—Yo hice un juramento.

—¡Sí, servir a tu ama, pedazo de… !

—Con perdón, princesa, este juramento tiene prioridad y así sería juzgado en el Tribunal de los Inmortales. Es una historia bastante larga…

—¡… que yo estoy ansiosa de escuchar!

Los labios de Zohra se encorvaron peligrosamente. Usti tragó saliva, pero tenía el derecho de su lado y procedió con el relato.

—Se remonta a mi antiguo amo, dos amos atrás, un tal Abu Kir, un hombre extraordinariamente amante de la comida. Fue él, el bendito Abu Kir (que el propio Akhran tenga el gusto de cenar con él en el cielo), quien me enseñó las delicias del paladar —explicó Usti soltando un acuoso hipo—. ¡Y pensar que ahora me veo obligado a hablar de él, yo, que no he comido en meses! Tranquilo, mi pobre y encogido estómago —dijo, dándose unas palmaditas en la barriga—, pronto comeremos, si es que hay algo comestible en este miserable lugar. Sí —se apresuró a continuar—, excúsame, princesa. Estábamos hablando de Abu Kir. Una noche, Abu Kir me llamó.

»“Usti, mi noble amigo”, me dijo, “esta noche se me antojan unos quinotos”.

»“Nada más fácil, amo”, repuse yo, naturalmente, siempre deseoso de servir, “enviaré al esclavo corriendo al mercado”.

»“Ah, no es tan fácil, Usti”, dijo Abu Kir. “Los quinotos que me apetecen hoy sólo crecen en un lugar, el jardín del inmortal Quar. He oído decir que, con un bocado de su dulce y espesa exquisitez, un hombre olvida todas sus penas y fatigas“.

» “En efecto, mi amo, has oído correctamente. Yo mismo los he probado, y eso no es ninguna exageración. Pero obtener los frutos de ese jardín es más difícil que inducir a la madre de una joven y hermosa doncella a dejar a su hija pasar la noche con uno en la cama. De hecho, amo, no tienes más que ordenarlo y tengo en mente una doncella que te hará olvidar por completo los quinotos“.

»“¡Mujeres!”, replicó Abu Kir con desprecio. “¡Qué son ellas comparadas con la comida! ¡Tráeme los quinotos del jardín de Quar, Usti, y a cambio te concederé tu libertad!”.

»Yo no podía rechazar una oferta tan generosa. Además, como bien sabes, princesa, soy de lo más devoto para con aquellos a quienes sirvo y siempre hago lo que puedo por complacerlos. Sin embargo, un djinn de Akhran no podía pensar en ir hasta el jardín de Quar y rogar que le diesen unos quinotos, sobre todo cuando Kaug (que su hocico se llene de agua de mar) es el jardinero.

»Así que fui a un inmortal de Quar y le pregunté si sería tan amable de conseguirme unos pocos quinotos del jardín de su Señor.

» “Nada me daría más placer”, dijo el djinn de Quar. “Y ahora mismo volaría a hacerlo si no fuera porque, a mi ama, uno de los seguidores de Benario le ha robado su collar favorito de jade y coral. En este momento me disponía a ir a ver a uno de los inmortales de ese dios de dedos ligeros e intentar persuadirlo para que, a su vez, persuada a su amo de que lo devuelva. De no ser por ello, querido Usti, iría y te traería los quinotos“.

»Pero él me miró por el rabillo de su ojo inclinado mientras hablaba, y yo enseguida supe lo que tenía que hacer para obtener los quinotos.

»Así que me fui a ver al inmortal de Benario, asegurándome primero, como podrás imaginar, de dejar mi monedero bien a salvo en mi brasero de carbón.

Zohra apoyó la cabeza en la mano.

—Ya te he dicho que era una larga historia —se disculpó Usti.

—¿Cuánto falta para que lleguemos a Zhakrin y tu «juramento»?

—Enseguida estamos en eso, princesa. Verás, el inmortal de Benario prometió devolver el collar de jade y coral a cambio de una daga de asesino hecha por los seguidores de Zhakrin. Así que fui…

—¡Chsss!

Irguiendo el tronco, Zohra clavó los ojos en la puerta.

Al otro lado se oía un roce de ropas; un fuerte olor a perfume se coló hasta el interior de la habitación.

—Almizcle —dijo Usti estornudando.

—¡Chsss! —siseó Zohra.

Se oyó girar una llave en la cerradura.

—¡Vuelve al anillo! —susurró Zohra.

—¡Princesa!

Usti se quedó mirándola con horror.

—¡Haz lo que te ordeno! —dijo furiosa Zohra levantando la mano izquierda con el cuarzo ahumado chisporroteando en su dedo.

La cerradura de la puerta hizo el último «clic». Usti lanzó una mirada desesperada al anillo. La puerta comenzó aabrirse. El djinn abrió la boca como si hubiese recibido un golpe y lanzó una aterrada mirada a la puerta. Con los ojos saliéndosele de las órbitas, se convirtió al instante en humo, ascendió en espiral hasta el techo y se zambulló en picado, cabeza por delante, en el anillo.

Zohra se tomó un momento para mirar al anillo mientras el djinn desaparecía en su interior. Era un sencillo anillo de plata con su grisácea gema. Era feo, y no era suyo. Rápidamente, puso su mano sobre él y se volvió para dar la cara al visitante.

Una mujer se erguía en la puerta olisqueando delicadamente el aire. Su rostro no iba velado, y tampoco se cubría la cabeza. Llevaba el tupido pelo de color castaño estirado hacia atrás, donde formaba un moño intrincadamente trenzado. Sus hábitos de terciopelo negro rozaban el suelo cuando caminaba. El símbolo de la serpiente cercenada, que Zohra había visto tanto en la armadura de Khardan como revoloteando en la punta del palo mayor del barco de los ghuls, le adornaba el pecho izquierdo. Su cara era notable por su perfecta belleza pero, a la luz del brasero que había cerca de la puerta, su blanca piel adquiría un tono grisáceo que recordó a Zohra las vasijas de marfil que los
goums
habían cargado a bordo del barco.

«Te exijo que me dejes marchar». Estas palabras estuvieron en los labios de Zohra, pero nunca llegó a pronunciarlas.

La mujer no dijo nada. Simplemente permanecía en la puerta, con su mano en el tirador, observando a Zohra con unos ojos cuyo color era imposible precisar. En un principio, Zohra sostuvo y devolvió la mirada con altanería. Después notó que los ojos comenzaban a picarle y lagrimear. Era como si hubiese estado mirando directamente al sol. La sensación se tornó dolorosa. La mujer no se había movido ni hablado; seguía con la mirada fija en Zohra. Pero Zohra ya no podía seguir mirándola. Las lágrimas desdibujaron su visión; el dolor aumentó y se extendió desde los ojos hacia el resto de la cabeza. Entonces desvió la mirada y, de inmediato, el dolor cesó. Respirando pesadamente, dirigió los ojos al suelo, no atreviéndose a mirar otra vez a la extraña mujer.

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