El mar oscuro como el oporto (40 page)

Read El mar oscuro como el oporto Online

Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: El mar oscuro como el oporto
6.3Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No creo que estuviera escoltando esos mercantes. Me parece que se encontraron por casualidad en algún lugar, tal vez en el río de la Plata, aunque eso no importa mucho porque estoy convencido de que ahora los protegerá. Amigo mío, pareces triste y no tienes apetito. Bebe otra copa de vino y respira tan hondo como puedas. Esta noche te daré una buena dosis de medicina para relajarte.

—No, Stephen. Muchas gracias, pero no será conveniente porque no voy a acostarme ni a poner al pairo la fragata. No voy a permitir que ese tipo, malvado y decidido como no hay otro, se acerque a ella de noche. Necesito más café que medicina, por muy relajante que sea. Vamos a probar estas chuletas. Me encantan las chuletas de cordero secas, realmente bien secas, dándoles vuelta dos veces al día.

Las chuletas bien secas le sostuvieron durante toda la noche, que pasó en la cofa de serviola. Allí no pudo mantenerse caliente, pero al menos no murió de frío gracias a la sucesión de balleneros y a la extrema solicitud de Killick y sus ayudantes, que cada dos horas le traían guantes y una cafetera colgada de una lazada que sostenían con los dientes.

Era una noche bastante clara, especialmente entre diez y veinte pies por encima de la superficie del mar. Había una moderada marejada y la bendita luna, que apenas había empezado la fase de luna llena, brillaba tanto como el intenso frío le permitía. Los hombres de guardia, con chaquetas con capucha y camisas de franela sobre la cabeza, estaban preparados para apartar trozos de hielo a la deriva con cuantos palos tenía la fragata. La
Surprise
, siguiendo la ruta que aconsejaban los balleneros, avanzaba a tientas pero cautelosamente, con un rumbo lo más próximo posible al este o al nordeste. A pesar de la gruesa defensa de la proa y la diligencia de los marineros que apartaban los trozos de hielo, recibió el terrible impacto de algunas placas de hielo muy gruesas y bastante sumergidas. Varias veces Jack Aubrey, allá en lo alto, tembló a causa del intenso frío, el cansancio y la gran tensión que le producía guiar la fragata por aquel laberinto potencialmente mortal, y sintió que ya no era un joven.

Llegó el curioso amanecer y Jack se sintió aún más viejo. Cuando el sol salió, el cielo despejado tomó un color azul zafiro claro, mientras que el mar adquirió un tono más oscuro. Las islas de hielo tenían algunas partes de color rosa y otras azul marino brillante. A siete millas o menos se encontraba la obstinada fragata estadounidense, ahora mucho más al sur. Con esa luz el casco parecía negro y estaba empezando a desplegar más velamen.

Jack pasó por encima del antepecho de la cofa de serviola, y cuando agarró los obenques más altos se le resbaló la mano helada por la capa de hielo. Se hubiera caído si no tuviera las piernas acostumbradas a estar en la mar y no hubieran rodeado inmediatamente el obenque de abajo, sosteniéndole en ese crucial momento.

Al llegar a la cubierta dijo:

—Tom, cuando los marineros hayan desayunado, soltaremos los rizos y largaremos la juanete de proa. Mira a ese tipo —añadió, señalando con la cabeza hacia el sur—. Tiene desplegadas las alas de ambos lados arriba y abajo.

—Creo que por el momento tiene delante una zona sin obstáculos, pero hay una plataforma de hielo que parece muy sólida —replicó Pullings esperanzado.

Entonces ambos se tambalearon porque la
Surprise
chocó de nuevo con una placa de hielo.

En la cabina había colgado un hornillo encendido, más café, innumerables huevos con beicon, tostadas y una digna mermelada de naranja peruana. Jack, desnudo hasta la cintura, acabó con todo esto y el calor, pero habló poco, se limitó a decir que había visto un albatros, algunas focas y una enorme ballena. Stephen habló de forma inconexa de las islas de hielo y el repentino cambio de color en el punto de donde se desprendían los grandes bloques que caían al mar.

—Lo he visto por el catalejo… —dijo, pero enseguida se interrumpió porque Jack tenía la cabeza inclinada sobre el pecho.

—Con su permiso, señor —intervino Reade, irrumpiendo en la cabina, lleno de alegría juvenil—. El capitán Pullings pregunta si le gustaría subir a la cubierta.

—¿Eh? —preguntó el capitán Aubrey.

Reade repitió el mensaje y Jack se levantó, irguiendo su cuerpo de doscientas treinta y ocho libras, y subió a la cubierta parpadeando, precedido por Reade, que le dio un catalejo y le dijo:

—Allí, justo a barlovento, señor.

Jack miró hacia allí, pasó el catalejo al ojo bueno, volvió a mirar y una amplia sonrisa iluminó su rostro cansado. Entonces atravesó la helada cubierta y dijo:

—Cantó victoria antes de hora. Ja, ja, ja!

La gran fragata estaba inmóvil, con las velas aferradas, y los tripulantes estaban bajando las lanchas por el costado.

—¡Cubierta! —gritó el serviola, uno de los balleneros de la
Surprise—
. ¡Señor, se metió en un canal en la plataforma de hielo, en una especie de callejón sin salida. ¡Un callejón sin salida, ja, ja, ja! Ahora tendrá que retroceder tres millas a remolque y contra el viento. Ja, ja, ja! —Después, en voz más baja, le dijo a su compañero que estaba en el tope del trinquete—: Ese estúpido serviola las pagará. ¡Ja, ja, ja!

La distante fragata disparó una salva por babor que hizo levantar el vuelo a un montón de estercorarios que estaban sobre una ballena muerta a la deriva.

—El enemigo ha hecho una salva, señor, con su permiso —dijo el guardiamarina encargado de las señales.

—Me asombra usted, señor Reade —dijo Jack—. Y ahora veo que está haciendo una señal. Tenga la amabilidad de leerla.

Norton dio un paso adelante y Reade apoyó el catalejo sobre su hombro, lo enfocó y dijo:

—Es alfabética, señor, con nuestro alfabeto: «Feliz regreso».

—¡Vaya! —exclamó Jack—. ¡Qué amabilidad! Responda: «Igualmente». ¿Quién es su presidente, Tom?

—Creo que el presidente Washington —respondió Pullings, después de reflexionar unos momentos.

—«Mis respetos al señor Washington…» No, sería demasiado largo. Déjelo así, señor Reade, y haga una salva en respuesta. Tom, no vamos a navegar a mucha velocidad. Haremos rumbo estenordeste lentamente hasta que salgamos de esta zona infernal llena de hielo. No vamos a buscarnos la ruina como un atajo de lunáticos. Lentamente, capitán Pullings. Y por la tarde empezaremos a trabajar para hacer una bandola.

Con la alegría y la tranquilidad que sentía ahora fue directamente a la caldeada cabina para acostarse, y no se movió hasta después de comer. Se despertó fresco y con la cabeza despejada, sabiendo que la fragata no había chocado con ningún trozo de hielo durante horas. Dio una vuelta por la cubierta, observó que el cielo estaba oscuro por el nordeste y que la fragata tenía delante una extensión de mar tan amplia como la del Canal, aunque mucho más al sur. Aún podían verse bloques de hielo y su reflejo en el agua y grandes islas de hielo recortándose sobre el horizonte. Dio paseos de un lado al otro del alcázar hasta que oyó la voz malhumorada de su despensero, que, casi sin respeto, se quejaba:

—El cocinero pregunta si él va a venir o no, porque todo se está enfriando y se va a estropear.

* * *

Después de la comida, Jack, Pullings y el señor Bentley hablaron del palo mesana de repuesto. Entonces se dieron cuenta de que la pérdida de palos que habían sufrido en la reciente tormenta era enorme. Aunque la fragata tenía muchas cosas que había conseguido como botín, como ámbar gris, telas bordadas de oro que habían sacado del
Alastor
, especias, cofres llenos de plata y gran cantidad de provisiones de buena calidad, que causarían el asombro de un buque insignia, apenas tenía palos.

—Después de interminables lamentos y del consabido «si tuviéramos…» —dijo Jack cuando Stephen y él se preparaban para tocar música— decidimos que con el mástil y otro palo de la lancha tendríamos un palo macho suficientemente alto y un cangrejo, así que podríamos desplegar una vela mesana bastante grande. Sería lo suficientemente alto para navegar con el viento en contra a moderada velocidad sin forzar tanto el timón que pueda salirse de las charnelas. Puede que no sea elegante, pero al diablo con la elegancia.

—¿Qué son charnelas?

—Son esas piezas formadas por dos planchas articuladas que se colocan al frente del timón y lo conectan al codaste con anillas o vilortas, como les llamamos nosotros, para que el timón gire como una puerta sobre sus goznes.

Cuando terminaron de tocar la pieza, un dueto dulce, profundo, cuya partitura original anónima habían comprado en una subasta, Jack exclamó:

—¡Dios mío! Cuando uno recuerda con qué ahínco perseguimos esos mercantes hace tan poco tiempo y qué papel de tontos hubiéramos hecho si los hubiéramos apresado, pues esa condenada fragata con cañones de dieciocho libras y el bergantín nos hubieran atacado porque estaban en una posición ventajosa… Cuando uno ve lo felices que estamos ahora por haber salido de todo esto sin perder más que el palo mesana…, pues eso hace pensar.

—No creo que yo llegara tan lejos —dijo Stephen.

—Muy bien, muy bien. Puedes ser tan irónico como quieras, pero creo que hemos salido de esto extraordinariamente bien. Nunca pensé que esta noche pudiéramos acostarnos y dormir tranquilamente.

* * *

Durmieron profunda y tranquilamente, con la gran tranquilidad con que pueden dormir los hombres exhaustos, sin preocupaciones y bien alimentados, al menos hasta la guardia de media. En la cubierta iluminada por la luna Grainger relevó a Wilkins cuando sonaron las ocho campanadas.

—Aquí la tienes —dijo Wilkins—. Lleva las mayores arrizadas y el velacho listo para ser ajustado. El rumbo es nordeste cuarta al norte. Las órdenes del capitán están en el cajón de la bitácora. Es posible que caiga un chubasco dentro de una hora más o menos —agregó en un tono conversacional.

—Sí —dijo Grainger, mirando hacia el nordeste, donde el cielo estaba cubierto de nubes oscuras y bajas—. Creo que sí. Un poco de lluvia con este intenso frío me despertará. ¡Dios mío, estaba tan profundamente dormido y tan calentito!

—Yo estaré igual dentro de dos minutos. Tanto el día como la noche han sido muy duros —dijo Wilkins, y cuando ya había puesto un pie en la escala de toldilla, se detuvo y añadió—: No es normal que caigan rayos en estas latitudes, ¿verdad?

—Bueno, creo que son bastante frecuentes —respondió Grainger—, aunque no tanto como en los trópicos, pero bastante. Pero aquí uno no se queda mucho tiempo en la cubierta y tal vez por eso parezcan mucho más raros.

Cuatro campanadas. Empezó a nevar. La
Surprise
mantenía la moderada velocidad de cinco nudos.

Seis campanadas. El viento aumentó de intensidad y era tan variable que una vez estuvo a punto de empujar hacia atrás a la fragata. Grainger arrizó el velacho y casi inmediatamente después todo el cielo se cubrió de nubes. No se veían ni la luna ni las estrellas. De repente empezó a caer una violenta lluvia mezclada con aguanieve, tan violenta y tan persistente que el agua salía a chorros por los imbornales de sotavento, los hombres de guardia se refugiaron bajo el saltillo del alcázar y fue imposible tocar las siete campanadas.

Pero eran las tres y media de la madrugada y el reloj de Stephen lo indicó. Y cuando el reloj daba la hora, por segunda vez en su vida y en el mismo barco, Stephen se despertó al oír un gran ruido, mejor dicho, una combinación de ruidos que reconoció al instante y pensó que había caído un rayo en la fragata.

En efecto, así era. El palo mayor estaba completamente destrozado y los fragmentos habían salido despedidos y habían caído al agua; las vergas, sin embargo, estaban atravesadas en la cubierta y, al igual que el mastelero de proa, estaban intactas. La fragata había virado la proa inmediatamente y ahora navegaba con viento en popa, hicieran lo que hicieran los timoneles, pero a pesar de ser ingobernable, tenía bastante estabilidad porque el mar se había calmado por la nieve y la lluvia. Stephen fue llamado a la enfermería.

Había sólo tres heridos. Uno de ellos, un seguidor de Knipperdolling llamado Isaac Rame, aparentemente no estaba herido, pero tenía una marca negra del tamaño de un chelín en la parte del corazón y estaba inconsciente. Stephen, al oír el ritmo anormal del corazón, movió la cabeza de un lado al otro. Los otros dos heridos eran marineros encargados del mastelero y tenían extrañas quemaduras, pues eran superficiales pero les producían mucho dolor y, además, eran muy extensas y abarcaban toda la espalda formando una red de líneas divergentes. Stephen, Padeen y Fabien tardaron tanto en curarlos que cuando Stephen entró en la cabina para desayunar, ya se veía la pálida luz del día sobre la mesa.

—Bueno, empezamos bien —exclamó Jack—. Estamos en un buen lío. Bebe una taza de café —añadió, sirviéndosela, aparentemente muy alegre, como si la pérdida del palo mayor tuviera poca importancia; y así era, en comparación con lo que siguió—: Cuando hayamos terminado de desayunar… Por favor, sírvete beicon y pásame la fuente… Te diré algo aún más raro: el timón cayó al mar.

—¡Oh, oh! —exclamó Stephen, atónito—. Entonces, ¿estamos sin timón?

—No voy a engañarte, amigo mío. No tenemos timón. ¿Recuerdas cuando me preguntaste qué eran las charnelas? —Stephen asintió, con gesto preocupado—. Bueno, parece que en algún momento de nuestro peligroso avance entre los bloques de hielo a la deriva, una placa de hielo separó todas o la mayoría de ellas de la barra y destruyó las vilortas, así que el tablón quedó colgando apenas de una unión, aunque no nos dimos cuenta porque, como navegábamos a la cuadra, no tocábamos el timón. El rayo cayó en la parte superior del timón, rompió el tablón hasta la línea de flotación y entonces el tablón se desprendió.

Señaló la parte superior del timón, ahora cubierto por un paño decente.

—¿Hay alguna solución para una situación como ésta?

—Estoy seguro de que encontraremos alguna —respondió Jack—. ¿Te importaría pasarme la mermelada? Hay que reconocer que es una excelente mermelada, aunque no tan buena como la de Sophie.

A menudo Stephen había oído decir a Jack que cuando la vida en la mar era más dura de lo que un ser humano podía soportar, «no servía de nada lamentarse»; sin embargo, nunca le había visto mostrar tanta ligereza, tanta falta de preocupación e incluso se hubiera atrevido a decir que de responsabilidad. ¿Hasta qué punto correspondía eso a lo que era el deber de un capitán en una situación desesperada? ¿Hasta qué punto correspondía a la reacción natural de Jack? No era un hombre propenso a adoptar diferentes actitudes. ¿Era realmente desesperada la situación? Stephen podía aún confundir charnelas con vilortas, pero sabía lo suficiente sobre la marina para darse cuenta de que un barco que estaba lejos de tierra, tenía un solo mástil y carecía de timón se encontraba en una situación horrible. Por otra parte, aunque sus conocimientos de navegación eran limitados, sabía que un barco que llevaba un solo mástil con velas en la parte delantera y no tenía timón sólo podía navegar con el viento en popa y, además, que el viento en esas latitudes casi siempre soplaba del oeste, así que no encontrarían tierra de nuevo hasta que no dieran la vuelta al mundo y llegaran otra vez al cabo de Hornos.

Other books

Fall Semester by Stephanie Fournet
Love and Music Will Endure by Liz Macrae Shaw
The Lost Explorer by Anker, Conrad, Roberts, David
Good Oil by Buzo, Laura
The Expected One by Kathleen McGowan
Viva Alice! by Judi Curtin
The Painted Boy by DeLint, Charles