El maestro de Feng Shui (5 page)

Read El maestro de Feng Shui Online

Authors: Nury Vittachi

BOOK: El maestro de Feng Shui
13.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Brillante, C. F., muy inteligente. Pero ¿qué fue lo que la... quiero decir, lo delató?

El geomántico se limpió la boca con su servilleta. La comida del vendedor ambulante no era mala, pero Wong comía con mesura sabiendo que esa misma noche habría un banquete en casa de Sagwala.

—Varias cosas. Cuando estaba haciendo el estudio de la casa pisé un pendiente. Tenía un alfiler y era un pendiente para orejas con agujero.

—Orejas perforadas —precisó Joyce.

—Eso. Pero el pendiente de la señora Wanedi que nosotros conocimos no era así. Se le cayó en el restaurante. ¿Lo recuerda, Joyce? ¿Qué clase de pendientes se desprenden de la oreja? Los de clip, para personas que no tienen orejas perforadas. De modo que deduje que los pendientes que había en la casa no pertenecían a la persona que estaba cenando con nosotros. Fue fácil comprobarlo. Miré los lóbulos de la persona que decía ser la señora Wanedi. Y miré a la persona que está en la caja, muerta. La viva no tiene agujeros en las orejas. La muerta sí.

»Cuando estábamos en el restaurante fue al servicio, pero se equivocó de camino y fue al de caballeros. Luego volvió. Joyce le mostró dónde estaba el de señoras, pero ella antes había dicho que ya había estado en ese restaurante con su marido. Por tanto, tenía que saber dónde se encontraba el aseo de señoras. Un pequeño pero revelador error. Y cuando empecé a pensar que quizá era un hombre, me limité a observar. Cómo se mueve. Cómo se sienta. Cómo anda. Un hombre, sin duda. Además, estaba el cuarto de baño. Nadie que haya sido mujer durante cincuenta años podría tener el cuarto de baño en semejante estado, aun habiéndose quedado sin servicio. Era un baño de hombre, tal como dijo Joyce.

—Desde luego. El asiento estaba levantado —explicó ella—. Quiero decir el del váter.

—Sí. Aun disfrazado de mujer, él seguía orinando de pie y olvidaba bajar el asiento. Son hábitos en los que uno no piensa. No se puede remediar. Como dijo el sabio Lu: «Los enseres de la vida de un hombre son su vida.» Intentará dejarlos atrás, pero siempre van con él.

—Y ese cuarto con energía mala... —dijo Joyce.

—El
chi
negativo.

—Sí. Era una habitación de mujer, con tanta flor y tal —dijo la joven—. Fue la señora Wanedi quien convaleció allí, no su marido. ¡Uau! Él la mató y después adoptó su personalidad. Muy fuerte. —Se retrepó en la silla—. Una gran actriz, bueno, actor. Todo ese lloriqueo y tal. No es fácil sacar lágrimas de verdad cuando no estás triste. Lo sé porque lo he probado varias veces.

—Lo es si uno tiene ayuda —dijo Wong—. ¿Se fijó en que siempre se llevaba el pañuelo a los ojos justo antes de llorar, y no después? Un poco de
laat jeiu jau...
¿cómo se dice en inglés?

—Esencia de guindilla —dijo Sagwala.

—Sí, con eso en el pañuelo, los ojos se enrojecen y lagrimean y la nariz empieza chorrear.

—A moquear —precisó Joyce—. La nariz moquea, no chorrea. Bueno, supongo que también podría chorrear...

Sagwala se inclinó hacia delante.

—Qué crimen más lento, cruel y calculado, C. F. Ese hombre debió de tener una enorme fuerza de voluntad para reestructurar de esa forma la vida de la pareja, y desde hacía cuánto, ¿un año o así? Y todo para deshacerse de su amada esposa y robarle su dinero.

Wong asintió.

—Alguien que tiene un estudio decorado en rojo... supongo que es capaz de cualquier maldad.

De repente, Joyce abrió mucho los ojos.

—Ahora entiendo por qué ella, quiero decir él, no dejaba de apoyarse en mí. En mi teta izquierda, concretamente.

—Hay otra cosa —dijo Wong—. Es posible que no lo hiciera solo. No lo sé, pero quizá tuvo un cómplice. La cocinera ya estaba con ellos antes de que se mudaran aquí. No salía en todo el día y era la única persona que estaba en contacto con ellos. Jhoti, es probable que intente ponerse en contacto con el señor Wanedi. Quizá quiera ayudarlo a gastar el dinero de la venta de la casa.

—La sobrina que vivía lejos —dijo Joyce—. La señorita Tong pudo ser su amante, y se presentaría aquí diciendo que era la sobrina.

—Es posible. O quizá el cómplice es otro —dijo el geomántico—. Creo que hay una mujer implicada. Y aparecerá tarde o temprano. Por eso opino que debemos quedarnos a comer. La sobrina tenía que venir hoy a almorzar, ¿no? Por eso le dije al chófer que trajera comida suficiente para cuatro, ella incluida. —Wong dejó la cuchara y se pasó la servilleta por los labios.

Durante varios minutos sólo se oyó al inspector jefe Sagwala atracándose con su cuarto plato.

Entonces sonó el timbre. El policía se levantó de mala gana, consciente de que el deber lo llamaba.

—Será ella. ¿Me acompaña?

Pero C. F. Wong se había sentado a otra mesa y estaba atareado escribiendo en su diario.

2
Erratas

En el siglo XXIX a. C. vivía un hombre llamado Fu Hsi. Era muy hábil diseñando cosas, pero no palacios. Le gustaba diseñar jardines y ríos.

Hubo una gran inundación. El río Lo se desbordó. Fu Hsi pasó muchos días paseando por las colinas que rodeaban el palacio. Dibujó mapas indicando dónde había que edificar diques. En la siguiente crecida, el palacio quedó a salvo. Fu Hsi se hizo muy famoso.

Un día que se encontraba sentado en la orilla del Lo, se puso a observar a las tortugas que nadaban. Sus ojos se fijaron en los dibujos de sus caparazones. Una de las tortugas tenía un caparazón con una sección en la parte central y otras ocho secciones alrededor de la misma. Fu Hsi se fijó en algo. Los puntos de los segmentos este, medio y oeste sumaban 15. Cuando sumó las marcas del norte, medio y sur, también daban 15. Sudoeste, medio y nordeste sumaban asimismo 15. Así como 15 sumaban noroeste, medio y sudeste.

A esto se lo conoció como el Cuadrado Mágico de Nueve Piezas.

Brizna de Hierba, lo principal fue que Fu Hsi aprendió que podía existir orden en las cosas. Un orden imperceptible a la vista pero muy mágico. Tenía conocimientos de arquitectura y conocimientos de magia oculta. Fu Hsi se convirtió en el fundador del feng shui.

Destellos de pensamiento oriental, de

C. F. Wong, parte 81

C. F. Wong dejó la mano suspendida en el aire con una suerte de floritura y miró su reloj. Oh, ya eran las nueve y cuarto. Hora de irse. Tendría que seguir escribiendo más tarde. Metió el diario en el cajón de su mesa y retiró la silla, produciendo un chirrido en la silenciosa oficina donde sus dos ayudantes estaban medio amodorradas. El ruido hizo que Winnie Lim levantara la cabeza.

—Volveré antes del almuerzo —le dijo Wong—. Sobre las doce.

Joyce McQuinnie, que estaba en plena y susurrada conversación telefónica, le dijo a su interlocutor que esperara. Habló a su jefe por encima de sus pies, apoyados en la mesa y embutidos en unas botas puntiagudas de cowboy, compradas, curiosamente, como souvenir de Malaca.

—¿Adónde va? ¿Le acompaño?

—Eso decídalo usted. Voy a Orchard Road, a Publicaciones Hong Siu.

—Ah. ¿Se trata de ese encargo que me dijo la semana pasada, y yo: «Uf, eso es para caer muerto de aburrimiento»? Una oficina en un edificio de oficinas, ¿no? —Hablaba con voz de bostezo.

—No, que yo sepa nadie ha muerto, pero sí, es una oficina en un edificio de oficinas.

—Creo que me quedaré a escribir mis notas de la semana pasada. Tengo mucho que hacer, vaya, y me parece que no me quedará un minuto libre. —Volvió a poner los pies sobre la mesa y reanudó su sonámbula conversación telefónica, que parecía consistir únicamente en emitir incomprensibles monosílabos.

—Muy bien. Winnie, si hay alguna llamada importante, por favor telefonéeme a
Update.
Volveré seguro antes de la una.

La secretaria no respondió, ensimismada como estaba en añadir brillo verde al esmalte dorado de sus uñas.


¿Update?
—Era Joyce, interrumpiendo de nuevo su conversación.

—Es el nombre de la revista que publica Hong Siu.

—Becky, te dejo. Ya te llamaré. —Joyce colgó de golpe, se puso en pie y empezó a meter objetos en su bolsa. Con un grito canino de extraordinaria potencia, sacó de la papelera el vaso de plástico que había tirado y limpió los restos de espuma con un pañuelo de papel—. ¡Puaj! Quieto ahí, que cojo mis cosas. Voy con usted.

Diez minutos más tarde se hallaban en un taxi, que a su vez se hallaba en un atasco que se desplazaba por New Bridge Street a paso de caracol. El interés de la joven había sorprendido a Wong. El último viernes él le había explicado que este encargo era uno de los más típicos para un experto en feng shui: ir a una oficina donde el negocio no marchaba bien y disponer los cambios necesarios para que la cosa mejorase. En este caso era un rascacielos bastante nuevo situado en Orchard Road, y el trabajo estaba programado para dos sesiones matinales. Joyce había dicho que sonaba tope aburrido.

Wong reconoció para sus adentros que la tarea no prometía nada interesante. Recordaba haber hecho un trabajo similar en aquel mismo edificio, unos dos años atrás. Era una torre en forma de almendra sobre un podio rectangular y pertenecía a las Cuatro Casas del Oeste. Siendo del Chien Kua, su parte trasera estaba orientada al noroeste y su elemento era el metal. Las oficinas estaban distribuidas de dentro hacia fuera como una rueda, y Wong esperaba que la que se disponía a visitar ahora estuviera al noroeste o nordeste del centro, las direcciones más prósperas para ese tipo de casa. Pero, dados los problemas del negocio, sabía que probablemente estaría orientada al sur o al sudeste.

Con todo, se podría hacer mucho incluso en el peor de los casos. Recordó con satisfacción las ocasiones en que, con apenas unas pocas modificaciones en la ubicación de los elementos de una oficina, había conseguido un drástico cambio en la dirección del flujo del chi. Una vez había tratado con una ejecutiva, nacida bajo un signo de tierra, que trabajaba en un despacho completamente forrado de paneles de madera, con lo que había destruido su natural energía de tierra. Lo primero que propuso el geomántico fue poner una alfombra roja debajo de la butaca, para dar una capa protectora de
chi
de fuego. Luego había desplazado el escritorio a la esquina noroeste del despacho, mirando al sudeste, a fin de que la ejecutiva en cuestión suscitara un mayor respeto. Otros cambios introducidos fuera del despacho hicieron que la energía fluyera limpiamente a través de toda la planta, ligeramente aglutinada alrededor de su escritorio. Durante una visita que había realizado la semana siguiente, Wong comprobó que cualquier persona con algo de sensibilidad habría notado la mejora general en el entorno de trabajo.

Como muchos maestros de feng shui, conocía las enseñanzas de las más serias escuelas del arcano arte, y no tenía escrúpulos a la hora de mezclar elementos del método Estrella Voladora con elementos de las Ocho Mansiones o el método Tres Yuan, si el resultado ofrecía una solución a un problema arduo.

Bostezando en el taxi, Joyce le explicó su repentina decisión. Él no le había dicho que la editorial en cuestión era la sede de
Update,
una modesta pero voluntariosa publicación que salía dos veces por semana y de la que Emma, azafata de Singapore Airlines y su compañera de piso, era lectora entusiasta.
Update
había empezado como semanario dos años atrás, pero ahora salía los martes y los viernes. Joyce, aunque apenas llevaba un mes en la ciudad-estado, se había habituado enseguida a leerla, en especial las cuatro páginas de la sección «Yoot», que hablaba de música y famosos.

Joyce dijo que le encantaban especialmente las reseñas de un crítico que firmaba B. K.

—Opina que los Mooneaters están muy en la onda, mientras que la mayoría de la gente pregunta: «¿Los Moonquéeee?» A B. K. también le gustan That Guy's Belly, ¿los ha oído?

—¿Dat qué?

—That Guy's Belly.

—¿Y eso qué es?

—No, ya veo que no. Pero, bueno, es estupendo que haya alguien en esta parte del mundo que sepa apreciar la música de calidad, ¿no? Aunque no todo es guay. Hay una columnista, una tal Phoebe Poon, que es espantosa, la pobre, siempre pasándose de lista, cuando en realidad es de un patético que no veas.

—¿Qué no veas...? —preguntó Wong, lamentándolo de inmediato.

—Nada en particular. Que es totalmente patética.

—Ah. Entiendo —mintió él.

Hablar con Joyce era siempre agotador. Wong sabía que algunos hombres maduros sentían atracción por las jovencitas, pero ¿habían intentado hablar con ellas? Eran una especie aparte, y no consideraba que fuera posible establecer con ellas alguna forma de relación humana. Era más fácil comunicarse con un perro.

Miró por la ventanilla y se quedó maravillado por enésima vez ante el horizonte urbano de Singapur. Todavía echaba de menos la predecible vida rural de Guangdong, pero reconocía que había algo agradablemente estimulante en esa eléctrica ciudad, con sus imponentes monolitos de vidrio y acero que el sol tropical de la mañana estaba convirtiendo ahora en fluorescentes de un millón de vatios. Y la gente, como uniformada con sus camisas blancas y maletines negros, parecía también dotada de electricidad, tan absorta en sus cosas que la vida se le escapaba por completo en una confusión de ilógica actividad. Cuando, como ocurría a menudo, tenía que arreglar la oficina de algún estresado ejecutivo, lo que en realidad deseaba decirle era que no había mejor solución que huir de la oficina y pasarse un mes sentado en un espigón de Guangzhou viendo pasar los ferrys por el río Pearl.

—Ya conoce a la gente de Singapur —le dijo a la joven—. Yo creo que los de
Update
estarán muy ocupados. Quizá será mejor no hablar mucho con el personal. Limitarnos a hacer lo nuestro en silencio.

—Tranqui, ya lo capto —murmuró Joyce, de nuevo medio adormilada.

—No creo que el trabajo sea difícil.

—Genial.

—Las editoriales suelen ser sitios bastante complicados, pero creo que aquí no habrá problema. Hace dos años estuve en una oficina parecida. Brighter Corporation. Las oficinas, en principio, están muy mal diseñadas con relación al feng shui. Pero enseguida vi cómo se podía arreglar. Fue fácil rediseñar el espacio para que el problema desapareciera por completo. A partir de ahí Brighter prosperó mucho. Hace seis meses se mudaron a una oficina mucho más grande, y ésa también la arreglé.

Sonrió al recordarlo. No había nada malo en vanagloriarse un poco si eras un viejo que sólo quería decir la verdad a una persona joven que podía beneficiarse de oírla. Por una fracción de segundo, Wong se sintió correctamente situado en la vida, como si las esferas y las estrellas hubieran girado momentáneamente para adoptar la posición correcta. Pequeñas molestias aparte, la vida era bella. Un sol amable se reflejó en el parabrisas del taxi que venía de frente. La cháchara incomprensible de un pinchadiscos le llegaba por el altavoz de la puerta de su lado. El conductor cabeceaba al volante. Un árbol se mecía con la brisa. Wong miró a Joyce y descubrió, por primera vez, ausencia de hostilidad en su forma de mirarla, aunque no detectó afecto.

Other books

Flesh Guitar by Geoff Nicholson
La muerte, un amanecer by Elisabeth Kübler-Ross
Find a Victim by Ross Macdonald
The Christmas Baby by Eve Gaddy
The Library Paradox by Catherine Shaw
Freedom's Children by Ellen S. Levine
Collateral Damage by Bianca Sommerland
Burnt by Karly Lane