Tyler se relajó cuando salimos a cenar. Y comenzó a hablar sin parar, sin siquiera tomar aire entre frases. De hecho, resultaba difícil encontrar un hueco para hacer algún comentario. Además, hablaba dando rodeos, en vez de ir directamente al grano. Padecía una enfermedad llamada «pensar demasiado». La cabeza me daba vueltas mientras lo escuchaba.
—Yo le estaba entrando fuerte a esa tía —decía Tyler—. Pero fuerte de verdad.
—Levantó la cabeza, frunció los labios, arqueó las cejas y asintió. Aunque se suponía que el gesto debía transmitir contundencia, lo cierto es que resultaba extraño, poco natural. Entonces aparece un tipo y le dice: «Michelle, eres preciosa. Eres pura dinamita». Y ella me mira y me dice (Tyler pone voz de falsete, imitándola): «Odio que me digan eso. Sólo me gustan los hombres que no me desean. Odio a los tíos que me desean. Los odio».
Tyler pasó toda la cena diciendo tonterías sin parar. Al cabo de una hora, empecé a descifrar su personalidad. A sus ojos, la interacción humana era como un programa informático. El comportamiento estaba determinado por
marcos
, congruencias, estados, empatía y otros principios psicológicos similares. Él quería ser el mago de Oz, el tipo que está detrás del telón manejando los hilos, el tipo al que los demás ven como al señor del reino.
Me gusta analizar a las personas.
Según el propio Tyler, de niño era un poco más pequeño y un poco más lento mentalmente que la mayoría de los niños. Además, su padre, que era entrenador de fútbol americano, le imponía metas muy altas que él nunca conseguía alcanzar. Ésa fue toda la información biográfica que pude sacarle, pues debe de ser duro reconocer algo así. Y, sin embargo, yo no estaba convencido de que nos hubiera dicho la verdad.
Cada vez que la camarera se acercaba a la mesa, Tyler me pedía que pusiera en práctica alguna de mis
técnicas
.
—Utiliza la
técnica
de la novia celosa —me decía.
—Haz una DIV
[1]
—me decía.
Recordé lo que había dicho Vision sobre la insistencia de Tyler Durden en que le hiciera continuas demostraciones. Ahora entendía por qué lo había echado de su casa. Tyler no veía el lado humano de las personas. No le importaba en qué trabajáramos, de dónde fuésemos ni lo que pensáramos del mundo.
Tyler no se daba cuenta de que los MDLS también éramos personas.
Yo había planeado una noche especial para Papa y Tyler. Hillary, la bailarina burlesca del pelo azul por la que había competido con Heidi Fleiss y con Andy Dick, tenía un espectáculo en el Spider Club de Hollywood. Así que llamé a un par de chicas y también a Laurie, la irlandesa que me había inspirado la
técnica
evolucionada del cambio de fase, y quedé con ellas en el club. También llamé a Grimble, pues pensé que a Tyler le gustaría conocerlo.
Cuando llegamos, Laurie y las otras chicas nos estaban esperando en la barra. Prácticamente todos los hombres que había en el club las miraban, intentando reunir el coraje necesario para acercarse a ellas. Cuando les presenté a Tyler, él se limitó a decir hola antes de sentarse. No abrió más la boca durante los siguientes diez minutos; era la primera vez que guardaba silencio durante toda la noche.
Papa, en cambio, pasó inmediatamente a la acción. Al presentarle a las chicas, se quitó las gafas de la cabeza y se las puso a Laurie; una
técnica
que le había enseñado Mystery para evitar que el
objetivo
se aleje durante la fase en la que es ignorado. Después utilizó mi
técnica
de los dientes anchos con forma de C y los dientes estrechos con forma de U para realizar una demostración de valía.
Resultaba gratificante ver cuánto había progresado. Los defensores de la genética dicen que o se nace o no se nace con el don de atraer a las mujeres, y que basta con una mirada para saber quién lo tiene y quién no. Y eso era lo que yo siempre había creído. Pero la Comunidad se basaba precisamente en la idea contraria: todo don se puede aprender. Aunque seguía habiendo cierta torpeza en los movimientos de Papa, era innegable que cada día lo hacía mejor.
Mientras Papa entretenía a las chicas, Tyler y yo fuimos a la otra sala a ver bailar a Hillary. Estaba encerrada en una jaula de pájaros, moviendo los dos inmensos abanicos de plumas con los que se cubría el cuerpo. Ahora le veías un hombro durante un segundo, ahora una parte de una pierna. Realmente tenía un cuerpo espectacular.
—¿Por qué no les has dicho nada a las chicas? —le pregunté a Tyler.
—No sabía qué
técnicas
habías usado ya con ellas —respondió él—. No quería repetir algo que tú ya hubieras hecho.
—Tío, ¿es que no tienes una personalidad propia que puedas usar?
Hillary llevaba unas braguitas de plumas a juego con los pequeños parchecitos que le cubrían los pezones. Tenía la piel muy suave. El único problema era que su nariz realmente parecía un pico.
Y que la última vez que la había visto me había contado que acababa de tener un herpes. Después de eso se me habían quitado las ganas de acostarme con ella. Pero Hillary había hecho lo correcto. Si lo hubiera mantenido en secreto, podría haberme contagiado. No podía castigarla por ser honesta, pero desde entonces me sentía incapaz de acostarme con ella.
—¿Por qué no vamos a otro sitio? —sugirió Tyler.
—¿Por qué íbamos a hacer eso? Esto está lleno de chicas.
—Quiero verte trabajar en un sitio donde no te conozca nadie —insistió Tyler.
Hillary se cubrió el cuerpo con uno de los abanicos, se quitó las braguitas y se las lanzó al público; un trozo de tela lleno de herpes voladores. Un estudiante de universidad con unas patillas como chuletas de cordero cogió las braguitas al vuelo, las apretó en su puño y las lanzó excitado al aire. Era su trofeo venéreo.
Una mano me apretó el hombro. Era Grimble, con su camisa de la suerte.
—¿Qué tal, tío? —me preguntó.
—Aquí estamos —le dije—. Te presento a Tyler Durden. ¿Qué te parecería llevarlo al Saddle Ranch?
—¿Es que tú no vas a venir? —protestó Tyler—. Quería verte en acción.
—Estoy cansado.
—Si vienes te haré mi imitación de Mystery-quejándose-de-cuánto-echa-de-menos-a-su-alma-gemela-Style. A todo el mundo le encanta.
—No, gracias.
Me senté junto a Hillary, que acababa de terminar su actuación.
—¿Quiénes son esos pardillos con los que has venido? —me preguntó.
—Son MDLS.
—No lo parecen.
—Son jóvenes. Todavía están aprendiendo. Dales tiempo.
Hillary se arrancó lentamente una pestaña postiza.
—¿Te apetece ir a El Carmen? —me preguntó mientras se arrancaba la otra pestaña postiza.
Si la acompañaba, tendría que acostarme con ella; eso formaba parte del trato.
—Te lo agradezco, pero estoy agotado. Me voy a ir a casa.
La verdad es que era demasiado aprensivo para ser tan promiscuo.
A pesar de todo, intenté que Tyler me cayera bien; parecía caerle bien a casi todo el mundo.
Los partes que informaban sobre sus viajes por el país, haciendo de
ala
de Mystery, eran espectaculares. Quizá yo lo hubiera puesto nervioso. O puede que hubiera mejorado al tener que actuar delante de tantos alumnos, como me había ocurrido a mí. Así que decidí concederle el beneficio de la duda.
Siempre había habido claras tendencias en la Comunidad. Ross Jeffries y su Seducción Acelerada mandaban en los foros de seducción cuando yo llegué a la Comunidad, hacía ya más de un año. Después le llegó el momento al Método de Mystery y al Chulo-Gracioso de David DeAngelo. Ahora estaban de moda Tyler Durden y Papa.
Lo curioso era que, aunque los métodos cambiaban, las mujeres no lo hacían. La Comunidad seguía siendo algo tan minoritario que eran muy pocas las mujeres que sabían lo que estábamos haciendo. Las tendencias de la Comunidad eran modas que nada tenían que ver con las mujeres; tan sólo respondían al ego masculino.
Y uno de los mayores egos, el de Ross Jeffries, estaba quedando en segundo plano. Aunque la Seducción Acelerada todavía tenía mucho que ofrecer, a ojos de la nueva generación de miembros de la Comunidad resultaba tan arcaica como comprarle flores a una chica o invitarla a un batido. Y eso no le gustaba nada a Jeffries. De hecho, había muchas cosas con las que no estaba contento. Lo supe una noche cuando, al llegar a casa, encontré el siguiente e-mail en mi ordenador:
Hola, Style. Soy Ross. Estoy de un humor de perros. Son las doce y diez. Normalmente, cuando estoy de mal humor llamo a alguien que me caiga mal y le pongo a parir. Pero esta noche no voy a hacer eso. Sólo quiero decirte que estás siendo injusto conmigo y que no te pasaría nada por llevarme a alguna fiesta, aunque me debes mucho más que eso.
Si no lo haces, no voy a echártelo en cara. Me limitaré a cerrarte las puertas de los círculos de Seducción Acelerada. Te juro que lo haré. Así que piensa en cómo te ha cambiado la vida gracias a mi trabajo. Y piensa en lo que me has dado tú a cambio. El nuestro no ha sido un intercambio equilibrado. Creo que me entiendes.
Jeffries tenía razón. Lo había ignorado por completo desde aquella fiesta a la que fuimos juntos en Hollywood. Pero, antes de volver a llevarlo a una fiesta, tendría que borrar de mi cabeza la imagen de Jeffries olfateándole el trasero a Carmen Electra.
De todas formas, al cabo de un par de días lo llamé y lo invité a cenar por los viejos tiempos. Jeffries no estaba tan enfadado como yo había imaginado; sobre todo porque había otra persona que lo irritaba más que yo: Tyler Durden.
—Ese tío me produce escalofríos —me dijo Jeffries—. Hay algo que da miedo en su falta de humanidad. No me sorprendería que uno de estos días dejara colgado a Mystery y empezara a dar talleres por su cuenta. Se siente incómodo cuando está con personas más poderosas que él. Además, ya va diciendo por ahí que es mejor que Mystery.
Aunque atribuí el comentario a la mente paranoica de Jeffries, Tyler Durden no tardó en demostrar que tenía razón.
Y, según Mystery, yo era el culpable de todo.
—Ya no me divierto en los talleres —se quejó Mystery. Me había llamado desde New Jersey, donde estaba con Tyler Durden y con Papa—. Ahora no son más que un trabajo. Los talleres sólo son divertidos cuando tú me acompañas.
Me sentí halagado, aunque los talleres no eran una forma de diversión; realmente eran un trabajo.
—Además, mis prioridades han cambiado —continuó diciendo—. Al principio se trataba de ser el centro de atención. Ahora creo que lo que busco es amor. Quiero tener una relación que me haga sentir cosquillas en el estómago. Busco a una mujer a la que pueda respetar por su arte, como una cantante o una bailarina de
striptease
.
La inevitable ruptura no tardó en producirse.
Mystery viajó a Inglaterra y a Amsterdam con Tyler y Papa.
Los talleres fueron un éxito sonado y, al acabar, Tyler Durden y Papa se quedaron en Europa para satisfacer la demanda de nuevos talleres. Era verano, y la perspectiva de enseñar a
sargear
a otros chicos en Europa resultaba mucho más atractiva que la de conseguir un trabajo sirviendo helados o vendiendo ropa en un Baby Gap.
Mystery me llamó en cuanto llegó a Toronto.
—Mi padre tiene cáncer de pulmón —me dijo—. Le queda poco tiempo.
Resulta raro, pero eres la primera persona a la que quería llamar.
—¿Cómo te sientes?
—No estoy triste por él, pero, cuando he llegado a casa, mi madre estaba llorando. Y nunca la había visto llorar. Mi padre siempre ha dicho que quería que rociaran su tumba con whisky. Mi hermano dice que espera que no le moleste que lo filtre antes por su vejiga.
Mystery se rió.
Yo intenté hacerlo también, pero no lo conseguí. La imagen no resultaba graciosa si no odiabas al padre de Mystery.
Mientras tanto, los talleres europeos de Tyler Durden y de Papa estaban siendo un completo éxito. Al principio se habían limitado a enseñar el Método de Mystery. Pero todo eso cambió una noche en Londres, cuando encontraron su propia escuela en Leicester Square, punto de reunión de mochileros, noctámbulos, turistas, artistas callejeros y borrachos en general. Fue ahí donde nació el método del MAGeo.
Los MAG son una espina clavada en el costado de todo MDLS. No hay nada más humillante que ser levantado en volandas por un gigante que apesta a cerveza mientras se burla de tu ropa o de tu aspecto delante de las chicas con las que estás intentando
sargear
. Es un doloroso recordatorio de que no eres uno de los chicos populares, de que no eres más que un don nadie disfrazado.
Y, aunque Tyler Durden posiblemente fuese el mayor don nadie de todos nosotros, compensaba su falta de gracia y de saber estar con razonamientos analíticos. Tyler era un deconstruccionista social y un estudioso del comportamiento humano. Observaba cómo se relacionaban los seres humanos y diseccionaba el proceso en los componentes físicos, verbales, sociales y psicológicos que lo provocaban.
MAGear
—o eliminar a un macho competitivo de un set— era una
técnica
que atraía a su lado más subversivo; robarle la chica a uno de esos chicos populares que lo habían humillado en el instituto era un manjar mucho más apetecible que conquistar a una mujer sentándote a solas con ella en un café.
Así que Tyler analizó el lenguaje corporal que los MAG empleaban para rebajar su importancia en los sets. Observó cómo miraban fijamente a las chicas para indicarles que eras un don nadie y analizó su manera de hacerte perder el equilibrio dándole una fuerte palmada en la espalda. Pronto pasó más tiempo estudiando a los MAG que sargeando con chicas; hasta que inventó un nuevo orden social en el que, parafraseando al músico Boyd Rice, los fuertes viven de los débiles y los inteligentes viven de los fuertes.
Ya no había nada que pudiera parar a los MDLS. Ahora podían robarle la novia delante de sus narices a MAG del tamaño de una nevera. Nos estábamos adentrando en terreno peligroso.
Grupo MSN:
Salón de Mystery
Asunto:
Técnicas
de MAGeo
Autor: Tyler Durden
Os voy a contar lo que he estado haciendo últimamente. Es bastante divertido.
He aprendido la mayor parte de esto de los europeos, mientras intentaba robarles a sus chicas y evitar que ellos me robaran a las mías. Aquí los tíos no son tan pardillos como en Estados Unidos. La mayoría de ellos saben lo que hacen. Así que he estado intentando descifrar cómo sacarles ventaja.