El mazo de Kharas (57 page)

Read El mazo de Kharas Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El mazo de Kharas
3.43Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y qué hay de esas otras pruebas? —demandó Realgar, que señaló a Riverwind—. Este humano y los que venían con él admitieron que estaban con un ejército de humanos y elfos y planeaban invadir nuestro reino.

—Si él o cualquiera de los que vinieron con él dijeron tal cosa, lo harían para acabar con el dolor de la tortura. ¡Mirad lo que les han hecho! —protestó Tanis—. ¿Es así como hombres de honor de cualquier raza tratan a sus prisioneros?

»
Quiero preveniros, thanes de Thorbardin —continuó el semielfo—, de que existe un ejército preparado para invadir vuestro reino, pero no es un ejército de humanos. Es un ejército de hombres-dragón al servicio de la Reina Oscura.

—¡Intenta engañarnos con esa absurda historia para distraernos y así pillarnos desprevenidos él y sus humanos! Yo al menos no perderé tiempo quedándome a escuchar las mentiras de este humano. Tengo que ir a preparar a mis tropas para repeler la invasión del ejército humano...

Realgar echó a andar hacia la puerta.

—¡Detenedlo, thanes! —advirtió Tanis—. Os ha traicionado. Está confabulado con esos hombres-dragón y su cruel amo, lord Verminaard. Les ha abierto las puertas de Thorbardin.

—Realgar —dijo Hornfel, severo—, debes quedarte para responder a esas acusaciones...

—¡Tú no eres el Rey Supremo, Hornfel! —replicó el theiwar—, ¡No puedes darme órdenes!

—¡Guardias, prendedlo! —ordenó el hylar.

Realgar abrió la mano y se vio que en la palma guardaba un anillo negro como el azabache; se lo puso en un dedo. Una bocanada de humo maloliente salió del anillo e hizo retroceder a los soldados, que empezaron a dar arcadas y a toser. Realgar desapareció.

—El theiwar dice la verdad, Hornfel —manifestó Ranee—. Estos humanos y sus amigos los elfos son el verdadero peligro. No hagas caso de las mentiras de este Alto.

—¡Tengo pruebas! —replicó Tanis—. Mis amigos y yo capturamos a uno de los hombres-dragón. ¡Traen hacia aquí a ese monstruo para que lo veáis con vuestros propios ojos!

—No voy a esperar —dijo Hornfel, decidido—. Iré a verlo yo. Y tú vendrás conmigo, semielfo.

—Iré, thane, pero antes debo ocuparme de mis amigos —contestó Tanis—. Están malheridos y necesitan que se los atienda y se los cure.

—Ya se ha mandado llamar a los médicos —contestó Hornfel—. Llevarán a tus amigos a la Casa de Salud, pero —añadió en tono sombrío— todos seguiréis siendo prisioneros hasta que haya determinado la verdad de lo que está pasando.

Salió de la Sala de los Thanes, y Tanis no tuvo más remedio que acompañarlo. Los otros thanes decidieron ir con ellos, incluido Ranee, que empezaba a pensar que Realgar también lo había traicionado a él.

El Gran Bulp se unió al grupo, pero sólo porque había sacado la errónea impresión de que todos iban a comer.

38

Huida

Un baño

Guerra bajo la montaña

El draconiano yacía despatarrado en el suelo. Caramon se encontraba de pie a su lado y se chupaba los nudillos despellejados.

—Esta cosa tiene duro el cráneo —protestó—. Lo que me gustaría saber es por qué no lo matamos y les enseñamos a los enanos el cadáver. Sería mucho más fácil.

—Retiro lo que dije sobre tu inteligencia, hermano —criticó Raistlin. El mago se había sentido mareado y débil, consecuencia de la ejecución del hechizo, y estaba de mal humor.

—¿Qué? —Caramon lo miró desconcertado.

—No habría cadáver que enseñarles —explicó Sturm con paciencia—. Acuérdate de lo que pasa cuando matamos a una de estas bestias. O estallan en pedazos o se convierten en polvo o...

—Ah, sí, cierto. Se me había olvidado. —Caramon se dio capones en un gesto que ponía de relieve su buen carácter.

—Deberíamos irnos ya —sugirió Raistlin—. Tanis ha tenido tiempo de sobra para hablar con los thanes.

—La contemplación de esta belleza tendría que conseguir que los thanes levantaran las posaderas de sus tronos y cobraran conciencia de lo que tienen a su alrededor —dijo Sturm—. Caramon, trae aquí el tablero de la mesa y ayúdame a ponerlo encima.

Habían intentado alzar al draconiano, pero las alas de la criatura dificultaban la tarea de cargar con él. A Caramon se le había ocurrido la idea de arrancar las patas de la mesa y convertir el tablero en una improvisada camilla. El hombretón lo acercó y lo soltó al lado del inconsciente draconiano.

Gruñendo por el esfuerzo, empujó al ser y lo hizo rodar sobre el vientre para que las alas no fueran un estorbo. El draconiano las había mantenido plegadas para ocultarlas debajo de las ropas, pero cuando lo alcanzó el conjuro de sueño las alas se habían relajado y ahora le cayeron pesadamente a los costados. Entre Caramon y Sturm consiguieron, con muchos forcejeos y resoplidos, poner al draconiano sobre el tablón.

—¡Pesa tanto como una casa pequeña! —jadeó Sturm.

Caramon, que probablemente habría sido capaz de levantar una casa pequeña de habérselo propuesto, se mostró de acuerdo con un cabeceo mientras se limpiaba el sudor de la cara. El draconiano no sólo pesaba mucho, sino que además llevaba armadura debajo de la ropa, así como una espada. Sturm lo despojó de ella y la tiró a un lado.

—¿Y tenemos que cargar con este engendro de demonio hasta lo alto del Árbol de la Vida? —preguntó Caramon a la par que sacudía la cabeza—. Esto..., Raist, ¿y tú no podrías...?

—No, no podría —contestó secamente el mago—. Ya estoy debilitado por los conjuros que he lanzado hoy. Tendréis que arreglaros como mejor podáis.

—Ve tú delante —le dijo Sturm a Caramon.

El hombretón se agachó, asió el tablero con el monstruo tendido encima y, con un gruñido, lo alzó del suelo. Sturm agarró el otro extremo y consiguieron sacar tablero y draconiano por la puerta.

—¡Esperad! —ordenó Raistlin—. Deberíamos taparlo con una manta. Bastante vamos a llamar la atención para que además nos vean cargar con un monstruo a través de sus calles.

—¡Date prisa! —jadeó Sturm.

Raistlin recogió dos mantas y las echó sobre el draconiano.

—Iré delante para ir abriendo camino —se ofreció el mago.

—¿Seguro que eso no te exigirá demasiado esfuerzo? —inquirió Sturm con acritud.

O Raistlin no le oyó o prefirió hacer oídos sordos. Los precedió a lo largo de la calle con la luz del bastón irradiando intensamente.

Sturm y Caramon tenían que pararse cada dos por tres para descansar y cambiar de posición a fin de aliviar los tirones en la espalda y en los hombros. Aun así avanzaron a buen paso, relativamente, hasta que llegaron a las zonas pobladas del Árbol de la Vida. Al ver a los Altos, los enanos los rodearon de inmediato y demandaron saber dónde iban y por qué.

Raistlin se las ingenió para dar con un enano que hablaba suficiente Común para mantener una conversación limitada. El mago explicó que uno de ellos se había puesto enfermo y que querían trasladarlo a los niveles superiores, donde —dijo— les habían indicado que estaba la Casa de Salud.

El enano quería echar un vistazo al Alto enfermo y alargó la mano hacia la manta. Raistlin posó la suya en la cabeza tapada por la manta.

—No creo que quieras tocarlo —comentó quedamente, con su voz susurrante—. Me temo que mi amigo tiene la peste.

El enano reculó con una mirada fulminante a los compañeros al tiempo que gritaba una advertencia a los otros enanos, que los miraron incluso con más desconfianza que antes, si tal cosa era posible.

—¿Qué les has dicho? —demandó Sturm—. ¡Por su expresión parece que quisieran matarnos a todos!

—¿Qué importa lo que le he dicho? —contestó Raistlin—. Lo resolveremos después. De momento, se mantendrán apartados de nosotros. Seguid caminando.

Los enanos les abrieron un paso amplio, pero cerraban filas detrás una vez que habían pasado y los siguieron como una escolta hosca y silenciosa. Los compañeros llegaron al elevador y se encontraron ante un nuevo reto.

—El tablero no cabe en la plataforma —comentó Caramon.

—Echemos al draconiano en el suelo —sugirió Sturm.

—Nos están observando —advirtió Raistlin, a la par que señalaba a la muchedumbre de enanos, cada vez más numerosa—. Tened cuidado de mantenerlo tapado.

Subió al elevador. Sturm y Caramon inclinaron el tablero y el draconiano se deslizó al suelo, donde se quedó hecho un ovillo. Raistlin se apresuró a estirar bien las mantas por encima. En la siguiente plataforma se metieron tantos enanos como cabían apelotonados y los siguieron, sin perderlos de vista.

Sturm se recostó en el lateral de la plataforma y se frotó los hombros. Caramon flexionó las manos y después arqueó la espalda en un intento de aflojar los músculos acalambrados. Raistlin iba pendiente de los enanos del elevador y éstos no le quitaban ojo de encima.

Ninguno de ellos reparó en el ligero temblor de la manta que cubría al draconiano hasta que ya fue demasiado tarde.

Grag había recuperado el sentido y se encontró transportado por sus enemigos hacia algún punto de destino desconocido. Había fingido que seguía inconsciente, esperando el momento oportuno y maldiciendo al theiwar que lo había enredado todo. Tendría que revelarse como lo que era, por desgracia, pero eso no podía evitarse ya. Grag tenía que volver con Dray-yan y contarle lo que había ocurrido para que pudiese cambiar los planes de acuerdo con la nueva situación.

Echarlo al suelo de la plataforma le dio a Grag la ocasión que esperaba. Se despojó de la manta y se levantó de un salto. Su primer movimiento fue inutilizar al mago. Un codazo en el bajo vientre lo dejó fuera de combate. El hechicero jadeó de dolor y se derrumbó. Los dos guerreros se disponían a sacar las espadas. Grag giró y golpeó a ambos con la cola, de forma que el caballero cayó de espaldas y el otro estuvo a punto de precipitarse por el borde de la plataforma.

A Grag le habría gustado ajustar las cuentas y acabar con esos tres humanos, en especial el caballero, pero no tenía tiempo para eso. Saltó al borde de la plataforma y se quedó encaramado allí un instante para orientarse. Miró hacia abajo, al conducto del elevador, y vio el fondo del Árbol de la Vida allá abajo, muy lejos. Su idea había sido intentar descender planeando con las alas, pero el conducto era estrecho y temía golpeárselas con las paredes de piedra y dañárselas.

Los enanos de la siguiente plataforma estaban organizando un buen escándalo al tiempo que señalaban y chillaban con horror al ver al monstruo. Los enanos que esperaban el elevador en el siguiente nivel, al oír el jaleo resonando en el conducto, vieron al draconiano subido al borde de la plataforma, con las alas extendidas y agitando la cola. Un enano de mente despabilada y rápido de reflejos asió la manivela de control, la empujó a su posición de parada y el elevador se detuvo.

Grag saltó de la plataforma cuando ésta todavía se mecía por el frenazo. Cayó de pie en el suelo y se dio de bruces con Hornfel y con Tanis.

El thane hylar echó un vistazo al monstruo, desenvainó la espada y se lanzó al ataque. Tanis miró al elevador y vio a Caramon que ayudaba a Raistlin a ponerse de pie mientras Sturm intentaba salir de la plataforma a trancas y barrancas. Tras comprobar que se encontraban bien, Tanis fue en pos de Hornfel. El thane daewar, Gneiss, se había quedado retrasado, pero en seguida alcanzó al hylar y al kiar de mirada demente. Lanzando un penetrante grito de guerra al tiempo que blandía la enorme hacha, corrió a unirse a ellos. Los soldados se sobresaltaron al ver al monstruo, pero inspirados por el ejemplo de sus valerosos thanes se agruparon y corrieron tras ellos.

Grag no tenía intención de luchar. Lo superaban en número y, además, no era el momento ni el lugar. Echó una rápida ojeada en derredor y vio lo que parecía ser un jardín con una balconada desde la que se contemplaba el lago. El bozak puso pies en polvorosa. Utilizando las alas para impulsarse y apartar de su camino cualquier obstáculo, en seguida dejó atrás a sus perseguidores.

Al llegar a la balconada, saltó a la baranda y se balanceó un instante mientras se orientaba para ubicar su posición respecto a donde quería ir. Echó un vistazo hacia atrás, a sus perseguidores, extendió las alas y saltó al vacío.

Grag estaba en uno de los niveles altos del Árbol de la Vida y su entrenamiento de saltos desde el lomo de dragones le resultó valiosísimo en aquel momento. No podía volar, pero había aprendido que al saltar desde el lomo del dragón podía usar las alas para planear y frenar el descenso. Localizó el muelle theiwar desde el aire y, aunque estaba bastante lejos a su izquierda, podría maniobrar un poco en el aire a fin de aterrizar en el agua lo más cerca posible de territorio theiwar.

Miró hacia arriba y vio a los enanos asomados a la balconada. Más enanos —centenares de ellos— se encontraban allá abajo, con las cabezas alzadas hacia él.

Adiós buenas a los planes de actuar en secreto.

Grag se encogió de hombros y dio un golpe de alas. Como comandante, estaba habituado a giros repentinos e inesperados en la batalla. No podía perder tiempo lamentando errores cometidos en el pasado. Tenía que pensar en el futuro, decidir qué hacer y cómo hacerlo; ya había decidido el curso de acción que tomarían cuando estaba a mitad de camino hacia el fondo. Cayó al agua con un gran chapoteo.

A los draconianos no les gustaba el agua, pero sabían nadar si no les quedaba más remedio. Grag nadó hacia la zona theiwar del lago impulsando el escamoso cuerpo a través de las frías aguas del lago con poderosos movimientos de las fuertes patas mientras chapoteaba con los brazos de un modo parecido a como haría un perro.

Grag llegó al muelle y se aupó fuera del agua, chorreando. Se quitó las ropas a tirones y las dejó en un montón empapado sobre el muelle. Después, corriendo a pasos largos y con vuelos cortos, se encaminó hacia los túneles secretos donde lo esperaban sus tropas.

—¿Era ése uno de los monstruos de los que hablabas? —inquirió Hornfel, que se inclinaba sobre la balaustrada y observaba al draconiano que planeaba en el aire y descendía ligero como una pluma.

—Esos draconianos son criaturas poderosas —contestó Tanis—, capacitados para utilizar magia al igual que armas convencionales. Sus ejércitos han conquistado grandes extensiones de Ansalon. Han expulsado a los qualinestis de sus tierras y se han apoderado de Pax Tharkas y de nuestro territorio de Abanasinia.

—¿De dónde vienen esos demonios? —preguntó Hornfel, horrorizado— ¡Nunca había visto seres así ni había oído hablar de ellos!

Other books

Sepulchre by Kate Mosse
The Omega Expedition by Brian Stableford
As Good As It Gets? by Fiona Gibson
Daily Life in Elizabethan England by Forgeng, Jeffrey L.
The Custodian of Paradise by Wayne Johnston
Drop Dead on Recall by Sheila Webster Boneham
My Sweet Valentine by Dairenna VonRavenstone
Zenith Falling by Leanne Davis
Solstice by P.J. Hoover