La reacción química, según dedujeron los alquimistas, tenía lugar entre la superficie de la luna marina y el sol marino. El siguiente paso lógico de tal deducción fue plantear que, de forma natural, se producía una reacción parecida entre el sol marino y cualquier cosa que descansara en la superficie de las lunas durante el tiempo que fuese, y que ello afectaba a los elfos y a cualquier otro ser viviente.
Así, en el reino de los elfos, sólo se permitía que descansaran en el suelo los objetos inanimados e, incluso así, los más valiosos de éstos eran trasladados de lugar periódicamente para evitar cualquier alteración perniciosa.
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En Elmas, los animales que dormían en el suelo eran poco apreciados y, poco a poco, habían desaparecido del entorno de los elfos en favor de las aves, los monos, los gatos y otras especies de hábitos arborícolas.
Los elfos no prueban los alimentos que han crecido bajo el suelo o sobre éste, no permanecen mucho rato quietos de pie en ninguna parte y pasan de pie el menor tiempo posible, si tienen modo de evitarlo. Prefieren sentarse con los pies recogidos bajo el cuerpo y despegados del suelo.
Uno de los primeros y más devastadores enfrentamientos entre phondranos y elmanos fue la Guerra de la Cama. Un príncipe elfo había viajado a tierras humanas para celebrar conversaciones que permitieran evitar un choque armado entre ambas razas. Todo transcurría en orden hasta que el jefe de los humanos condujo al elfo al aposento que había preparado para que éste pasara la noche. El elfo, al ver el camastro extendido sobre el suelo desnudo, creyó que el humano se proponía matarlo
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y declaró la guerra en aquel mismo instante.
Desde entonces, humanos y elfos han terminado por respetar las creencias de cada cual, aunque nunca han logrado aceptarlas. Las casas de Phondra destinadas a alojamiento de los elfos están provistas de toscas camas hechas de ramas de árboles sujetas mediante cuerdas. Por su parte, en tierras de los elfos, éstos han aprendido a desviar la mirada cuando sus huéspedes humanos cogen las mantas de la cama y las extienden en el suelo. (Incluso, desde que uno de los humanos había caído de las alturas en plena noche y se había roto un brazo, Eliason había puesto fin a la práctica de intentar trasladar a los humanos a una cama sin que se dieran cuenta, mientras dormían).
Casi no dio tiempo a terminar de acondicionar los aposentos de los huéspedes cuando la nave élfica amarró en el puerto. Dumaka y Delu acudieron a recibir a los invitados. Yngvar también estuvo presente, aunque la delegación enana se mantuvo notoriamente aparte de los humanos. Grundle y Alake asistieron al acto, pero separadas, cada cual con su familia.
Las desavenencias entre ambas razas se habían intensificado. Ambas parejas de progenitores habían prohibido a sus hijas hablarse entre ellas, pero Haplo, al advertir que las dos muchachas intercambiaban unas miradas a hurtadillas con un destello en los ojos, se preguntó cuánto tiempo seguirían obedeciendo. Lo único que esperaba era que las muchachas no fueran descubiertas, lo cual provocaría sin duda otra crisis. Por lo menos, la forzada separación dio a Alake algo en que pensar aparte de en el patryn, y éste supuso que debía dar gracias por ello.
Las familias reales se saludaron con grandes demostraciones de amistad... por consideración a sus respectivos séquitos. Dumaka incluyó en el suyo a Haplo, como invitado de honor, y el patryn experimentó al menos cierto alivio al comprobar que incluso el rey enano se mostraba un poco más cordial al observar su presencia. Aun así, ninguno de los presentes podía ocultar el hecho de que el encuentro no se producía en el mismo ambiente de armonía que en otras ocasiones. Los apretones de mano fueron rígidos y ceremoniosos; las voces, frías y cuidadosamente moduladas. Nadie utilizó los nombres de pila para dirigirse a los demás.
Haplo los habría ahogado a todos de buena gana.
Los delfines habían sido la causa de este último malentendido, al difundir alegremente la noticia de que los enanos se negaban a tripular los cazadores de sol donde debían viajar los elfos. Eliason estaba dispuesto a respaldar a Dumaka aunque, en un gesto muy propio de los elfos, había mandado aviso de que no toleraría que lo apremiaran a tomar una decisión. Este anuncio no había complacido a ninguna de las dos partes enfrentadas y, en consecuencia, Eliason había conseguido encolerizar tanto a humanos como a enanos, antes incluso de arribar al lugar del encuentro.
Todo esto hizo que a Haplo le rechinaran los dientes de frustración. Sólo tenía un pequeño consuelo, y hasta éste era negativo: las serpientes dragón no aparecieron por ninguna parte. El patryn temía que la visión de aquellas formidables criaturas reafirmara la disposición de los enanos contra ellas.
Una vez determinada una hora para la reunión, aquella misma noche, Yngvar y su comitiva abandonaron el lugar con paso enérgico.
Con expresión apenada, Eliason vio alejarse al colérico enano y movió la cabeza.
—¿Qué se puede hacer? —preguntó a Dumaka.
—No tengo idea —respondió el caudillo humano con un gruñido—. Para mí que la barba le ha crecido demasiado y le ha afectado al cerebro. Yngvar dice que él y su pueblo prefieren morir congelados a poner un pie en los cazadores de sol. Y esos enanos son tan tercos que los creo capaces de cumplir su palabra.
Haplo, callado y discreto, se abstuvo de intervenir pero se mantuvo a tiro de oreja con la esperanza de oír algo que lo ayudara a decidir qué hacer.
Dumaka posó una mano en el hombro de Eliason y murmuró:
—Amigo mío, lamento tener que añadir esta preocupación a la pesada carga de tu dolor. Aunque observo —añadió, tras contemplar detenidamente al elfo— que lo llevas mejor de lo que hubiese creído posible.
—He tenido que prescindir de los muertos —respondió Eliason en un susurro— para ocuparme de cuidar de los vivos.
Devon, el joven elfo, se encontraba en el embarcadero con la mirada fija en las aguas. Alake, a su lado, le comentaba algo con gesto muy serio. Grundle, obligada a acompañar a sus padres, les había dirigido una mirada lastimera a ambos antes de marcharse.
Sin embargo, era evidente que Devon hacía oídos sordos a las palabras de Alake. Devon no le prestaba atención ni respondía de ninguna manera.
La expresión sombría de Dumaka se suavizó.
—Muy joven, para haber recibido ya un golpe tan fuerte de la vida.
—Hace tres noches —murmuró Eliason—, lo encontramos en la habitación donde mi hija..., donde Sadia... —Tragó saliva y una palidez extrema se adueñó de su rostro.
Dumaka cerró su mano en torno al brazo del elfo en un gesto de muda comprensión. Eliason exhaló un profundo suspiro.
—Gracias, amigo mío. Encontramos a Devon allí, asomado a la ventana, contemplando las losas de la terraza desde las alturas. Puedes imaginar qué terrible idea pensamos que pasaba por su mente. Lo he traído conmigo con la esperanza de que la compañía de sus amigas lo rescaten de las sombras que lo envuelven. Ha sido por él que he emprendido el viaje antes de lo que tenía previsto.
—Gracias, Devon —murmuró Haplo.
Alake, tras dirigir una mirada de impotencia a su padre, sugirió que Devon quizá querría ver sus aposentos y se ofreció a conducirlo hasta ellos. El muchacho respondió como uno de los autómatas que los gegs usaban en Ariano, y fue tras Alake con paso lánguido y la cabeza hundida. No sabía dónde estaba, ni daba muestras de que le importara.
Haplo continuó en las proximidades de Eliason y Dumaka, pero pronto quedó patente que los dos monarcas iban a seguir hablando de las penas de Devon y no tratarían ningún otro asunto de importancia.
Mejor así, se dijo, y se alejó. No era probable que discutieran por aquel tema, y de esta manera tenía a dos mensch, entre cinco, que al menos se dirigían la palabra.
El patryn no pudo evitar pensar en su estancia en Ariano, en el tiempo que había pasado allí tratando de sembrar la discordia entre elfos, humanos y enanos. Ahora estaba dedicando el doble de esfuerzo a conseguir que las tres razas mensch se unieran.
—Casi terminaré por creer en ese Uno —se dijo en un murmullo—. Alguien debe de estar partiéndose de risa con todo esto.
El redoble del tambor ceremonial convocó a las familias reales a la conferencia. Todo el pueblo se volvió a contemplar a las comitivas que se encaminaban hacia la gran cabaña. En cualquier otra ocasión, una reunión como aquélla habría sido motivo de alborozo: los phondranos habrían intercambiado animados comentarios y habrían llamado la atención de sus pequeños sobre cosas tan curiosas como la notable longitud de las barbas de los enanos o el color rubio, luminoso como los rayos del sol, de los cabellos de los elfos.
En cambio, aquel día, los phondranos permanecieron en silencio, acallando con gesto irritado las preguntas que les hacían los chiquillos con sus voces agudas. Los rumores se habían difundido por Phondra como las pavesas de una fogata, impulsadas por un fuerte viento. Allí donde caían, originaban pequeños incendios que se extendían rápidamente entre las tribus del reino. Diversos humanos de otras tribus habían viajado hasta allí en sus naves de quilla larga y estrecha, para asistir a la reunión.
Muchos de estos viajeros eran brujos y hechiceras pertenecientes al Concilio de Magos, y fueron recibidos por Delu, que los albergó en su propia cabaña de invitados. Otros eran caudillos de tribus que habían jurado fidelidad a Dumaka, y éste se encargó de darles la bienvenida. Por último, algunos de los llegados no eran nadie en concreto, sólo simples curiosos. Éstos, invariablemente, tenían algún pariente o amigo entre la tribu, de modo que casi todas las cabañas familiares tenían al menos una manta extra extendida en el suelo.
Todos se congregaron para contemplar el desfile, que constaba de las tres familias reales, los representantes de otras tribus humanas, el Concilio de Magos de Phondra, los dirigentes de los gremios de Elmas y los ancianos gargan, todos los cuales actuarían como testigos de sus pueblos. Los humanos estaban silenciosos, con rostros tensos y forzados, inquietos y expectantes. Todo el mundo sabía que su destino —para bien o para mal— dependía del resultado de la reunión, fuera cual fuese la decisión que se tomara en ésta.
Haplo se había encaminado hacia la gran cabaña con antelación, pues deseaba entrar en ella antes de que llegara ninguno de los dignatarios. Al volver la vista hacia el mar, observó con desconcierto y escasa satisfacción la presencia en las aguas de los largos cuellos sinuosos y los ojos rasgados, verderrojizos, de las serpientes dragón.
No pudo reprimir su desasosiego, una incómoda tensión en los músculos del estómago, un escalofrío en el vientre. Los signos mágicos de su piel empezaron a emitir un leve resplandor azulado.
Irritado, Haplo maldijo la presencia de las serpientes y esperó que nadie más las hubiese visto. Tenía que acordarse de intentar mantener a todo el mundo apartado de la orilla.
El tambor resonó con gran estruendo y, acto seguido, enmudeció. Los miembros de las tres familias reales se encontraron ante la cabaña de la reunión e intercambiaron demostraciones de amistad, a regañadientes por parte de los enanos, tensas y embarazosas por parte de los demás.
Haplo estaba discurriendo el modo de evitar verse involucrado en las formalidades cuando dos figuras, una alta y la otra muy baja, aparecieron en su camino. Unas manos lo agarraron por los brazos y tiraron de él hacia las sombras del bosque. Eran Alake y Grundle.
—¡No tengo tiempo para juegos...! —empezó a protestar, impaciente. Sin embargo, tras observar con más atención la expresión de las muchachas, preguntó qué sucedía.
—¡Tienes que ayudarnos! —exclamó Alake sin alzar la voz—. No sabemos qué hacer. Creo que debería decírselo a mi padre...
—¡Eso es lo último que necesitamos! —la cortó Grundle—. La reunión va a empezar. Si la interrumpimos, quién sabe cuándo volverán a celebrar otra.
—Pero...
—¿Qué ha sucedido? —repitió Haplo.
—¡Se trata de Devon! —Alake tenía los ojos abiertos como platos de puro asustados—. ¡Ha desaparecido!
—¡Maldición! —masculló Haplo por lo bajo.
—Ha salido a dar un paseo, eso es todo —apuntó Grundle, pero las facciones de la enana, de color avellana, estaban muy pálidas y las patillas le temblaban.
—Voy a contárselo a mi padre. Él llamará a los rastreadores. Alake dio un paso, pero Haplo la retuvo, asiéndola por el brazo.
—No podernos interrumpir la reunión. Yo también soy un buen rastreador. Ocupémonos nosotros de encontrarlo y traerlo de vuelta discretamente, sin que nadie se entere. Grundle tiene razón. Lo más probable es que haya ido a dar una vuelta buscando un poco de soledad. Bien, ¿dónde y cuándo lo habéis visto por última vez?
Alake había sido la última en verlo.
—Lo conduje a la casa donde se alojan los elfos, me quedé con él e intenté hablarle. Luego, Eliason y los demás elfos regresaron para preparar la reunión y tuve que marcharme. Pero decidí esperar por allí con la intención de volver a hacerle compañía cuando su padre y los demás se marcharan. Cuando entré de nuevo, lo encontré allí, a solas en un rincón.
»Le conté que Grundle y yo habíamos encontrado un lugar detrás de la cabaña desde donde podíamos..., en fin...
—¿Escuchar a escondidas? —la ayudó Haplo.
—¡Tenemos derecho a hacerlo! —afirmó Grundle—. Todo esto ha sucedido por nuestra causa. Deberíamos estar presentes en la reunión.
—Yo también lo creo —dijo Haplo con calma, para serenar a la airada enana—. Veré lo que puedo hacer al respecto. Ahora, termina de contarme lo de Devon, Alake.
—Al principio, casi pareció enfadado de verme. Dijo que no quería escuchar nada de cuanto dijeran nuestros padres. Le daba igual. Luego, de pronto, se animó. Incluso me pareció casi demasiado agitado. Era... Casi me espantó. —Alake se estremeció al recordarlo—. Me dijo que tenía hambre. Devon sabía que la cena se retrasaría bastante, con el asunto de la reunión, y me preguntó si podría encontrarle algo que comer hasta entonces. Le dije que sí e intenté convencerlo para que me acompañara a buscarlo, pero me contestó que no quería dejar la cabaña de invitados, pues lo ponía nervioso ver tanta gente mirándolo.
»Pensé que le sentaría bien comer algo, ya que creo que lleva días sin probar bocado, de modo que salí a ver qué encontraba. En la cabaña quedaron con él otros elfos. De camino, me encontré con Grundle, que me buscaba. Le dije que me acompañara, pensando que su presencia quizá lograra animar a Devon pero, cuando volvimos al alojamiento —Alake abrió las manos—, había desaparecido.