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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (27 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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Laurana no entendía, pero se daba cuenta de que a los dos les preocupaba algo. Laurana salió del refugio detrás del Hombre de las Llanuras.

—¿Qué ocurre? ¿Qué os tiene alarmados?

—A Tika la atacó un draconiano —contestó Riverwind—. Ese ataque tiene que haber ocurrido aquí o muy cerca.

De repente Laurana comprendió las terribles implicaciones.

—¡Que los dioses se apiaden de nosotros! ¡Eso significa que nuestros enemigos han hallado una forma de entrar en el valle! Goldmoon tiene razón, he de decírselo a Elistan.

—Hazlo con discreción —advirtió Riverwind—. Tráelo aquí contigo. Y no digas una palabra de esto a nadie más, al menos de momento. Sólo nos faltaba que cundiera el pánico entre la gente.

—No, claro que no —convino la elfa, que se alejó a buen paso.

La gente se había reunido a una distancia discreta de la cueva y esperaba noticias. Tika, con su risa pronta y su temperamento alegre, era muy apreciada por toda la gente del campamento, aparte del Sumo Teócrata.

Maritta paró a Laurana cuando la elfa salió de la cueva y le preguntó, preocupada, qué tal estaba Tika. Laurana comprendió que sería más fácil hacer un comunicado sucinto del estado de su amiga.

—Ahora está muy enferma, pero Goldmoon se encuentra con ella y Tika se recuperará —les dijo a los reunidos—. Necesita descanso y tranquilidad.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Maritta.

—No lo sabremos hasta que vuelva en sí —fue la respuesta evasiva de la elfa, que se las ingenió para escabullirse del grupo y fue en busca de Elistan. Se cruzó con él cuando iba de camino a la cueva de Goldmoon.

—Me he enterado de lo de Tika —dijo el hombre—. ¿Cómo está?

—Se pondrá bien, gracias a los dioses —contestó Laurana—. Riverwind quiere hablar contigo.

Elistan la miró con aire escrutador. Advirtió la preocupación y el temor plasmados en su semblante e iba a preguntarle qué ocurría, pero lo pensó mejor.

—Iré de inmediato.

Cuando llegaron a la cueva todavía quedaban unas cuantas personas en los alrededores. De nuevo, Laurana les aseguró que Tika se pondría bien y añadió que lo mejor que podían hacer para ayudarla era pedir por ella en sus plegarias.

Riverwind se encontraba en la boca de la cueva. Cuando Laurana y Elistan se acercaron para hablar con él, Goldmoon apartó a un lado la manta y les pidió que entraran.

—Se le ha cortado la fiebre y las heridas se le están curando, pero aún está conmocionada por la terrible experiencia que le ha tocado pasar. Sin embargo, quiere hablar contigo, esposo. Ha insistido.

Tika yacía envuelta en mantas delante de la lumbre. Aún estaba tan pálida que las pecas, que eran su pesadilla, resaltaban en un fuerte contraste con la blancura de la tez. Con todo, intentó sentarse cuando los otros entraron.

—¡Riverwind, tengo que hablar contigo! —dijo en tono urgente, tendiéndole una mano temblorosa—. Por favor, escúchame...

—Lo haré —le dijo Riverwind, que se arrodilló a su lado—, pero antes tienes que tomarte este caldo y después te tumbas o mi esposa nos arrojará a los dos al crudo frío del exterior.

Tika se bebió el caldo y su cara recuperó algo de color. Laurana se arrodilló al lado de su amiga.

—Estaba muy preocupada por ti.

—Lo siento —se disculpó Tika con pesadumbre—. Goldmoon me ha contado que todo el mundo salió a buscarnos a Tas y a mí. No era mi intención... No creí que... —Soltó un profundo suspiro y dejó el cuenco a un lado. En su rostro se plasmó una expresión decidida—. Al final fue una suerte que nos marcháramos.

—Espera un momento —pidió Riverwind—. Antes de que nos cuentes lo que te ha pasado, ¿dónde está el kender? ¿Se encuentra a salvo Tasslehoff?

—Supongo que tan a salvo como se pueda estar —respondió tristemente la joven—. Se ha quedado con Raistlin, Caramon y Sturm. Si es que aún se lo puede seguir llamando Sturm

Al ver la expresión preocupada en sus caras, Tika suspiró.

—Empezaré por el principio.

Relató lo ocurrido, que había decidido seguir a Caramon para intentar hacerle entrar en razón.

—Fui una tonta, ahora lo sé —añadió, apesadumbrada.

Siguió con el relato de cómo el kender y ella habían entrado en el túnel que discurría por debajo de la montaña y cómo habían salido en la otra punta del pasadizo para encontrarse en el Monte de la Calavera con un dragón muerto, hordas de draconianos y Grallen, príncipe de Thorbardin, antes Sturm Brightblade.

—El yelmo que se puso estaba encantado o maldito o algo así. No lo entendí y Raistlin no quería hablar de ello —comentó Tika.

Elistan tenía el gesto serio, el semblante de Riverwind denotaba dudas y Goldmoon parecía inquieta. Le puso un paño frío en la frente a Tika al tiempo que decía que debería descansar. La joven se quitó el paño de la frente.

—Sé que no me creéis. Yo tampoco lo creería de no haberlo visto con mis propios ojos. Incluso hablé con ese... príncipe Grallen. Caramon dijo que el yelmo había estado esperando a que llegara alguien y se lo pusiera para así obligar a esa persona a ir a Thorbardin a informar al rey que habían perdido la batalla.

—Con trescientos años de retraso —susurró Laurana.

—Pero ahora han encontrado un modo de entrar a Thorbardin, ¿comprendéis? —apuntó Tika—. Ese príncipe Grallen va a conducirlos hasta allí.

Hubo un intercambio de miradas entre todos. Riverwind sacudió la cabeza. El Hombre de las Llanuras sentía una desconfianza innata hacia la magia y aquello parecía demasiado extraño para ser cierto. Se centró en lo que era una amenaza más inmediata.

—Oíste que los draconianos decían que un ejército estaba en marcha, que venía hacia aquí, al valle.

—Sí. Por eso regresé, para advertiros.

—¿Por qué no ha venido Caramon contigo? —inquirió Riverwind en tono desaprobador—. ¿Por qué te mandó sola de vuelta?

—Caramon quería acompañarme —lo siguió defendiendo resueltamente—. Yo le dije que no, que debía quedarse con Sturm, su hermano y Tas porque Sturm se creía un enano y todo eso. Le dije que podía apañármelas bien yo sola. Y lo hice. —La expresión de sus ojos se endureció y la joven apretó los puños—. Maté a ese monstruo cuando me atacó. ¡Lo liquidé!

No le pasaron por alto las expresiones preocupadas de sus amigos, y rompió a llorar.

—¡Caramon no sabía que había un draconiano escondido en ese pasadizo! ¡Nadie lo sabía! —Se dejó caer pesadamente en la camilla, sacudida por los sollozos.

—Ahora tiene que descansar —ordenó Goldmoon con firmeza—. Creo que sabéis todo lo que necesitáis saber, esposo.

Los hizo salir y volvió para estrechar a Tika entre los brazos y dejarla que llorara lo que quisiera.

—¿Qué hacemos, Hijo Venerable? —preguntó Riverwind.

—La decisión es tuya —contestó Elistan—. Tanis te puso al frente de todos nosotros.

Riverwind suspiró hondo y dirigió la vista al sur, taciturno.

—Si se da crédito a lo que ha contado Tika...

—¡Pues claro que lo damos! —intervino Laurana, enfadada—. Arriesgó la vida para advertirnos del peligro.

—Hederick y los demás no le creerán —observó Riverwind.

Laurana guardó silencio. Tenía razón, por supuesto. El Sumo Teócrata y sus compinches no querían marcharse y buscarían cualquier excusa para quedarse. Casi podía oír a Hederick diciéndole a la gente que no podía fiarse de Tika. Ladrona en el pasado y ahora camarera y los dioses sabían qué más cosas, había huido para estar con su amante y se había inventado ese cuento para ocultar sus pecados.

—Hay pocos a los que les cae bien Hederick —indicó la elfa—, pero sí aprecian a Tika.

—Y, lo que es más importante —añadió Elistan—, es que tú les caes bien y te admiran, Riverwind. Si les dices que se acerca un peligro y que tienen que irse, te harán caso.

—¿Crees que deberíamos irnos? —preguntó Laurana.

—Sí —contestó él, convencido—. Lo he estado pensando desde el día que el dragón nos sobrevoló. Deberíamos dirigirnos al sur antes de que las grandes nevadas bloqueen los pasos de montaña. Este valle ya no es un refugio seguro. La historia de Tika simplemente confirma lo que llevo temiéndome mucho tiempo. —Hizo una pausa y luego añadió en voz baja:

»
Pero ¿y si me equivoco? Un viaje así está lleno de peligros e incertidumbre. ¿Y si llegamos a Thorbardin y encontramos cerradas las puertas? Lo que es peor ¿y si nunca encontramos Thorbardin? Podríamos andar deambulando por las montañas hasta morir de hambre o de frío. Le estaría pidiendo a toda esta gente que abandonara un sitio seguro y fuera de cabeza hacia el peligro. No tiene sentido.

—Acabas de afirmar que el valle no es un sitio seguro —observó Elistan—. Desde que apareció el dragón, la gente ha estado inquieta, asustada. Sabe que los dragones nos vigilan, aunque no se los vea.

—Es una pesada carga tener a mi cargo la vida de cientos de personas —se lamentó Riverwind.

—No sólo a tu cargo, amigo mío —le dijo suavemente Elistan—. Paladine está contigo. Acude a él con tus temores y preocupaciones.

—¿Me dará una señal, Hijo Venerable? ¿Me dirá el dios qué tengo que hacer?

—Nunca te dirá lo que tienes que hacer —repuso el clérigo—. Te concederá la sabiduría de tomar la decisión correcta y la fortaleza para llevarla a cabo.

—Sabiduría. —Riverwind sonrió y sacudió la cabeza—. No soy un sabio. Fui pastor...

—Y como pastor utilizabas tus conocimientos y tu instinto para guardar a tu rebaño a salvo del lobo. Ésa es la sabiduría que Paladine te ha dado, una sabiduría en la que debes confiar.

Riverwind meditó sobre aquello.

—Convocad a la gente para una reunión a mediodía —dijo después—. Anunciaré mi decisión entonces.

Cuando se marchaban, Laurana miró hacia atrás y vio que Riverwind se encaminaba hacia la gruta donde habían construido un pequeño altar en honor a los dioses.

—Es un buen hombre. Su fe es firme y sólida —dijo la elfa—. Tanis hizo una buena elección. Ojalá que...

Se calló. No había sido su intención expresar en voz alta lo que pensaba.

—¿Ojalá, qué, querida? —preguntó Elistan.

—Ojalá Tanis encontrara una fe igual —contestó por fin Laurana—. Él no cree en los dioses.

—Tanis no encontrará la fe. Más bien será la fe la que lo encuentre a él, como me ocurrió a mí —comentó Elistan con una sonrisa.

—No entiendo.

—Tampoco estoy seguro de entenderlo yo —admitió Elistan—. Mi corazón está afligido por él, pero Paladine me asegura que puedo dejar tranquilamente esas preocupaciones en sus manos.

—Espero que las tenga muy grandes —dijo Laurana con un suspiro.

—Tan grandes como el cielo —contestó el clérigo.

* * *

Si Riverwind se dirigió a Paladine no pareció haber encontrado mucho alivio o sosiego en la comunión con el dios. Tenía sombrío el gesto cuando ocupó su sitio frente a la multitud. Sus palabras no eran para tranquilizar ni consolar. Les contó el viaje de Tika. Dijo que el caballero, Sturm Brightblade, había descubierto una forma de llegar a Thorbardin (fue vago en los detalles). Les contó que Tika había oído a hurtadillas hablar a los draconianos sobre un ejército que se preparaba para asaltar el valle y la forma en la que la había atacado una de esas criaturas cuando volvía para advertirles.

Hederick frunció los labios, puso los ojos en blanco y soltó un resoplido despectivo.

—Tika Waylan es una buena chica, pero como algunos de vosotros recordaréis antes era camarera...

—Yo le creo —lo interrumpió Riverwind, y su voz firme acalló incluso a Hederick, al menos temporalmente—. Creo que este valle, que hasta ahora ha sido un refugio de paz, puede convertirse dentro de poco en un campo de batalla. Si nos atacan aquí no tendremos dónde huir ni dónde resguardarnos. Nos habrán acorralado como ratas y acabaremos capturados o masacrados. Los dioses nos envían este aviso y cometeremos un error si no hacemos caso. Propongo que nos marchemos en los próximos días y viajemos hacia el sur, a Thorbardin, para reunimos allí con nuestros amigos.

—Oh, venga ya, sé razonable —dijo Hederick, que se volvió hacia la muchedumbre y alzó las manos para pedir silencio—. ¿No os parece extraño a vosotros que los dioses hayan elegido dar ese aviso a una camarera en lugar de alguien honrado y respetado...?

—¿Alguien como tú? —lo interrumpió de nuevo Riverwind.

—Iba a decir como el Hijo Venerable Elistan —contestó Hederick con fingida humildad—, pero sí, creo que los dioses podrían haberme utilizado como receptáculo de su voluntad.

—Si hubiesen querido un recipiente para cerveza, tal vez —le susurró al oído Gilthanas a Laurana.

—Chitón, hermano —le regañó ella—. ¡Esto es serio!

—Pues claro que lo es, pero no harán caso a Riverwind. Para ellos es un forastero, igual que nosotros. —Miró a Laurana—. ¿Sabes? Por primera vez en la vida empiezo a entender lo solo y aislado que Tanis debió de sentirse entre nosotros.

—Yo no me siento sola con estas personas —protestó la elfa.

—Desde luego que no —repuso Gilthanas, fruncido el entrecejo—. Tú tienes a Elistan.

—Oh, Gil, tú también —empezó Laurana, pero su hermano se había alejado para reunirse con los Hombres de las Llanuras. Estos no le dijeron nada, pero le hicieron sitio entre sus filas.

Los forasteros juntos.

Laurana lo habría seguido, pero estaba enfadada con él, con Tanis, con Tika, con todo aquel que pareciera estar empeñado en malinterpretar su relación con Elistan. Trabajaba para el clérigo del mismo modo que lo había hecho para su padre: actuando como diplomática y mediadora. Tenía el don de saber tratar con la gente, de calmarla, de ayudarla a superar la ira y el temor y entrar en razón. Elistan y ella formaban un buen equipo. No había nada romántico en eso. Si acaso, el clérigo era como un padre para ella.

O un hermano.

Miró a Gilthanas y su ira se diluyó en el remordimiento. Hubo un tiempo en el que los dos habían estado muy unidos. Apenas le había dirigido la palabra desde que había empezado a trabajar para Elistan. No, la falta de comunicación venía de antes, desde que Tanis había vuelto a entrar en su vida.

Quizá ni siquiera se trataba de Tanis. Su hermano era tan opuesto a su relación con el semielfo como lo era antaño. Sin embargo, era la relación que mantenía con todos los humanos lo que se le atragantaba. En su opinión, debería mostrarse distante con ellos, mantenerse aparte.

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