Authors: Katherine Neville
—Por fin has venido —añadió con su voz suave y serena, que me recordaba el sonido del agua que fluye y en la que me parecía percibir un rastro de acento que no conseguía identificar—. He esperado mucho tiempo. Pero ahora puedes ayudarme…
Mi paciencia se agotaba.
—¿Ayudarla? —espeté—. Mire, señora, no le pedí que me «eligiera» para este juego, pero la he llamado y usted me ha contestado… tal como decía el poema. Ahora supongo que va a mostrarme cosas grandes y poderosas que no conozco. Ya estoy harta de misterios e intrigas. Me han disparado, me ha perseguido la policía secreta, he visto dos personas asesinadas. A Lily la buscan los de inmigración y están a punto de encerrarla en una cárcel argelina… y todo a causa de esto que llaman «juego».
El arranque de furia me dejó sin aliento. Mi voz había resonado en las altas paredes y Carioca había buscado protección en el regazo de Minnie; Lily lo miraba enfadada.
—Me alegra ver que tienes carácter —dijo Minnie con tono sosegado. Acariciaba a Carioca, y el pequeño traidor ronroneaba como un gato de angora—. Sin embargo, en el ajedrez la paciencia es una virtud muy valiosa, como corroborará tu amiga Lily. Yo la he tenido durante mucho tiempo, mientras te esperaba. Arriesgué mi vida yendo a Nueva York solo para conocerte. Aparte de ese viaje, hace diez años que no salgo de la casbah… desde la revolución argelina. En cierto sentido, estoy prisionera aquí. Pero tú me liberarás.
—¡Prisionera! —dijimos a un tiempo Lily y yo.
—Pues en mi opinión tiene bastante capacidad de movimiento —agregué—. ¿Quién la tiene en su poder?
—No «quién» sino «qué» —contestó, y se estiró para servir té sin molestar a Carioca—. Hace diez años sucedió algo que yo no podía prever y que dio al traste con un delicado equilibrio de poder. Mi esposo murió y empezó la revolución…
—Los argelinos expulsaron a los franceses en 1963 —expliqué a Lily—. Fue un verdadero baño de sangre. —Volviéndome hacia Minnie agregué—: Con el cierre de las embajadas debió de encontrarse en una situación difícil, sin otro lugar adonde ir que Holanda, su patria. Seguramente su gobierno hubiera podido sacarla… ¿por qué continúa aquí? Hace diez años que terminó la revolución.
Minnie dejó su taza con un golpe seco, apartó a Carioca y se puso en pie.
—Estoy atrapada, como un peón retrasado —dijo apretando los puños—. La muerte de mi esposo y las molestias de la revolución solo contribuyeron a agravar lo que sucedió en el verano de 1963. Hace diez años, en Rusia, unos obreros que reparaban el Palacio de Invierno encontraron los fragmentos partidos del tablero… del ajedrez de Montglane.
Lily y yo nos miramos entusiasmadas. Ahora estábamos llegando a alguna parte.
—Increíble —dije—. ¿Cómo se enteró usted? No salió precisamente en primera plana. ¿Y qué tiene eso que ver con que esté atrapada?
—¡Escucha y lo comprenderás! —exclamó, mientras recorría de arriba abajo la habitación. Carioca saltó del rincón para correr tras su largo traje plateado, intentando pisarle la falda—. Si se apoderaron del tablero… tendrán la tercera parte de la fórmula. —Apartó bruscamente la falda del alcance de los dientes de Carioca y se volvió hacia nosotras.
—¿Se refiere a los rusos? —pregunté—. Pero si ellos están en el otro bando, ¿cómo es que usted y Solarin son uña y carne? —Mi cerebro trabajaba deprisa. «Una tercera parte de la fórmula», había dicho Minnie. ¡Eso significaba que sabía cuántas partes había!
—¿Solarin? —preguntó Minnie entre risas—. ¿Cómo crees que me enteré? ¿Por qué piensas que lo elegí como jugador? ¿Por qué crees que mi vida corre peligro, que debo permanecer en Argelia, que os necesito tanto a las dos?
—¿Porque los rusos tienen la tercera parte de la fórmula? —inquirí—. Seguramente no son los únicos jugadores del bando opuesto.
—No —confirmó Minnie—, pero son los que descubrieron que yo tengo el resto.
Minnie salió de la habitación en busca de algo que deseaba mostrarnos. Lily y yo estábamos entusiasmadas, y Carioca saltaba por la habitación como una pelota de goma, hasta que le di una patada.
Lily sacó el ajedrez magnético de mi bolso, lo dejó sobre la mesa de bronce y empezó a colocar los trebejos mientras hablábamos. Yo me preguntaba quiénes eran nuestros adversarios. ¿Cómo sabían los rusos que Minnie era una jugadora y qué tenía ella que la mantenía atrapada allí desde hacía diez años?
—¿Recuerdas lo que nos dijo Mordecai? —susurró Lily—. Dijo que cuando fue a Rusia jugó al ajedrez con Solarin. Eso fue hace unos diez años, ¿no?
—Exacto. Quieres decir que en ese momento lo reclutó como jugador, ¿verdad?
—Pero ¿en calidad de qué? —preguntó Lily moviendo las piezas por el tablero.
—¡El caballo! —exclamé recordando de pronto—. ¡Solarin puso ese símbolo en la nota que dejó en mi apartamento!
—De modo que si Minnie es la Reina Negra todos pertenecemos al equipo de las negras: tú y yo, Mordecai y Solarin. Los que llevan sombrero negro son los buenos. Si fue Mordecai quien reclutó a Solarin, tal vez sea el rey negro… y Solarin el caballo del rey…
—Tú y yo somos peones —agregué—. Y Saul y Fiske…
—Peones que fueron eliminados del tablero —dijo Lily, y retiró un par de peones. Siguió moviendo las piezas como un cubiletero mientras yo trataba de seguir el hilo de su pensamiento.
Desde el instante en que comprendí que Minnie era la adivina algo me rondaba por la cabeza. De pronto supe de qué se trataba. En realidad no había sido Minnie quien me había arrastrado al juego, sino Nim. De no haber sido por él, yo no me habría molestado en descifrar aquel acertijo, ni habría pensado en la fecha de mi cumpleaños, ni habría supuesto que las muertes de otras personas tenían algo que ver conmigo… y tampoco habría aceptado conseguir las piezas del ajedrez de Montglane. Entonces caí en la cuenta de que también había sido Nim quien arregló mi contrato con la compañía de Harry… hacía tres años, cuando los dos trabajábamos para Triple-M. Y había sido él quien me había enviado a ver a Minnie Renselaas…
En ese momento regresó Minnie con una gran caja de metal y un pequeño libro encuadernado en piel y atado con bramante. Dejó ambos objetos sobre la mesa.
—¡Nim sabía que usted era la adivina! —le dije—. Incluso cuando me ayudaba a descifrar aquel mensaje.
—¿Tu amigo de Nueva York? —intervino Lily—. ¿Y qué pieza es él?
—Una torre —respondió Minnie estudiando el tablero donde Lily movía los trebejos.
—¡Por supuesto! —exclamó Lily—. Está en Nueva York para enrocar…
—Solo he visto una vez a Ladislaus Nim —me explicó Minnie—, cuando lo elegí como jugador, como te he elegido a ti. Él te recomendó encarecidamente, pero no esperaba que yo iría a Nueva York para conocerte. Debía estar segura de que eras la pieza que necesitaba… que reunías las aptitudes adecuadas.
—¿Qué aptitudes? —preguntó Lily, que seguía moviendo los trebejos—. Ni siquiera sabe jugar al ajedrez.
—Ella no, pero tú sí —observó Minnie—. Formáis un equipo perfecto.
—¿Equipo? —exclamé.
Tenía tantas ganas de formar un equipo con Lily como un buey de ser uncido con un canguro. Aunque ciertamente jugaba al ajedrez mucho mejor que yo, cuando se trataba de la realidad resultaba una molestia.
—De modo que tenemos una reina, un caballo, una torre y unos peones —dijo Lily mirando a Minnie—. ¿Qué hay del otro equipo? ¿Qué hay de John Hermanold, que disparó contra mi coche, o de mi tío Llewellyn o su colega el vendedor de alfombras…? ¿Cómo se llama?
—¡El-Maradl! —respondí, y de pronto comprendí qué pieza representaba. No era difícil: un hombre que vivía como un ermitaño en las montañas, sin abandonar nunca su lugar, pero que dirigía negocios en todo el mundo, temido y odiado por todos cuantos lo conocían, y que estaba tras las piezas—. Él es el rey blanco —aventuré.
Minnie palideció y se derrumbó en una silla junto a mí.
—¿Has hablado con El-Marad? —preguntó con un hilo de voz.
—Sí, hace unos días, en Cabilia —contesté—. Parece saber mucho sobre usted. Me dijo que su nombre era Mojfi Mojtar, que vivía en la casbah y que tenía las piezas del ajedrez de Montglane. Aseguró que usted me las daría si yo le decía que mi cumpleaños es el cuarto día del cuarto mes.
—Entonces sabe mucho más de lo que yo creía —dijo Minnie bastante alterada. Cogió una llave y empezó a abrir la caja metálica que había traído—. Pero obviamente hay algo que no sabe, porque de otro modo no te hubiera permitido verlo. ¡No sabe quién eres!
—¿Quién soy? —pregunté sin entender—. Yo no tengo nada que ver con este juego. Hay montones de personas que nacieron el mismo día que yo… montones de personas que tienen líneas curiosas en la mano. Esto es ridículo. Estoy de acuerdo con Lily; no creo que pueda ayudarla…
—No quiero que me ayudes —dijo Minnie con firmeza, abriendo la caja mientras hablaba—. Quiero que ocupes mi lugar.
Se inclinó sobre el tablero y, apartando el brazo de Lily, cogió la reina negra y la adelantó.
Lily contempló la pieza en el tablero. De pronto me dio una palmada en la rodilla.
—¡Ya lo tengo! —exclamó saltando entusiasmada sobre los cojines. Carioca aprovechó la oportunidad para robar con sus dientecitos una esponjosa pasta de queso y arrastrarla a su cubil debajo de la mesa—. ¿No lo ves? De este modo la reina negra puede dar jaque a la blanca y obligar al rey a moverse por el tablero… pero solo arriesgándose ella misma. La única pieza que puede protegerla es este peón adelantado…
Traté de comprender. Sobre el tablero había ocho piezas negras en cuadros negros; las otras ocupaban escaques blancos. Y delante de todas, al final del territorio blanco, había un solo peón negro, protegido por una torre y un caballo.
—Sabía que trabajaríais bien juntas —dijo Minnie sonriendo— si os daban la oportunidad. Esta es una reconstrucción casi perfecta de la partida tal como está en este momento. Al menos por ahora. —Mirándome, agregó—: ¿Por qué no preguntas a la nieta de Mordecai Rad cuál es la pieza esencial en torno a la cual gira ahora la partida?
Me volví hacia Lily, que también sonreía mientras tocaba el peón adelantado con su larga uña roja.
—La única pieza que puede reemplazar a una reina es otra reina —afirmó—. Pareces ser tú.
—¿Qué quieres decir? —pregunté—. Creí que era un peón.
—En efecto, pero si un peón atraviesa las filas de los peones enemigos y alcanza el octavo cuadrado del lado opuesto, puede transformarse en la pieza que desee. Incluso en reina. ¡Cuando ese peón llegue al octavo escaque, el de la coronación, podrá reemplazar a la reina negra!
—O vengarla —dijo Minnie, con los ojos brillantes como ascuas—. Un peón adelantado penetra en Argel, la Isla Blanca. Así como has penetrado en territorio blanco… penetrarás el misterio. El secreto del Ocho.
Mi estado de ánimo oscilaba como un barómetro durante el monzón. ¿Yo era la reina negra? ¿Qué significaba eso? Aunque Lily señaló que podía haber más de una reina del mismo color en el tablero, Minnie había dicho que yo iba a reemplazarla. ¿Quería eso decir que planeaba abandonar el juego?
Además, si necesitaba una sustituta, ¿por qué no Lily? Lily había reconstruido la partida sobre el pequeño tablero de modo que cada pieza representaba una persona y todos los movimientos reproducían los acontecimientos. En cambio yo apenas sabía nada de ajedrez. Entonces, ¿qué aptitudes reunía? Por otro lado, al peón le quedaba camino por recorrer antes de llegar a la línea de coronación. Aunque era demasiado tarde para que otro peón lo eliminara, todavía podían comerlo piezas con movimientos más flexibles. Hasta yo sabía eso.
Minnie había desenvuelto el contenido de la caja metálica. Después extrajo un grueso paño que procedió a desplegar sobre la gran mesa de bronce. El paño era azul oscuro, casi negro, y sobre su superficie se esparcían trozos de cristales de colores —algunos redondos, otros ovalados—, cada uno del tamaño aproximado de un cuarto de dólar. Estaba bordado con una especie de hilo metálico que formaba dibujos extraños. Parecían los símbolos del zodíaco. También me recordaban algo que no conseguía identificar. En el centro había un gran bordado de dos serpientes que se mordían la cola una a otra. Formaban un número ocho.
—¿Qué es esto? —pregunté examinando el paño con curiosidad.
Lily se había acercado y tocaba la tela.
—Me recuerda algo —dijo.
—Este es el paño que originalmente cubría el ajedrez de Montglane —explicó Minnie mirándonos con atención—. Estuvo enterrado con las piezas durante mil años, hasta la Revolución francesa, cuando las monjas de la abadía de Montglane, en el sur de Francia, los exhumaron. Después el paño pasó por muchas manos. Se dice que fue enviado a Rusia durante el reinado de Catalina la Grande, junto con el tablero partido que descubrieron.
—¿Cómo sabe todo eso? —pregunté. No podía apartar los ojos del oscuro terciopelo azul desplegado ante nosotras. El paño del ajedrez de Montglane… más de mil años de antigüedad y todavía intacto. Parecía desprender un leve resplandor a la luz verdosa que se filtraba entre las hojas de la buganvilla—. ¿Y cómo lo consiguió? —agregué, mientras me estiraba para tocar las piedras que Lily estaba palpando.
—En casa de mi abuelo he visto muchas gemas sin tallar —explicó Lily—. ¡Creo que estas son auténticas!
—Lo son —aseguró Minnie con un tono de voz que me hizo estremecer—. Todo en torno a este temible ajedrez es real. Como sabéis, el ajedrez de Montglane contiene una fórmula… una fórmula de gran poder, una fuerza malévola para aquellos que saben cómo usarla.