El método (The game) (13 page)

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Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

BOOK: El método (The game)
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Ignorando el miedo, valoré racionalmente la situación mientras me acercaba a la barra. El problema de Sasha era su posicionamiento. Las dos chicas estaban sentadas de cara a la barra y él se había aproximado desde atrás, de tal manera que ellas habían tenido que darse la vuelta para hablar con él.

Pero, en cuanto quisieran dejar de hablar con él, les bastaría con volver a darse la vuelta, dándole de nuevo la espalda.

Miré hacia atrás. Mystery y nuestros otros dos alumnos me observaban. Tenía que trabajar bien los ángulos. Me aproximé al
set
de dos desde el lado derecho de la barra, el lado en el que estaba la chica del pelo negro; el
obstáculo
, como diría Mystery.

—Hola —me aclaré la garganta—. Soy el amigo del que os ha hablado Sasha. Decidme, ¿qué sitio nos recomendáis?

Tanto las chicas como Sasha recibieron mi presencia con un silencioso suspiro de alivio, pues mi llegada hacía que la situación resultase menos incómoda para todos.

—Reka es divertido para cenar —dijo la chica del pelo negro—. Algunos de los barcos del río están bien, como
Lukas
,
Cruz
o
Exil
. Y Underground y Ra también son divertidos, aunque yo no suelo ir a ese tipo de sitios.

—Oye, ya que estoy aquí, ¿os importa que os haga otra pregunta? —Ya estaba en terreno conocido—. ¿Creéis en la magia?

A esas alturas yo ya me sabía de memoria esa
técnica
: la historia de un supuesto amigo que se había enamorado de una rnujer como consecuencia de un hechizo lanzado por ella. Así que, mientras mi boca hablaba, mi cerebro pensaba en términos de estrategia. Tenía que reposicionarme para quedar junto a la rubia si quería robarle la chica a mi alumno.

—Os lo pregunto porque yo antes no creía en esas cosas, pero hace poco me pasó algo increíble —continué diciendo—. Mira —le dije a la rubia—, deja que te enseñe algo.

Rodeé las banquetas hasta posicionarme junto a mi
objetivo
.

Pero, aunque ahora estaba donde quería, todavía tenía que encontrar un sitio donde sentarme. Si no, mi presencia acabaría por incomodarla. Desgraciadamente, no había ningún taburete vacío, así que tendría que improvisar.

—Enséñame las manos —le dije—. ¿Te importaría levantarte para que pueda verlas mejor?

Y, en cuanto ella se levantó, yo me senté en su taburete. Por fin estaba donde quería. Ahora era ella la que estaba de pie, sin saber qué hacer. Como en una partida de ajedrez, yo acababa de realizar un movimiento impecable.

—Acabo de robarte el asiento —me reí.

Ella sonrió y me golpeó juguetonamente el brazo. La partida había comenzado.

—Acércate un poco más —continué diciendo—. Si quieres, podemos intentar un experimento. Pero sólo puedo quedarme un momento. Ahora mismo te devuelvo tu asiento.

Aunque no conseguí adivinar su número (era el diez), ella se divirtió. Mientras hablábamos, vi cómo Mystery se acercaba a Sasha y le decía que mantuviera ocupada a la chica del pelo negro, para que no se entrometiese en mi juego.

Marko tenía razón: las chicas de Belgrado eran guapísimas. Además, eran extremadamente inteligentes y hablaban inglés casi mejor que yo. La verdad es que disfruté hablando con esa chica; resultaba cautivadora, había leído mucho y tenía un máster en administración de empresas.

Cuando llegó el momento de irse, le dije que me gustaría verla otra vez antes de regresar a Estados Unidos. Ella sacó un bolígrafo del bolso y me dio su número de teléfono. Acababa de ganarme el respeto de mis alumnos. Sí, Style era un verdadero maestro de la seducción.

Mientras tanto, Sasha seguía hablando con la chica del pelo negro.

—Dile que tenemos que irnos y pídele su e-mail —le susurré al oído.

Él lo hizo y… ¡milagro! La chica se lo dio.

Nos unimos a los demás y salimos del café. Sasha era un hombre nuevo.

Emocionado, se puso a saltar como un niño en la calle, al tiempo que cantaba en serbio; era la primera vez que una chica le daba su dirección de correo electrónico.

—Estoy tan contento —exclamó—. Creo que éste es el mejor día de mi vida.

Como sabe cualquiera que lea el periódico o historias sobre crímenes reales, un importante porcentaje de los delitos violentos que se cometen, desde secuestros hasta asesinatos, son consecuencia de la represión de los impulsos sexuales. De ahí que, al recuperar para la sociedad a tipos como Sasha, Mystery y yo, estábamos haciendo del mundo un lugar más seguro.

Mystery me rodeó los hombros con el brazo y me apretó la cara contra su abrigo de mago.

—Estoy orgulloso de ti —dijo—. No sólo has conseguido a la rubia, sino que lo has hecho delante de los chicos; ahora ellos saben que es posible.

Fue entonces cuando me di cuenta de uno de los efectos secundarios del juego. En mi cabeza, hombres y mujeres estaban separados por un abismo cada vez mayor. Yo empezaba a ver a las mujeres como meros indicadores cuya utilidad principal era medir mis avances como maestro de la seducción. Eran los parámetros de mi test, identificables tan sólo por el color del pelo y un número: una rubia 7, una morena 10. Incluso cuando entablaba una conversación de interés, o cuando una mujer compartía conmigo sus sueños y sus puntos de vista, mentalmente yo sólo estaba tachando un paso superado de mi lista. Al fortalecer los lazos que me unían a otros hombres, estaba desarrollando una actitud poco sana hacia el sexo opuesto. Y lo más preocupante de todo era que esa actitud era precisamente la que me permitía tener más éxito con las mujeres.

Después, Marko nos llevó a Ra, una discoteca ambientada en el antiguo Egipto cuya puerta estaba presidida por dos estatuas de hormigón del dios Anubis. Estaba prácticamente vacía. Dentro sólo había guardias de seguridad, camareros y un grupo de nueve ruidosos serbios sentados en taburetes alrededor de una pequeña mesa redonda.

Estábamos a punto de irnos cuando Mystery se dio cuenta de que había una chica entre los serbios. Era joven y delgada, con el pelo muy largo y un traje rojo que dejaba a la vista unas piernas tan hermosas como largas. Era un
set
imposible: una chica sola rodeada por nueve tipos corpulentos con el pelo rapado, al estilo militar; hombres que, sin duda, habrían luchado en la guerra, que probablemente habrían matado a otros hombres. Y Mystery iba a acercarse a la mesa.

El maestro de la seducción es la excepción a la regla.

—Toma —me dijo—. Junta las manos y entrelaza los dedos, y cuando te diga que abras las manos, tú actúa como si no pudieras hacerlo.

Acto seguido, Mystery hizo como si sellara mis manos mediante el arte del ilusionismo y yo fingí la correspondiente sorpresa.

El espectáculo atrajo la atención de los porteros de la discoteca, que lo desafiaron a intentar hacer lo mismo con sus puños. Pero Mystery los obsequió con su truco de parar las agujas del reloj. Apenas unos minutos después, el encargado de la discoteca nos estaba invitando a unas copas y el grupo de serbios, incluida la chica, nos observaba atentamente.

—Si sois capaces de conseguir que una chica os envidie —le dijo Mystery a nuestros alumnos—, conseguiréis que se acueste con vosotros.

Mystery estaba trabajando con dos principios. Por un lado, estaba demostrando su valía al ganarse la atención de los encargados de la discoteca, y, por otro, estaba usando un
peón
; en otras palabras, estaba sirviéndose de un grupo para conseguir llegar a otro grupo, al que resultaba más difícil acceder.

Como colofón, Mystery le dijo al encargado que haría levitar una botella. Se acercó a la mesa de los serbios, les pidió que le prestaran una botella vacía de cerveza y la hizo flotar en el aire durante unos segundos. Había conseguido el acceso al grupo donde estaba su
objetivo
. Obsequió a los chicos con varios trucos más mientras ignoraba a la chica. Pasados los cinco minutos de rigor, implacable, empezó a hablar con ella, y unos minutos después la aisló de los demás, llevándola a un asiento cercano. Había utilizado como peones a todos los hombres presentes en la discoteca para conseguir llegar hasta ella.

Como la chica apenas hablaba inglés, Mystery usó a Marko como traductor. —Todo lo que has visto esta noche no es más que una ilusión —le dijo a través de Marko—. La he creado para poder conocerte. Es mi regalo para ti.

Finalmente intercambiaron sus números de teléfono. Después, Mystery y Marko se reunieron con el resto de nosotros en la barra y juntos nos dirigimos hacia la salida. Pero, antes de que pudiéramos salir, uno de los MAG de la mesa nos cortó el paso. La ajustada camiseta negra que llevaba puesta revelaba una corpulencia que hacía que el cuerpo de Mystery pareciese el de una mujer.

—Así que te gusta Natalija, ¿eh, hombre mago?

—¿Natalija? Sí, hemos quedado en volver a vernos. ¿O es que no te parece bien?

—Natalija es mi novia —dijo el MAG—. Aléjate de ella.

—¿No crees que eso debería decidirlo ella? —dijo Mystery al tiempo que daba un paso hacia el MAG.

Mystery no se había acobardado; el muy idiota.

Mientras miraba las manos del MAG, yo me pregunté cuántos cuellos croatas habría roto durante la guerra.

El MAG se levantó el jersey, dejando ver la culata negra de una pistola.

—A ver si puedes doblar esto, hombre mago.

No era una invitación; era una amenaza.

Marko se volvió hacia mí, aterrorizado.

—Tu amigo va a hacer que nos maten —dijo—. Estas discotecas están llenas de ex combatientes y de mañosos. Para esta gente, matar es lo más normal del mundo.

Mystery colocó una mano delante de la frente del MAG.

—¿Recuerdas cómo moví la botella sin tocarla? —le preguntó—. Pesa ochocientos gramos. Ahora, imagínate lo que podría hacerle a una de las diminutas neuronas que tienes en el cerebro.

Chasqueó los dedos, recreando el sonido de una neurona al romperse.

El MAG miró fijamente a Mystery, intentando decidir si era un farol.

Mystery le sostuvo la mirada. Pasaron dos segundos. Después tres, cuatro, cinco. Yo no podía soportar la tensión. Ocho, nueve, diez. El MAG se bajó el jersey, ocultando la culata de la pistola.

Mystery jugaba con ventaja en Belgrado, pues allí nadie había visto a un mago actuando en directo; tan sólo habían visto magos en la televisión. Así que, al demostrar que la magia era algo más que un truco televisivo, Mystery había dado vida a una vieja superstición: aquella según la cual la magia podía ser algo real. El MAG permaneció quieto donde estaba, mientras nosotros salíamos de la discoteca sin un solo rasguño.

CAPÍTULO 8

Algunas chicas son diferentes.

Eso es lo que decía Marko. Y, a pesar de todo lo que había visto durante el taller de Mystery, seguía pensando lo mismo. Insistía en que Goca no era como las demás. Goca era una chica de buena familia, había recibido una buena educación y tenía moralidad, no como esas chicas materialistas de las salas de fiestas.

Yo les había oído decir lo mismo a decenas de hombres. Al igual que les había oído decir a decenas de mujeres que nuestras
técnicas
no funcionarían con ellas. Pero en cambio había visto a esas mismas mujeres intercambiando números de teléfono, o saliva, con uno de nuestros chicos tan sólo unas horas después. Cuanto más inteligente es una chica, mejor funciona. Las
strippers
, con síndrome de déficit de atención, ni siquiera te dedican el tiempo necesario para que desarrolles una de tus
técnicas
, pero una chica más perceptiva, una chica con mundo que te escuche con atención, caerá inevitablemente en tus redes.

Y así fue cómo Mystery y yo acabamos saliendo con Marko y Goca en Nochevieja. Vestido con un flamante traje gris, Marko se bajó del coche delante de su casa a las ocho en punto, corrió hasta el otro lado, le abrió la puerta y le ofreció una docena de rosas. Goca tenía la apariencia de una chica inteligente de buena familia. Era baja y tenía el cabello castaño muy largo, una mirada agradable y una sonrisa que se prolongaba un poquito más en la mejilla izquierda que en la derecha. Marko tenía razón: parecía una de esas chicas que están hechas para el matrimonio.

El restaurante al que nos llevó Marko ofrecía platos típicos serbios, con abundantes pimientos rojos y mucha carne. La música era un ejercicio de pura anarquía. Cuatro bandas con instrumentos de viento iban y venían de una sala a la otra, llenándolas con una cacofonía de marchas militares que se superponían entre sí. Observé atentamente a Marko y a Goca durante la cena para ver si su relación realmente podía tener futuro.

Al llegar, se sentaron el uno al lado del otro de forma poco natural. Sus intercambios verbales versaron sobre los acontecimientos de la velada: el menú, el servicio, el ambiente…

—Ja, ja. ¿Verdad que resulta divertido que el camarero se haya confundido y te haya servido mi filete?

La tensión me estaba matando.

No podía decirse precisamente que Marko tuviera un don natural con las mujeres. En el colegio nunca había sido muy popular, en parte por ser extranjero y en parte por tener el mote de «cabeza de calabaza» y por pertenecer al club de Jóvenes Republicanos. Y las cosas le fueron todavía peor que a mí; yo por lo menos besé a una chica durante mis años escolares.

Fue en la universidad cuando Marko dio los primeros pasos dirigidos a entablar relaciones con miembros del sexo opuesto. Se compró una chaqueta de cuero, se inventó un pasado aristocrático, se puso extensiones en el pelo a lo Terence Trent D’Arby y se compró su primer Mercedes-Benz. Aunque sus esfuerzos se vieron recompensados con la amistad de un par de chicas, Marko no llegó a sentirse lo suficientemente cómodo con las mujeres como para quitarse un poco de ropa hasta su tercer año de universidad. Y si llegó a estarlo en aquel momento fue, en gran medida, gracias a la amistad que había entablado con un estudiante más joven que él: Dustin. El sabor de aquellas pequeñas victorias fue tan dulce que Marko se quedó tres años más en la universidad, disfrutando de la popularidad que tanto le había costado obtener; hasta que la dirección le impidió matricularse por séptimo año consecutivo. Uno de los hábitos más extraños de Marko es que se ducha durante una hora todas las noches. Nadie entiende qué hace todo ese tiempo en la ducha, pues lo cierto es que no hay ninguna explicación lógica; para masturbarse, por ejemplo, no hace falta ni mucho menos tanto tiempo. (Si se os ocurre alguna explicación, mandadla a [email protected].)

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