—¿Qué quiere decir? —preguntó Asrial acercándose a Pukah; y, deslizando su mano en la de él, se agarró a ella con fuerza—. ¡Tiene un aspecto terrible!
—Lo sé, querida mía. ¡Nunca entenderé qué es lo que las mujeres ven en él! —dijo Pukah y, bajando la mirada hacia la blanca manecita que sostenía, el djinn la apretó provocativamente—. Es una lástima que no puedas sentir esto…
Irritada, Asrial retiró su mano de un golpe. Extendiendo sus blancas alas, se alisó las ropas y se adentró vadeando en las aguas del aquel mar azul cobalto. Pukah la siguió al instante y se lanzó de cabeza al mar con un gran salpicón que empapó al ángel y provocó la frenética huída de todo un cardumen de pequeños pececillos.
—¿Vienes? —gritó.
—Ahora voy —contestó Sond en voz baja.
Volviéndose hacia el oeste, los ojos del djinn escrutaron el horizonte. No vio más que la arena levantada por el viento, ni oyó otra cosa que la misteriosa canción que las dunas entonan mientras se desplazan en su eterna danza con el viento.
Sacudiendo la cabeza, el djinn se volvió de nuevo hacia el agua y entró lentamente en el mar de Kurdin.
Según se sumergía más y más profundamente en el mar de Kurdin, Asrial trataba de aparecer tan indiferente y despreocupada como si estuviese flotando en un firmamento azul en los cielos de Promenthas. Por dentro, sin embargo, era presa de un creciente terror. El ángel guardián jamás había estado en un lugar tan espantoso como aquél.
No era el frío ni la humedad lo que enviaba escalofríos a través de su etéreo cuerpo; Asrial no había estado tanto tiempo cerca de los humanos como Pukah o Sond y, por tanto, no experimentaba estas sensaciones. Era la oscuridad. La noche se desliza en silencio sobre la superficie del mundo como la sombra del ala de un ángel y es sencillamente eso, una sombra. La noche oculta los objetos a nuestros ojos y esto es lo que asusta a los mortales; no la oscuridad en sí, sino lo desconocido que acecha dentro de ella. Sin embargo, la noche en la superficie del mundo sólo afecta a la vista y los mortales han aprendido a combatir este impedimento. Encienden una vela y alejan de sí la oscuridad. La noche allá arriba no afecta a su sentido de la audición; los rugidos de animales, el susurro del follaje y el adormilado murmullo de las aves se detectan con facilidad, con mayor facilidad quizá que a la luz del día, ya que la noche parece agudizar los otros sentidos a cambio de entorpecer uno.
Pero la noche del agua es diferente. La oscuridad del mar no es una sombra tendida ante los ojos de los mortales. La noche submarina es una entidad. Tiene peso, forma y sustancia. Sofoca el aliento de los pulmones. La noche del mar es eterna. Los rayos del sol no la pueden atravesar. Ninguna vela puede iluminarla. La noche del mar está viva. Multitud de criaturas pueblan la oscuridad y los mortales son intrusos en su dominio.
La noche del mar es silenciosa.
El silencio, el peso, la vida de aquella oscuridad resultaban opresivos para Asrial. Aunque ella no necesitaba respirar, sentía deseos de jadear en busca de aliento. Aunque su vista inmortal le permitía ver, sentía un anhelo desesperado de luz. Más de una vez se sorprendió a sí misma en lo que parecía ser la acción de nadar, tal como hacían Sond y Pukah. Asrial no cortaba el agua con limpios y fuertes golpes de brazo como hacía Sond ni culebreaba a través de ella como un pez, como hacía Pukah. Era más bien como si tratase de apartar el agua a un lado con sus manos, como si intentara abrir un camino para ella.
—Te estás haciendo más humana con cada momento que pasa —comentó Pukah provocadoramente, apareciendo de pronto a su lado.
—Si lo que quieres decir es que estoy asustada de este terrible lugar y tengo enormes deseos de dejarlo, entonces estás en lo cierto —dijo Asrial con tono lastimero y, retirándose con la mano el pelo plateado que flotaba por delante de su cara, miró a su alrededor, consternada—. ¡Sin duda, éste debe de ser el lugar donde habita Astafás!
—¿Asta-quién?
—Astafás, el dios que se sienta en el lado opuesto de Promenthas en la Gran Gema. Es cruel y malvado, y se deleita con el sufrimiento y la desgracia. Él reina sobre un mundo que es oscuro y terrible, servido por demonios que le llevan almas humanas de las que se alimenta.
—Eso me suena mucho a Kaug, sólo que éste come cosas más sustanciales que almas. ¡Vaya, estás temblando de arriba abajo! Pukah, eres un cerdo, una cabra —murmuró para sí mismo—. Para empezar, no deberías haberla traído nunca.
Y comenzó a deslizar consoladoramente su brazo en torno al ángel, sólo para encontrarse con sus alas en medio del camino. Si ponía su brazo por encima de donde brotaban las alas, parecía como si estuviese intentando ahogarla. Si trataba de pasarlo por debajo de las alas, se quedaba enredado entre sus plumas. Por fin desistió exasperado y se conformó con darle unas palmaditas tranquilizadoras en la mano.
—Te llevaré de nuevo a la superficie —se ofreció con amabilidad—. Sond y yo nos encargaremos de Kaug.
—¡No! —exclamó ella con gesto alarmado—. Estoy bien. De verdad. He sido una estúpida al quejarme.
Y comenzó a alisarse su argentado cabello y su hábito blanco en un intento de recobrar la compostura y la calma, cuando un tentáculo emergió serpenteando de la oscuridad y se enroscó en torno a su cintura. Asrial retiró su mano con un grito ahogado. Pukah se precipitó a ayudarla.
—Un calamar. ¡Largo, vete de aquí! ¿Es que parecemos comestibles, estúpida criatura? ¡Vamos, vamos, querida mía! No pasa nada. La criatura se ha ido…
Completamente fuera de sí, Asrial sollozaba, con sus alas herméticamente plegadas en torno a sí formando un capullo protector de plumas.
—¡Sond! —gritó Pukah hacia la densa oscuridad—. ¡Voy a llevar a Asrial a la superficie!… ¡Sond! ¿Sond? ¡Maldición! ¿Dónde demonios se habrá metido? Asrial, ángel mío, ven conmigo…
—¡No! —dijo Asrial separando de improviso las alas y, resueltamente, comenzó a flotar a través del agua—. ¡Debo quedarme! ¡Debo hacerlo por Mateo! El pez me lo dijo… Mateo hallaría una muerte horrible… a menos que yo viniese…
—¿El pez? ¿Qué pez?
—¡Oh, Pukah! —reparó Asrial llevándose la mano a la boca y mirando al djinn horrorizada—. ¡No debí haber dicho nada!
—Bueno, pues ya lo has hecho. «La oveja está muerta», como dicen. ¿Vamos a comerla o a llorar por ella? Hablabas de un pez. ¿Cómo? ¿Dónde?
—Mi protegido lleva consigo dos peces…
—¿En medio del desierto? ¡Y dices que no está loco…!
—¡No! ¡No! ¡No es nada de eso! Hay algo… extraño —Asrial se estremeció— acerca de esos peces. Algo mágico. Un hombre se los dio a Mateo…, un hombre terrible. El mercader de esclavos que cogió prisionero a mi protegido. El mismo que ordenó la matanza de los indefensos sacerdotes y magos de Promenthas.
»Cuando llegamos a la ciudad de Kich, el mercader de esclavos fue detenido fuera de las murallas de la ciudad por los guardias, quienes le dijeron que debía deshacerse de todos sus objetos mágicos y sacrificarlos a Quar. El traficante de esclavos entregó cuantos objetos mágicos poseía…, excepto uno.
—He oído hablar de peces que se tragaban anillos mágicos, pero ¿peces mágicos? —dijo Pukah con un tono altamente escéptico—. ¿Qué es lo que hacen? ¿Lanzar un conjuro al anzuelo?
—¡Esto es algo serio, Pukah! —replicó Asrial en voz baja—. Ya se ha perdido una vida por ellos. Y mi pobre Mateo…
El ángel se cubrió el rostro con las manos.
«Pukah, eres una baja forma de vida. Un gusano o una serpiente son superiores a ti», se dijo el djinn mirando al ángel con remordimiento.
—Lo siento. Continúa, Asrial.
—El… el mercader de esclavos… llamó a Mateo al palanquín blanco en el que siempre viajaba. Allí entregó a mi protegido una bola de cristal adornada por arriba y por abajo con costoso trabajo de oro. La bola estaba llena de agua y en ella nadaban dos peces, uno dorado y otro negro. El mercader ordenó a Mateo mantenerla oculta de la vista de los guardias. Había allí una pobre muchacha junto a ellos, mirando…, una muchacha esclava. El mercader dijo a Mateo que observase lo que le ocurriría si lo traicionaba y entonces… asesinó a la muchacha, ¡allí mismo, ante los ojos de Mateo!
—¿Por qué escogió a Mateo para llevar esos peces?
Asrial se sonrojó levemente.
—El mercader tomó a mi protegido por una mujer…
—Ah, sí —murmuró Pukah—. Lo olvidé.
—Los guardias no registrarían a las mujeres de la caravana o, al menos, no sus personas; y así Mateo fue capaz de ocultar los peces. El mercader de esclavos dijo que iría a recuperarla cuando estuviesen dentro de la ciudad. Pero, entonces, tu amo rescató a Mateo y se lo llevó consigo. Y, con él, a los peces mágicos…
—¿Cómo sabes que son mágicos? ¿Qué es lo que hacen? —preguntó Pukah con incredulidad.
—¡Por supuesto que son mágicos! —replicó Asrial irritada—. Viven encerrados en una bola de cristal que ninguna fuerza de este mundo es capaz de romper. No comen. No les molesta ni el frío ni el calor —aquí el ángel bajó la voz—. Y uno de ellos me habló.
—¡Eso no es nada! —se burló Pukah—. Yo he hablado con animales. Una vez compartí mi cesta con una serpiente que trabajaba para mi antiguo amo. Un personaje divertido. Bueno, la cesta era suya, pero no le importó tener un compañero de habitación una vez que la convencí…
—¡Pukah! ¡Esto es serio! Uno de los peces, el dorado, me dijo que viniese con vosotros en busca de los Inmortales Perdidos. El pez se refirió a Mateo como el Portador… y dijo que éste se hallaba en gravísimo peligro. ¡En peligro de perder no sólo su vida sino también su alma!
—Vamos, vamos, querida mía. No te pongas así. Cuando regresemos, tienes que enseñarme esos maravillosos peces. ¿Qué más pueden…? ¡Oh, Sond! ¿Dónde estabas?
El djinn mayor se acercó nadando a través de las tenebrosas aguas, echando éstas a un lado con limpias y rápidas brazadas.
—He continuado hasta la morada de Kaug, para echar una ojeada. El
'efreet
se ha ido, al parecer. El lugar está desierto.
—¡Estupendo! —dijo Pukah frotándose las manos de satisfacción—. ¿Estás segura de que quieres seguir adelante, Asrial? ¿Sí? En realidad, está bien que vengas con nosotros, ángel hermoso, porque ni Sond ni yo podemos entrar en la morada del
'efreet
sin su permiso. Tú, sin embargo…
—Pukah, necesito hablar contigo —dijo Sond llevándose al djinn al lado más alejado de un gran saliente de roca cubierto de huecas plantas tubulares que se abrían y cerraban con el flujo del agua asemejándose a cientos de bocas bostezantes.
—Bien, ¿de qué se trata?
—Pukah, una extraña sensación me invadió cuando me aproximaba a la morada de Kaug…
—Es la bazofia que se prepara para cenar. Lo sé, yo también la sentí. Es como si tu estómago intentara salirse por la boca, ¿no?
—¡No se trata de ningún olor! —replicó Sond, exasperado—. Deja de hacer el idiota por una vez en tu vida. Era una sensación como si… como si
pudiera
entrar en la morada de Kaug sin su permiso. ¡Parecía, de hecho, como si algo tirase de mí hacia adentro de ella!
—¡Tirar de ti hacia la casa de un
'efreet
! ¿Quién es el idiota ahora? ¡Desde luego, yo no! —dijo Pukah con gesto divertido.
—¡Bah! ¡Es como si estuviese hablando con esa alga!
Empujando a Pukah hacia un lado, Sond volvió a zambullirse en dirección a la cueva donde vivía el
'efreet
en el fondo del mar.
La cueva de Kaug estaba excavada en un risco de roca negra. Una luz brillaba trémulamente a la entrada, una misteriosa luminiscencia procedente de las cabezas de unos erizos de mar encantados que esperaban el regreso de su amo. El largo musgo marrón verdoso que colgaba de la roca recordó a Asrial los tentáculos del calamar.
—Voy a entrar ahí sola —susurró el ángel acordándose del infortunio de Mateo, su protegido, y esforzándose por mantener la calma—. Voy a entrar ahí —repitió, pero no se movió.
Mordiéndose el labio inferior, Sond se quedó mirando la morada de Kaug como si se hubiese quedado hipnotizado por ella.
—Pensándolo bien, Asrial —dijo Pukah con una voz suave e inocente—, creo que
sería
mejor si te acompañásemos…
—¡Admítelo, Pukah! ¡Tu también lo sientes! ¿Verdad que sí? —gruñó Sond.
—¡Nada de eso! —protestó Pukah elevando la voz—. ¡Es sencillamente que no creo que debamos dejarla entrar ahí sola!
—Vamos allá, pues —dijo Sond—. ¡Si no se nos corta el paso en el umbral, entonces sabremos que algo marcha mal!
Los dos djinn se adelantaron flotando hasta la entrada de la cueva; su piel adquirió una luminosidad verde a la luz fantasmal emanada por los erizos de mar, que los miraban fijamente con unos ojos grandes y entristecidos. Asrial nadaba despacio tras ellos. Abanicando el agua con sus alas, se detuvo flotando por encima de los djinn, quienes esperaban de pie a ambos lados del pasaje de entrada.
—¡Bien, adelante! —indicó Sond con un ademán.
—¿Y ser atravesado por un rayo por infringir la regla? ¡No, gracias! —dijo Pukah con un bufido despreciativo.
—¡Fue idea tuya, permíteme recordar!
—He cambiado de parecer.
—Nadie te va a detener y tú lo sabes. ¡Te digo que se nos está invitando a entrar ahí!
—¡Acepta
tú
entonces la invitación!
Con una mirada asesina a Pukah, Sond puso el pie cautelosamente sobre el umbral de la morada del
'efreet
. Encogiéndose, Pukah esperó el resplandor azul, el estallido y el grito dolorido de Sond, indicación todo ello de que estaban violando la regla establecida entre los inmortales.
Nada de esto sucedió.
Sond atravesó el umbral sin la menor dificultad. Pukah suspiró para sus adentros. A pesar de lo que había dicho a su compañero, él también tenía la clara sensación de que algo lo atraía con fuerza hacia la vivienda del
'efreet
. No, era algo más poderoso que
eso
. Pukah tenía la inquietante impresión de que
pertenecía
al interior de la lúgubremente iluminada caverna.
«¡Qué disparate, Pukah! —se dijo a sí mismo el joven djinn con un gesto burlón—. ¡Como si pudieras pertenecer jamás a un lugar donde cabezas de pescado forman parte integrante de la decoración!»
En tanto, Sond lo miraba con un aire de triunfante desafío desde el pasaje de entrada. Sin hacerle caso, Pukah se volvió para dar la mano a Asrial. Juntos, entraron en la cueva. El ángel se mantuvo lo más cerca que pudo del djinn. Las plumas de sus alas rozaban su espalda desnuda y, a pesar de su creciente intranquilidad, Pukah sintió un cosquilleo en la piel y una agradable sensación de calidez en todo el cuerpo.