—¡Suelta eso! —se indignó el enano—. ¿Qué más te has metido en los saquillos?
—No he traído saquillos —hizo notar Tas, pesaroso—. Tuve que dejarlos para ponerme la armadura enana.
—En los bolsillos, entonces —barbotó Flint—. Y si descubro que has robado algo...
—¡No he robado nada en mi vida! —protestó Tas—. Robar está mal.
Flint hizo una profunda inhalación.
—Bien, entonces si descubro que has «tomado prestado» algo o has recogido alguna cosa que alguien «dejó caer...».
—Robar a los muertos está muy, pero que muy mal —aseguró Tas con solemnidad—. Y a veces hasta acarrea maldiciones.
—¿Me vas a dejar que acabe alguna frase? —rugió el viejo enano.
—Sí, Flint —contestó Tas, sumiso—. ¿Qué querías decir?
—Se me ha olvidado. Ven conmigo. —Flint estaba que echaba chispas.
Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la esquina en la que Arman había indicado que había una escalera. Tas se desvió hacia uno de los expositores y soltó un pequeño cuchillo con empuñadura de hueso que, a saber cómo, había conseguido colársele por la manga de la camisa arriba. Dio una palmadita al cuchillo y suspiró, tras lo cual se reunió con Flint; éste contemplaba con atención varios martillos de guerra que había apoyados contra una pared.
—Supongo que estará bien que tú robes a los muertos —dijo Tas.
—¿Yo? —dijo Flint, furioso—. Yo no...
Se interrumpió al no saber muy bien qué decir.
—¿Y qué me dices del Mazo? —preguntó Tas.
—Eso no es robar —contestó el enano—. Es... hallar. Ésa es la diferencia.
—¿Así que si yo «hallo» algo puedo quedármelo? —quiso saber el kender. Después de todo, había hallado el cuchillo con mango de hueso en la manga de su camisa.
—¡Yo no he dicho eso!
—Pues claro que lo has dicho.
—¿Dónde está Arman? —Flint se había dado cuenta de repente de que Tas y él se encontraban solos.
—Me parece que ha subido por esa escalera —señaló Tas—. Cuando no chillas lo oigo hablar con alguien.
—¿Con quién rayos va a hablar? —se preguntó Flint, inquieto. Prestó atención y, en efecto, le pareció oír dos voces, una de las cuales pertenecía sin duda a Arman.
—¡Un fantasma! —dedujo Tas e hizo intención de correr hacia la escalera.
Flint sujetó al kender por el faldón de la camisa.
—No tan de prisa.
—¡Pero si es un fantasma no quiero perdérmelo! —gritó Tas al tiempo que se retorcía para soltarse.
—¡Chitón! Quiero oír de qué hablan.
Flint se acercó a la angosta escalera sin hacer ruido; Tas lo siguió, sigiloso. Además de estrecha, la escalera era empinada y no veían dónde conducían los peldaños. Poco después, Flint jadeaba y empezaba a sentir calambres en los músculos de las piernas. Continuó subiendo y de pronto se paró en seco. Dos de los peldaños de piedra sobresalían hacia afuera en un ángulo extraño y dejaban un hueco del tamaño justo para que cupiese un humano grande, más o menos. Del interior salía una luz.
—Ah, un pasadizo secreto —gruñó Flint.
—¡Me encantan los pasadizos secretos! —Tas empezó a colarse por el hueco. Flint lo asió por el tobillo y lo sacó a rastras.
—Primero yo.
El viejo enano entró a gatas al pasadizo. Al otro extremo había una pequeña puerta de madera entreabierta. Flint atisbó por el resquicio. Tas no veía nada al taparle Flint, así que forcejeó para hacerse sitio y meter la cabeza.
—La cámara mortuoria —susurró Flint—. El rey yace ahí. —Se quitó el yelmo.
Un sarcófago de mármol ornamentado se alzaba en el centro de una estancia. Tallada encima, yacía la figura del rey. Al otro extremo había dos enormes puertas de bronce y oro cerradas. Esas grandes puertas sólo se habrían abierto en ocasiones especiales, como el aniversario de la muerte del Rey Supremo. Alrededor del sepulcro, silenciosas hileras de estatuas de guerreros enanos montaban guardia para siempre. La luz arrancaba destellos de un yunque de oro situado a los pies del sarcófago y de una armadura completa de oro y acero.
Arman estaba arrodillado, con el yelmo en el suelo, a su lado. De pie ante él y contemplándolo había un enano de cabello blanco y luenga barba blanca. La edad había encorvado al anciano, pero incluso encorvado era más alto que Flint y de constitución imponente.
—No es un fantasma —susurró Tas, desilusionado—. Sólo es un viejo enano. Sin ánimo de ofender, Flint.
—¡Calla! —ordenó Flint, que le dio un puntapié al kender.
—Es un honor hallarme en tu presencia, gran Kharas —dijo Arman con voz estrangulada por la emoción.
A Flint se le desorbitaron los ojos y enarcó las cejas como si fueran a salírsele de la frente.
—¿Kharas? ¿Ha dicho Kharas? —preguntó Tas—. Ya tenemos dos Kharas: Arman y el muerto. ¿Es éste otro? ¿Cuántos hay?
Flint le dio otro puntapié, y Tas se calló y se frotó las doloridas costillas.
—Ponte en pie, joven —dijo el anciano—. No deberías inclinarte ante mí. No soy un rey, sino simplemente alguien que guarda el descanso del rey.
—Llevas aquí todos estos siglos —dijo Arman, sobrecogido—. ¿Por qué no volviste con tu pueblo, gran Kharas? Necesitamos de tu dirección a toda costa.
—Ya ofrecí consejo a mi pueblo —repuso el anciano con acritud—, pero no lo quería. No estoy en esta tumba por elección propia. Puede decirse que se me exilió a este lugar, que la insensatez de mi pueblo me mandó aquí.
Flint estrechó los ojos y se dio tirones de la barba.
—Qué modo de hablar tan extraño —masculló.
Arman había agachado la cabeza, avergonzado.
—Hemos sido unos necios, gran Kharas, pero todo eso cambiará ahora. Volverás con nosotros, nos traerás el Mazo y estaremos unidos bajo un único rey.
El provecto enano observó al joven con atención.
—¿Por qué has venido aquí, Arman Kharas?
—Para... rendir homenaje al rey Duncan —balbució Arman.
—Viniste por el Mazo, creo. —Kharas sonrió con tristeza.
—¡Lo necesitamos! —protestó a la defensiva Arman, sonrojado—. Nuestro pueblo sufre, los clanes están divididos. La Puerta Norte, clausurada durante siglos, se ha abierto. Hay rumores de guerra en el mundo de la superficie y me temo que la habrá también bajo la montaña. Si pudiera llevar el Mazo a Thorbardin, mi padre sería Rey Supremo y él... —Enmudeció sin acabar la frase.
—Y él ¿qué? ¿Qué haría? —preguntó suavemente Kharas.
—Uniría a los clanes. Daría la bienvenida a la montaña a nuestros parientes, los neidars. Abriría las puertas a humanos y elfos y restablecería las relaciones comerciales y los negocios.
—Unas metas encomiables —dijo Kharas mientras asentía sabiamente con la cabeza—. ¿Por qué necesitas el Mazo para llevarlas a cabo?
Arman parecía desconcertado.
—Tú mismo lo dijiste hace mucho tiempo, antes de irte: «Sólo cuando llegue un enano bueno y honesto a unir las naciones, reaparecerá el Mazo de Kharas. Será el símbolo de su rectitud...»
—¿Y eres tú ese enano? —preguntó Kharas.
Arman se irguió, con la cabeza bien alta.
—Soy Arman Kharas —respondió enorgullecido—. Hallé el camino hasta aquí cuando ningún otro supo encontrarlo en trescientos años.
—¿Cómo que él encontró el camino aquí? —Flint estaba ceñudo.
—¡Chist! —Ahora fue Tas el que le dio un puntapié.
—¿Por qué llevas el nombre de Kharas? —preguntó el viejo enano.
—¡Porque eres un gran héroe, naturalmente!
—Él no tenía intención de convertirse en un héroe —musitó Kharas—. Sólo era una persona fiel a sus convicciones que hizo lo que creyó que era correcto. —Miró fijamente a Arman antes de preguntar—. ¿Cómo te llamas?
—Arman Kharas —respondió el enano joven.
—No, así es como te haces llamar, pero ¿cuál es tu nombre? —insistió Kharas.
—No sé qué quieres decir. —Arman había fruncido el entrecejo—. Ése es mi nombre.
—Hablo del nombre que te dieron al nacer.
Arman se había puesto rojo como la grana.
—¿Y eso qué importa? Mi nombre es el que yo digo que es. Lo elegí y, al hacerlo, una bendita luz roja...
—Sí, sí —lo interrumpió Kharas con impaciencia—. Ya sé todo eso. ¿Cómo te llamas?
Arman abrió la boca. Volvió a cerrarla y tragó saliva. Había enrojecido aún más. Masculló algo.
—¿Qué? —Kharas se inclinó hacia él.
—Picazo —dijo Arman en tono hosco—. ¡Me llamo Picazo, pero Picazo no es nombre de héroe!
—Podría serlo —argumentó Kharas.
Arman sacudió la cabeza.
Flint gruñó; al oír el ruido, el vetusto enano giró la cabeza y lanzó una mirada penetrante hacia el pasadizo secreto. Flint retrocedió hacia las sombras y tiró del kender hacia atrás.
Kharas sonrió y se atusó la blanca barba. Luego se volvió hacia Arman.
—No has venido solo, ¿verdad? —dijo.
—Han venido otros dos conmigo. Mis sirvientes —añadió Arman, al desgaire.
—¡Sus sirvientes! —exclamó Tas—. ¿Has oído eso, Flint?
El kender esperaba que su amigo estallara en cólera o saliera corriendo y atizara a Arman con el mazo o se pusiera hecho una furia o quizá las tres cosas a la vez.
Sin embargo, Flint siguió en el mismo sitio y se limitó a darse pequeños tirones de la barba.
—¿Lo has oído, Flint? —insistió Tas en un sonoro susurro—. ¡Te ha llamado su sirviente!
—Lo he oído —contestó Flint. Dejó de darse tirones en la barba y se puso a atusarla.
—Así que sirvientes. Entonces supongo que no hace falta ponerlos a prueba —manifestó Kharas.
Una ráfaga de aire cerró la puerta de golpe y faltó poco para que le pillara el copete a Tas.
—¡Qué maleducado! —exclamó el kender, que sacudió la cabeza justo a tiempo de apartar el pelo.
—¡Ábrela! —ordenó Flint, ceñudo.
Tasslehoff sacudió la manija de la puerta y se quedó con ella en la mano.
—¡Ups!
—Tendrás una ganzúa, ¿verdad? —gruñó Flint—. Para variar, podría sernos de utilidad.
Tas se tanteó los bolsillos.
—Debo de haberlas dejado en uno de mis saquillos.
—¡Oh, por amor de Reorx! —rezongó el enano—. ¡Para lo único que sirves de vez en cuando es para forzar alguna que otra cerradura y ahora resulta que ni siquiera puedes hacer eso!
Flint acercó la oreja a la cerradura.
—¿Oyes algo? —preguntó el kender.
—No.
—¡Más vale que nos marchemos! —apremió Tas al tiempo que tiraba de la manga a su amigo—. El viejo y verdadero Kharas conducirá a nuestro Kharas hasta el mazo. ¡Tenemos que adelantarnos!
—Esto no es una carrera —contestó Flint, pero de repente dio media vuelta y empezó a bajar la escalera a toda velocidad, tan de prisa que pilló desprevenido al kender, así que Tas tuvo que apresurarse cuando reaccionó para poder alcanzarlo.
—El verdadero nombre de Arman es Picazo y el de su hermano Pico. ¡Pico y Picazo! —El kender rió divertido—. ¡Tiene gracia!
Flint no hizo comentario alguno. Llegó a la Sala de Enemigos y se puso a registrar la estancia. Golpeó las paredes y pateó el suelo para ver si había alguna trampilla.
—¡Maldita sea! ¿Cómo vamos a salir de aquí?
—¿Serviría esto? —Tas metió la mano en un bolsillo y sacó un trozo de pergamino doblado—. Es el mapa de Arman. Lo
hallé
, en serio —añadió poniendo énfasis en el verbo.
Le tendió el mapa a Flint.
El enano vaciló un instante antes de cogerlo.
—Se le debió de caer a Arman —masculló Flint.
Caramon se salta el desayuno
Grag llega tarde a comer
Escuchando la plegaria de Sturm, Tanis se sintió tranquilo y sosegado de repente. Las preocupaciones lo dejaron en paz por un instante y se quedó dormido. La tos de Raistlin lo despertó. El mago no había sufrido un ataque de tos fuerte desde hacía algún tiempo. Le mandó a Caramon que se levantara para prepararle la especial infusión de hierbas que tomaba. Para ello hubo de avivar el fuego, buscar un cazo y después hervir el agua, todo lo cual, menos mal, mantuvo ocupado al hombretón lo suficiente para que dejara de hablar de comida. Los enanos aún no les habían llevado nada de comer y Caramon empezaba a preocuparse.
Raistlin tomó la infusión a sorbos y dejó de toser. Se quedó sentado en la silla, adormecido, tan cerca de la lumbre como era posible. Sturm seguía arrodillado, encontrando al parecer alivio en sus plegarias. Tanis envidió a su amigo. Deseaba creer; lo deseaba de verdad. Sería reconfortante poner la suerte de Flint en manos de los dioses con el convencimiento de que cuidarían de él y lo guiarían. Esa misma fe le aseguraría que a Hornfel se le haría ver la verdad y cambiaría de opinión en cuanto a acoger a los refugiados.
En lugar de fe, Tanis tenía a Flint en sus pensamientos a cada paso que daba y veía oscuridad y peligro en cada esquina. Rebulló y se dio media vuelta; iba a intentar dormirse de nuevo cuando Caramon hizo una pregunta que lo despabiló con un sobresalto.
—Eh, ¿alguno de vosotros ha visto a Tas?
Tanis se puso en movimiento en cuanto tocó el suelo con los pies y empezó a buscar por la sala. Fue en vano.
—¡Maldición! ¡Pero si estaba aquí hace unos instantes!
—No sé yo —dijo Caramon al tiempo que sacudía la cabeza—. No lo he visto hace mucho rato, desde que Flint se marchó. Claro que he estado preparando la infusión a Raist...
—Sturm —llamó el semielfo, sacando al caballero de sus rezos—, ¿has visto a Tasslehoff?
Sturm se incorporó con movimientos agarrotados. Echó una rápida ojeada en derredor.
—No. No he estado pendiente de él. Lo vi antes de que Flint se marchara.
—Mira en el piso de arriba —ordenó Tanis.
—¿Por qué? —inquirió Raistlin en un ronco susurro—. ¡Sabes dónde ha ido! Ha seguido a Flint.
—Buscadlo de todos modos —dijo el semielfo con aire severo.
Buscaron debajo de cajas, dentro de armarios y en los dormitorios del primer piso, pero no había rastro del kender. Sturm aprovechó la oportunidad cuando Tanis y Caramon andaban rebuscando en el otro piso para hablar con Raistlin.
—¡Tas podría estropear el plan! ¿Qué hacemos?
—Ahora ya no hay nada que podamos hacer —dijo Raistlin con una mueca.
—Las únicas que dan la lata ahí arriba son las ratas —informó Caramon cuando Tanis y él bajaron a la sala—. Podríamos preguntarles a los guardias si lo han visto.
—Y llamaríamos la atención hacia el hecho de que ha desaparecido —argumentó Tanis—. Con los problemas que tenemos ya, sólo nos faltaba tener que decirle a Hornfel que hemos dejado suelto a un kender entre su confiada población. Además, Tas podría volver en cualquier momento.