Sturm estuvo todo lo que duró la cena sentado tieso como un palo, su desaprobación patente en el bigote erizado y en el brillo helado de sus ojos. Raistlin picoteó de su plato y comió poco, absorta la mirada y sumido en sus pensamientos. Caramon bebió más cerveza de lo que le convenía y se quedó dormido con la cabeza apoyada en el tablero de la mesa. El único que habló fue Tasslehoff, que parloteó sin parar sobre los excitantes acontecimientos del día y sin que en ningún momento pareciera darle importancia al hecho de que nadie le prestara atención. De repente Raistlin apartó el plato y se puso de pie.
—Voy a estudiar mis hechizos y no quiero que nadie me moleste. —Se apropió de la única silla cómoda y la llevó cerca del gran hogar de piedra, donde Tanis había conseguido encender un pequeño fuego.
El mago dirigió una mirada de desagrado a su gemelo que, tirado sobre la mesa, exhalaba vapores de cerveza con cada ronquido.
—Confío en que alguien acueste a ese zoquete —dijo. Luego sacó el libro de conjuros y se ensimismó en la lectura.
Sturm y Tanis llevaron al ebrio guerrero hasta la cama más sólida y lo echaron en el colchón. Después, Sturm se acercó a Flint y se paró junto al enano, prendida la mirada en él.
—Flint, no puedes hacer esto —dijo.
El cuchillo del enano se deslizó por la madera y una astilla bastante grande salió disparada por el aire y estuvo a punto de dar a Tas, que se entretenía en hurgar con una ganzúa el cerrojo de un arcón grande para forzarlo.
—No puedes salir en una misión de tanta importancia con ese Arman Kharas. Para empezar, albergo ciertas dudas sobre que esté en su sano juicio. En segundo lugar, es demasiado peligroso. Deberías negarte a ir a menos que uno de nosotros te acompañe.
Pequeñas virutas salían enroscadas del filo del cuchillo de Flint e iban a caer a sus pies. El rostro de Sturm enrojeció.
—Los thanes no pueden negarte eso, Flint. ¡Sólo tienes que decirles que no irás a buscar el mazo sin llevar la debida protección! Yo estaré encantado de servirte de escolta.
Flint alzó la vista hacia él.
—¡Bah! —dijo y bajó la vista de nuevo al tarugo. Otra astilla salió volando—. ¡Lo que escoltarías sería el Mazo fuera de Thorbardin hasta Solamnia!
Sturm golpeó la mesa con el puño y los platos tintinearon; Tas se sobresaltó y dejó caer la ganzúa.
—¡Eh! —increpó el kender, serio—. No hagáis ruido. Raistlin y yo intentamos concentrarnos.
—¡El Mazo es vital para nuestra causa! —reprochó el caballero, furioso.
—Baja la voz, Sturm —lo previno Tanis—. Las paredes son gruesas, pero la puerta no, y los guardias están justo al otro lado.
—Sólo hablan enano —replicó el caballero, aunque bajó el tono. Dio un par de vueltas por el salón con intención de calmarse y después volvió junto a Flint.
»
Me disculpo por gritar, pero no creo que entiendas la importancia de tu empresa. La Dragonlance es la única arma que sepamos que puede matar a esos dragones del mal y el Mazo de Kharas es el único que se puede utilizar en la creación de las Dragonlances. Si llevas el Mazo a los caballeros serás un héroe, Flint. Se te honrará en leyendas y cantos por siempre. ¡Lo que es más importante, salvarás miles de vidas!
Flint no lo miró, aunque parecía interesado en lo que decía el caballero. El cuchillo se deslizó más despacio sobre la madera; ahora sólo caían unas pocas virutas. A Tanis no le gustó el rumbo que estaba tomando la conversación.
—¿Acaso has olvidado la razón por la que vinimos aquí, Sturm? —le preguntó Tanis—. Vinimos a buscar un refugio seguro para ochocientos hombres, mujeres y niños. Flint ha prometido entregar el Mazo a los enanos si lo encuentra. A cambio, Hornfel ha prometido que los refugiados podrán entrar en Thorbardin. No lo hará si intentamos irnos con el sagrado Mazo de los enanos. De hecho, probablemente no saldríamos vivos de aquí. Afronta los hechos, Sturm. La Dragonlance es una quimera, una leyenda, un mito. Ni siquiera estamos seguros de que tal arma haya existido.
—Algunos sí lo estamos —repuso el caballero.
—Los refugiados son reales y el peligro que corren es real —replicó el semielfo—. Convengo con Sturm en que no deberías ir solo mañana, Flint, pero debería ser yo el que te acompañara.
—Así que no te fías de mí, ¿es eso, semielfo? —Sturm se había puesto lívido.
—Me fío de ti, Sturm —contestó Tanis con un suspiro—. Sé que darías la vida por mí, por Flint o por cualquiera de nosotros. No dudo de tu valor, de tu honor ni de tu amistad. Pero es que... ¡Me preocupa que estés siendo poco práctico! Has trocado el sentido común por un sueño ilusorio de salvar al género humano.
Sturm sacudió la cabeza.
—Te respeto, Tanis, como habría respetado al padre que apenas conocí. En este asunto, sin embargo, no puedo ceder. ¿Y si salvamos a ochocientos ahora, sólo para perder a miles cuando la maligna reina caiga sobre Ansalon para conquistarlo y esclavizarlo? ¡Puede que la Dragonlance sea un sueño ahora, pero está en nuestras manos convertir ese sueño en realidad! Los dioses me trajeron aquí para buscar el Mazo de Kharas, Tanis. Lo creo de todo corazón.
—Los dioses me dijeron a mí dónde encontrarlo, Sturm Brightblade —intervino Flint mientras se guardaba el cuchillo en el cinto, se ponía de pie y echaba al fuego el tarugo que había estado tallando—. Me voy a acostar.
—Sturm tiene razón en una cosa, Flint —insistió Tanis—. Deberías decirles a los thanes que quieres que uno de nosotros te acompañe. Me da igual quién sea. Lleva a Sturm, a Caramon. ¡Pero lleva a alguien! ¿Lo harás?
—No. —Flint se dirigió hacia una cama que tenía el tamaño adecuado para un enano y que había encontrado en otro rincón del salón.
—Sé lógico, amigo mío. —Tanis empezaba a exasperarse con la tozudez del enano—. ¡No debes ir solo con Arman Kharas! No puedes fiarte de él.
—De hecho, Flint, si quieres un compañero que te sea realmente útil deberías escogerme a mí —dijo Raistlin desde su sitio junto al hogar.
—¡Como si alguien se fiara de ti! —Sturm asestó al mago una mirada torva—. Yo tendría que ir.
Flint se paró en seco en mitad de la estancia y se giró para mirarlos. Tenía el semblante lívido de rabia.
—Antes me llevaría al kender que a cualquiera de vosotros. ¡Ya lo sabéis! —Echó a andar hacia la cama mientras Tasslehoff se incorporaba de un brinco.
—¿Yo? ¿Vas a llevarme contigo, Flint? —gritó con entusiasmo.
—No voy a llevar a nadie —bramó.
Llegó junto a la cama, se tumbó, se tapó con la manta hasta la cabeza y se dio media vuelta, de espaldas al grupo.
—Pero Flint, acabas de decir que... —gimió el kender.
—Tas, déjalo en paz —ordenó Tanis.
—¡Dijo que me llevaba! —discutió Tasslehoff.
—Flint está cansado. Todos lo estamos. Creo que deberíamos acostarnos. A lo mejor vemos las cosas con más claridad por la mañana.
—Flint dijo que iba a llevarme —masculló el kender—. Debería afilar mi daga.
Se puso a hurgar en los saquillos para buscarla. Encontró la piedra de amolar, pero no daba con
Mataconejos.
Como se fue topando con un montón de cosas, a cual más interesante, se olvidó completamente de la daga.
Raistlin cerró su libro con un golpe seco.
—Espero que los dos estéis satisfechos —dijo el mago, cuando pasó junto a Sturm y Tanis, de camino a su lecho.
—Cambiará de parecer por la mañana —contestó el caballero.
—Yo no estoy tan seguro. —Tanis miró la espalda del enano—. Ya sabes lo testarudo que puede llegar a ser.
—Lo haremos entrar en razón —manifestó Sturm.
El semielfo, que de vez en cuando había intentado razonar con el viejo e irascible enano, no albergaba muchas esperanzas.
Flint yacía con la mirada prendida en la oscuridad. Sturm tenía razón. Tanis tenía razón. ¡Hasta Raistlin tenía razón! La lógica dictaba que uno de ellos lo acompañara al día siguiente. Hornfel se lo permitiría si hacía de ello un problema. Los thanes no tendrían elección.
Sin embargo, siguió dándole vueltas al asunto y acabó cayendo en la cuenta de que había tomado la decisión correcta. Que la hubiese tomado por razones equivocadas no la hacía menos acertada.
«El Mazo del Honor no les pertenece a los caballeros y sus sueños de gloria
—se dijo para sus adentros—.
Tampoco les pertenece a los elfos. Ni a los humanos, por muchos problemas que tengan. Han de ser los enanos los que decidan qué hacer con él, y si eso significa utilizarlo para salvarnos, que así sea.»
Ésa era una buena razón y sonaba estupendamente, pero no era la única por la que Flint quería ir solo.
«Esta vez, el héroe seré yo.»
Claro que siempre cabía la posibilidad de que el héroe fuese Arman Kharas, pero Flint no lo creía probable. Reorx le había prometido que, si se ponía el yelmo, el Mazo sería su recompensa.
Flint Fireforge, Salvador del Pueblo, Unificador de las Naciones Enanas. Puede que incluso Flint, Rey Supremo.
Flint sonrió para sí. Eso último no pasaría casi con toda seguridad, pero también un viejo enano tenía derecho a soñar ¿o no?
Falso Metal
Extraños compañeros de cama
La promesa de Flint
Los compañeros tenían la impresión de que acababan de acostarse cuando Arman Kharas los despertó aporreando la puerta. Encontrándose a gran profundidad bajo la superficie y privados de la luz del sol, era imposible calcular la hora, pero Arman les aseguró que en el mundo exterior los primeros rayos de sol doraban las cumbres nevadas de las montañas.
—¿Cómo lo sabes? —rezongó Caramon. No le hacía gracia que lo hubieran despertado «en mitad de la noche», como dijo él, sobre todo cuando sufría los efectos de haber bebido demasiada cerveza.
—Hay sitios en Thorbardin desde donde se puede ver el sol y regulamos los relojes de agua guiándonos por ello. Hoy verás uno de esos sitios —añadió en tono solemne, dirigiéndose a Flint—. El Valle de los Thanes.
Sturm dirigió una mirada sombría a Tanis, que sacudió la cabeza y miró a Flint, que ponía todo su empeño en no mirar a nadie. El viejo enano iba por la sala de un lado a otro, ocupado con distintas tareas, como vestirse la armadura, ponerse el casco con la «melena de grifo» y colgarse al cinto el Yelmo de Grallen.
Tanis vio el cambio de expresión de Sturm y supo lo que el caballero iba a decir; intentó impedírselo, pero ya era demasiado tarde.
—Flint, sé razonable. Llévate a uno de nosotros —pidió en tono severo.
Flint se volvió hacia Arman.
—Me hará falta un arma. No pienso hacer frente a lo que quiera que arrancara esa tumba del suelo sin tener empuñada mi hacha de guerra.
Arman Kharas se sacó el mazo ornamentado del correaje que llevaba a la espalda. Lo contempló con pesar y después se lo tendió a Flint.
—Eso es tuyo —dijo el enano mayor—. Quiero mi hacha de guerra.
Su rechazo hizo que Arman frunciera el entrecejo.
—Se te ha dado a conocer la forma de hallar el verdadero Mazo. Tendrías que ser tú quien llevara la réplica. Se hizo especialmente para este momento. Es mi homenaje a Kharas. Lo llevarás a la tumba del rey en honor a Kharas.
Flint no supo qué decir. Se habría sentido mucho más a gusto con su hacha de guerra, pero no quería herir los sentimientos del joven enano más de lo que ya se los habían herido.
Alargó la mano, asió el martillo de guerra y casi lo dejó caer. Sospechó la razón de que Arman se lo hubiera dado. Era pesado y difícil de manejar; su manufactura era buena, pero no lo era su diseño. Ensayó un par de golpes de un lado a otro y faltó poco para que aquel trasto le rompiera la muñeca.
Observó con desconfianza a Arman para ver si sonreía. Sin embargo, la expresión de Arman era seria y Flint comprendió que el joven enano no lo había hecho con segunda intención. Le tendió la mano.
—La acepto en un gesto de amistad —dijo.
Arman vaciló, pero después se la estrechó con aire estirado.
—Quizás hemos juzgado mal a Arman —comentó Tanis, a lo que Sturm soltó un resoplido desdeñoso.
—Va por ahí con un martillo mágico que es falso. Me parece que eso sólo viene a confirmar que está loco.
Raistlin pareció que iba a decir algo, pero cambió de idea. Miró a Flint y al mazo con aire pensativo.
—¿Qué? —le preguntó el semielfo.
—Deberías intentar otra vez hablar con Flint.
Tanis podría haberle contestado que era una pérdida de tiempo, pero se acercó a su viejo amigo, que seguía preparando el equipo. Tasslehoff se había ofrecido a ayudarlo, con el resultado de que Flint echó en falta su cuchillo favorito. Se giró inmediatamente hacia el kender, lo asió y se puso a sacudirle los saquillos sin hacer caso de los gritos de protesta de Tasslehoff.
—Sturm, quiero decirte algo —llamó Raistlin.
El caballero no se fiaba del extraño brillo en las pupilas en forma de reloj de arena del mago, que lo acompañó hasta una ventana.
—¿Ese martillo es una réplica exacta del mazo verdadero? —le preguntó Raistlin en voz baja.
—Sólo he visto el Mazo en cuadros, pero a mi juicio es idéntico —contestó Sturm.
—¿Cómo distinguiría alguien el verdadero de la copia?
—El Mazo tiene fama de ser ligero de peso, pero cuando golpea lo hace con la fuerza del dios que hay tras él y cuando el verdadero Mazo cae sobre el sagrado Yunque de Thorbardin suena una nota que se puede oír en cielo y tierra.
Raistlin echó una ojeada al mazo falso. Introdujo las manos en las bocamangas de la túnica y se inclinó hacia el caballero para hablar en susurros.
—Flint podría cambiarlos.
Sturm lo miró de hito en hito, ya fuera porque no le comprendía o porque no quería comprenderle.
—Flint tiene el mazo falso —explicó Raistlin—. Sólo tendría que reemplazarlo por el verdadero. Se queda con el real y entrega el otro a los enanos.
—Notarán la diferencia —arguyó Sturm.
—Creo que no. —El mago sonrió—. Puedo echar un hechizo al martillo falso para recrear los efectos que me has descrito, o al menos lo bastante parecidos para que los enanos no sean capaces de diferenciarlos durante bastante tiempo. Una vez que Arman tenga el mazo en su posesión, el que lleva toda su vida buscando, no lo examinará detenidamente para descubrirle algún fallo. Puedo hacerlo, pero necesito tu ayuda —añadió.
—No tomaré parte en eso —rechazó Sturm al tiempo que sacudía la cabeza.