El mejor lugar del mundo es aquí mismo (5 page)

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Authors: Francesc Miralles y Care Santos

Tags: #Drama, Fantástico, Romántico

BOOK: El mejor lugar del mundo es aquí mismo
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Los ecos del amor

—¿Y
no te parece increíble que lo encontrara, justamente ahí, más de veinte años después? —preguntó Iris a Luca tras explicarle lo sucedido la tarde anterior.

El italiano la contemplaba con interés mientras la última claridad vespertina se deslizaba dentro del café, que ya había encendido sus luces amarillentas. Como los días anteriores, aunque la clientela charlaba animadamente, mantenían el tono de voz lo bastante bajo para que el resto de mesas no pudieran oír la conversación.

Mientras Luca hacía esperar su respuesta, Iris observó un rótulo de metal viejo que adornaba la salida del café, donde se habían sentado esta vez. No lo había advertido hasta entonces.

«ENTRA TRISTE, SAL FELIZ»

Así, de entrada, le parecía una promesa algo arriesgada, aunque era cierto que en aquel café sucedían pequeños milagros.

—El asunto del perro y el socorrista tiene fácil explicación si piensas un poco —razonó él—. Tú te fijaste en el perro del anuncio porque se parecía a ese chucho simpático que habías conocido de jovencita.

—¡Mítico
Pilof
! —exclamó Iris.

—De otro modo tal vez te habría pasado por alto —prosiguió Luca—. Por su parte, Olivier dibujó justamente a su compañero fiel cuando trabajaba de socorrista, porque debe de ser el ideal de perro que ha quedado en su mente. ¿Ves cómo no es ninguna casualidad?

—No entiendo adonde quieres llegar con todo esto.

—Quiero decir que el azar ordena el mundo más a fondo de lo que suponemos. Yo te he explicado cómo has llegado a tu amor platónico de adolescencia, pero hay algo más interesante que el hecho de haber reencontrado a ese tipo en una perrera.

—¿Ah, sí? ¿Qué es?

—Lo importante es saber por qué lo has encontrado justamente ahora y no hace cinco o quince años, por ejemplo.

Iris desvió la mirada hacia las manos largas y cuidadas de Luca, que se apoyaban plácidamente sobre la mesa mientras su chocolate se enfriaba. Deseó que aquellas manos abandonaran su reposo y fueran en busca de las suyas, pero su discreto compañero parecía demasiado ocupado en exponer su teoría:

—Si has reencontrado a Olivier en este momento de tu vida es porque ha llegado la hora de resolver algo pendiente.

—¿Qué insinúas con eso? —preguntó Iris dejando de sorber su taza.

—El azar es misterioso, pero también sabio. Si ha puesto al socorrista nuevamente en tu camino es por algún motivo. ¡Tal vez eres tú ahora quien debe salvarle a él!

La sensación de que Luca trataba de echarla en los brazos de Olivier no le gustaba en absoluto. Ahora que se estaba enamorando de él, lo último que deseaba era resucitar un amor adolescente que no la había llevado a ningún lado.

—Olvídate del veterinario —dijo Iris, contundente—. En su momento me pareció muy romántico lo del accidente en la nieve, el bol de sopa y todo eso, pero me siento patética al recordarlo. Ya no soy precisamente una adolescente.

—¿Por qué? —preguntó Luca divertido.

—Mientras mis compañeras de clase se divertían de fiesta en fiesta y tenían un amante por noche, yo esperaba como una boba la llegada del príncipe azul. Me refugiaba en sueños porque nunca he sabido luchar por las cosas que quiero.

—… hasta ahora —añadió él—. Con dieciséis años no te atreviste a afrontar el amor, por eso la vida te da ahora una segunda oportunidad para que lo hagas mejor. ¿No te parece excitante?

Iris estaba furiosa. Le parecía intolerable que alguien que estaba ganando tanto terreno en su corazón quisiera despacharla ahora con el primero que se había cruzado en su camino.

—Por favor, no te enfades —le rogó él—. Aquí no puedes hacerlo. Estamos en la mesa del perdón.

—No estoy enfadada ni tengo que perdonar nada a nadie —repuso, confusa y alterada.

—Es posible, pero creo que has olvidado perdonarte a ti misma.

—¿Perdonarme? ¿Por qué lo dices?

—Te lamentas continuamente de cosas que dejaste de hacer o que hiciste mal en el pasado, como si eso sirviera ahora de algo. ¿Por qué no te perdonas y aceptas que hiciste lo mejor que sabías en cada momento y lugar? La gente tiene derecho a evolucionar. ¡Y los años han de servir para algo más que echar canas!

—Hablas como un gurú —le recriminó Iris—. Y yo no le encuentro ninguna magia a la mesa del perdón.

—Pronto la descubrirás —dijo Luca con una sonrisa enigmática— ¿Conoces la historia del loro que decía «te quiero»?

Ella negó con la cabeza. Luego sorbió el resto del chocolate esperando que empezara a contarla. Le había gustado el título.

—La leí en el libro de un pediatra que canta canciones y hace dormir a los niños. Ahí va:

»La protagonista es una niña llamada Beatriz, que es huérfana de madre y su padre está siempre fuera de casa trabajando. Tras la muerte de su esposa, se ha vuelto un hombre distante y desatiende a su hija, que crece como una niña triste y solitaria. En la escuela la llaman "Raratriz", porque nunca quiere participar en los juegos de sus compañeros.

»Cada mañana desayuna en silencio junto a su papá, que después de ver las noticias sale corriendo a la oficina. Trabaja hasta tan tarde que cuando regresa a casa Beatriz ya está durmiendo.

»La niña se pregunta si su padre la quiere o ha llegado a este mundo por casualidad. No le perdona que nunca la abrace, ni le dé besos, ni le diga cosas bonitas. O es muy tímido, como ella, o es que sólo le interesa saber si ha hecho los deberes o si lleva el bocadillo del desayuno.

»Todos los días de Beatriz son iguales hasta que una mañana aparece un loro sobre las cuerdas de tender que dan a su habitación. El pájaro se mete en la casa y la niña pide a su padre por favor que le deje tenerlo. Tan frío como solícito, el padre se apresura a comprar una jaula y deja que la niña tenga el loro en su habitación. Este empieza a repetir las palabras que ella le enseña cada tarde al volver de la escuela.

»Un día, sin embargo, el loro hace algo insólito. Cuando Beatriz se despierta de buena mañana, le dice: "¡Te quiero!" La niña se sorprende mucho e imagina que debe de haber oído esa frase en el culebrón de algún vecino que ve la televisión.

»Cuando, a la mañana siguiente, el loro vuelve a decir: "Te quiero", ella se extraña mucho, porque está segura de que no le ha enseñado esas palabras.

»La tercera mañana que el pájaro repite "Te quiero", Beatriz empieza a investigar. Le parece muy raro, además, que sólo le declare su amor por la mañana, ya que el resto del día se dedica a repetir las cosas que la niña le va enseñando.

»Antes de que su padre vaya a la oficina, aquella mañana Beatriz corre a explicarle aquel misterio por si se le ocurre alguna explicación. Como toda respuesta, el hombre se sofoca mucho y se apresura a salir de casa con su cartera en la mano. De repente Beatriz lo entiende todo y empieza a llorar, pero de felicidad. Ha comprendido que el loro repite cada mañana lo que oye por la noche: aquello que le dice su padre cuando entra en su habitación mientras está dormida.

El bazar de los niños

D
e camino a casa, Iris advirtió una suave luz frente al portal de su bloque. Al acercarse vio que eran dos fanales que iluminaban un mercadillo instalado por los niños de su edificio. Sobre un par de alfombras viejas exhibían juguetes electrónicos, muñecos, coches en miniatura e incluso discos compactos.

Se agachó frente a los pequeños vendedores y, mientras observaba su mercancía, les preguntó:

—¿Cómo es que estáis en la calle a estas horas?

Un niño pecoso que vivía en el apartamento encima del suyo le contestó muy serio:

—Nuestros padres nos dejan tener abierto hasta las nueve. Luego debemos recogerlo todo antes de ir a la cama.

—Es una gran idea —repuso Iris, sonriente—, pero ¿no sería mejor hacerlo el sábado por la mañana? Pasan más niños por aquí.

—Esto es el bazar nocturno —explicó una niña rellenita del mismo bloque—. Lo ponemos el primer miércoles y jueves de cada mes. Abre cuando volvemos de la escuela y cierra a las nueve.

Iris volvió a repasar la mercancía con la mirada y vio una cajita de cartón con un par de monedas para dar cambio. Luego preguntó:

—¿Y vendéis mucho?

La niña buscó con la mirada a sus dos socios, que se encogieron de hombros sin saber qué decir.

—Yo os voy a comprar este disco —les anunció tomando de la alfombra un viejo álbum de los Rolling—. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

—Mi padre lo tiene repetido —se justificó el primer niño que había hablado.

Acto seguido les preguntó el precio y los niños se quedaron mudos. Tras intercambiar varios susurros, la niña tomó la voz cantante y dijo una cifra muy modesta. Con aquello sólo llegaba, a lo sumo, para comprar unas cuantas chucherías.

Aun así, mientras recibían las monedas de manos de Iris, los dueños del bazar nocturno no podían contener la emoción, reflejada en sus caras.

Una vez en casa, donde
Pirata
la recibió con una serie de saltos que parecían imposibles para sus cortas patas, puso la canción del disco que más le gustaba.

It is the evening of the day

I sit and watch the children play

Doin' things I used to do

They think are new

I sit and watch

As tears go by…
[3]

Le divirtió pensar que aquella vieja balada se correspondía con la escena en la que acababa de participar. De algún modo había comprado su banda sonora.

Tras brincar describiendo varios círculos, finalmente
Pirata
fue a buscar su correa sobre el sofá y volvió con ella entre los dientes. Iris se volvió a poner el abrigo para dar un paseo nocturno con su pequeño amigo antes de preparar la cena.

Mientras se disponía a salir de casa, se dijo que no estaba tan sola como creía. En
El mejor lugar del mundo es aquí mismo
la esperaba su misterioso amigo, y en casa le aguardaría a partir de ahora un perro con el que compartir su vida.

Antes de cruzar la puerta, sonó el teléfono e Iris tuvo que resistir a un vigoroso tirón de
Pirata
, que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Para su sorpresa, era Olivier, que soltó lo que tenía que decir sin tapujos, como habría hecho un niño:

—¿Puedo verte mañana por la noche?

Sorprendida ante lo atrevido de la propuesta, necesitó un rato para responder:

—¿Le falta alguna vacuna a
Pirata
? En todo caso no son horas para…

—No es a
Pirata
a quien quiero ver —la interrumpió—, sino a ti. Me gustaría invitarte a cenar.

Aquello era una confirmación de lo que Luca le había dicho. Al parecer ella sería ahora quien había de socorrer a Olivier. Aunque sólo fuera para llevarle la contraria, su respuesta fue tajante:

—Lo siento, pero no puedo.

—Otro día, entonces.

—Te ruego que no insistas. Además, no me parece correcto tomar el número de teléfono de una adoptante para ligar.

Al terminar de decir eso, la misma Iris se sorprendió de que hubiera salido de sus labios. Entendió que había sido demasiado dura con él, así que añadió:

—Quizás otro día podemos tomar un café, y así de paso saludas a
Pirata
.

—Dalo por seguro.

—Sólo he dicho «quizás».

—Me gusta esa palabra —dijo Olivier, que se había vuelto más elocuente con los años—. Significa que todo puede suceder.

Tras esta inesperada conversación, Iris se dejó arrastrar por
Pirata
hasta la calle, donde los dueños del bazar nocturno abandonaron temporalmente su negocio para acariciarlo.

Mientras observaba nuevamente la mercancía iluminada por dos fanales de camping gas, Iris tuvo una idea. Les preguntó:

—¿Aceptáis donaciones para vuestro bazar?

—¿Cómo dices? —preguntó la niña regordeta.

—Quiero decir si os puedo dar algunas cosas que ya no necesito para que las pongáis a la venta.

El niño pecoso dejó de ocuparse de
Pirata
para responder:

—De acuerdo. Te daremos la mitad de lo que saquemos… Si es que sacamos algo.

—No será necesario —repuso Iris—. De hecho, me haréis un favor quitándomelo de encima.

El arte de los
haikus

C
uando ella entró en el café mágico, por quinto día consecutivo, Luca ya la estaba esperando. En aquel momento llenaba una pequeña taza sin asas con el líquido verduzco de una tetera de hierro colado. Por primera vez desde que le había conocido, no había chocolate sobre la mesa.

Al verla llegar, llenó muy lentamente una segunda taza. El chorro de infusión golpeaba el fondo de la porcelana con un arrullo suave y acariciante, como una fuente serena.

Iris tomó la taza entre las manos para calentarse, mientras preguntaba al improvisado maestro de té:

—¿Está reservada esta mesa para la ceremonia del té?

—No exclusivamente —respondió Luca aspirando el aroma de la infusión—. Recuerda que cada mesa tiene propiedades mágicas. Por lo tanto hemos de esperar algo más que unas tazas de té verde.

—¿Qué magia nos espera hoy? —preguntó ella apoyando las manos en la madera vieja.

—Es una mesa que convierte en poetas a los que se sientan a ella.

Luca había dicho esto en un tono tan serio que Iris estuvo a punto de echarse a reír. Sin embargo, se contuvo para no romper aquel juego delicioso que se había iniciado el peor domingo de su vida.

—¿Y si yo fuera ya poeta? —le preguntó ella para provocarle.

—Ese es el quid de la cuestión. Todo ser humano es poeta por naturaleza, lo que sucede es que la mayoría lo han olvidado. Esta mesa despierta esa facultad, que es una necesidad tan básica como comer, beber o dormir.

—O besar.

Iris se arrepintió de haber dicho estas palabras tan pronto como salieron de sus labios. Su inconsciente la había traicionado haciendo aflorar su deseo antes de que su parte consciente pudiera censurarlo. Sin embargo, aquello no pareció escandalizar lo más mínimo a su compañero de mesa.

—De hecho, la poesía es besar la vida misma. Podemos estar rodeados de belleza, pero si no interactuamos con ella, nuestra relación será de baja intensidad. Así como los amantes se excitan mutuamente y aumentan su deseo, también la belleza exige ser reconocida para desplegar todos sus encantos.

—No entiendo dónde quieres ir a parar. ¿Qué tiene que ver todo eso con esta mesa?

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