El mejor lugar del mundo es aquí mismo (6 page)

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Authors: Francesc Miralles y Care Santos

Tags: #Drama, Fantástico, Romántico

BOOK: El mejor lugar del mundo es aquí mismo
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El martilleó la madera con los dedos índice y medio, como un suave tambor que anunciara lo que iba a decir:

—A eso vamos. Esta mesa va a ser tu escuela en el arte de los
haikus
. ¿Sabes qué son?

Antes de que ella pudiera responder, Luca sacó del bolsillo de su americana un papel minúsculo y un lápiz. Depositó suavemente ambas cosas en el lado de la mesa donde estaba Iris. Luego volvió a levantar la tetera para llenar las tazas.

—Sé que son poemas japoneses, o algo así —contestó ella—. Pero, ¿no es demasiado pequeño este papel? ¡Casi no cabe nada!

—Es como una tarjeta de visita.

—Por eso mismo. ¿Qué esperas que escriba en tan poco espacio?

Luca parecía haber previsto esa pregunta, ya que respondió:

—¿Sabes lo que decía un famoso inversor norteamericano? Cuando le preguntaron qué tenía en cuenta para decidirse a financiar un proyecto, respondió: «No creo en ninguna idea que no pueda escribirse en el reverso de una tarjeta». Con ello quería decir que si algo necesita de muchas palabras para ser explicado, probablemente no es un buen plan.

—Eso es brillante, pero ¿qué tiene que ver con la poesía?

—Tiene mucho que ver, por no decir todo. El arte del
haiku
, que también es un arte de vivir, consiste justamente en decir mucho con muy poco. Normalmente la gente hace lo contrario. Por eso la vida se nos hace a veces tan pesada.

—¿Qué quieres decir?

—Tendemos a utilizar muchas palabras, muchos medios, mucho tiempo para nimiedades. Escribir
haikus
nos enseña a reducir la belleza del mundo a su esencia. Quien domina ese arte gozará de cada sorbo de la vida como de una
delicatessen
.

—Parece difícil. ¿Qué esperas que escriba ahí? —dijo mirando el lápiz y el pedazo de papel—. ¡Ni siquiera sé cómo se escribe un
haiku
!

Como si también hubiera esperado esa reacción, Luca intercambió una mirada con el mago, que abandonó sus quehaceres en la barra para seleccionar un disco de un estante. Cuando lo hubo encontrado, lo puso en el reproductor y empezó a sonar una lenta introducción de piano.

Iris había oído una vez aquella melancólica canción de Matinée, aunque hasta entonces no se había fijado en la letra:

if you want to learn the art of haikus

sit down

life is what happens beyond you

take pen and white paper if you want to

your hands

are also a canvas or two
[4]

Mientras las notas de piano volvían a flotar en el café, Iris se dijo que no necesitaba escribir en las palmas de sus manos, puesto que Luca le había proporcionado aquel papel. El problema era qué escribir.

La respuesta estaba en aquella misma canción de extraña armonía. La cantante decía ahora:

right now catch a view, a scene, a feeling

three lines

is all you need to depict it

feel how all things flow in the same river

your life

is a raindrop you delive
[5]

Con eso prácticamente terminaba la lección musical para iniciarse en el arte de los
haikus
. Mientras sonaban los coros finales de la canción, Iris se preguntaba qué podía escribir para no decepcionar a su acompañante.

Luca debía de haber notado su inquietud, ya que interrumpió el viaje de la taza de té que se estaba llevando a los labios para decir:

—No tienes que escribirlo ahora mismo. Esta mesa te está invitando a ser poeta. Sólo tienes que dejarte ir, y el
haiku
encontrará la manera de nacer.

—A mí no me parece tan fácil —confesó ella—. Sé lo que me gustaría expresar, pero no sé cómo. Te lo diré: estoy enamorada de alguien.

El italiano recibió esta noticia con una templanza que a Iris le pareció desesperante. Hubiera deseado que él le preguntara de quién estaba enamorada. Eso le hubiera permitido sincerarse, mostrarle unos sentimientos que cada día le costaba más contener. Sin embargo, Luca se limitó a sonreírle en silencio, como si lo único que quisiera de ella fueran tres breves versos en el papel.

Iris exhaló un suspiro antes de decir:

—De acuerdo, intentaré escribir ese
haiku
.

Lo que suma y lo que resta

M
ientras paseaba a
Pirata
antes de cenar, Iris notaba cómo un sentimiento agridulce se agitaba en su interior. Por una parte se decía que debería sentirse feliz con la nueva marcha de su vida.

Además de conocer a alguien que le estaba enseñando todo lo que necesitaba para vivir, tenía un pequeño amigo al que dar gran amor. E incluso su enamorado de adolescencia había resurgido del pasado y la llamaba por teléfono.

Pero nada de eso le bastaba, porque el corazón se le había sublevado y la empujaba a entregarse a los brazos de Luca. Intuía que eso no era posible. No pensaba que pudiera estar casado o comprometido, pero algo —no podía explicarlo racionalmente— le decía que aquel anhelo era irrealizable.

De hecho, esa misma tarde al llegar a casa había intentado expresar en un
haiku
todo lo que sentía, pero el papel continuaba tan blanco como cuando él se lo había entregado.

Mientras meditaba todo eso, pasó junto al bazar de los niños y uno de ellos le recordó:

—Dijiste que tenías algo para darnos. Dentro de una hora cerramos la tienda y ya no abrimos hasta el mes que viene.

—Tienes razón —dijo Iris revolviendo el pelo al pequeño vendedor—. Si queréis subir a casa, os daré unas cuantas cosas para ampliar vuestro bazar.

—¡Yo quiero subir! —exclamó la niña.

Sus dos socios dijeron lo mismo y todos se enzarzaron en una discusión sobre quién debía quedarse al frente del negocio mientras el resto subía al apartamento.


Pirata
vigilará vuestro bazar —dijo Iris—. Aunque su nombre no inspire confianza, seguro que será un buen guardián.

Como si hubiera comprendido perfectamente la naturaleza de la misión, el perro se sentó acto seguido sobre una alfombra, entre los juguetes, y emitió un par de ladridos como aviso para los posibles ladrones.

Convencidos con aquel vigilante de corta estatura, a continuación los tres niños subieron muy alegres hasta el apartamento.

Al abrir la puerta y encender las luces, Iris se sintió como si viera todas aquellas cosas después de mucho tiempo. Siguiendo la filosofía de los
haikus
, se preguntó cómo podía reducir a su esencia lo que guardaba en el piso, qué cosas sumaban valor a su vida y qué otras lo restaban.

Buena parte de lo que adornaba la casa había pertenecido a sus padres, que ya no necesitaban nada, y sólo se convertía para Iris en un ancla que no le permitía abandonar el puerto del dolor.

—Podéis llevaros lo que os guste. De hecho, voy a deshacerme de casi todos esos recuerdos —dijo ella tomando una resolución.

Tras dudar un rato, la niña se llevó una reproducción en metal de la Torre Eiffel, ciudad donde la familia había viajado unas Navidades ya remotas. El niño pecoso escogió una vieja flauta que el padre de Iris había tocado cuando ella era pequeña. El otro se quedó con un ostentoso estuche que contenía un juego de cartas con el que la madre hacía solitarios.

Curiosamente, se sintió aliviada al ver cómo se llevaban aquellos objetos que tantos recuerdos encerraban. Y se dijo que en breve haría una limpieza de su pasado hasta dejar sólo aquello que la ayudara a vivir.

Tras bajar a buscar a
Pirata
, regresó con él al apartamento y le sirvió agua fresca y pienso como premio por su valiente vigilancia. Sacó de la nevera el primer yogur que encontró y se sentó en el sofá con el papelito en blanco en una mano y el lápiz en la otra.

El
haiku
se resistía a nacer.

Un presente interminable

—M
i vida no tiene ninguna importancia, te lo aseguro—dijo Luca, que aquella tarde de viernes parecía, por primera vez, tener prisa.

—Tú sabes muchas cosas de mí —le recriminó Iris—. Más de las que conoce ninguna otra persona en el mundo. Es justo, por lo tanto, que yo también quiera saber algo de tu vida.

—Me temo que te decepcionaría.

—Eso debo decidirlo yo, ¿no crees?

Luca asintió, dándole la razón. Ella prosiguió:

—Muy bien, entonces, quiero saber en qué trabajas.

—Ahora mismo estoy de vacaciones.

—¿Vacaciones? ¿En enero?

—Digamos que llevaba mucho tiempo sin tomarme unos días para mí.

—¿Vives cerca?

—¡Vivo aquí! ¿O es que no me encuentras siempre en el café?

Iris frunció los labios en una mueca:

—Te estoy hablando en serio. ¿No quieres decirme si vives en el barrio?

—Tuve un pequeño restaurante cerca de aquí. El Capolini. Ahora ya no existe.

—Capolini. ¿Qué significa?

—Es mi apellido.

—El caso es que me suena. Tal vez cené allí alguna vez. ¿Dónde estaba?

—Eso ya no importa.

—¿Y qué ocurrió para que lo cerraras?

—Me reclamaron en otra parte.

Se hizo un silencio compartido. Iris comprendió:

—¿Por qué no te gusta hablar de ti?

—Ya te lo he dicho: te decepcionaría. Y lo último que deseo es decepcionarte.

Iris se quedó un instante pensativa antes de sobreponerse a la negativa de Luca y proseguir la conversación:

—¿Es que estamos en la mesa del silencio?

—No exactamente.

—¿Cuáles son, entonces, las propiedades de la mesa número seis? —preguntó Iris anhelando la intimidad que habían tenido en días anteriores.

—Esta es una mesa secreta —explicó Luca con la mirada algo triste—. No estoy autorizado a contarte cuál es su magia. Ya lo descubrirás en su momento.

—Parece que no hay nada hoy que pueda saber. ¿Qué hago entonces contigo? ¿Por qué estamos en este café polvoriento?

—Ya sabes: el mejor lugar del mundo es aquí mismo —se limitó a decir el italiano, que parecía repentinamente incómodo.

El comportamiento de Luca presagiaba algo que Iris todavía no era capaz de imaginar. Y no era lo único distinto que había notado en el café mágico. Pese a que era un viernes por la tarde, la mitad de las mesas estaban vacías. Además, tanto el mobiliario como las paredes parecían haber envejecido desde la tarde anterior. Como si les hubieran caído encima varios años —o varias décadas— de golpe. Incluso los cristales que daban a la calle se veían tan rayados que apenas dejaban entrever el exterior.

Definitivamente, estaban pasando cosas que Iris no comprendía. Había algo esencial que se le estaba escapando.

Como si el ilusionista estuviera al tanto de la situación, al pasar junto a ella le dio un golpecito cariñoso en el hombro y le susurró al oído:

—Recuerda: hay algo que pertenece sobre todo al presente.

Este mensaje desconcertó todavía más a Iris, que tenía la impresión de entender cada vez menos lo que estaba sucediendo. Sin embargo se aferró a lo que le había dicho el ilusionista para tratar de salvar la tarde.

—Tienes que ayudarme a encontrar algo —empezó ella—. Por lo que he aprendido hasta ahora, el pensamiento siempre apunta al pasado o al futuro, ¿me equivoco?

—No te equivocas. Pensar es salir del presente para ir a pescar a las aguas del pasado o del futuro. Sin embargo, la experiencia es siempre presente. Esa es la ecuación.

—Está muy bien la teoría, pero yo necesito saber qué pertenece sobre todo al presente, de todo lo que vivimos. ¿Comer, por ejemplo?

—Lo dudo. El sabor está en el presente pero, en el acto de comer, la cocina pertenece al pasado y la digestión al futuro.

—Entonces para vivir el presente hay que encontrar una experiencia tan intensa que no necesitemos proyectarnos hacia delante o hacia atrás.

—Algo así. Una experiencia que permita detener el tiempo, vivir en un presente interminable.

—Sólo falta saber cuál es —dijo Iris.

—Los místicos la buscan desde hace siglos —repuso Luca, que parecía muy interesado por lo que Iris dijera a continuación.

—Pero ya se sabe cómo somos los humanos —continuó ella con repentina seguridad—. Buscamos lejos lo que tenemos cerca. Tal vez sea la magia de esta mesa, pero yo creo haber descubierto cómo detener el tiempo.

—¿De verdad?

—Ya sé qué tipo de magia está sobre todo en el presente.

Tras decir eso, Iris tomó entre sus manos la cabeza de Luca y acercó la suya hasta que sus labios se encontraron. Aquel primer beso pudo durar segundos o quizá minutos, pero los dos sintieron que se habían sumergido en un presente interminable.

Cómo escribir un
haiku
de amor

E
l sábado al mediodía, Iris se levantó de la cama con la determinación de escribir un
haiku
que entregaría a Luca tan pronto como estuviera terminado.

Con la ilusión de que el poema sellaría el amor que se había manifestado entre ellos la tarde anterior, tras desayunar frugalmente se sentó en la cama a leer un manual que había conseguido sobre el arte del
haiku
.

Su autor, Albert Liebermann, explicaba que consta de tres versos breves que retratan un determinado instante. Esta forma poética presta atención a detalles cotidianos, sean de la naturaleza o del entorno urbano del poeta. También puede capturar una emoción o un estado de ánimo concreto.

El
haiku
tradicional necesita tener, de acuerdo con el manual, los siguientes elementos:

1. Tres versos no rimados.

2. Su brevedad debe permitir leerlo en voz alta en el tiempo de una respiración.

3. Preferiblemente, incluirá alguna referencia a la naturaleza o a las estaciones del año.

4. El haiku siempre describe el tiempo presente aunque pueden omitirse los verbos, nunca se proyecta al pasado o al futuro.

5. Debe expresar la observación o asombro del poeta.

6. Alguno de los cinco sentidos debe estar presente en los versos.

Aquello estaba claro, pero no acercaba a Iris a su objetivo, dado que no escribía poesía desde muy pequeña. ¿Habría perdido la poesía innata con la que, según Luca, nacemos todos los humanos?

Tras preguntarse esto, siguió leyendo el manual de Liebermann. Al parecer, el arte del haiku aspira a conseguir el grado máximo de simplicidad. El poeta debe presentar las pinceladas desnudas, libres de todo artificio o barroquismo.

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