El libro de un hombre solo (39 page)

BOOK: El libro de un hombre solo
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Sin embargo, ¡la libertad es tan efímera! Tu mirada, tu entonación sólo vienen de un instante, de una actitud adoptada por ti mismo: lo que quieres conseguir es justamente esa libertad fugitiva. Recurres al lenguaje precisamente porque quieres confirmar su existencia, aunque lo que escribas no pueda existir eternamente.

Cuando escribes, ves esa libertad y la escuchas. En el instante en que escribes, en que lees, en que escuchas, la libertad existe en tu expresión, necesitas este pequeño lujo: la expresión de la libertad y la libertad de expresarte. Y cuando la has conseguido, te sientes bien.

La libertad no se da, no se compra, más bien es tu propia conciencia de la vida, el deleite de tu vida. Saborea esta libertad como el placer que sientes cuando haces el amor físico con una bella mujer. ¿No es lo mismo?

La libertad no soporta ni la santidad ni el poder dictatorial. No quieres saber nada ni de una cosa ni de otra, y, de todos modos, tampoco podrías conseguirlas; en lugar de hacer un gran esfuerzo para conseguir algo, es mejor tener la libertad.

Antes que decir que Buda está en ti, mejor decir que la libertad está en ti. La libertad nunca viene de otro, si piensas en la mirada de los demás, si buscas su aprobación, y si haces bellos discursos para distraerlos, te adaptarás a sus gustos; el que disfrutará no serás tú y habrás perdido tu libertad.

La libertad no concierne a los demás, no debe reconocerla nadie, sólo podrás conseguirla superando las coacciones de los otros, como ocurre con la libertad de expresión.

La libertad puede aparecer bajo la forma del dolor y de la tristeza, si estos sentimientos no la ahogan. A pesar de estar sumergida en ellos, aún puedes verla. El dolor y la tristeza también son libres. Necesitas un dolor libre y una tristeza libre, si por algo vale la pena vivir es por esa libertad que por fin te proporciona alegría y serenidad.

40

—No podemos creer que la paz reinará sobre la tierra cuando todos los viejos contrarrevolucionarios hayan sido depurados. Tenéis que abrir los ojos, ¡esos elementos contrarrevolucionarios en plena actividad son nuestros peores enemigos! Se esconden bien, son muy astutos. Se amparan en los eslóganes revolucionarios de los proletarios, pero, en la sombra, se dedican a actividades fraccionarias burguesas para provocar la confusión en nuestras filas. ¡Sobre todo, que nadie se deje influir por ellos, están por todas partes, tejiendo sus telas de araña para atraparos! ¡Esos contrarrevolucionarios tienen dos caras, no lo olvidéis, alzan la bandera roja para oponerse a la bandera roja!

El jefe adjunto de la comisión de control militar, el delegado Pang, en realidad comisario político del ejército, había venido expresamente a la granja. Encaramado a un rodillo de piedra del área de trilla, lucía unas gafas de montura gruesa y agitaba en la mano un documento mientras pronunciaba un discurso de movilización:

—Las escuelas de funcionarios del 7 de mayo no deben ser remansos de paz alejados de la lucha de clases.

Habían empezado a desenmascarar a un grupo de contrarrevolucionarios activos llamado «camarilla del 16 de mayo». Los jefes de las organizaciones rebeldes, surgidas desde el principio del movimiento, así como los miembros activos, estaban siendo sometidos a una investigación. Él fue de inmediato destituido de su función de jefe de escuadra, cargo con el que debía dar ejemplo; había acabado con el trabajo manual y debía rendir cuentas de los últimos años con todo detalle, explicar qué ocurrió en los últimos meses, decir qué día, en qué lugar, con qué personas tuvo qué reunión secreta y a qué actuaciones inconfesables se había dedicado.

Aún no sabía que en Beijing habían aislado al gran Li y lo estaban sometiendo a una investigación; el interrogatorio duró varios días y varias noches y le sacudieron de lo lindo. Reconoció que formaba parte de los elementos del «16 de Mayo» y, por supuesto, también lo denunció a él. Así mismo confesó que cuando estuvieron en casa de Wang Qi, mantuvieron una reunión del grupo contrarrevolucionario para conspirar con un elemento de la banda negra antipartido, de quien recibían las directivas. Su objetivo final era acabar con la dictadura del proletariado. Li acabó internado en un asilo psiquiátrico. A Wang Qi también la interrogaron y la aislaron. Luego torturaron a Lao Liu en un cuarto del sótano del edificio hasta acabar con su vida; después lo subieron a un piso y lo tiraron por la ventana, con la intención de que pareciera que se había suicidado para evitar el castigo.

Por suerte, antes de que todo aquello tuviera lugar, sintió el olor de los perros que venían del horizonte para cercarlo. Ya había comprendido cómo los perros de caza actuaban sobre el terreno: según «la orden de movilización para prepararse para la guerra número uno», firmada por el vicecomandante en jefe Lin Biao, la dispersión de un gran número de miembros del personal, acompañados de sus familias, significaba la puesta en marcha de una depuración todavía más radical. El ambiente de los últimos meses, bastante tranquilo aunque algo pesado, estaba cambiando a toda velocidad; la hostilidad de los recién llegados reemplazaba la leve fraternidad que todavía quedaba. Se reorganizaban las antiguas compañías, pelotones y escuadras, se reconstituían las células del Partido, la comisión de control militar nombraba a los nuevos altos cargos desde Beijing. Tenía que encontrar un modo de evitar el cerco antes de que le llegara su turno. En plena noche, fue a escondidas a la cabeza de distrito para enviar un telegrama a su antiguo compañero de instituto, Rong.

Dios aprieta pero no ahoga, o, mejor dicho, Dios se apiadaba de él y le daba una salida. Por la tarde, mientras los hombres estaban en los campos, se quedó solo en el dormitorio para escribir su confesión. Cuando pasaba alguien, fingía copiar las citas de Mao. Un cartero de la comuna popular llegó en bicicleta gritando: «¡Telegrama! ¡Telegrama!».

Salió corriendo, era la respuesta de su amigo. El astuto de Rong firmó el telegrama con la dirección telegráfica de la estación de técnicas agrícolas del distrito en el que trabajaba, y escribió el siguiente texto: «Conforme a lo estipulado en los documentos del Comité Central con respecto a los preparativos de guerra, hemos aceptado recibir al camarada Fulano para que se instale en la comuna popular de nuestro distrito. El interesado deberá presentarse antes de fin de mes, de lo contrario no podrá ser instalado».

Aprovechando que todo el mundo estaba trabajando en el campo, se presentó en el despacho de dirección de la escuela, que se encontraba a unos cinco kilómetros. La sala de dactilografía y del teléfono estaba vacía. Dentro había un pequeño cuarto del delegado Song, que le servía de despacho y de habitación. La puerta estaba cerrada, pero se oía una respiración que venía del interior.

—Informe para el delegado Song.

Era el reglamento militar, lo había asimilado perfectamente. Al instante, el delegado Song salió. Su uniforme estaba impecable, pero no había tenido tiempo de abrocharse el cuello.

—Se puede considerar, en cierto modo, que me he graduado en esta escuela de funcionarios. Espero que me expida el diploma.

Reflexionó durante todo el camino sobre lo que tenía que decir y pronunció esas palabras con toda la tranquilidad que pudo, manteniendo una sonrisa en los labios.

—¿De qué diploma estás hablando? —preguntó el delegado Song con cierta tosquedad.

El mantuvo su sonrisa y le tendió el telegrama con las dos manos. Song, que no conocía muchos caracteres, lo tomó con una mano e intentó descifrarlo, tomándose todo su tiempo, luego levantó la cabeza y dejó de fruncir el ceño.

—De acuerdo —dijo—, corresponde a lo estipulado en los documentos. ¿Tienes parientes allí?

«Apoyarse en los amigos y encontrar refugio en casa de los parientes», esa expresión la utilizó el delegado Song en el momento en que les transmitió la orden de movilización. Él añadió de inmediato:

—Tengo amigos que han arreglado todo allí para que me pueda instalar definitivamente en el campo. En ese lugar podré recibir a fondo la reeducación de los campesinos pobres y medios de la capa inferior y encontrar una campesina para no quedarme soltero toda mi vida.

—¿Ya has encontrado una? —preguntó el delegado Song.

Él sintió en aquel hombre una cierta amistad, a menos que mera sólo simpatía o comprensión. Era del campo, allí se alistó y, poco a poco, pasó de ser un simple soldado a convertirse en oficial de estado mayor en activo, después de superar un gran número de dificultades, mientras que su mujer y sus hijos permanecían en el campo. Tan sólo tenía quince días al año para ir a verlos, y naturalmente debía pensar en las mujeres. La comisión de control militar lo envió a controlar a aquel enorme grupo de hombres que habían venido para consagrarse al trabajo manual, lo que no era una tarea fácil. El jefe adjunto de esta comisión, el delegado Pang, encargado de la depuración de las filas de clase, después de asignar las tareas al secretario de célula del Partido de cada compañía, había regresado a Beijing dos días antes. Realmente era una oportunidad caída del cielo, algo que nadie podía prever.

—Mis amigos me han hablado de una muchacha, si no voy, no puedo conocerla. No me gustaría perder esta oportunidad. De todos modos, el trabajo manual es igual en todos los lugares, pero si me caso, podré instalarme definitivamente.

Debía dirigirse al delegado Song, nacido y crecido en el campo, en unos términos que pudiera entender perfectamente.

—Tienes razón, pero debes pensarlo bien, porque si te marchas, te retirarán la autorización de residir en Beijing...

Song ya no hablaba como un jefe, sacó de un cajón un formulario oficial y le pidió que lo rellenara él mismo, luego gritó hacia el cuarto:

—Xiao Liu, ponle un sello aquí y escríbele a máquina este documento.

La joven recepcionista, que también hacía de mecanógrafa, salió. Parecía que acababa de peinarse; llevaba dos pequeñas trenzas sujetas a ras de la cabeza con elásticos y las dos puntas hacia arriba. Abrió un cajón con una llave, sacó un formulario y un sello, se sentó frente a la máquina de escribir y fue golpeando un carácter tras otro del pesado teclado. Song verificó el texto que su secretaria acababa de escribir. El quiso adular al oficial:

—¡Soy el primer aprobado por el delegado Song!

—En estas putas tierras alcalinas no hay nada que crezca, aparte del viento de arena. No es como en mi región, todo lo que se planta crece. De todos modos, estemos donde estemos, lo que cuenta es el trabajo manual.

Al final, el delegado Song puso su sello rojo. Unos años más tarde, supo por un compañero que trabajaba en la misma época que él en aquella escuela de funcionarios, que poco después de su huida, el delegado Song fue sorprendido una noche en un campo, por un hombre que llevaba una linterna, cuando tenía el pantalón bajado para hacer lo que normalmente hacía con la recepcionista. De inmediato fue despedido, y volvió a reincorporarse a filas. Como el trigo que nace en esas tierras áridas, él tampoco llegó muy alto.

En el camino que conducía a las viviendas, vio a lo lejos un tractor que labraba. Al verlo hizo un ademán de mano y gritó:

—¡Hermano!

Tang ya no tenía el trabajo de mensajero que realizaba en la capital. También había ido a esa granja y conducía el tractor en el equipo mecanizado. Atravesó la tierra blanda y fangosa y llegó hasta el vehículo.

—¡Hola! —Tang había levantado la mano para devolverle el saludo.

—Necesito que me eches una mano —dijo al llegar a su lado.

—En este momento cada cual es como el ídolo de barro que atraviesa el río, no puede salvarse ni a sí mismo. ¿Qué ocurre? Dilo pronto, que no me vean hablar contigo, he oído que estás en el punto de mira de tu compañía.

—Ya no. ¡Me he graduado!

Tang paró el motor. El subió a la cabina y le mostró su carta oficial con el sello.

—¡No me lo puedo creer!

—Todo gracias al delegado Song —dijo él.

—¡Te acabas de librar de una buena, mejor que te largues a toda velocidad!

—Mañana, a las cinco, ¿podrías llevar mis maletas a la estación de la cabeza de distrito?

—Bueno, entonces tendré que tomar el camión. El delegado Song lo ha aprobado, ¿no es cierto?

—¡El mundo da unas vueltas increíbles, no le digas nada de esto a nadie!

—¡Saldré con el camión! Si me preguntan adónde voy, les diré que vayan a ver al delegado Song, ¿de acuerdo?

—Recuerda, mañana por la mañana, a las cinco. ¡No te olvides! —dijo mientras saltaba de la cabina del tractor.

—Tocaré el claxon cuando pase por el cruce de vuestro dormitorio, sólo tendrás que subir. No te preocupes, cuenta conmigo —dijo Tang golpeándose el pecho.

El tractor se alejó dando tumbos; él recorrió los cinco últimos kilómetros despacio, sin prisa, reflexionando sobre cómo pasaría esa última noche y cómo podría transportar lo más rápidamente posible sus maletas y sus pesadas cajas de libros de madrugada. Cuando cayó la noche, después de la cena, las personas empezaron a juntarse alrededor de los pozos para sacar el agua para asearse. Sólo entonces apareció por el dormitorio. También se lavó y aprovechó para arreglar sus cosas. Antes de meterse en la cama fue a la habitación del secretario de célula del Partido de su compañía, que acababa de recibir ese cargo de manos de la comisión de control militar. Le enseñó el documento oficial que probaba que iba a instalarse definitivamente en el campo. Sentado sobre un banco, el secretario se había quitado los zapatos para lavarse los pies. Él anunció solemnemente, aunque con un cierto tono de broma, a los que estaban en aquella habitación:

—El delegado Song me ha licenciado de esta escuela; me despido de vosotros, camaradas, no para siempre, supongo, pero me marcho primero. ¡Voy a convertirme en un auténtico campesino, completamente reformado!

Luego puso cara de que le habían encomendado una tarea difícil, como si su futuro no le pareciera muy alentador. El jefe no tuvo tiempo de reaccionar, no comprendía si se trataba de un castigo especial que le habían infligido. Se limitó a decir: «Mañana veremos».

¿Mañana?, pensó él. No tenía ninguna intención de esperar a que el jefe fuera a la dirección de la escuela y que entrara en contacto por teléfono con la comisión de control militar de Beijing; se marcharía mucho antes.

De nuevo en el dormitorio, con la luz ya apagada, se fue a tumbar a su cama completamente vestido. Durante la noche miró varias veces el reloj, sin distinguir las agujas en la oscuridad. Cuando creyó que estaba a punto de amanecer, se levantó, se apoyó contra la pared para ponerse los zapatos, pero no hizo de inmediato su cama. Si despertaba demasiado temprano a los otros ocupantes de la habitación, el lacayo que vigilaba sus actos y gestos podía avisar al secretario de la célula del Partido de su compañía.

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