El nombre del Único (40 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El nombre del Único
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Gilthas se había alejado bastante del campamento, y tardó un rato en volver sobre sus pasos. Cuando llegó, encontró a Alhana en compañía de un elfo al que no conocía. Iba vestido como un guerrero, y por el aspecto de su faz curtida y sus ropas sucias, llevaba largos meses de viaje. Gilthas comprendió por la calidez del tono de Alhana y su agitación que aquel elfo era una persona especial para ella. Alhana y el desconocido elfo desaparecieron en el interior del refugio antes de que Gilthas tuviese ocasión de dar a conocer su presencia. Al ver a Gilthas, Kiryn lo llamó con un ademán.

—Samar ha regresado.

—Samar... ¿El guerrero que fue en busca de Silvanoshei?

Kiryn asintió en silencio.

—¿Y dónde está Silvanoshei? —Gilthas miró hacia el refugio de Alhana.

—Samar ha regresado solo —informó Kiryn.

Un grito angustioso salió del refugio de la reina. Se ahogó enseguida y no se repitió. Los que aguardaban fuera, en tensión, intercambiaron una mirada y sacudieron la cabeza. Se había reunido un número de personas considerable en el pequeño claro. Los elfos esperaron en respetuoso silencio, decididos a escuchar las noticias de primera mano.

Alhana salió para hablar con ellos, acompañada por Samar, que permaneció a su lado protectoramente. El guerrero elfo le recordó a Gilthas al gobernador Medan, un parecido que no habría encontrado ninguna otra persona. Samar era un elfo mayor, probablemente de la misma edad que el marido de Alhana, Porthios. Años de exilio y penalidades habían cincelado la delicada estructura ósea de su rostro convirtiéndola en una talla de granito dura y angulosa. Había aprendido a sofocar el fuego de sus emociones, de manera que no dejaba entrever nada de lo que pensaba o sentía. Sólo cuando miró a Alhana, un brillo cálido asomó a sus oscuros ojos.

El semblante de la reina, enmarcado por la densa mata de cabello negro, tenía normalmente un tono pálido, un blanco puro como un lirio. Ahora su tez se había quedado sin color, parecía traslúcida. Empezó a hablar, pero le fue imposible. Se estremeció, sacudida por el dolor, como si éste la estuviera desmembrando poco a poco. Samar alargó la mano para sostenerla, pero Alhana lo apartó. Su rostro se endureció con una expresión de firme resolución. Recobró el control de sí misma y miró a los silenciosos elfos.

—Entrego mis palabras al viento y al agua que fluye. Que las lleven a mi pueblo —dijo—. Entrego mis palabras a las bestias de los bosques y a las aves del cielo. Que las lleven a mi pueblo. Todos los que estáis aquí, id y llevad mis palabras a mi pueblo y a nuestros primos, los qualinestis. —Su mirada se posó en Gilthas, pero sólo un instante.

»
Conocéis a este hombre, Samar, mi comandante de mayor confianza y mi leal amigo. Hace muchas semanas, lo envié a una misión. Tenía que regresar de esa misión con noticias importantes. —Alhana hizo una pausa y se humedeció los labios—. Al comunicaros lo que Samar me ha dicho, he de haceros una confesión. Cuando os conté que Silvanoshei, vuestro rey, se encontraba enfermo en su tienda, mentí. Si queréis saber por qué os dije esa mentira, sólo tenéis que mirar a vuestro alrededor. Mentí a fin de mantener unido a nuestro pueblo, para mantener la unidad y para mantener a nuestros parientes junto a nosotros. En virtud de esa mentira, somos fuertes, cuando podríamos encontrarnos terriblemente debilitados. Necesitaremos ser fuertes para lo que nos aguarda. —Hizo otra pausa e inhaló aire con un estremecimiento.

»
Lo que os digo ahora es verdad. Poco después de la batalla de Silvanost, Silvanoshei fue capturado por los caballeros negros. Intentamos rescatarlo, pero desapareció durante la noche. Envié a Samar para que intentara descubrir lo que había sido de él. Samar lo encontró. Silvanoshei, nuestro rey, está retenido en Sanction.

Los elfos emitieron quedos sonidos, como si una brisa soplara entre las ramas de un sauce, pero no dijeron nada.

—Dejaré que Samar cuente lo que sabe.

Aun cuando Samar se dirigió a la gente, no dejó de estar pendiente de Alhana. Se mantuvo cerca de ella, presto para ayudarla si le fallaban las fuerzas.

—Me encontré con un Caballero de Solamnia, un hombre valeroso y honorable. —Los ojos de Samar recorrieron la multitud—. Para quienes me conocen, saben que viniendo de mí es un gran elogio decir tal cosa. Ese caballero vio a Silvanoshei en prisión y habló con él, poniendo en peligro su propia vida. El caballero llevaba consigo la capa de Silvanoshei y este anillo.

Alhana lo sostuvo en alto para que todos los vieran.

—El anillo pertenece a mi hijo. Lo conozco. Su padre se lo dio cuando era un niño. Samar también lo reconoció.

Los elfos miraron el anillo y después a Alhana con expresión preocupada. Varios oficiales que se encontraban cerca de Kiryn le dieron con el codo instándole a que se adelantara. Kiryn avanzó.

—¿Tengo permiso para hablar, majestad?

—Lo tienes, primo —contestó Alhana, que lo miró con un aire desafiante, como diciendo: «Puedes hablar, pero no prometo hacer caso».

—Perdóname, Alhana Starbreeze, por poner en duda la palabra de un gran guerrero tan renombrado como Samar —empezó respetuosamente Kiryn—, pero ¿cómo sabemos que podemos confiar en ese caballero humano? Quizá sea una trampa.

Alhana se relajó. Al parecer ésa no era la pregunta que había previsto que le hiciera.

—Que Gilthas, dirigente de Qualinesti, hijo de la Casa Solostaran, se adelante.

Preguntándose qué tenía que ver este asunto con él, Gilthas salió de entre la multitud e hizo una reverencia a Alhana. La severa mirada de Samar se posó en Gilthas, que tuvo la impresión de que lo estaba calibrando. No habría sabido juzgar si salía o no bien parado en la valoración del otro elfo.

—Majestad —dijo Samar—, cuando estabais en Qualinesti, ¿conocisteis a un solámnico llamado Gerard Uth Mondor?

—Sí, en efecto —contestó Gilthas, sobresaltado.

—¿Lo consideráis un hombre de honor, un hombre valeroso?

—Sí. Es todo eso y más. ¿Es el caballero al que os referíais?

—Sir Gerard comentó que había oído que el rey de Qualinesti y los supervivientes de esa nación iban a intentar alcanzar un refugio seguro en nuestra patria. Manifestó un profundo pesar por vuestra pérdida, pero se alegró de que estuvieseis a salvo. Me pidió que os transmitiera sus saludos.

—Conozco a ese caballero. Sé de su valor y doy fe de su probidad. Hacéis bien en confiar en su palabra. Gerard Uth Mondor llegó a Qualinesti en extrañas circunstancias, pero partió de allí como un amigo, llevando la bendición de nuestra reina madre, Lauralanthalasa. Él fue una de las últimas personas a las que mi madre se la dio.

—Si los dos, Samar y Gilthas, dan fe del honor de este caballero, entonces no tengo nada más que decir en su contra —proclamó Kiryn, que tras hacer una reverencia volvió a su sitio en el círculo.

Se habían reunido más de cien elfos, y si bien todos se mantuvieron callados, sin decir nada, intercambiaron miradas entre ellos. Su silencio era elocuente. Alhana podía continuar, y así lo hizo la reina.

—Samar ha traído otra información. Ya podemos dar un nombre a ese dios Único, la deidad que supuestamente vino a nosotros por bien de la paz y del amor, pero que resultó ser parte de su plan para esclavizarnos y destruirnos. Y ahora sabemos el porqué. El suyo es un nombre antiguo: Takhisis.

Del mismo modo que ocurre al arrojar una piedra al agua, las ondas de aquella increíble noticia se fueron propagando entre los elfos.

—No puedo explicaros cómo ha ocurrido este terrible milagro —prosiguió Alhana, cuya voz cobraba fuerza y majestuosidad a medida que hablaba. Los elfos se le habían entregado, contaba con su apoyo. Cualquier duda sobre el caballero humano quedó olvidada, eclipsada por las negras alas de una antigua adversaria—. Tampoco es preciso que lo sepamos. Por fin podemos dar un nombre a nuestro enemigo, y es una adversaria a la que podemos derrotar, pues ya la vencimos en el pasado.

—El caballero solámnico, Gerard, lleva esta información a los caballeros del Consejo —añadió Samar—. Los solámnicos están reuniendo un ejército para atacar Sanction. Nos exhorta a los elfos a ser parte de esta fuerza para rescatar a nuestro rey. ¿Qué decís?

Los elfos lanzaron un vítor que hizo que temblaran las ramas de los árboles. Al oír todo aquel jaleo, acudieron más y más elfos al lugar, y unieron sus voces a las de sus compatriotas. También llegó
La Leona
seguida por los Elfos Salvajes. Tenía el rostro radiante y los ojos resplandecientes.

—¿Qué es eso que me han contado? —preguntó mientras bajaba del caballo y corría hacia Gilthas—. ¿Es verdad? ¿Por fin vamos a la guerra?

Él no le respondió, pero su mujer estaba tan excitada que ni siquiera se dio cuenta. Le dio la espalda y buscó a los soldados que había entre los silvanestis. Antes de ese momento, no se habrían dignado hablar con una Elfa Salvaje, pero ahora respondieron a sus anhelantes preguntas con júbilo.

Los oficiales de Alhana se agruparon alrededor de la reina y de Samar dando sugerencias, haciendo planes, discutiendo qué rutas se tomarían, cuánto tardarían en llegar a Sanction, a quién se permitiría ir y quién se quedaría atrás.

Gilthas se encontraba aparte, en silencio, escuchando el tumulto. Cuando habló finalmente, escuchó su propia voz y el timbre humano que había en ella, más profundo y áspero que los de las voces elfos.

—Hemos de atacar —opinó—, pero nuestro objetivo no debería ser Sanction, sino Silvanost. Cuando la ciudad esté liberada y asegurado su control, entonces podremos volver los ojos hacia el norte, no antes.

Los elfos lo miraron de hito en hito, con indignada desaprobación, como si fuera un invitado a una boda que hubiera roto los regalos en un momento de locura. El único que le hizo caso fue Samar.

—Escuchemos lo que tiene que decir el rey qualinesti —ordenó, alzando la voz para hacerse oír sobre los murmullos iracundos.

—Es cierto que vencimos a Takhisis en el pasado —explicó Gilthas a su ceñuda audiencia—, pero entonces contábamos con la ayuda de Paladine, Mishakal y otros dioses de la luz. Ahora Takhisis es el dios Único y supremo. Su derrota no será fácil.

»
Tendremos que recorrer cientos de kilómetros desde nuestra tierra, dejándola en manos del enemigo. Nos uniremos con humanos para atacar e intentar tomar una ciudad humana. Haremos sacrificios por los que nunca obtendremos recompensa. No digo que no debamos sumarnos a esta batalla contra Takhisis —añadió Gilthas—. Mi madre, como todos sabéis, combatió al lado de humanos. Luchó para salvar ciudades humanas y vidas humanas. Hizo sacrificios por los que jamás nadie le dio las gracias. Esta batalla contra Takhisis y sus fuerzas es una lucha que en mi opinión merece la pena disputar. Sólo aconsejo que nos aseguremos antes de tener una patria a la que regresar. Hemos perdido Qualinesti. No perdamos Silvanesti también.

Al escuchar sus palabras apasionadas, la expresión de
La Leona
se suavizó. La elfa se acercó para situarse junto a él.

—Mi esposo tiene razón —manifestó—. Deberíamos atacar Silvanost y asegurar su toma antes de enviar una fuerza a rescatar a vuestro rey.

Los silvanestis los miraron con ojos hostiles. Un mestizo cuarterón y una Elfa Salvaje. Extranjeros, extraños. ¿Quiénes eran ellos para decir a los silvanestis, e incluso a los qualinestis, lo que debían hacer? El prefecto Palthainon se encontraba al lado de Alhana, susurrándole al oído, sin duda exhortándola a no hacer caso al «rey marioneta». Gilthas encontró entre ellos a un aliado: Samar.

—El rey de nuestros parientes habla buen tino, majestad —dijo Samar—. Creo que deberíamos tener en cuenta sus palabras. Si marchamos a Sanction, dejamos detrás un enemigo que podría atacarnos y matarnos cuando le diéramos la espalda.

—Los caballeros negros están atrapados en Silvanost como abejas en un frasco —replicó Alhana—. Zumban de un lado a otro, sin poder escapar. Mina no tiene intención de enviar refuerzos a sus tropas en Silvanesti. En caso contrario, ya lo habría hecho a estas alturas. Dejaremos un pequeño contingente para mantener la impresión de que una fuerza más numerosa los tiene rodeados. Cuando regresemos triunfantes, mi hijo y yo nos encargaremos de esos caballeros negros —añadió con orgullo.

—Alhana —empezó Samar.

La mujer le lanzó una mirada; sus ojos de color violeta tenían el tono de un vino oscuro y una expresión gélida.

Samar no dijo nada más. Inclinó la cabeza y ocupó su puesto detrás de su reina. No miró a Gilthas, y tampoco lo hizo Alhana. La decisión se había tomado y el asunto estaba cerrado.

Silvanestis y qualinestis se reunieron anhelantes alrededor de la reina, esperando sus órdenes. Por fin las dos naciones se habían unido, hermanadas en su determinación de marchar contra Sanction. Tras dirigir una fugaz ojeada de preocupación a su marido,
La Leona
le apretó la mano en un gesto de consuelo y después también ella se aproximó presurosa a conferenciar con Alhana.

¿Por qué no lo veían? ¿Qué los cegaba hasta ese punto?

«Takhisis. Esto es obra suya —se dijo Gilthas—. Ahora, libre de gobernar el mundo sin oposición, ha tomado el dulce elixir del amor, lo ha mezclado con veneno, y se lo ha dado a tomar a la madre y al hijo. El amor de Silvanoshei por Mina se ha tornado obsesión. El amor de Alhana por su hijo confunde su razonamiento. ¿Cómo podemos combatir eso? ¿Cómo podemos luchar contra una diosa cuando hasta el amor, nuestra mejor arma contra ella, está contaminado?»

31

El rescate de un rey

Puede que los elfos fueran soñadores y apáticos, que pasaran todo el día observando cómo se abrían los pétalos de una rosa o se tiraran noches enteras contemplando, embelesados, las estrellas, pero cuando se les empujaba a la acción, dejaban estupefactos a sus observadores humanos por su habilidad para tomar decisiones rápidas y llevarlas a cabo, por su resolución y determinación para superar cualquier obstáculo.

Si Alhana y Samar durmieron algo durante los días siguientes, Gilthas no tenía la menor idea de cuándo habían podido hacerlo. El torrente de personas yendo y viniendo de su refugio en el árbol no cesó ni de día ni de noche. Alhana tuvo la deferencia de invitarlo a dar su opinión, pero Gilthas sabía muy bien que su opinión no era tenida en cuenta. Además, conocía tan poco el territorio por el que tendrían que pasar que en cualquier caso tampoco habría podido ayudar gran cosa.

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